lunes, 12 de julio de 2010

Ni una cosa ni la contraria


Seguimos con los dichos del maestro Dazhu Huihai, conocido como “la gran perla”. La recopilación de sus palabras hecha por el monje Zong Jin da fe de una enseñanza en la que parecían habituales los intercambios con estudiantes y maestros de otras tradiciones budistas, en un espíritu dialogante pero riguroso. Aun descontando sus posibles adornos piadosos, la imagen del maestro Chan que transmite esta colección es más compleja que la tradicional: alguien no sólo perspicaz y chocante, dispuesto a hacer saltar por los aires las falsas certezas de una comprensión poco profunda, sino también un buen conocedor de los sutras budistas. 

En cierta ocasión, el maestro empezó su discurso diario a sus discípulos diciendo: “No soy un adepto Chan; de hecho, no tengo la más mínima cosa que ofrecer a nadie, así que no debo manteneros aquí de pie más tiempo. Id y descansad”.
            En aquellos tiempos, el número de personas que acudían a estudiar con él iba aumentando poco a poco. Igual que el día sigue a la noche, venían y le pedían instrucción; él se veía obligado a constestar a sus preguntas en cuanto se las hacían, revelando así unos poderes dialécticos sin trabas. Había debates interminables en los que las preguntas y respuestas que se sucedían unas a otras.
            Una vez, un grupo de maestros (predicadores instruidos) del Dharma pidieron una entrevista y dijeron: “Tenemos algunas preguntas que plantear. ¿Está dispuesto a contestarlas, maestro?”
            Maestro: “Sí. La luna se refleja en ese estanque profundo; atrapadla si queréis”.
            Pregunta: “¿A qué se parece en realidad el Buda?”
            Maestro: “Si lo que está frente a ese estanque límpido no es el Buda, ¿qué es?”
            Los monjes se quedaron perplejos ante esta respuesta; tras una larga pausa, volvieron a preguntar: “Maestro, ¿qué dharma (doctrina) expone con vistas a liberar a otros?”
            M: “Este pobre monje no tiene dharma alguno por el que liberar a otros”.
            “¡Todos los maestros Chan son iguales!” exclamaron, ante lo cual el maestro les preguntó: “¿Qué dharmas tenéis vosotros, hombres de virtud, para liberar a los demás?”
            R: “Ah, nosotros explicamos el Sutra del Diamante”.
            M: “¿Cuántas veces lo habéis explicado?”
            R: “Más de veinte veces”.
            M: “¿Quién lo pronunció?”
            Ante esto lo monjes respondieron indignados: “¡Maestro, debe estar de broma! Claro que sabe que lo pronunció el Buda”.
            M: “Bueno, ese sutra afirma que ‘¡Si alguien dice que el Tathagata expone el Dharma, al hacerlo calumnia al Buda! Esa clase de hombre nunca entenderá lo que quiero decir’. Ahora bien, si decís que no fue pronunciado por el Buda, degradáis con ello ese sutra. Hombres de virtud, ¿podéis mostrarme qué tenéis que decir a eso?”
            Como no daban respuesta, el maestro hizo una pausa antes de plantear su siguiente pregunta, que fue: “El Sutra del Diamante dice: ‘El que me busca a través de las apariencias externas, o me busca en el sonido, marcha por el camino heterodoxo y no puede percibir al Tathagata’. Bien, hombres de virtud, ¿quién o qué es el Tathagata?”
            R: “Señor, en esta cuestión me encuentro sumido en completa confusión”.
            M: Si nunca has estado iluminado, ¿cómo puedes decir ahora que estás completamente confundido?”
            Entonces el monje (que había hablado) le preguntó: “¿Podría el venerable maestro Chan explicarnos el Dharma?”
            M: “Aunque habéis explicado el Sutra del Diamante más de veinte veces, ¡aún no conocéis al Tathagata!”.
            Estas palabras hicieron que los monjes se postraran de nuevo y le rogaran al maestro que les diera más explicaciones, de manera que dijo: “El Sutra del Diamante dice que ‘El Tathagata es la Talidad de todos los dharmas (fenómenos)’. ¿Cómo podéis haberlo olvidado?”
            R: “Sí, sí –la Talidad de todos los fenómenos”.
            M: “Hombres de virtud, “sí” también es incorrecto”.
            R: “La escritura es muy clara al respecto. ¿Cómo podemos estar equivocados?”
            M: “Entonces, hombres de virtud, sois vosotros esa Talidad (también)?”
            R: “Sí, lo somos”.
            M: “¿Y las plantas y las rocas son la Talidad?”
            R: “Lo son”.
            M: “Entonces, ¿vuestra Talidad de hombres de virtud es la misma que la Talidad de las plantas y las rocas?”
            R: “No hay diferencia”.
            M: “Entonces, ¿en qué sois diferentes, hombres de virtud, de las plantas y las rocas?”
            Esto dejó en silencio a los monjes un tiempo, hasta que al final uno de ellos exclamó con un suspiro: “Es difícil mantener nuestra posición en el debate con un hombre tan superior a nosotros”.
            Después de una pausa considerable, preguntaron: “¿Cómo se puede conseguir el mahaparinirvana?”
            M: “Evitando todas las acciones samsáricas –las que os mantienen en la ronda del nacimiento y la muerte (de la identidad)”.
            P: “¿Qué acciones son ésas?”
            M: “Bueno, buscar el nirvana esa una acción samsárica. Desechar la impureza y aferrarse a la pureza es otra. Coleccionar logros y pruebas de logros es otra, así como no rechazar las reglas y preceptos”.
            P: “Por favor, indíquenos cómo alcanzar la liberación”.
            M: “Como nunca habéis estado prisioneros, no tenéis necesidad de buscar la liberación. El funcionamiento directo y la conducta directa son insuperables”.
            “¡Ah”, exclamaron los monjes, “qué poca gente hay como este maestro Chan!”. Luego se inclinaron en señal de agradecimiento y se marcharon.


¡Qué resbaladizos eran estos maestros Chan cuando se los intentaba atrapar con la mente cognitiva!

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