lunes, 26 de julio de 2010
Atrápalo si puedes
miércoles, 21 de julio de 2010
¿Por dónde se va a la verdad última?
lunes, 12 de julio de 2010
Ni una cosa ni la contraria
¡Qué resbaladizos eran estos maestros Chan cuando se los intentaba atrapar con la mente cognitiva!
viernes, 9 de julio de 2010
Pero... ¿cómo puede ser espiritual ESO?
jueves, 1 de julio de 2010
Malas noticias: los expertos afirman que hay que currárselo
jueves, 10 de junio de 2010
¿Una transmisión especial al margen de las escrituras?
domingo, 30 de mayo de 2010
Mi Zen es mejor que el tuyo
En ella, Kearns se presenta con un amigo y socio en las oficinas centrales de la Ford para enseñarles su artefacto y convencerles de que compren su patente. En la calle, ante la mirada sorprendida de los ingenieros, que han estado lidiando durante años con el problema sin encontrarle solución, Kearns procede a demostrarles cómo funciona el limpiaparabrisas en su propio coche –naturalmente sin dejarles acercarse demasiado ni mirar debajo del capó para no revelar el secreto de la patente.
El jefe de los ingenieros de la Ford, intrigado por el invento, intenta sacarle más información y le hace varias preguntas, a las que Kearns contesta con evasivas. Al final, dándose por vencido, pasa del interés comercial de su empresa al interés humano y casi la admiración deportiva ante alguien que ha resuelto un problema contra el que él mismo y su equipo se han estrellado varias veces. Entonces le pregunta en qué universidad estudió. Kearns le contesta: “Case-Western”. El ingeniero responde: “Hmm… buena universidad”.
¿No es éste el mejor ejemplo de lo que debería ser el linaje, bien entendido? No es un arma arrojadiza para descalificar a otros o colocarse por encima de ellos, ni tampoco una etiqueta de la que uno se sirve para reclamar un status superior a los demás por el hecho de “pertenecer” a esta o aquella otra escuela; es simplemente un dato. Sólo las prestaciones de uno en el desempeño de sus tareas pueden honrar o no en retrospectiva a su(s) maestro(s) y escuela(s); nunca al revés.
Es decir, es exactamente al contrario de como se suele hacer hoy y, lamentablemente, como se ha venido haciendo hace siglos, incluso en las fases tempranas del budismo en China (ver “La conspiración del silencio en el Chan y el Zen” en http://www.mahabodhisunyata.com).
¿Por qué es famoso, por ejemplo, Johannes Kepler? ¿Por haber estudiado con un seguidor de Copérnico? ¿Por haber trabajado como ayudante de Tycho Brahe? ¿O, entre otros logros, por haber formulado él mismo las leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita solar?
Mejor dejar que tus acciones (y tus no-acciones) hablen por ti. La auto-alabanza y la auto-promoción son parte del camino comercial y político, no del Dharma natural. Ambos están abiertos a todos, lleven o no túnicas de colores y el cráneo rapado, y nunca se puede saber qué senda tomará cada uno en cada una de sus acciones.
Como dijo un poeta antiguo, “Fácil es el descenso a los infiernos: las puertas están abiertas de par en par día y noche”.
viernes, 21 de mayo de 2010
Ruiseñores psicotrópicos
lunes, 17 de mayo de 2010
El rugido del león
sábado, 1 de mayo de 2010
Las negras nieves del Annapurna
Las identidades, esas fuerzas oscuras que el Buda llamó los tres venenos (confusión, codicia y aversión), siguen su marcha inexorable, como un vertido de petróleo que se extiende sin remedio. Su viscoso chapapote ha alcanzado ya las nieves perpetuas de las cumbres más altas del planeta, que están tomando un tono decididamente negruzco...
Leed si no os lo creéis esta reflexión sobre la última muerte de un alpinista ocurrida en el Annapurna, a la que ha seguido una cruda explosión de reproches que huele a ajuste de cuentas pendientes, con identidades personales y nacionales por medio:
http://www.elpais.com/articulo/deportes/circo/montana/elpepidep/20100501elpepidep_5/Tes
Parece que incluso en este aparente santuario alejado del mundanal ruido se están olvidando algunos valores que se habían preservado, como si fueran delicadas flores de invernadero, entre el colectivo de los alpinistas.
Pero esta lamentable noticia no es algo que concierna sólo a los montañeros. El que la identidad empiece a tener rienda suelta en condiciones tan adversas da una idea del poder que está acumulando, como una infección resistente a los antibióticos, en este mundo desquiciado.
Desde una perspectiva evolutiva, las condiciones de vida extremas en que se desarrolló nuestra especie quizá expliquen por qué la solidaridad y el compañerismo han sido siempre tan valiosos en el comportamiento humano; de otra manera, sin esa primitiva solidaridad tribal, el homo sapiens igual no habría superado tantas calamidades para acabar triunfando como lo ha hecho. Y es que el ser humano, tomado individualmente, es una criatura débil, sobre todo cuando se enfrenta a la naturaleza; su fuerza está en la unión.
Aún hoy, en situaciones de vida o muerte, el egoísmo individual -esencia de la identidad- cede a menudo en beneficio de la supervivencia del grupo. Quizá eso explique en parte por qué algunos sienten la llamada de la montaña como algo digamos "espiritual", aparte de deportivo -un reducto donde aún pueden experimentar los vestigios de un comportamiento humano noble que tanto escasea en nuestras ciudades y pueblos.
Es triste sin duda que la gente pierda la vida de esta manera; es preocupante que la identidad empiece a asomar su sucia cabeza e invadir terrenos que antes le estaban vedados; e incluso es un poco tonto que la gente tenga que organizar expediciones carísimas y complejísimas a países lejanos y poner su vida en riesgo para recuperar un poco de la nobleza de la vida humana.
Afortunadamente, esa misma nobleza está al alcance de todos con sólo volverse hacia dentro y dedicarse con sinceridad e integridad al camino de la auto-transformación. No hace falta arriesgar tu vida; no hace falta gastarse dinero ni buscarse patrocinadores; no hace falta competir contra otros; y desde luego que no hay que darle pie a las identidades.
La cumbre está dentro de cada uno; pero, por suerte, es la misma para todos, de modo que las cuerdas que puso Buda hace siglos y que han renovado incontables maestros desde entonces también valen para ti. Pero cada uno tiene que hacer el esfuerzo por sí mismo, no buscando la gloria personal, sino llevando a todos en el corazón, con el propósito de despejar las antiguas rutas que el tiempo desdibuja sin cesar para que los que vengan detrás también puedan ascender a la cumbre.
lunes, 26 de abril de 2010
El Génesis budista
Sin contar con el aspecto digamos “moral” del asunto, hay por lo menos tres problemas con esa interpretación.
El primero es técnico y tiene que ver con la traducción del término hebreo que figura como “sojuzgar y tener dominio” en la versión anterior y que, para algunos, implica más bien la idea de tutelar y gobernar como un soberano justo.
El segundo problema es que, antes de que apareciera el ser humano, “Dios” le había dado la misma instrucción a los animales: Entonces dijo Dios: “Produzcan las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo”. Y creó Dios los grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que se desplazan y que las aguas produjeron, según su especie, y toda ave alada según su especie. Vio Dios que esto era bueno, y los bendijo Dios diciendo: “Sed fecundos y multiplicaos. Llenad las aguas de los mares; y multiplíquense las aves en la tierra”. Es decir, toda especie viva, desde la ameba hasta el rinoceronte, tiene el mismo “mandato” interno de asegurar su propia supervivencia. El conflicto entre los programas de distintas formas de vida se ha dirimido desde la noche de los tiempos mediante el mecanismo que Darwin llamó la supervivencia de los más adaptados, que ha asegurado la perpetuación de la vida en múltiples formas hasta hoy.
Pero es el tercer problema el que me parece más interesante, porque nunca he visto que nadie repare en ello ni lo mencione.
El mandato de “Dios” de crecer en número y gobernar sobre todas las demás formas de vida se le dio a un ser humano muy distinto del que somos hoy día –y de hecho venimos siendo desde hace miles de años. Quien lo recibió era un humano que vivía en unidad con todas las cosas, antes de la “caída” o, en términos cristianos, antes del pecado original.
¿Qué pasó entonces? Que, según el relato bíblico, Adán y Eva comieron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal –en términos budistas, entraron en la dualidad, es decir, la experiencia de que todo lo que existe son cosas separadas, sustanciales e independientes. Antes de eso, como dice el Génesis, estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban; pero luego, tras comer, fueron abiertos los ojos de ambos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron ceñidores. Desnudos o vestidos: eso ya es la dualidad. Luego vinieron todas las demás.
Este hombre caído no es el mismo al que “Dios” le dio el mandato de crecer y multiplicarse y gobernar con justicia sobre todas las criaturas. En su mano, el programa original que apuntaba a una armonía y equilibrio entre todos se convirtió en un arma de destrucción masiva. Lo honrado hubiera sido que el hombre dual se diese cuenta de su nueva condición y abdicase de su privilegio, ahora inmerecido; pero todos sabemos que, en vez de eso, hizo justo lo contrario. Los resultados están a la vista por todas partes: la sobrepoblación de un ser desconectado de la unidad que, después de exterminar numerosas especies animales y vegetales, amenaza ya la supervivencia de la vida misma en el planeta.
Volviendo al relato bíblico, ¿qué pasó después? Que, contrariado por su desobediencia, y para evitar que Adán comiera también del árbol de la vida y se volviera inmortal, Jehovah Dios lo arrojó del jardín de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado. Expulsó, pues, al hombre y puso querubines al oriente del jardín de Edén, y una espada incandescente que se movía en toda dirección, para guardar el camino al árbol de la vida.
Así lo relata el Génesis en términos míticos. El Dharma lo explica de forma más práctica: no hay “Dios” sino evolución impersonal, los querubines que vigilan la entrada al jardín del Edén no son tales sino tres identidades o venenos –Raga (la apetencia sensual), Tanha (la codicia) y Arati (la aversión)– y esa espada incandescente que se mueve en toda dirección no está fuera sino dentro de nosotros, porque no es otra cosa que la mente dual que aflige a los seres humanos desde hace milenios con la plaga del sufrimiento (dukkha).
¿Veis qué bien encaja? Al final va a ser que los antiguos patriarcas judíos sabían más de lo que nos imaginábamos, aunque lo ocultaran tras un lenguaje alegórico...
Así pues, ésa es la propuesta del Dharma: darnos cuenta de que estamos fuera de nuestra condición correcta y natural, ver que no hay agentes externos sobrenaturales que nos impidan regresar a él sino únicamente inercias internas, formidables pero vencibles, que nos mantienen alejados de nuestra propia naturaleza de unidad con todo lo que es… y echar a andar en el camino de volver a casa.
PD: De esta interpretación se desprenden dos corolarios que me gustaría destacar. Primero, que a diferencia del ser humano, las plantas y los animales nunca salieron del jardín del Edén; siguen ahí, esperando nuestro regreso sin reproches a pesar de todas las barbaridades que hemos cometido contra ellos. Segundo, que la misión del Dharma no es mitigar las aflicciones físicas o de identidad de unos y otros en su exilio de la unidad; es indicar el camino de vuelta. Ayudar sí es natural, pero no a costa de dejar el regreso en segundo plano a cambio de una beneficencia social que mitiga los síntomas del sufrimiento sin atacar su causa.
lunes, 12 de abril de 2010
Un poema de Rumi
Éste es un poema de Rumi que ha pasado por las manos de un traductor al inglés y luego por las mías propias de camino al español. No sé cuánto queda en él de su letra y espíritu originales, pero a mí me sigue provocando una sonrisa:
Poco a poco, destétate.
Eso es el meollo de lo que tengo que decir.
De un embrión, cuyo alimento le llega por la sangre,
pasa a ser un bebé que bebe leche,
un niño que come alimento sólido,
un buscador de sabiduría,
un cazador de presas más invisibles.
Piensa en cómo sería tener una conversación con un embrión.
Podrías decirle, “El mundo de fuera es vasto y complejo.
Hay campos de trigo y puertos de montaña,
y huertos en flor.
De noche hay millones de galaxias, y a la luz del sol
la belleza de los amigos que bailan en una boda”.
Le preguntas al embrión por qué se queda enclaustrado
en la oscuridad con ojos cerrados.
Escucha su respuesta:
No hay “otro mundo”.
Sólo sé lo que he experimentado.
Debes estar flipando.
domingo, 4 de abril de 2010
La liberación no está en las palabras
A veces transfiero a la sección principal del blog algún comentario si creo que sirve para ilustrar una cuestión útil. Abajo incluyo uno reciente sobre la entrada anterior, junto con mi respuesta:
El ser humano, efectivamente, se comporta de forma egoísta, y probablemente desapareceremos por nuestros propios méritos o, quizá, a manos de una de las extinciones sobrevenidas que cíclicamente se han dado en nuestro pequeño planeta (una cierta cuestión de probabilidad). Los budistas, los cristianos, los musulmanes, los ateos y los nada, todos, jugamos a obviar el problema o a intentar solucionarlo, como si eso le importara algo al universo.
Nos creemos importantes, y esa importancia busca su propia sustancia en nuestras creaciones mentales, en nuestras propias estructuras del pensamiento, ya sean religiosas, bondadosas, vitalistas, nihilistas o lo que nos dé por inventar.
La liberación no existe. No hay nada que podamos liberar, y aunque jugáramos –juguemos– a hacerlo y lo consiguiéramos –consigamos–, no tendría absolutamente ninguna trascendencia.
¿Qué nos enseña si no el devenir del hombre hasta nuestros días?
Anónimo:
¿Qué es para ti la liberación? ¿Cómo sabes que no existe?
“Supongamos que todo el mundo tiene una cajita con algo dentro, a lo que llama escarabajo. Nadie puede mirar dentro de las cajas ajenas y todo el mundo dice que sabe lo que es un escarabajo mirando al suyo. En tal situación, sería perfectamente posible que cada uno tuviera algo distinto en su caja, e incluso que ese algo estuviera cambiando constantemente. ¿Tendría sentido la palabra escarabajo en el lenguaje de esa gente?” (Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, párrafo 293).
Es decir, las palabras son cajitas que pueden tener dentro varias cosas: una experiencia, un concepto, una opinión (fundada o infundada), etc. Sólo porque todas las palabras tengan la misma apariencia por fuera no quiere decir que todas contengan lo mismo por dentro.
Presentar palabras llenas de conceptos y opiniones como si contuvieran experiencias de verdad es lo mismo que ir a una tienda y pretender pagar con billetes del Monopoly.
Detrás de su ruido y furia, lo que tus palabras dejan traslucir es que no has conocido la experiencia de la liberación. Por eso, como tú no la has alcanzado, crees que nadie más la puede alcanzar.
Eso es tan absurdo como si, por ejemplo, no supieras chino y por tanto creyeras que ese idioma no es más que un galimatías que no comunica nada, una especie de farol que algunos se tiran sólo para darse aires y engañar a los incautos.
Pero hay gente que habla en chino... y, es más, se entienden entre sí.
Entonces, ¿qué hacer?
Si, como sospecho, no las tienes todas contigo en cuanto a que no haya liberación, ¿qué es más sensato? ¿Irrumpir en una conversación donde nadie te ha llamado dando voces para disuadir a los demás de que aprendan ese idioma? ¿O buscarte un buen maestro que te enseñe para que seas capaz de ver más allá de tus ideas y opiniones?
En el primer caso, te asegurarías tener algo de compañía en tu sufrimiento –un pobre consuelo, en mi opinión. En el segundo, que requiere bastante más coraje y esfuerzo, a lo mejor podrías aprender algo valioso de verdad para ti y para los demás.
La elección es tuya. Como siempre, te deseo buena suerte en tu camino.