El
maestro Shanjian Dashi siempre nos recordaba que hay que mirar más allá de las
palabras. “En el Dharma no puedes entender nada si no miras más allá de las
palabras”, nos decía, o “las palabras son la primera de las diez puertas del
Dharma”, etc.
El otro
día, mi sobrina me trajo un regalo del colegio que había hecho especialmente
para mí: una bola de barro seco envuelta en un kleenex arrugado.
Hace
unos años, es posible que no me hubiera hecho ninguna ilusión recibir algo tan
vulgar y aparentemente inútil.
Afortunadamente,
la ocasión me pilló preparado para ver lo que me estaba regalando, más allá del
barro y del kleenex. Y por si tuviera
alguna duda, la sonrisa que me dedicó mientras me entregaba su regalo despejó
cualquier posibilidad de malinterpretarlo.
Ella,
una niña de seis años sin noción alguna del budismo, me volvió a enseñar una de
las lecciones más importantes que me había inculcado un maestro realizado.
En
cualquier hogar de los considerados “decentes”, ese regalo habría acabado con
toda probabilidad en la papelera. Pero ahora, en vez de ir a la basura, esta
humilde bola de barro forma parte de mi altar, como recordatorio elocuente de
todo lo que se puede transmitir cuando uno no se queda en las formas ni en las
etiquetas.
Una niña
de seis años lo sabe…
¿Y
nosotros… con todo nuestro bagaje de adultos… lo sabemos también?