sábado, 24 de febrero de 2018

¿Una confirmación no buscada?


La charla de este neurocientífico de una universidad inglesa (con subtítulos en español) explora asuntos íntimamente ligados al Dharma natural, pero lamentablemente olvidados en muchas escuelas budistas de hoy, que han perdido de vista la orientación más profunda y, por así decir, ambiciosa de las enseñanzas y prácticas.

Como muestra el Sermón del fuego, una de las cuestiones a las que el Dharma original dedica más atención es a cómo entra la información del entorno en el cuerpo/mente humano, debido a su relación con el sufrimiento. La ciencia cuenta ahora con sofisticados medios de análisis y experimentación que han llevado a descubrimientos sorprendentes, como la idea de que la "realidad" no es más que una alucinación consensuada -lo que los hinduistas han llamado maya desde hace milenios. Eso mismo es lo que se desprende de la noción budista de la vacuidad o sunyata. Tanto nuestra conciencia como las experiencias que ahí aparecen no son más que "frágiles constructos", inventos de la mente.

Sin embargo, ni siquiera la instrumentación más sofisticada del mundo es capaz de superar los prejuicios de quienes la utilizan. Las afirmaciones de Anil Seth de que la vida y la conciencia están perdiendo su misterio al revelarse que responden a simples operaciones físicas, químicas y eléctricas reflejan esta limitación. Si tus herramientas de trabajo son físicas, químicas y eléctricas, ¿qué otra cosa esperas encontrar que no sea física, química o eléctrica? El rango del instrumento de búsqueda determina el rango de sus posibles hallazgos; que no capten nada más allá no quiere decir que no haya nada más allá.

Pero, dejando a un lado mis discrepancias con este enfoque, reconozco que plantea cuestiones fundamentales, que incluso minan algunos postulados del conferenciante. Si la mente es capaz de inventarlo todo, ¿deberíamos tomar como definitiva la separación entre el mundo externo y el interno? ¿No es eso también una ilusión? Sin duda es una herramienta útil, pero la diferencia entre ambos es más pragmática que real. La impresión de que somos islas sustanciales y permanentes de "yo" en un mundo de objetos ajenos e inanimados puede ayudarnos a interactuar mejor con el entorno con vistas a la supervivencia, pero debería ser una ilusión de usar y tirar -a cada microsegundo, una vez cumplida la tarea de que se trate. Esa es una aplicación superior de la famosa mindfulness.

En vez de eso, nos creemos la alucinación de que somos burbujas de "yo" separado de todo lo demás, nos sentimos tan solos y desamparados como Adán y Eva tras comer la manzana y buscamos el remedio a nuestra penosa situación fuera de nosotros, como si las cosas del mundo que estamos alucinando fuesen capaces de curar la ilusión escindida que nos aqueja. Pero los frutos de un espejismo nunca nos harán despertar del espejismo que los genera. Al contrario, mientras más persistamos en esa vía, más ahondaremos nuestro exilio de la unidad, convirtiéndonos en cómplices inconscientes e involuntarios de nuestro propio sufrimiento.

Nada es verdad; todo es Matrix. Pero puede ser una Matrix atroz, como la de la película (o la de tantas personas que sufren en este planeta), o bien la Tierra Pura de la que hablaban los maestros budistas. Darnos cuenta de cómo todos -quien más, quien menos- andamos corriendo detrás de las sombras de este teatro chinesco autogenerado, como si allí fuésemos a encontrar una felicidad y bienestar duraderos, podría provocar una risa digna de un espectáculo patético si no fuese por la evidencia del sufrimiento que se extiende por todas partes.

Por eso es tan prominente la enseñanza sobre el sufrimiento en el Dharma. No es por morbo. Es la constatación de la penosa condición humana en medio de esta alucinación colectiva con sabor a dukkha, en la que estamos sumidos como una conserva en salmuera, empapados en el sufrimiento de la separación en cada sensación, en cada emoción, en cada pensamiento que tenemos a cada microinstante de nuestra vida.

Ante esa evidencia, la respuesta de quien ha despertado su espíritu natural no es el desánimo sino una inmensa compasión, que ve lo dañino a la vez que lo ilusorio y superfluo del sufrimiento al que parecemos abonados desde que nacemos, sin necesidad alguna. Es una paradoja conmovedora. Pero la sabiduría de entender las raíces del sufrimiento no basta por sí sola para alzar el vuelo; es necesaria otra ala, la de la compasión, para despegar de verdad en la ruta que nos lleva de vuelta a nuestra propia naturaleza.

Esa naturaleza es una con la de todos los seres que sufren. porque es la misma; no son infinitas. Por eso mismo, la liberación de una sola conciencia las toca a todas. Así entiendo el camino del bodhisattva.

Pero eso -y aquí está la gracia del asunto- no deja de ser simplemente otra ilusión más, por muy sublime que parezca.

Como decía Shanjian, ¡qué divertido es el budismo!