miércoles, 28 de junio de 2017

"Mindfulness" por aquí, "mindfulness" por allá

Últimamente es difícil mirar alrededor en el mercadillo psicológico-espiritual y no ver ofertas de mindfulness en cursos y talleres de las disciplinas más variopintas. Como casi todo, esta proliferación tiene por lo menos dos caras. Sus ventajas y beneficios potenciales ya se proclaman más que suficiente a diestro y siniestro, pero nadie parece querer hablar de lo que se pierde por el camino...

Impulsada desde los EEUU por un grupo de meditadores adiestrados en la escuela Theravada, la mindfulness o "atención plena" está en auge, en parte gracias al respaldo científico obtenido una vez se ha visto que su práctica está correlacionada con cierta actividad cerebral (ya sabemos que, para la ciencia, lo que no se puede medir no existe). Así pues, aunque esta disciplina lleva existiendo miles de años en contextos espirituales, ahora se la presenta como si fuese una novedad, una panacea multiusos apta para todos los públicos y aplicable a todos los ámbitos de la vida laica: empaquetada con una etiqueta pintona, promocionada con el aliciente de diplomas y certificados de capacitación profesional, y avalada por parte de la comunidad científica, que empieza a abrirle las puertas de la medicina institucional.

Pero esta mindfulness no es un brote nuevo; es más bien una rama desgajada de un árbol muy antiguo, con el que mantenía una relación orgánica que fácilmente se pierde de vista en esta versión mundana.

En efecto, la atención plena (samma-sati en pali) es uno de los elementos del Noble Óctuple Sendero, que Siddhartha Gautama enunció hace por lo menos 2.500 años; como tal, guarda una relación de dependencia mutua con los demás elementos de ese sendero, como si fuesen los radios de una rueda. Extraer la mindfulness de su contexto original no le afecta al Dharma, puesto que samma-sati sigue disponible para quienes quieran practicarla como parte del Óctuple Sendero. En cambio, cuando nos proponen practicarla de manera aislada, olvidando a sus siete hermanas, cabe preguntarse: ¿para qué vale un radio suelto, aparte de la rueda que contribuía a sostener?

La cuestión se entiende mejor cuando vemos que el Noble Óctuple Sendero abarca tres apartados: la ética (sila), que comprende la recta acción, recta palabra y recto modo de ganarse la vida; la meditación (samadhi), que incluye la recta atención (samma-sati), la recta energía y la recta concentración; y la sabiduría (prajña), representada por la recta actitud y la recta comprensión. Como vemos, la mindfulness es un factor de la meditación, pero no es un fin en sí misma; requiere como base una conducta ética y contribuye a la sabiduría que cultiva el budismo -que tampoco es cualquier saber mundano de andar por casa.

Supongamos entonces que la mindfulness proporciona todos los beneficios que se le atribuyen, tales como mejorar la capacidad de concentración, la memoria, la agudeza mental, etc. ¿Qué pasa si, por ejemplo, le ayuda efectivamente al ludópata a jugar mejor sus cartas o al gestor de un fondo buitre a exprimir a unos accionistas minoritarios? ¿Qué clase de sabiduría podemos esperar que posea un político que ha aplicado con éxito la mindfulness para refinar sus corruptelas sin levantar sospechas? Y tampoco se puede pasar por alto la posibilidad de que algunos practicantes noveles de esta atención se encuentren con que en el proceso afloran aspectos de su vida o recuerdos con los que no están preparados para lidiar. A little knowledge is a dangerous thing: el conocimiento incompleto tiene sus riesgos.

Es curioso ver cómo en Occidente nos apropiamos de enseñanzas ancestrales de otras culturas, poniéndolas de moda como si fuesen lo último una vez las hemos maquillado a nuestro gusto con el barniz de la modernidad laica y del progreso científico. Y no es solo cuestión de arrogancia cultural; en este caso, esa apropiación conlleva otra maniobra de consecuencias más serias.

Más allá de sus formas externas, estas prácticas forman parte de un enfoque integral y están diseñadas para propiciar un cambio de rumbo en nuestra vida, a base de refrenar y disolver nuestro ego y sus manifestaciones. Si en vez de eso, solo usamos la mindfulness como una técnica autosuficiente para afinar la puntería y conseguir mejor nuestros objetivos egoicos, sin cuestionar nuestro comportamiento ni el valor ético de lo que deseamos, podemos acabar yendo en dirección opuesta. En ese caso, simplemente habremos perfeccionado una manera de obedecer a los impulsos de nuestra confusión, codicia y aversión de forma más eficiente.

Es lo mismo que ocurre cuando se adopta la meditación simplemente como técnica de relajación: convertimos un antídoto del comportamiento egocéntrico en un simple paliativo de sus efectos menos deseables, que de hecho puede favorecer que continúen esas conductas malsanas al calmar sus síntomas, haciéndolos más llevaderos, sin atacar su causa más profunda.

Sí, es sorprendente la habilidad que tiene nuestra sociedad para asimilar y domesticar, dar la vuelta y regurgitar en forma de objeto de consumo incluso aquellos movimientos de ruptura que más podrían amenazar sus cimientos, ya sea la figura del Ché en chapas y camisetas baratas, la música pop adocenada en que ha derivado la rebelión contracultural de los '50 y '60, la industria de la pornografía a lomos de la liberación sexual... o la meditación mindfulness convenientemente descafeinada para todos, sin rastro de su "retrógrado" contexto espiritual.