lunes, 26 de julio de 2010

Atrápalo si puedes


Aunque Dazhu Huihai fue parte del grupo que luego vendría a llamarse la escuela Hongzhou de Chan, supuestamente iconoclasta y opuesto a cualquier enfoque tradicional o ritual, el siguiente episodio muestra que dominaba los textos del canon budista y era capaz de defenderse perfectamente si alguien le retaba a ello. Nótese cómo el maestro Fa Ming, versado en las reglas monásticas, cambia de tercio y pasa a cuestiones de cierta erudición cuando se da cuenta de que está perdiendo la disputa en los términos que había planteado al inicio. Como un maestro de Taiji, Huihai lo frena y le da la vuelta en cada lance. Está claro que si alguien quería disputar con Huihai, lo hacía por su cuenta y riesgo:

Un maestro de la secta Vinaya llamado Fa Ming observó una vez: “Vosotros los maestros de Chan dais un montón de tumbos en la vacuidad del vacío”.
            M: “Al contrario, venerable señor, sois vos quien da un montón de tumbos en la vacuidad del vacío”.
            “¿Cómo puede ser?”, exclamó Fa Ming, atónito.
            M: “Las escrituras no son más que palabras –mera tinta y papel– y todo lo similar a eso no es más que un artilugio hueco. Todas esas palabras y frases se basan en algo que la gente oyó una vez –no son más que vacuidad. Vos, venerable señor, os aferráis a la mera palabra de la doctrina, de manera que por supuesto dais tumbos en el vacío”.
            P: “Y vosotros, los maestros Chan, ¿no dais tumbos en el vacío?”
            M: “No”.
            P: “Y ¿cómo así?”
            M: “Todas esas escrituras son producto de la sabiduría; y ahí donde opera la poderosa función de la sabiduría, ¿cómo podría haber tumbos en el vacío?”
            “Ah”, contestó Fa Ming, “por eso sabemos que a aquél para el que hay un solo dharma (doctrina) cuyo sentido no ha captado no se le puede llamar un Hsi-Ta (Siddham)”.
            “Venerable señor”, exclamó el maestro, “no sólo dais tumbos en el vacío; ¡incluso usáis mal la terminología budista!”
            “¿Qué término he usado mal?”, protestó Fa Ming, encendiéndose de rabia.
            M: “Pues, venerable señor, sois incapaz de distinguir entre una palabra china y una palabra india, así que ¿cómo vais a ser capaz de predicar?”
            P: “¿Podría el venerable maestro Chan señalarme mi error?”
            M: “Sin duda sabréis que Hsi-Ta (Siddham) es uno de los nombres del alfabeto sánscrito, ¿no es así?”.
            Aunque el maestro de Vinaya se dio cuenta de su error, aún seguía congestionado por la ira.
            Fa Ming volvió a preguntar: “Los sutras, el vinaya y los shastras son todos la enseñanza del Buda. Si los leemos, los recitamos, tenemos fe en lo que enseñan y actuamos en consecuencia, ¿cómo podemos fracasar a la hora de ver nuestra propia naturaleza cara a cara?”
            M: “Todo eso es como un perro que persigue un trozo de carne o un león que devora a un hombre. Los sutras, el vinaya y los shastras revelan la función de la propia naturaleza –leerlos y recitarlos son meros fenómenos que surgen de esa naturaleza”.
            P: “¿El Buda Amitabha tenía padres y apellido?”
            M: “Sí. El Buda Amitabha se apellidaba Kaushika. Su padre se llamaba Candra-Uttara y su madre se llamaba Belleza Excelente”.
            P: “¿De qué escritura procede esta información?”
            M: “De la Colección del Dharani”.
            Ante esto, Fa Ming hizo una reverencia como muestra de gratitud y se marchó entre expresiones de admiración.

Pero nada de esto eran meras ganas de llevar la contraria. Según la actitud de quien le interpelaba, Dazhu podía revelar más o menos de la verdad que él había experimentado directamente y que no se puede “agarrar” con palabra o truco alguno, sino sólo con una experiencia propia de similar calibre a la suya.

Cierto maestro del Tripitaka preguntó una vez: “¿Hay cambios en el seno del Absoluto (Bhutatathata)?”
            M: “Sí, los hay”.
            “Venerable maestro”, replicó, “os equivocáis”.
            Ante lo cual, el maestro le hizo la siguiente pregunta: “El maestro del Tripitaka ¿posee el Bhutatathata?”
            R: “Sí”.
            M: “Bien, si mantenéis que no sufre cambios, debéis de ser un tipo de monje muy ignorante. Sin duda habréis leído que un hombre instruido puede convertir los tres venenos (identidades) en los tres preceptos acumulativos; puede transmutar las seis percepciones sensoriales en seis percepciones divinas; puede transformar los impedimentos (kleshas) en bodhi y la ignorancia primordial en sabiduría suprema (mahaprajna). Así que, si suponéis que el Absoluto es incapaz de cambiar, entonces vos, que sois maestro del Tripitaka, sois en realidad un seguidor de la secta heterodoxa que sostiene que las cosas ocurren de forma espontánea (es decir, no como resultado de la ley de la causalidad)”.
            R: “Si lo exponéis así, entonces el Absoluto sí que sufre cambios”.
            M: “Y sin embargo, al sostener que el Absoluto sufre cambios sois igualmente herético”.
            R: “Venerable maestro, primero dijisteis que el Absoluto sufre cambios y ahora decís que no lo hace. Entonces, ¿cuál es la respuesta correcta?”
            M: “Los que han percibido con claridad su propia naturaleza, que se puede comparar a una perla-mani que refleja todas las apariencias, tendrán razón si dicen que el Absoluto sufre cambios e igualmente si dicen que no lo hace. Por otra parte, los que no han visto su propia naturaleza, cuando oigan algo sobre los cambios del Absoluto, se apegarán al concepto de mutabilidad; o, al oír que el Absoluto no cambia, se aferrarán al concepto de inmutabilidad”.
            “¡Ah, así que es cierto”, exclamó el maestro del Tripitaka, “que la secta del Chan del sur es demasiado profunda como para sondearla hasta el fondo!”

Este “sondeo hasta el fondo” sólo es imposible por lo que se refiere a la mente cognitiva; en cambio, el camino de zambullirse en su experiencia plena está abierto para los que tengan la afinidad necesaria con el Chan.

miércoles, 21 de julio de 2010

¿Por dónde se va a la verdad última?


Este pasaje, tomado del libro de Mario Poceski Ordinary Mind as the Way: the Hongzhou School and the Growth of Chan Buddhism, describe tan bien como cualquier otro la base del camino budista –aunque yo matizaría sus ideas sobre vaciar la mente de todo contenido: una cosa es eliminar los impedimentos que obstaculizan su funcionamiento correcto y otra buscar un vacío artificial. Si, como entiende el budismo, la mente es un sentido más, es tan absurdo suponer que la mente debe estar vacía de pensamientos como que el ojo debe estar vacío de imágenes. Unos y otras, pensamientos e imágenes, son reflejos del funcionamiento natural de ambos sentidos; no es lo mismo quitarse las legañas que nos impiden ver con claridad que mirar fijamente a una pared blanca para evitar ver cualquier imagen, como si eso nos fuese a manchar.

La tradición budista enseña que todos los seres humanos experimentan el sufrimiento y la imperfección. Esta situación compartida no viene impuesta por un agente divino externo, e incluye un profundo sentido de disonancia con la verdadera naturaleza de la realidad. Debido a sus impedimentos y engaños mentales –en cuyo núcleo hay una ignorancia fundamental acerca de la realidad– los seres humanos generan deseos, crean apegos y malinterpretan el mundo en el que viven. Sin embargo, a pesar del poder de estas aflicciones, apegos e ilusiones hondamente arraigadas, los seres humanos tienen una habilidad y un potencial innatos para conocer la realidad y para ser genuinamente libres. La realidad última trasciende el reino de la ignorancia y los impedimentos, aunque es la base de todo. Todas las cosas y seres vivos participan de esa realidad –una condición de plenitud y perfección original que se expresa recurriendo a varios términos como “Una Mente” y “talidad” [sánscrito tathata, chino zhēnrú, 眞如] – que recorre y abarca todos los fenómenos del universo.

Dado que la realidad está en todas partes y en todo –o, por decirlo de otra forma, es la verdadera naturaleza de las cosas– incluidos la mente y cuerpo de cada individuo, la perspectiva del despertar y la liberación espiritual está abierta a todos y en todo momento. En esencia, lo único que uno tiene que hacer es desprenderse de todas las ideas y apegos falsos, vaciando la mente y aprehendiendo intuitivamente la verdad ubicua, sin intermediarios ni distorsiones. Pero dado que los apegos y la ignorancia están muy arraigados y son difíciles de eliminar, normalmente uno necesita prácticas espirituales. Aunque los métodos pueden variar debido a circunstancias particulares y preferencias individuales, en esencia estas prácticas implican vaciar la mente de todos los pensamientos, imágenes, apegos e ideas. Eso allana el camino para que surja la sabiduría y la trascendencia de la dualidad, aunque el adepto tampoco debe acabar atrapado en la no-dualidad.

Debido a la inveterada propensión humana al auto-engaño, la aplicación de las enseñanzas y métodos específicos debe ser flexible, atenta al contexto y matizada. Además, las enseñanzas mismas no se deben convertir en dogmas religiosos y fuentes de apego; así pues, todas las enseñanzas y métodos de práctica son provisionales y funcionan como herramientas para liberar la mente de ideas, fijaciones y apegos. Por eso, se deben emplear con sabiduría y se deben abandonar cuando ya no hacen falta. Cuando se usan con finura y sensibilidad, y mejor si es bajo la guía de un maestro cualificado, las enseñanzas acaban por disolverse en una visión totalizadora del Absoluto, en el momento en que el adepto capta directamente la naturaleza de la realidad y se vuelve capaz de actuar de acuerdo con ella.

Pero ¡cuidado con apegarse a estas palabras tambén! Son tan claras y diáfanas, encajan tan bien en nuestros esquemas mentales, las podemos desplegar con tanta facilidad ante propios y extraños… que es fácil tomarlas por la realidad.

Como dijo el maestro Fayan cuando un estudiante le preguntó cuál era la verdad última: “Si te la dijera, se convertiría en la verdad secundaria”.

Antes o después, no hay más remedio que dejar atrás las palabras e ir a las experiencias. Ése es el verdadero lenguaje del camino del Dharma de Buda.

lunes, 12 de julio de 2010

Ni una cosa ni la contraria


Seguimos con los dichos del maestro Dazhu Huihai, conocido como “la gran perla”. La recopilación de sus palabras hecha por el monje Zong Jin da fe de una enseñanza en la que parecían habituales los intercambios con estudiantes y maestros de otras tradiciones budistas, en un espíritu dialogante pero riguroso. Aun descontando sus posibles adornos piadosos, la imagen del maestro Chan que transmite esta colección es más compleja que la tradicional: alguien no sólo perspicaz y chocante, dispuesto a hacer saltar por los aires las falsas certezas de una comprensión poco profunda, sino también un buen conocedor de los sutras budistas. 

En cierta ocasión, el maestro empezó su discurso diario a sus discípulos diciendo: “No soy un adepto Chan; de hecho, no tengo la más mínima cosa que ofrecer a nadie, así que no debo manteneros aquí de pie más tiempo. Id y descansad”.
            En aquellos tiempos, el número de personas que acudían a estudiar con él iba aumentando poco a poco. Igual que el día sigue a la noche, venían y le pedían instrucción; él se veía obligado a constestar a sus preguntas en cuanto se las hacían, revelando así unos poderes dialécticos sin trabas. Había debates interminables en los que las preguntas y respuestas que se sucedían unas a otras.
            Una vez, un grupo de maestros (predicadores instruidos) del Dharma pidieron una entrevista y dijeron: “Tenemos algunas preguntas que plantear. ¿Está dispuesto a contestarlas, maestro?”
            Maestro: “Sí. La luna se refleja en ese estanque profundo; atrapadla si queréis”.
            Pregunta: “¿A qué se parece en realidad el Buda?”
            Maestro: “Si lo que está frente a ese estanque límpido no es el Buda, ¿qué es?”
            Los monjes se quedaron perplejos ante esta respuesta; tras una larga pausa, volvieron a preguntar: “Maestro, ¿qué dharma (doctrina) expone con vistas a liberar a otros?”
            M: “Este pobre monje no tiene dharma alguno por el que liberar a otros”.
            “¡Todos los maestros Chan son iguales!” exclamaron, ante lo cual el maestro les preguntó: “¿Qué dharmas tenéis vosotros, hombres de virtud, para liberar a los demás?”
            R: “Ah, nosotros explicamos el Sutra del Diamante”.
            M: “¿Cuántas veces lo habéis explicado?”
            R: “Más de veinte veces”.
            M: “¿Quién lo pronunció?”
            Ante esto lo monjes respondieron indignados: “¡Maestro, debe estar de broma! Claro que sabe que lo pronunció el Buda”.
            M: “Bueno, ese sutra afirma que ‘¡Si alguien dice que el Tathagata expone el Dharma, al hacerlo calumnia al Buda! Esa clase de hombre nunca entenderá lo que quiero decir’. Ahora bien, si decís que no fue pronunciado por el Buda, degradáis con ello ese sutra. Hombres de virtud, ¿podéis mostrarme qué tenéis que decir a eso?”
            Como no daban respuesta, el maestro hizo una pausa antes de plantear su siguiente pregunta, que fue: “El Sutra del Diamante dice: ‘El que me busca a través de las apariencias externas, o me busca en el sonido, marcha por el camino heterodoxo y no puede percibir al Tathagata’. Bien, hombres de virtud, ¿quién o qué es el Tathagata?”
            R: “Señor, en esta cuestión me encuentro sumido en completa confusión”.
            M: Si nunca has estado iluminado, ¿cómo puedes decir ahora que estás completamente confundido?”
            Entonces el monje (que había hablado) le preguntó: “¿Podría el venerable maestro Chan explicarnos el Dharma?”
            M: “Aunque habéis explicado el Sutra del Diamante más de veinte veces, ¡aún no conocéis al Tathagata!”.
            Estas palabras hicieron que los monjes se postraran de nuevo y le rogaran al maestro que les diera más explicaciones, de manera que dijo: “El Sutra del Diamante dice que ‘El Tathagata es la Talidad de todos los dharmas (fenómenos)’. ¿Cómo podéis haberlo olvidado?”
            R: “Sí, sí –la Talidad de todos los fenómenos”.
            M: “Hombres de virtud, “sí” también es incorrecto”.
            R: “La escritura es muy clara al respecto. ¿Cómo podemos estar equivocados?”
            M: “Entonces, hombres de virtud, sois vosotros esa Talidad (también)?”
            R: “Sí, lo somos”.
            M: “¿Y las plantas y las rocas son la Talidad?”
            R: “Lo son”.
            M: “Entonces, ¿vuestra Talidad de hombres de virtud es la misma que la Talidad de las plantas y las rocas?”
            R: “No hay diferencia”.
            M: “Entonces, ¿en qué sois diferentes, hombres de virtud, de las plantas y las rocas?”
            Esto dejó en silencio a los monjes un tiempo, hasta que al final uno de ellos exclamó con un suspiro: “Es difícil mantener nuestra posición en el debate con un hombre tan superior a nosotros”.
            Después de una pausa considerable, preguntaron: “¿Cómo se puede conseguir el mahaparinirvana?”
            M: “Evitando todas las acciones samsáricas –las que os mantienen en la ronda del nacimiento y la muerte (de la identidad)”.
            P: “¿Qué acciones son ésas?”
            M: “Bueno, buscar el nirvana esa una acción samsárica. Desechar la impureza y aferrarse a la pureza es otra. Coleccionar logros y pruebas de logros es otra, así como no rechazar las reglas y preceptos”.
            P: “Por favor, indíquenos cómo alcanzar la liberación”.
            M: “Como nunca habéis estado prisioneros, no tenéis necesidad de buscar la liberación. El funcionamiento directo y la conducta directa son insuperables”.
            “¡Ah”, exclamaron los monjes, “qué poca gente hay como este maestro Chan!”. Luego se inclinaron en señal de agradecimiento y se marcharon.


¡Qué resbaladizos eran estos maestros Chan cuando se los intentaba atrapar con la mente cognitiva!

viernes, 9 de julio de 2010

Pero... ¿cómo puede ser espiritual ESO?


Alguien dijo una vez, medio en broma medio en serio, que la mejor manera de averiguar cómo está de iluminado un maestro es preguntarle a su mujer. Es así porque, como reza el dicho inglés, proximity breeds contempt: la cercanía engendra desprecio. No hay vara de medir más rigurosa en potencia que la que proporciona la intimidad.

Esto viene a cuento porque a veces nos encontrarnos en nuestro camino con que la gente de nuestro entorno inmediato oscila entre la incomprensión, el escepticismo y la hostilidad más o menos velada hacia la práctica que hemos emprendido. Y, aunque no es demasiado difícil explicar las bases del Dharma, conseguir que otros (sobre todo si son familiares “afectados” directamente) lo entiendan de verdad… vaya, eso no es fácil en absoluto –¡por no hablar ya de que lo compartan!

Uno de los escollos principales para esa comprensión es el elemento introspectivo del budismo, que choca frontalmente con la idea popular, de inspiración judeocristiana, de que el camino espiritual se tiene que traducir necesariamente en beneficencia de alguna clase. Ante la intensidad de nuestras prácticas de meditación y observación, no es raro que se nos acuse de mirarnos el ombligo y de no pensar más que en “yo, yo, yo”.

En una entrada anterior (El budismo como “medio hábil”) ya he tratado sobre la orientación fundamental del Dharma, que desmonta esa acusación: ¿cómo iba una enseñanza que niega la realidad del “yo” dedicarse a fortalecerlo y alimentarlo? Sin embargo, el problema sigue ahí, porque la gente, incluso cuando pregunta de buena fe, no siempre quiere tomarse la molestia de entrar en profundidad en las cosas y prefiere respuestas rápidas que encajen con sus esquemas mentales preestablecidos.

En la tradición hinduista, por ejemplo, se distinguen varios caminos espirituales, que incluyen el bhakti yoga (devocional, al estilo Hare Krishna), el jñana yoga (contemplativo, como el Advaita Vedanta) y el karma yoga, el camino de las buenas obras, que muchos en Occidente consideran el único válido, debido a la versión recibida de las enseñanzas y milagros de Jesucristo. Ciertamente, no se puede decir que los hindúes sean unos ingenuos novatos en asuntos del espíritu, y su visión parece desde luego más amplia y natural que la insistencia occidental en la acción como única justificación posible de la vía espiritual; pero tampoco podemos esperar que las gentes de nuestro entorno compartan de entrada esa perspectiva más sabia y tolerante.

Entonces, ¿qué? Parece que no hay más remedio que aceptar lo que dicen los maestros antiguos: que la diferente orientación del practicante espiritual sincero le puede hacer parecer memo a ojos de la mayoría. Es así porque evidentemente uno y otros no están “jugando” a la misma cosa; Laozi y Huihai lo dicen bien claro. Y tampoco hay mayor problema en ello, salvo si hemos emprendido el camino con intención de hacernos más populares entre nuestros amigos y allegados. Suponiendo que no sea posible conseguir ambas cosas a la vez, nos enfrentamos a una encrucijada: seguir el camino de vuelta a nuestra propia naturaleza o ganarnos la aprobación de los demás. ¿Qué preferimos? Es así de sencillo.

Mi propia experiencia es que, en ocasiones samsáricas, a veces me siento como si fuese un objetor de conciencia en una fiesta de militares. Por seguir con la analogía, no es que piense que los militares son malas personas, en absoluto; sólo que no tengo afinidad con ellos ni ganas de conversar sobre sus maniobras, sus medallas y promociones, ni sobre el último modelo de tanque o cazabombardero que han comprado. Pero tampoco hay drama ni desgarro en ello; es natural. Una gran parte de nuestras costumbres sociales son palabrería hueca que no supone una comunicación verdadera de nada; el silencio y la observación amable pueden ser mucho más atentos y generosos.

Cuando se trata de familia o de antiguos amigos, está claro que los lazos de afecto siguen intactos, por mucho que uno no participe de sus intereses y proyectos, sus triunfos y derrotas. Es una paradoja, sin duda, porque aunque es verdad que la práctica nos aleja en cierto sentido de ellos, también nos acerca de manera sutil, en la medida en que –precisamente porque no trata de cuestiones biográficas, sino de la naturaleza humana común a todos– nos deja en posición de entender mucho mejor lo que está pasando dentro de ellos, y, con suerte, de poder ayudar con la alegría, compasión y afecto benevolente propios del Dharma si se presenta la necesidad.

jueves, 1 de julio de 2010

Malas noticias: los expertos afirman que hay que currárselo


En mi incansable campaña por hacer accesibles al público hispanohablante antiguos textos del Chan que sólo están disponibles en lenguas orientales o inglés, incluyo hoy una cita del Dunwu rudao yaomen lun, el Tratado sobre los fundamentos de entrar en el camino por medio del despertar súbito, compuesto entre los años 765 y 785 por Dazhu Huihai, un discípulo de Mazu Daoyi al que llamaban la “Gran perla”:

¿Cómo es posible que tantas clases de perspectivas surjan del Dharma unitario? Todas estas fuerzas kármicas tienen raíces en la actividad. Si, en vez de aplacar nuestras mentes, dependemos de las escrituras para alcanzar la iluminación, estamos emprendiendo lo imposible. Si, estando bajo el engaño nosotros mismos, engañamos a los demás, nuestra perdición mutua es cosa segura. ¡Esforzaos! ¡Esforzaos! ¡Explorad esta enseñanza con el mayor detenimiento!

(…) Este tratado mío no es para el escéptico, sino para los que comparten la misma perspectiva y siguen la misma línea de conducta. Primero debéis descubrir si la gente es sincera en su fe y apta para practicarlo sin retroceder, antes de exponérselo para que puedan despertar a su significado. He escrito este tratado por el bien de los que tienen una afinidad kármica con él. No busco fama ni riqueza. Sólo deseo emular a los Budas que predicaron sus miles de sutras e incontables shastras simplemente por el bien de los seres sintientes perdidos en la delusión. Dado que sus actividades mentales varían, se ofrecen enseñanzas apropiadas para ajustarse a cada caso individual de perspectiva incorrecta; de ahí la gran variedad de doctrinas. Deberíais saber que exponer el principio de la liberación en su totalidad se limita sólo a esto –cuando las cosas ocurren, no deis respuesta; mantened vuestras mentes sin morar en nada en absoluto; mantenedlas siempre quietas como la vaciedad y totalmente puras (sin mancha); y de esta manera alcanzad espontáneamente la liberación.

¡Ah, no busquéis una vana reputación, cotorreando sobre el Absoluto con mentes de mono! Cuando las palabras contradicen a los hechos, a eso se le llama auto-engaño; os llevará a precipitaros de cabeza en los estados malignos de renacimiento [de la identidad]. No busquéis fama ni riquezas en esta vida al precio de la no-iluminación y el sufrimiento durante eones por venir. ¡Esforzaos! ¡Esforzaos! Los seres sintientes se deben salvar a sí mismos; los Budas no pueden hacerlo por ellos. Si pudieran, dado que ya ha habido Budas tan numerosos como las motas de polvo, todos y cada uno de los seres se deberían de haber liberado a estas alturas; pero entonces, ¿cómo es que tú y yo aún seguimos zarandeados por las olas de la vida y la muerte, en vez de habernos convertido en Budas? Por favor, daos cuenta de que los seres sintientes se tienen que salvar a sí mismos y que los Budas no pueden hacerlo por ellos. ¡Esforzaos! ¡Esforzaos! Hacedlo vosotros mismos. No dependáis de los poderes de otros Budas. Como dice el sutra: “Los que buscan el Dharma no lo encuentran meramente aferrándose a  los Budas”.

A continuación, Dazhu Huihai incluye en su tratado algunos versos sobre su enseñanza que recuerdan al capítulo 20 del Daodejing:

Mi estado mental actual es tan enteramente bueno
Que el reproche de los hombres es incapaz de despertar mi ira.
De mis labios no saldrá palabra alguna de ‘correcto’ o ‘equivocado’
–Nirvana y samsara constituyen un solo Camino–
Porque he aprendido a alcanzar esa mente mía
Que básicamente trasciende tanto el bien como el mal.
Los pensamientos erróneos y discriminativos
Revelan a la persona mundana que aún tiene que aprender.
Apremio a las gentes errabundas del Kaliyug
A deshacerse en sus mentes de todo resto inútil.

Qué vasto sin duda mi actual estado de mente –
Mi despreocupación sin palabras asegura su calma.
Relajado y libre, con la emancipación ganada,
Vago a mi aire sin impedimentos.
En silencio mudo transcurren todos mis días
Con cada pensamiento mío fijo en lo nouménico.
Al mirar al Camino, estoy relajado
Sin que me afecte la ronda del samsara.
Tan maravilloso es mi actual estado de mente
Que ya no tengo que entrometerme en el mundo,
Donde el esplendor es una ilusión y una trampa;
Las ropas más simples y la comida más basta me valen.
Al encontrarme con hombres mundanos, apenas hablo,
Y por eso dicen que soy corto de entendederas.
Por fuera, tengo lo que parece la mirada ausente de un bobo;
Por dentro, mi cristalina claridad de mente
Encaja silenciosamente con el camino oculto de Rahula
Que las gentes mundanales aún tienen que aprender.

¡Hala, a meditar todos!

jueves, 10 de junio de 2010

¿Una transmisión especial al margen de las escrituras?

Guifeng Zongmi (780-841) fue uno de los grandes maestros del budismo chino durante la dinastía Tang. La reciente edición de Jeffrey Lyle Broughton (Zongmi on Chan, Columbia University Press, 2009) ha puesto a disposición de quien sepa inglés textos originales de este maestro Chan y patriarca Huayan que antes sólo eran accesibles en chino o japonés.

Leer los escritos de Zongmi es un ejercicio refrescante por la sana corrección que suponen para ciertos excesos románticos perpetuados en torno al Zen. Sin embargo, a pesar de su gran influencia en China y Corea, los budistas japoneses que importaron el Chan a su país unos siglos después marginaron a Zongmi en favor de una interpretación menos equilibrada de la práctica y las enseñanzas. Esta visión, impregnada en la escuela Soto y, sobre todo, en la Rinzai, fue la que llegó a Occidente el siglo pasado, primero a los Estados Unidos y luego a Europa. Por eso, las advertencias de Zongmi sobre la conjunción de la práctica con el estudio de los sutras son sumamente relevantes en una época como la nuestra, en la que, a pesar del desmentido contundente de los estudios académicos, ciertos mitos sobre el Zen se resisten a desaparecer como gato panza arriba –consecuencia del lamentable divorcio entre la comunidad practicante del Chan/Zen y el mundo académico dedicado a estudiar su historia.

En el siguiente texto, Zongmi ofrece una perspectiva condensada de cómo fue la evolución del budismo desde Shakyamuni hasta sus días, explicando el divorcio entre dos caminos que nunca dejaron de ser complementarios (los añadidos entre corchetes son del traductor):

Decir que hay [dos tipos de] maestros, la raíz y las ramas, significa que el primer patriarca de todos los linajes [Chan] es Shakyamuni. Los sutras son palabra de buda, mientras que el Chan es la intención de los budas. La boca y la mente de los budas no pueden contradecirse de ninguna manera. Las líneas de descendencia de todos los patriarcas [Chan] se remontan directamente hasta los discípulos de Buda. [Estos] bodhisattvas compusieron tratados, y, en todos los casos, sólo estaban propagando los sutras de Buda. Sin duda, en la transmisión [Chan] desde Mahakashyapa hasta Upagupta todos estaban versados por igual en las tres cestas [las reglas de disciplina, los sutras y el Abhidhamma]. Sin embargo, después de Dhrtaka surgieron disputas entre los monjes, y de entonces en adelante las reglas de disciplina y las enseñanzas [es decir, los sutras y el Abhidhamma] se practicaron por separado. Además, debido al problema con el rey de Cachemira, los sutras y los tratados [es decir, el Abhidhamma] se empezaron a propagar por separado.

Entre tanto [entre Dhrtaka y Simha] Asvaghosa y Nagarjuna fueron ambos maestros patriarcas. Compusieron tratados y comentarios sobre los sutras en decenas de miles de versos. La visión y la transformación de los seres [esto es, la práctica de la meditación y la enseñanza] no tenían reglas definidas [o separadas]. Los intérpretes aún no menospreciaban al Chan, ni tampoco los adeptos Chan menospreciaban la interpretación.

Bodhidharma recibió el dharma en la India y lo trajo en persona a China. Vio que la mayoría de los eruditos de esta tierra aún no habían obtenido el dharma, que su comprensión se basaba meramente en la nomeclatura [escolástica] y las [listas] numéricas y que su práctica [de meditación] sólo se ocupaba de las características fenoménicas. Debido a que su deseo era informarles de que la luna no están en el dedo [apuntar a la luna] y que el dharma es nuestra mente, simplemente [creó la consigna] “una transmisión de mente a mente, sin relación con la palabra escrita”. Para revelar su axioma [de mente] y erradicar el aferramiento tenía este dicho. No es que predicara una liberación [consistente] en desembarazarse de la palabra escrita. Eso explica por qué los que ofrecieron enseñanzas para captar la idea [de Bodhidharma] alabaron sin cesar el Sutra del diamante y el Sutra Lankavatara, declarando que estos dos sutras son la esencia de nuestra mente.

En la actualidad, los discípulos en todas partes tienen nociones equivocadas sobre el origen [del dicho de Bodhidharma]. Los que cultivan la mente consideran los sutras y tratados como un axioma separado, mientras que los que explican [textos] ven la puerta del Chan como un dharma separado. [Estos días], cuando la gente le oye a alguien que habla de causa y efecto o de práctica y realización, inmediatamente llegan a la conclusión de que [el que habla] es un estudioso de los sutras o los tratados, sin darse cuenta de que son precisamente la práctica y realización las que son los acontecimientos básicos de la puerta Chan. Si le oyen a alguien decir que “la mente es buda”, enseguida concluyen que [quien habla] es un adepto Chan subjetivo, sin darse cuenta de que son precisamente la mente y el buda los que son las ideas básicas de los sutras y los tratados.

domingo, 30 de mayo de 2010

Mi Zen es mejor que el tuyo

El otro día vi en el tren la película Destellos de genio, dedicada a la vida del ingeniero norteamericano Robert Kearns (1927-2005), inventor del limpiaparabrisas automático que llevan los coches desde 1969. En toda la peli, que se centra en las interminables batallas legales que Kearns entabló con la compañía automovilística Ford por el uso no autorizado de su patente, hubo una escena que me llamó la atención por su evidente aplicación al budismo.

En ella, Kearns se presenta con un amigo y socio en las oficinas centrales de la Ford para enseñarles su artefacto y convencerles de que compren su patente. En la calle, ante la mirada sorprendida de los ingenieros, que han estado lidiando durante años con el problema sin encontrarle solución, Kearns procede a demostrarles cómo funciona el limpiaparabrisas en su propio coche –naturalmente sin dejarles acercarse demasiado ni mirar debajo del capó para no revelar el secreto de la patente.

El jefe de los ingenieros de la Ford, intrigado por el invento, intenta sacarle más información y le hace varias preguntas, a las que Kearns contesta con evasivas. Al final, dándose por vencido, pasa del interés comercial de su empresa al interés humano y casi la admiración deportiva ante alguien que ha resuelto un problema contra el que él mismo y su equipo se han estrellado varias veces. Entonces le pregunta en qué universidad estudió. Kearns le contesta: “Case-Western”. El ingeniero responde: “Hmm… buena universidad”.

¿No es éste el mejor ejemplo de lo que debería ser el linaje, bien entendido? No es un arma arrojadiza para descalificar a otros o colocarse por encima de ellos, ni tampoco una etiqueta de la que uno se sirve para reclamar un status superior a los demás por el hecho de “pertenecer” a esta o aquella otra escuela; es simplemente un dato. Sólo las prestaciones de uno en el desempeño de sus tareas pueden honrar o no en retrospectiva a su(s) maestro(s) y escuela(s); nunca al revés.

Es decir, es exactamente al contrario de como se suele hacer hoy y, lamentablemente, como se ha venido haciendo hace siglos, incluso en las fases tempranas del budismo en China (ver “La conspiración del silencio en el Chan y el Zen” en http://www.mahabodhisunyata.com).

¿Por qué es famoso, por ejemplo, Johannes Kepler? ¿Por haber estudiado con un seguidor de Copérnico? ¿Por haber trabajado como ayudante de Tycho Brahe? ¿O, entre otros logros, por haber formulado él mismo las leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita solar?

Mejor dejar que tus acciones (y tus no-acciones) hablen por ti. La auto-alabanza y la auto-promoción son parte del camino comercial y político, no del Dharma natural. Ambos están abiertos a todos, lleven o no túnicas de colores y el cráneo rapado, y nunca se puede saber qué senda tomará cada uno en cada una de sus acciones.

Como dijo un poeta antiguo, “Fácil es el descenso a los infiernos: las puertas están abiertas de par en par día y noche”.

viernes, 21 de mayo de 2010

Ruiseñores psicotrópicos


Uno de los beneficios colaterales de vivir en Can Catarí es oír los cantos de los ruiseñores en primavera. Al oírlos a todas horas, mañana, tarde y noche, uno tiene tiempo de empaparse de esa música lo suficiente para dejar atrás su melodía e ir más allá, a las raíces de donde brota el canto. Es una práctica que tiene algo de mágico, casi como un viaje psicodélico, pero os aseguro que no me he “metido” nada para realizarla aparte de las meditaciones del Dharma.

¿Qué tiene el canto del ruiseñor, que tan revelador me resulta? Aparte de la literatura que lo celebra, yo sólo conocía de oídas su reputación como cantor, y no ha sido hasta hace poco, al oírlo en vivo una y otra vez, cuando he entendido lo que de verdad me sugiere esta criatura como ningún otro pájaro, que yo sepa.

Es cierto que ya conocía el canto del mirlo, que anuncia la llegada de la primavera en la meseta con un canto algo más sobrio y denso, que recuerda a la sonoridad del clarinete. Pero, por algún motivo, por mucho que lo disfrute, no tiene los mismos efectos sobre mí. Sólo ahora me he dado cuenta de lo que me estaba perdiendo sin ruiseñores en mi vida.

No se trata del mero placer estético de oír sus inverosímiles cabriolas vocales –silbidos, trinos y gorjeos que se suceden en una gloriosa anarquía. Tampoco se debe a la agradable asociación con la oscuridad y frescura de estas noches de mediados de mayo que ya invitan a quedarse al aire libre, después del invierno largo y riguroso, y simplemente escuchar a cielo abierto, bajo la inmensa cúpula de las estrellas, esas voces que cobran mayor relieve ante el silencio reinante por doquier.

Es algo más sutil que detecto en esas arias imprevisibles, como al trasluz de sus notas: un cantor fundido con su canto, como si fuera un surfista montado en la cresta de una ola que se va desplegando ante él sin que sepa, de un momento a otro, por dónde va a romper… Un cantor que se disuelve en el canto y le cede el poder, pero aún retiene suficiente conciencia para asombrarse ante lo que está pasando…

Ése parece ser el secreto del ruiseñor: la pura experiencia del canto vivida como una sorpresa constante, sin plan ni proyecto, que responde al impulso natural de cada momento sin detenerse en ello, sino sumando a esa corriente que fluye desde dentro el asombro ante sus resultados… asombro que a su vez refresca e impulsa el canto hacia delante en un bucle gozoso. El canto se canta sin cantor alguno. Qué maravilla.

Así que ahora puedo responder a la pregunta que me hacía para empezar: ¿qué es lo que me conmueve del canto del ruiseñor?

Si dijera que es la ausencia de cálculo y de identidad, sería verdad, aunque sólo en parte.

Lo mismo ocurriría si afirmara que me resuena profundamente porque es una demostración práctica del Dharma natural.

En el fondo, lo que me conmueve del canto del ruiseñor es lo que sugiere: el aroma de cómo puede ser la experiencia de la mente pura liberada de su esclavitud cognitiva.

Todo esto me enseñan los ruiseñores sin intentarlo ni quererlo, sin ni siquiera darse cuenta. Ni falta que les hace. ¡Bendita ignorancia la que rinde estos frutos!

lunes, 17 de mayo de 2010

El rugido del león

Ayer, mientras veía la entrevista que Eduardo Punset le hacía a Mathieu Ricard en Redes (disponible en http://www.rtve.es/mediateca/videos/20100516/redes-16-05-10-ciencia-compasion/773091.shtml), volví a tener la impresión de que al budismo popular que se difunde en los medios de comunicación le sobra azúcar por todas partes.

Eso no es tan grave en sí, siempre que se entienda que, como dice el poema de Rumi citado en una entrada anterior, hay que ir destetándose si se quiere acceder a alimentos más nutritivos para el espíritu que las simples “chuches”. Por suerte, hay maestros del Dharma que no sólo no usan azúcar sino que rugen como leones; y es natural que así sea, aunque a la mayoría les horrorice ese rugido, porque de esa manera hay vías disponibles para los distintos temperamentos humanos, que en absoluto son uniformes.

Sin duda Mathieu Ricard parece un tipo simpático, con una personalidad atractiva y una trayectoria interesante. Pero, a pesar de su doble condición de biólogo y meditador avezado, su mensaje no llega muy hondo: básicamente se orienta a mostrar los beneficios de la actitud contemplativa para la vida moderna, adoptando entre otras cosas la revalorización de las emociones propia de ciertas terapias occidentales, surgida en respuesta a lo que se percibe como un peso excesivo de lo mental en nuestra educación y cultura.

El problema es que, si por ejemplo entendemos la compasión como una emoción, es fácil quedarse en un plano superficial: la compasión es buena y se opone al odio, por tanto debemos cultivar la compasión y así reduciremos el odio en nuestra vida y seremos más felices. Es una versión deliberadamente ñoña de lo que se decía en el programa, cierto, pero no me extrañaría que fuera la conclusión que muchos sacaron de verlo –quizá acompañada por una exclamación de sorpresa: “¡Anda, como lo que nos decían los curas!”. Si esa interpretación se adereza con imágenes de gente dándose besitos y una música almibarada… vamos por mal camino.

Para entendernos, podríamos decir que en el Dharma budista hay niveles que, en último término, abren la puerta a la experiencia no dual, que es lo más que nos podemos acercar a la realidad última de las cosas. Siendo eso así, no importa cómo sean de avanzados los estudios neuro-científicos realizados sobre el lama Ricard: si la conclusión que arrojan es que, cuando medita, cierta zona de su cerebro relacionada con la felicidad se activa extraordinariamente mientras que otra, relacionada con la depresión, se aquieta… eso no deja de ser una dualidad palmaria. Pretender que eso, maximizar la felicidad y minimizar el sufrimiento, es la culminación del Dharma de Buda es negar su esencia no dual (en realidad, ni dual ni no-dual).

Personalmente, encuentro mucha más compasión en los exabruptos del maestro Yunmen, uno de los tigres que contribuyeron al magnífico florecimiento del Chan en la China de la dinastía Tang. Aparte de fundar la escuela que lleva su nombre, dejó un legado difícil de manejar: una colección de dichos recopilados, entre los que figura una denuncia categórica de la costumbre de recopilar las palabras de otros. En palabras del maestro Chan Yunju de Foyin: “Cuando el maestro Yunmen exponía el Dharma era como una nube. Decididamente no le gustaba que la gente apuntara sus palabras. Cuando veía a alguien que lo estaba haciendo, le reprendía y lo ahuyentaba de la sala, diciendo “Como tu propia boca no vale para nada vienes aquí para apuntar mis palabras. ¡Seguro que algún día me venderás!”.

He aquí un ejemplo del rugido de Yunmen:

Después de entrar a la sala del Dharma para una enseñanza formal, el maestro dijo:

“Todos vosotros, que venís y vais sin razón alguna: ¿qué estáis buscando aquí? Sólo sé comer y beber y cagar. ¿Para qué otra cosa iba a valer?

“Andáis haciendo peregrinaciones por todas partes, estudiando Chan y preguntando por el Dao. Dejad que os pregunte: ¿qué habéis conseguido aprender en todos esos sitios? ¡A ver si me presentáis eso!

Luego dijo: “Mientras tanto, le engañáis al maestro que hay en vuestra propia casa. ¿Está bien eso? Cuando conseguís encontrar alguna inmundicia en mi culo, me la quitáis de un lametón, la tomáis por vuestro propio ser y decís: ‘¡Entiendo el Chan, entiendo el Dao!’ Incluso aunque consiguiérais leer el corpus budista entero –¿y qué?

“Los maestros de antaño no podían evitarlo. Cuando te veían corretear sin cuento, te decían ‘Sabiduría suprema (bodhi) y nirvana’. De verdad que te enterraban; clavaban una estaca y te ataban a ella (Linji: “El bodhi y el nirvana son postes para atar a las mulas”). En cambio, cuando veían que no entendías, te decían: “No es el bodhi y el nirvana’. Saber eso ya demuestra que se os ha acabado la suerte; (pero para empeorar las cosas) estáis buscando comentarios y explicaciones de otros. Exterminadores del budismo, ¡siempre habéis sido igual! ¿Y adónde os ha llevado eso hoy?

“Cuando estuve de peregrinación hace algún tiempo, hubo un montón de gente que me dio explicaciones. No tenían malas intenciones, pero un día vi de qué iban y (me di cuenta de) que eran ridículos. ¡Si no muero de aquí a cuatro o cinco años, voy a coger a esos exterminadores del budismo y les voy a romper las piernas!

“En estos tiempos hay cantidad de monjes en los templos que se tiran el rollo; ¿por qué no vais y os unís a ellos? ¿Qué trozo de mierda seca estáis buscando aquí?”
           
El maestro se bajó de su asiento y persiguió a los monjes con su vara hasta sacarlos a golpes de la sala.

Le leyenda dice que Yunmen llegó a contar con decenas de discípulos despertados; no sé cuánto de eso es cierto, aunque a juzgar por el trato dispensado a su cadáver parece dudoso. Como muestra de que la insensatez humana florece por doquier, sus seguidores llegaron a momificar su cuerpo, que se conservó intacto en el monasterio hasta que los Guardianes de la Revolución lo redujeron a cenizas –un desenlace que, irónicamente, encaja mejor con el espíritu indomable de Yunmen que el fetichismo de sus seguidores.

Bien… Sé que si algún día me encuentro en algún lugar con Yunmen, también a mí me romperá las piernas. Pero, si esta traición que acabo de cometer vale para que a una sola persona se le abran los ojos respecto a la verdadera dimensión del Dharma, lo daré por bien empleado.

Y no quiero ni pensar en lo que podría ocurrir si, por el contrario, el que se encuentra con él es el bueno del lama Ricard…

sábado, 1 de mayo de 2010

Las negras nieves del Annapurna


Las identidades, esas fuerzas oscuras que el Buda llamó los tres venenos (confusión, codicia y aversión), siguen su marcha inexorable, como un vertido de petróleo que se extiende sin remedio. Su viscoso chapapote ha alcanzado ya las nieves perpetuas de las cumbres más altas del planeta, que están tomando un tono decididamente negruzco...

Leed si no os lo creéis esta reflexión sobre la última muerte de un alpinista ocurrida en el Annapurna, a la que ha seguido una cruda explosión de reproches que huele a ajuste de cuentas pendientes, con identidades personales y nacionales por medio:

http://www.elpais.com/articulo/deportes/circo/montana/elpepidep/20100501elpepidep_5/Tes

Parece que incluso en este aparente santuario alejado del mundanal ruido se están olvidando algunos valores que se habían preservado, como si fueran delicadas flores de invernadero, entre el colectivo de los alpinistas.

Pero esta lamentable noticia no es algo que concierna sólo a los montañeros. El que la identidad empiece a tener rienda suelta en condiciones tan adversas da una idea del poder que está acumulando, como una infección resistente a los antibióticos, en este mundo desquiciado.

Desde una perspectiva evolutiva, las condiciones de vida extremas en que se desarrolló nuestra especie quizá expliquen por qué la solidaridad y el compañerismo han sido siempre tan valiosos en el comportamiento humano; de otra manera, sin esa primitiva solidaridad tribal, el homo sapiens igual no habría superado tantas calamidades para acabar triunfando como lo ha hecho. Y es que el ser humano, tomado individualmente, es una criatura débil, sobre todo cuando se enfrenta a la naturaleza; su fuerza está en la unión.

Aún hoy, en situaciones de vida o muerte, el egoísmo individual -esencia de la identidad- cede a menudo en beneficio de la supervivencia del grupo. Quizá eso explique en parte por qué algunos sienten la llamada de la montaña como algo digamos "espiritual", aparte de deportivo -un reducto donde aún pueden experimentar los vestigios de un comportamiento humano noble que tanto escasea en nuestras ciudades y pueblos.

Es triste sin duda que la gente pierda la vida de esta manera; es preocupante que la identidad empiece a asomar su sucia cabeza e invadir terrenos que antes le estaban vedados; e incluso es un poco tonto que la gente tenga que organizar expediciones carísimas y complejísimas a países lejanos y poner su vida en riesgo para recuperar un poco de la nobleza de la vida humana.

Afortunadamente, esa misma nobleza está al alcance de todos con sólo volverse hacia dentro y dedicarse con sinceridad e integridad al camino de la auto-transformación. No hace falta arriesgar tu vida; no hace falta gastarse dinero ni buscarse patrocinadores; no hace falta competir contra otros; y desde luego que no hay que darle pie a las identidades.

La cumbre está dentro de cada uno; pero, por suerte, es la misma para todos, de modo que las cuerdas que puso Buda hace siglos y que han renovado incontables maestros desde entonces también valen para ti. Pero cada uno tiene que hacer el esfuerzo por sí mismo, no buscando la gloria personal, sino llevando a todos en el corazón, con el propósito de despejar las antiguas rutas que el tiempo desdibuja sin cesar para que los que vengan detrás también puedan ascender a la cumbre.

lunes, 26 de abril de 2010

El Génesis budista


A veces, los mitos de las religiones pueden servir para ilustrar aspectos del Dharma natural si no nos quedamos en la literalidad de las palabras y miramos entre líneas. Es el caso del Génesis judeo-cristiano, que incluye una narración fundamental sobre las relaciones entre los humanos y los demás seres vivos. Si dejamos de lado la noción de un dios creador y la sustituimos por la fuerza impersonal de la evolución, el relato resulta sorprendentemente claro y concorde con el Dharma.

A menudo las supuestas palabras de “Dios” al primer hombre se esgrimen como justificación del trato muchas veces inhumano que les damos a los animales: Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos. Llenad la tierra; sojuzgadla y tened dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se desplazan sobre la tierra”.


Sin contar con el aspecto digamos “moral” del asunto, hay por lo menos tres problemas con esa interpretación.


El primero es técnico y tiene que ver con la traducción del término hebreo que figura como “sojuzgar y tener dominio” en la versión anterior y que, para algunos, implica más bien la idea de tutelar y gobernar como un soberano justo.


El segundo problema es que, antes de que apareciera el ser humano, “Dios” le había dado la misma instrucción a los animales: Entonces dijo Dios: “Produzcan las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo”. Y creó Dios los grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que se desplazan y que las aguas produjeron, según su especie, y toda ave alada según su especie. Vio Dios que esto era bueno, y los bendijo Dios diciendo: “Sed fecundos y multiplicaos. Llenad las aguas de los mares; y multiplíquense las aves en la tierra”. Es decir, toda especie viva, desde la ameba hasta el rinoceronte, tiene el mismo “mandato” interno de asegurar su propia supervivencia. El conflicto entre los programas de distintas formas de vida se ha dirimido desde la noche de los tiempos mediante el mecanismo que Darwin llamó la supervivencia de los más adaptados, que ha asegurado la perpetuación de la vida en múltiples formas hasta hoy.


Pero es el tercer problema el que me parece más interesante, porque nunca he visto que nadie repare en ello ni lo mencione.


El mandato de “Dios” de crecer en número y gobernar sobre todas las demás formas de vida se le dio a un ser humano muy distinto del que somos hoy día –y de hecho venimos siendo desde hace miles de años. Quien lo recibió era un humano que vivía en unidad con todas las cosas, antes de la “caída” o, en términos cristianos, antes del pecado original.


¿Qué pasó entonces? Que, según el relato bíblico, Adán y Eva comieron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal –en términos budistas, entraron en la dualidad, es decir, la experiencia de que todo lo que existe son cosas separadas, sustanciales e independientes. Antes de eso, como dice el Génesis, estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban; pero luego, tras comer, fueron abiertos los ojos de ambos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron ceñidores. Desnudos o vestidos: eso ya es la dualidad. Luego vinieron todas las demás.


Este hombre caído no es el mismo al que “Dios” le dio el mandato de crecer y multiplicarse y gobernar con justicia sobre todas las criaturas. En su mano, el programa original que apuntaba a una armonía y equilibrio entre todos se convirtió en un arma de destrucción masiva. Lo honrado hubiera sido que el hombre dual se diese cuenta de su nueva condición y abdicase de su privilegio, ahora inmerecido; pero todos sabemos que, en vez de eso, hizo justo lo contrario. Los resultados están a la vista por todas partes: la sobrepoblación de un ser desconectado de la unidad que, después de exterminar numerosas especies animales y vegetales, amenaza ya la supervivencia de la vida misma en el planeta.


Volviendo al relato bíblico, ¿qué pasó después? Que, contrariado por su desobediencia, y para evitar que Adán comiera también del árbol de la vida y se volviera inmortal, Jehovah Dios lo arrojó del jardín de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado. Expulsó, pues, al hombre y puso querubines al oriente del jardín de Edén, y una espada incandescente que se movía en toda dirección, para guardar el camino al árbol de la vida.


Así lo relata el Génesis en términos míticos. El Dharma lo explica de forma más práctica: no hay “Dios” sino evolución impersonal, los querubines que vigilan la entrada al jardín del Edén no son tales sino tres identidades o venenos –Raga (la apetencia sensual), Tanha (la codicia) y Arati (la aversión)– y esa espada incandescente que se mueve en toda dirección no está fuera sino dentro de nosotros, porque no es otra cosa que la mente dual que aflige a los seres humanos desde hace milenios con la plaga del sufrimiento (dukkha).


¿Veis qué bien encaja? Al final va a ser que los antiguos patriarcas judíos sabían más de lo que nos imaginábamos, aunque lo ocultaran tras un lenguaje alegórico...


Así pues, ésa es la propuesta del Dharma: darnos cuenta de que estamos fuera de nuestra condición correcta y natural, ver que no hay agentes externos sobrenaturales que nos impidan regresar a él sino únicamente inercias internas, formidables pero vencibles, que nos mantienen alejados de nuestra propia naturaleza de unidad con todo lo que es… y echar a andar en el camino de volver a casa.


PD: De esta interpretación se desprenden dos corolarios que me gustaría destacar. Primero, que a diferencia del ser humano, las plantas y los animales nunca salieron del jardín del Edén; siguen ahí, esperando nuestro regreso sin reproches a pesar de todas las barbaridades que hemos cometido contra ellos. Segundo, que la misión del Dharma no es mitigar las aflicciones físicas o de identidad de unos y otros en su exilio de la unidad; es indicar el camino de vuelta. Ayudar sí es natural, pero no a costa de dejar el regreso en segundo plano a cambio de una beneficencia social que mitiga los síntomas del sufrimiento sin atacar su causa.

lunes, 12 de abril de 2010

Un poema de Rumi

Éste es un poema de Rumi que ha pasado por las manos de un traductor al inglés y luego por las mías propias de camino al español. No sé cuánto queda en él de su letra y espíritu originales, pero a mí me sigue provocando una sonrisa:


Poco a poco, destétate.

Eso es el meollo de lo que tengo que decir.

De un embrión, cuyo alimento le llega por la sangre,

pasa a ser un bebé que bebe leche,

un niño que come alimento sólido,

un buscador de sabiduría,

un cazador de presas más invisibles.


Piensa en cómo sería tener una conversación con un embrión.

Podrías decirle, “El mundo de fuera es vasto y complejo.

Hay campos de trigo y puertos de montaña,

y huertos en flor.

De noche hay millones de galaxias, y a la luz del sol

la belleza de los amigos que bailan en una boda”.


Le preguntas al embrión por qué se queda enclaustrado

en la oscuridad con ojos cerrados.

Escucha su respuesta:


No hay “otro mundo”.

Sólo sé lo que he experimentado.

Debes estar flipando.

domingo, 4 de abril de 2010

La liberación no está en las palabras

A veces transfiero a la sección principal del blog algún comentario si creo que sirve para ilustrar una cuestión útil. Abajo incluyo uno reciente sobre la entrada anterior, junto con mi respuesta:


El ser humano, efectivamente, se comporta de forma egoísta, y probablemente desapareceremos por nuestros propios méritos o, quizá, a manos de una de las extinciones sobrevenidas que cíclicamente se han dado en nuestro pequeño planeta (una cierta cuestión de probabilidad). Los budistas, los cristianos, los musulmanes, los ateos y los nada, todos, jugamos a obviar el problema o a intentar solucionarlo, como si eso le importara algo al universo.


Nos creemos importantes, y esa importancia busca su propia sustancia en nuestras creaciones mentales, en nuestras propias estructuras del pensamiento, ya sean religiosas, bondadosas, vitalistas, nihilistas o lo que nos dé por inventar.


La liberación no existe. No hay nada que podamos liberar, y aunque jugáramos –juguemos– a hacerlo y lo consiguiéramos –consigamos–, no tendría absolutamente ninguna trascendencia.


¿Qué nos enseña si no el devenir del hombre hasta nuestros días?


Anónimo:


¿Qué es para ti la liberación? ¿Cómo sabes que no existe?


“Supongamos que todo el mundo tiene una cajita con algo dentro, a lo que llama escarabajo. Nadie puede mirar dentro de las cajas ajenas y todo el mundo dice que sabe lo que es un escarabajo mirando al suyo. En tal situación, sería perfectamente posible que cada uno tuviera algo distinto en su caja, e incluso que ese algo estuviera cambiando constantemente. ¿Tendría sentido la palabra escarabajo en el lenguaje de esa gente?” (Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, párrafo 293).


Es decir, las palabras son cajitas que pueden tener dentro varias cosas: una experiencia, un concepto, una opinión (fundada o infundada), etc. Sólo porque todas las palabras tengan la misma apariencia por fuera no quiere decir que todas contengan lo mismo por dentro.


Presentar palabras llenas de conceptos y opiniones como si contuvieran experiencias de verdad es lo mismo que ir a una tienda y pretender pagar con billetes del Monopoly.


Detrás de su ruido y furia, lo que tus palabras dejan traslucir es que no has conocido la experiencia de la liberación. Por eso, como tú no la has alcanzado, crees que nadie más la puede alcanzar.


Eso es tan absurdo como si, por ejemplo, no supieras chino y por tanto creyeras que ese idioma no es más que un galimatías que no comunica nada, una especie de farol que algunos se tiran sólo para darse aires y engañar a los incautos.


Pero hay gente que habla en chino... y, es más, se entienden entre sí.


Entonces, ¿qué hacer?


Si, como sospecho, no las tienes todas contigo en cuanto a que no haya liberación, ¿qué es más sensato? ¿Irrumpir en una conversación donde nadie te ha llamado dando voces para disuadir a los demás de que aprendan ese idioma? ¿O buscarte un buen maestro que te enseñe para que seas capaz de ver más allá de tus ideas y opiniones?


En el primer caso, te asegurarías tener algo de compañía en tu sufrimiento –un pobre consuelo, en mi opinión. En el segundo, que requiere bastante más coraje y esfuerzo, a lo mejor podrías aprender algo valioso de verdad para ti y para los demás.


La elección es tuya. Como siempre, te deseo buena suerte en tu camino.