Esta entrevista al montañero italiano Simone Moro, publicada hoy en un diario español, contiene reflexiones que arrojan una luz sorprendente sobre el camino en el que estamos: casi lo único que hace falta es cambiar “alpin-” por “bud-”, “montaña” por “camino del Dharma”, etc. No somos tan distintos de los demás como a veces podemos llegar a creer.
Aquí sigue una selección de preguntas y respuestas:
Pregunta. ¿Qué significa la palabra aventura para usted?
Respuesta. Algo que no está relacionado con los récords,
los resultados o el éxito. Para mí, la aventura es algo que implica dos
elementos básicos: la exposición y lo desconocido o misterioso. La aventura
está íntimamente unida a lo que denominamos exploración. Una exploración tiene
lugar tanto si es exitosa como si no, ya que explorar algo implica intentar
alcanzar una región (física y mentalmente) que hasta entonces estaba
inexplorada, por lo que cada paso que se da es ya un éxito.
P. ¿Qué conclusión personal ha extraído tras la experiencia
en el Everest?
R. He confirmado una vez más que el mayor peligro de este
planeta está personificado en al figura de los seres humanos, en la gente…
Mucho más peligrosos que las avalanchas, las tormentas, los terremotos… El ser
humano es el mayor peligro para el propio ser humano. En todas partes
encontrarás buena gente y mala gente, incluso a ocho mil metros de altura, e
incluso entre los sherpas…
P. Dice Ueli Steck que para ser un gran alpinista no se
puede tener familia. ¿Está de acuerdo?
R. Para ser un gran alpinista, tanto como para ser un gran
hombre, no debes nunca sacrificar tu naturaleza interna, tu esencia. Es
simplemente un tema de capacidad, organización, alma… Así que entiendo
perfectamente si alguien necesita estar solo o sin familia para alcanzar sus objetivos.
Pero otros posiblemente también lo puedan hacer teniendo una vida normal
esperándoles. Es un asunto de libre elección, y no algo necesariamente
obligatorio.
P. ¿Qué significa fracasar en la montaña?
R. No existe el fracaso en la montaña. Es una palabra
inventada y usada por periodistas y algún que otro colega montañero estúpido o
celoso. Cualquier paso, por pequeño que sea, adentrándote en un terreno natural
con el que has soñado es ya en sí un éxito. Si esos pequeños pasos te llevan
hasta la cima y a alcanzar tus sueños, entonces todo ello supone un logro aún
mayor.
P. El mundo de la montaña vende compañerismo, amistad,
trabajo en equipo, autenticidad… pero sabemos que esto no es siempre cierto,
¿verdad?
R. Cada vez es peor… La sociedad
cambia, y con ella los alpinistas. Se enfrentan por patrocinadores,
popularidad, visibilidad, fama… En porcentaje, en el mundo del alpinismo hay
exactamente el mismo porcentaje de idiotas que en la sociedad en la que
vivimos. Así, pese a que tengo buenos amigos en el mundo del alpinismo, intento
refugiarme y alejarme de todo cuando estoy en casa. No soy el típico tipo
extrovertido que busca compartir momentos con la comunidad montañera. Siempre
tienen algo sobre lo que discutir, y ya estoy cansado de escuchar a la gente
quejarse o acusar a otros. Prefiero aprovechar mi tiempo libre saliendo a
correr, escalando, o simplemente pasando tiempo con mi familia.
P. ¿Le desvelan los amigos perdidos en la montaña?
R. Sí, claro que sí. Soy una persona muy sensible. He
perdido docenas de amigos en la montaña. Anatoli Boukreev o Iñaki Ochoa, dos de
mis mejores amigos. Pero en lugar de quedarme en casa llorando su pérdida,
prefiero vivir mi vida en su honor.
P. Después de tantos años relacionado con la montaña, ¿cómo
hace para mantener intacta la ilusión?
R. La pasión y la fuerza de mi sueño. El deseo de seguir
explorando a grandes alturas. Todo esto ha sido fundamental, y ahora también mi
nueva carrera como piloto de helicópteros que me permite permanecer en la
montaña, en primera línea, explorando otros límites de una forma paralela, y en
cierto modo también más útil que cuando simplemente escalo en solitario para
mí. Así que puedo afirmar que estoy muy feliz por lo que tengo ahora, y por lo
que haré en el futuro en las montañas.
¿Cómo sería nuestra vida si la viviéramos con ese mismo espíritu aventurero y explorador, lleno de la pasión y fuerza de nuestros sueños y en honor de los que nos han abierto el camino hacia nuestra propia naturaleza?
domingo, 29 de diciembre de 2013
lunes, 23 de diciembre de 2013
Otro Espíritu de las Navidades Pasadas
Se
acerca la Navidad y con ella, otra oportunidad de sentirse ajeno a una gran
ilusión compartida por la inmensa mayoría, al menos en su conducta. ¡Qué suerte!
No es
por ser aguafiestas, pero se puede encarar como un buen entrenamiento para el
despertar budista, donde nos liberamos del espejismo colectivo que nos tiene hipnotizados,
dando vueltas a una noria inventada que construimos entre todos, huyendo del
sufrimiento en pos de una falsa felicidad. Así aprendemos a ir contracorriente,
haciendo caso a la voz interna y no a los cantos de sirena que llegan de fuera.
Como los salmones, nuestra meta está río arriba.
Es
curioso que, hablando con la gente, cuesta encontrar a un adulto que
realmente celebre la llegada de esta fiesta. Más bien al contrario, aparte de la
posible reunión con allegados queridos y ausentes, muchos resienten estas
fechas con su sarta interminable de obligaciones y expectativas: codearse con
las muchedumbres en la gran fiesta del consumo superfluo, acertar con los
regalos, cocinar para un batallón, poner belenes y decorar árboles de Navidad, vivir
en incómoda cercanía con la familia: estar impecablemente elegantes y
ocurrentes con la propia, comprensivos y agradecidos con la política, pacientes
y atentos con la chiquillería, en suma, agradables y conciliadores con todos...
¡No es de extrañar que las cifras de divorcio se disparen en enero, recién salidos
del túnel navideño!
En el
budismo se habla de la falsa felicidad, que depende de las cambiantes circunstancias
externas, para contraponerla con la verdadera, que es parte de nuestra propia naturaleza
y es incondicional. Bien, pues en estas fechas se nos incita a rizar el rizo y crear
una felicidad doblemente falsa, en la que muchos escenifican de puertas afuera
unos sentimientos que se les suponen pero que no sienten en absoluto. The show must go on...
¿Y los
niños? Aunque parecen los grandes protagonistas, les hacemos un flaco favor.
Primero, porque hemos convertido una fiesta eminentemente religiosa en una
orgía de compras (al menos, ahí nos hemos quitado la careta y veneramos al verdadero
dios del mundo: el consumo). Y segundo, porque en vez de educarles en la
realidad de la naturaleza humana con su experiencia ilusoria del mundo, que casi
nadie conoce ya ni de oídas, creamos para ellos una fantasía burda de la que
inevitablemente se van a desengañar antes o después. Entonces, quizá el único
escape que les quede sea recrear esa fantasía para sus propios hijos en el
futuro, si los tienen... y seguir transmitiendo así los errores de generación
en generación.
¿Por qué
no avanzar en dirección contraria, a desenmascarar las trampas de la mente en
vez de redoblarlas? Los niños no tienen defensa ante los relatos que les enseñamos
en esa edad. ¿No merece su inocencia que la alimentemos con ideas más sanas y
naturales? ¿De verdad queremos que sigan nuestros pasos, desengañados como
estamos de las fábulas navideñas pero aún bajo el influjo de otras ilusiones
más perniciosas?
Y que
conste que escribo esto desde el respeto a la figura de Jesucristo y lo que
significa para miles de personas sinceras, que quizá estén tan escandalizados
como yo o más, viendo cómo ha cambiado el sentido de la Navidad que ellos viven
como algo espiritual y auténtico.
A mar revuelto...
La
naturaleza es realmente asombrosa. Este vídeo muestra a unos delfines de la
especie tursiops truncatus que usan
una técnica de pesca nunca vista antes. Las imágenes dan fe de una inteligencia
y una creatividad naturales que muchos creerían reservadas a los humanos.
Nadando
por aguas poco profundas en el Golfo de México, los delfines localizan primero un
banco de peces y luego uno de ellos lo rodea al tiempo que va golpeando el fondo
con su cola, levantando así suficiente arena para formar un cerco alrededor del
banco. Entonces, los peces se sienten acorralados por lo que parece una red que
se cierra sobre ellos, saltan del agua para escapar y... caen en las fauces de
los delfines, que les esperan con la boca abierta, casi con una sonrisa –ciertamente
parecen divertirse mucho con esta arte de pesca.
Quizá
sea casualidad, pero los círculos que dejan en el agua me recuerdan mucho a los
círculos Zen llamados ensō, trazados
con la misma naturalidad cuando están bien hechos, sin identidad que los controle.
Qué
distintos estos círculos de arena de las añagazas y encerronas que nos tendemos
los humanos unos a otros cuando detrás hay alguien que quiere beneficiarse y
medrar. En nuestra sociedad consumista y competitiva, hemos hecho de la media
verdad un arte y de la argucia un estilo de vida. Pero todo es feo, forzado,
ramplón, sin vuelo –por hablar solo de estética.
La
naturaleza también engaña, cierto, pero no hay un “yo” que se aproveche de
ello. En cambio, mira casi cualquier engañifa humana y captarás enseguida el
tufillo de la identidad que se frota las manos y sale ganando con el trato, ya sea
una persona, una empresa o un partido político.
El
camino espiritual tampoco es una excepción. No es que las ropas exóticas, los
rituales impactantes o los ambientes evocadores sean de por sí un indicio de
mala intención, pero tampoco son garantía de nada y es fácil apegarse a ellos y
despistarse. Eso sí, ante alguien que se adorna mucho al hablar u ofrece
explicaciones nebulosas sin fundamento aparente, cuidado:
en el mejor de los casos, no tiene las ideas claras, y en el peor, hay trampa
por algún lado. ¿Son herramientas necesarias o una cortina de humo que te
impide ver lo que está pasando y te puede llevar a saltar adonde menos te
conviene?
Para mí,
ésa es la enseñanza que estos delfines tursiops
truncatus ilustran con elegancia insuperable: A río revuelto, ganancia de pescadores. Y a la inversa, podríamos
decir que en la claridad de la comprensión, nadamos como pez en el agua.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Tenía que pasar...
Sus caras reflejan consternación y rechazo... ¿Cómo no entenderlo?
¿Es solo una ocurrencia de la prensa humorística o hay algo más profundo detrás del chiste?
¿Qué ser vivo participante del Dharma natural querría acabar como nosotros, con todo nuestro sufrimiento y destrucción?
¿Es solo una ocurrencia de la prensa humorística o hay algo más profundo detrás del chiste?
¿Qué ser vivo participante del Dharma natural querría acabar como nosotros, con todo nuestro sufrimiento y destrucción?
miércoles, 23 de octubre de 2013
El principio de la sabiduría
A veces, el principio de la sabiduría puede llegar al final de una vida o de una larga trayectoria profesional colmada de aparentes éxitos y reconocimientos...
viernes, 18 de octubre de 2013
El cielo polifónico
Cuando releo cosas que he escrito
en el pasado, veo que constantemente busco ofrecer en ellas la explicación del
Dharma más palmaria y gráfica de que soy capaz, como si la simple persuasión
intelectual fuese a poner en movimiento de forma imparable las ruedas de la
comprensión correcta que lleva a emprender la práctica.
Ya sé bien a las claras que casi
nunca es así, que podemos oír día y noche los argumentos más convincentes sin
que eso nos mueva un ápice de nuestra posición, porque hay fuerzas
inconscientes que trabajan contra ello sin que nos demos cuenta; y también influye la energía con que se transmite el mensaje, claro. Aun así, no dejo de
probarlo. ¿Es una obcecación estéril o un entrenamiento saludable? Quién sabe. No
sé si resulta muy convincente o ni siquiera entretenido, pero yo sigo dale que
te pego, como Machaquito; ¡a lo mejor al final acabo por convencerme a mí mismo
y todo! En todo caso, aquí está mi último intento, recién salido del horno:
Pocas visiones hay en este mundo
más evocadoras que el cielo de noche, lleno de estrellas. Cuando está despejado
y no hay iluminación artificial que vele su profundidad, es de una dimensión
tal que la mente se ensancha y expande al contemplarlo. A veces hasta se nos
escapa un “Ah...” de asombro ante la magnitud del cosmos, que apenas intuimos.
Al mismo tiempo, esa bóveda
celeste plagada de puntos luminosos es una ilustración espléndida de nuestra
condición humana y sus limitaciones sensoriales, porque todo es ilusión.
El cielo que vemos no existe tal como lo vemos en ninguna parte más que en
nuestra mente. Lo mismo ocurre con todos los demás fenómenos, pero en este ejemplo
lo sabemos a ciencia cierta gracias a la física y además
es muy fácil entender
por qué es así.
Los astrónomos afirman que, dada
la velocidad de la luz y la enorme distancia que separa al sol de la Tierra, la
luz del astro rey tarda unos ocho minutos en llegar hasta nosotros. ¿Qué
significa eso? Que cuando vemos el sol (nunca mirándolo directamente, claro) no
lo vemos donde está en ese mismo momento, sino donde estaba hace ocho minutos,
más o menos. Sorprendente, ¿no? El sol nos alumbra con paradinha, que diría un brasileño.
Ahora aplica esa misma condición
a los miles y miles de estrellas y cuerpos celestes que vemos de manera
simultánea cuando miramos el cielo nocturno. Prácticamente todos, excepto algún
que otro planeta, están mucho más lejos de la Tierra que el sol, y probablemente no
hay dos que estén a la misma distancia. Eso quiere decir que la luz de cada uno
ha viajado una distancia diferente desde su origen hasta nuestros ojos; que por
tanto esas luces tienen diferentes edades; y que sus puntos de origen se habrán
desplazado en grados y direcciones muy diversas desde que se emitieron. Incluso
es posible que, para cuando las vemos, algunas estrellas radiantes ya se hayan apagado
al agotar su combustible; su luz sería entonces una especie de rayo huérfano
que ha seguido su largo viaje por el espacio hasta excitar nuestro nervio
óptico.
¿Ves lo alucinante de la
situación? Por usar una analogía, es como si oyéramos de una vez la emisión de
miles de cadenas de radio de todas las esquinas del globo y de todas las épocas,
mezcladas en un solo acorde. Impensable, ¿no? Pues esa “ensalada” de luces procedentes de
tiempos y espacios dispares es lo que vemos de una sola vez, como si fuese algo
estático y homogéneo, en nuestra visión sinóptica. Pero eso que vemos no existe
“ahí fuera”: no es más que la combinación de ciertas energías del universo con
la limitada capacidad de nuestra equipación sensorial, más algunas pinceladas
añadidas por la memoria. Nos lo inventamos, por así decir. Es una creación (o,
más bien, recreación) magnífica, pero es ilusoria.
Creemos que estamos en contacto
directo con la realidad, cuando en verdad todo nos llega en forma de datos
crudos filtrados por nuestra mente, que luego los reconfigura a su manera. Esa
mente nos acerca la realidad y a la vez nos separa de ella en cierto sentido.
Pero el invento no acaba ahí,
porque tomando esa ilusión como base, los humanos hemos desarrollado la
capacidad de crear nombres y formas –una herramienta útil en sí, pero que por
desgracia también amplía exponencialmente nuestra capacidad de generar
sufrimiento. El sufrimiento, la identidad y las palabras van de la mano como
hermanas en una nefasta trinidad.
¿Qué ha hecho nuestra especie
desde la noche de los tiempos? Nombrar, parcelar y apropiarse del mundo. Y el
cielo nocturno no es una excepción: piensa en la variedad de constelaciones que
hemos identificado, distinguiéndolas de las demás y dándoles un nombre asociado
a una forma específica (el Carro, el Cisne), a menudo con una historia
mitológica detrás (Orión, Perseo, Pegaso).
Por supuesto que esto ha sido
utilísimo como recurso para orientarse en la oscuridad que imperaba en las
noches terrestres durante siglos, antes de la llegada de la iluminación
artificial y los aparatos de navegación; y además tiene cierto encanto poético.
Pero es una trampa si perdemos de vista que todo es un invento. No hay una Osa
Mayor ni una Osa Menor; nuestra percepción las ha separado artificialmente de
la totalidad, y luego las ha tomado por reales. Si pudiéramos trasladarnos al lugar
que parecen ocupar, veríamos que no existen como constelación: no encontraríamos
ahí más que estrellas sueltas y el espacio entre ellas. Las constelaciones son
vacuidad: una serie de características que la mente humana ha discernido, agrupado
y nombrado. Y lo mismo pasa con todos los demás fenómenos del mundo de los
sentidos, cada uno según sus condiciones particulares.
En el fondo, este trance en el
que nos vemos envueltos los humanos, cautivados por una percepción engañosa de
lo que creemos que está “ahí fuera”, es absurdo y sería bastante cómico si no
fuese por el sufrimiento que le acompaña –el espejismo interno que acompaña
al espejismo externo. Aunque a nivel teórico sabemos sin sombra de duda que no es real,
esta creencia sigue actuando como una especie de burbuja que llevamos
puesta a modo de escafandra: nos aísla de la vida natural y además de ficticia es tóxica porque está
llena de historias inventadas, basadas en la falsa separación de uno mismo y
todo lo demás. Palabras, identidad, separación: dukkha y más dukkha.
Y así vamos, creyendo que el
mundo es tal cual lo percibimos y respirando el aire viciado de las milongas
que nos contamos a nosotros mismos sobre quién somos, torpemente chocando unos
con otros o creyendo que nos estamos tocando cuando las más veces no tocamos
más que nuestro caparazón externo, la identidad, que es nuestro engaño y
nuestra cárcel autoimpuesta. Enmendándole la plana al filósofo, casi diríamos
que “yo soy yo y mi sufrimiento”; al menos, así es como nos comportamos.
La solución parece clara, al
menos conceptualmente, ¿verdad? Hay que salir del cascarón atufante, no
agobiarnos, lamentarnos o ponernos a elucubrar sobre él. Y esa salida existe: ahí
está la Tercera Noble Verdad. Esa verdad es la clave del sendero budista, el
único motivo por el que existe. Por eso, aunque su punto de partida puede
parecer severo y antipático, el Dharma es un camino naturalmente optimista, animoso
y sonriente. ¡Que nadie te convenza de lo contrario!
En otra época y circunstancias el
poeta Rumi cantó estos versos, pero cada vez que los leo yo también oigo la voz
del Buda y de tantos maestros detrás de ellos:
Ven, ven, quienquiera que seas.
Nómada, devoto, amante del vivir –no importa,
la nuestra no es una caravana de
desesperanza.
Ven, incluso si has roto tus votos mil veces,
Ven, ven una vez más, ven.
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