jueves, 29 de diciembre de 2011

El bosque secreto del Chan

Traducido de www.mahabodhisunyata.us:

Esta página se ha construido con el claro entendimiento de que habrá muy pocos que tengan el suficiente interés para seguir con diligencia e intensidad el camino del Dharma Chan y entenderlo plenamente.

Tal como predijo Buda, el Dharma está muriendo y lleva en decadencia desde el siglo VII d.C., cuando empezó a producir el Dharma falso de la compasión mundana y a edificar la religión budista, que ocupa un lugar de honor como si fuese la cura para todo sufrimiento.

Este siglo pasado, los libros, incluso los que versan sobre el Dharma, han inundado el mundo con su ignorancia y ahora casi todos ellos, al haber perdido la sabiduría, están listos para la tumba puesto que se han convertido en última morada de la locura.

El sistema de comunicaciones de internet, lleno de ruido incesante, sigue creciendo y generando una globalización universal de zombies mentales que sigue en aumento como una invasión similar a las hordas de Genghis Khan, e igualmente destructiva.

Esta página se presenta por tanto para un futuro lejano, no para el presente ramplón, cuando con gran suerte el Dharma Chan y todo el Budadharma puedan volver a la vida y ser entendidos por los seres humanos que quieran sacarse a sí mismos del samsara manchado por venir.

Quizá sea una esperanza vana, porque lo que aquí está escrito también puede perecer pronto, pero es lo único que podemos considerar como posible en estos momentos.

Estas páginas contienen secretos del Dharma que rara vez se enseñan y en ellas se explican las contemplaciones esenciales de manera que la cognición pueda captar no solo el camino, sino las explicaciones que aportan credibilidad a ideas que ahora se ven rechazadas.

Habrá unos pocos que sí captarán la necesidad de mantener viva la llama del Dharma para generaciones futuras, en tanto que la ciencia sigue en su torre de marfil suministrando pruebas de algo que no solo ya se sabía desde hace siglos sino que también se practicaba.

Hemos buscado la inteligencia artificial sin reparar en la defectuosa inteligencia cognitiva que ha producido la evolución. La vanidad humana nunca ha sido mayor.

La ciencia nunca ha intentado construir puentes entre la tecnología y la mente desconocida excepto como intentos inanes y cargados de identidad en forma de psicología moderna, que alaba la auto-realización y la autoestima.

Los líderes del Dharma seguirán enarbolando el Dharma verdadero como si fuese una religión, usándolo como opio para los fieles y como medio hábil para tener poder, predicar y mantener las modernas torres de Babel.

No puedo decir más, excepto que espero, aunque no confío, que esta verdad que se presenta aquí pueda seguir de alguna forma en beneficio no solo del ser humano, que necesita una verdadera liberación de su propia locura, sino de todos los seres vivos amenazados por la increíble búsqueda de dominio sobre todas las cosas que aqueja a los humanos.

A los que entran en esta página, lo hacen con una mente abierta y flexible y captan lo que está disponible por su propio bien y el de generaciones venideras, les ofrezco ahora y seguiré ofreciendo todo lo que he experimentado e internalizado, siendo consciente de mi propia fragilidad momentánea.

Tened cuidado de no caer en las trampas del Dharma sectario, ni en las del linaje, los ritos o las ceremonias. En la época temprana de desarrollo del Chan, los estudiantes y maestros más aptos buscaban la verdad del Dharma, los medios para recuperar la “madera no tallada” (朴, ) del auténtico espíritu humano.

Así pues, los maestros de un modelo aprendían y enseñaban también otros modelos, de manera que la grandeza y las meditaciones de otros modelos se pudieran incluir y adaptar en el suyo propio.

Es verdad que muchos maestros no han perdido la tradición, que en realidad no es válida, pero sí la esencia de las prácticas que funcionan para la liberación. Es una locura rechazar lo que sirve para beneficiar a todos los seres sintientes, sea cual sea su origen, y es una locura aceptar como vía lo que no lo es.



jueves, 22 de diciembre de 2011

?o¿*!x¡?


Hay poderosas razones por las que la comprensión del proceso de la disonancia cognitiva, junto con las prácticas curativas que lo acompañan, debería formar parte de las primeras etapas de cualquier camino espiritual que aspire a ser sano y estable.

Como quizá ya sepas, la psicología budista habla de tres grupos principales de complejos de recuerdos relacionados con nuestros centros visceral, emocional y mental. Debido a que son subconscientes, estas tendencias o “identidades” suelen pasarnos desapercibidas y solo se detectan una vez ya han ejercido su influencia –lo cual a menudo es demasiado tarde, dada su naturaleza distorsionada y egoísta. Por tanto es evidente que representan un obstáculo formidable para desarrollar y cultivar no solo el Recto Pensamiento, la Recta Palabra y la Recta Acción del Noble Óctuple Sendero sino también, a un nivel más básico, la mismísima atención plena que el Budadharma recomienda para la vida diaria.

Como dice el Dhammapada: “Las gentes insensatas e ignorantes se permiten llevar vidas descuidadas, mientras que el sabio mantiene su atención como su posesión más preciada. […] El monje que se complace en estar atento, y reconoce el peligro de la negligencia, progresa como un incendio forestal, consumiendo todos los obstáculos grandes o pequeños que haya en su camino. El monje que se complace en estar atento, y reconoce el peligro de la negligencia, es incapaz de dejarse caer”.

A no ser que se descubran y disuelvan (o al menos se reduzca su poder considerablemente), estas identidades subliminales se alimentan del descuido y de hecho gobiernan nuestras vidas desde los rincones oscuros de la mente mediante sus motivaciones manchadas, a menudo discrepantes entre sí. Su instrumento más eficaz a tal fin son las soluciones cognitivas fraudulentas pergeñadas por la disonancia cognitiva.

Darse cuenta de ello es algo sumamente relevante en un camino de liberación como el Budadharma, en donde es muy probable que los avances del estudiante en la comprensión, la meditación y sobre todo en la aplicación de sus descubrimientos a la vida diaria despierten la oposición tenaz aunque solapada de las identidades, y a veces una auténtica cacofonía de cantos de sirena destinados a desviarle de la transformación interna que tanto amenaza a su hegemonía.

La disonancia cognitiva es por tanto una de las enseñanzas más importantes que se pueden ofrecer si es que hemos de derrotar a las resoluciones de disonancia de la identidad. Como herramienta conceptual, este conocimiento deja bien clara la relevancia del Dharma en nuestras vidas diarias al desemascarar los trucos mentales que solemos hacernos cuando nos topamos con contradicciones y conflictos entre nuestras creencias y nuestros actos. Como instrumento sobrio de introspección y comprensión que es, este enfoque realista nos baja de las nubes y marca un rumbo sano y sensato que lleva a una mayor conciencia de nuestra condición humana, su potencial y sus dificultades, en contraposición con fastuosas iluminaciones futuras que supuestamente vayan a eliminar todos nuestros problemas de una vez por todas como por arte de magia.

A medida que vayamos leyendo estas detalladas explicaciones, cada uno de nosotros que sea capaz de verse a sí mismo con suficiente honradez en la intimidad de su propia mente probablemente reconocerá ocasiones en las que se comportó con disonancia cognitiva o tuvo la tentación de hacerlo. Con un poco de suerte, se dará cuenta entonces de la necesidad absoluta de entender a fondo cómo funciona, para así neutralizar sus posibles efectos adversos sobre su desarrollo correcto y natural como ser humano en camino de liberarse de las cadenas del samsara manchado.

lunes, 12 de diciembre de 2011

¡Disfrutad, disfrutad, malditos!



Ayer, al salir del baño por la mañana, tuve una experiencia surrealista: fui asaltado por un mensaje impreso en una caja. Así, sin más, directo a la vista: ¡Paff!

Era la típica caja de madera de frutas y hortalizas, que por lo visto me acechaba junto a la puerta. Luego vi que traía judías verdes de Marruecos.

El mensaje en cuestión decía Goûtez la différence, es decir, “Pruebe la diferencia”, pero también “Disfrute la diferencia”.

Si no acabara de releer el Xinxinming (“Haz la más mínima distinción… y cielo y tierra se separan hasta el infinito”), igual me habría pasado desapercibido; pero con las advertencias de de Sengcan en el recuerdo, esa invitación mañanera a adentrarme en gustos y discriminaciones me pareció todo un manifiesto anti-Dharma en miniatura.

¿Exagero? Diría que no. Ningún punto de apoyo, por nimio que parezca, es despreciable para unas identidades volcadas en salirse con la suya para meter palanca y hacerse un hueco entre cielo y tierra. Ellas crecen y se multiplican entre los polos de la dualidad, y una de sus armas favoritas son los gustos y no-gustos. Y a nuestra mente pura, que le den dos duros.

Ahora todo esto me sugiere, ignoro por qué extraños recovecos de la memoria, un pasaje de los evangelios cristianos:

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan: sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (S. Mateo 6: 19-21).

Una visión más budista diría que es el corazón, o mente pura (xīn, ), el que es nuestro tesoro. Eso sí que es relevante aquí y además encaja bien con algunas experiencias que he tenido.

Por ejemplo, durante las últimas semanas de vida de mi padre llegué a la convicción de que la atención es lo más valioso que podemos dar a otros, y por ende lo más valioso que tenemos. Parece una tontería, por insustancial y ordinaria, pero no es así; seguro que mucha gente que ha pasado por un trance similar sabe de qué hablo: que la atención humana puede ser benéfica, nutritiva y hasta curativa es algo que se capta muy bien tratando con enfermos y con niños pequeños. Lo asombroso es ver con qué alegría estamos dispuestos a desperdiciarla y entregarla al mejor postor. Es más, casi se diría que nos alivia que nos la quiten de encima.

Pues bien, hay muchos que están encantados de aliviarnos de ese peso. Políticos, mercaderes y publicistas saben que donde esté nuestra atención, allí también estará en potencia su tesoro –es decir, su beneficio. Por eso hay una competición tan desaforada por atraer nuestra atención en carteles, rótulos luminosos, sintonías, escaparates… Con las redes sociales y twitters uno aún puede mantenerse al margen, pero ya ni siquiera bajo tierra estás a salvo porque hasta en los andenes y vagones del metro han entrado las televisiones de circuito cerrado que te vomitan encima sus mensajes, quieras o no.

Es un acoso en toda regla, como si fueras un paciente ingresado a la fuerza en un hospital, al que le han colocado una vía con un tratamiento irritante que no has pedido ni tampoco te hace falta.

¿Y toda esta perorata, por una simple caja de judías verdes? Sí, pero es un ejemplo del tráfico de mensajes que nos rodean y bombardean a diario, sumergiéndonos en una marea de incitaciones centrífugas, alienantes y nada inocentes. Sus responsables no nos sacan directamente el cerebro y lo someten a un lavado integral porque aún no pueden.

A veces vislumbro un futuro de pesadilla donde, si seguimos así, estará prohibido meditar para liberar la mente de toda esta montaña de basura y hacerla inmune a sus insistentes cantos de sirena sacacuartos. O, peor aún, donde las únicas meditaciones disponibles serán placebos azucarados que solo sirvan para mantener sedada a la gente, mientras creen que lo están haciendo fenomenal. Diferenciaremos, discriminaremos y disfrutaremos de nuestros gustos como si la vida fuese eso (y barreremos el sufrimiento bajo la alfombra); pero en el fondo seremos autómatas consumistas, extraviados en la separación infinita de todas las cosas.

Quizá ese día no esté tan lejos… A lo mejor ya está aquí, llamando a la puerta… con una sonrisa deslumbrante y otro eslogan comercial en los labios, listo para disparar como si fuera un arpón.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Una llamada



Luna alta, casi llena.
Una lechuza grita a lo lejos
en la fresca noche de otoño.
Parado y en silencio
entre las sombras del camino,
aguzo el oído un instante, aguardando.
¿Cuánto tiempo aún para llegar a casa?

lunes, 5 de diciembre de 2011

Enganchados a las "opionones"


Karl Marx dijo en su día que la religión es el opio del pueblo, pero eso fue hace siglo y medio y el mundo ha cambiado una barbaridad desde entonces.

Hoy, sobre todo en la red pero también en casi cualquier rincón donde la gente se junta para conversar, a veces da la impresión de que son las opiniones las que han tomado el relevo. Es un narcótico que nunca deja de chocarme; parece tan predecible, superfluo y estéril… aunque nadie lo diría, vista la fruición con que se consume.

¿Qué valen las opiniones? Muy poco, en realidad, y bastante menos que el opio en todo caso. Como se dice vulgarmente, son como el ojo del culo: cada uno tiene el suyo.

Pero el problema no son tanto las opiniones en sí, que al fin y al cabo son algo casi tan inevitable como el comer y el cagar, sino el abuso que se hace de ellas, convirtiéndolas en extensiones de uno mismo y predicándolas con la pasión del converso. ¡Con qué vehemencia se llegan a enarbolar! Se diría que a algunos les va la vida en imponer las suyas o al menos causar sensación cada vez que las lanzan al ruedo como si fueran toros bravos o gallos de pelea. Ahí hay mucho más en juego que el mero intercambio de información; tras la fachada de una conversación civilizada en apariencia se pueden desatar auténticas maniobras de autopromoción, con posible rebaja añadida de los interlocutores.

¡Ay, cómo buscamos que los demás nos quieran, nos admiren o nos respeten con nuestras opiniones! ¿Qué opiáceo hay más extendido, insidioso y adictivo que el objetivo inconfesable que persiguen –la afimación de la propia identidad?

Personalmente, cuando me cruzo con opiniones de esta índole, llenas de partidismo aparatoso pero deficientes en información, no puedo evitar acordarme del comentario envenenado que un viejo don de Oxford le dedicó a uno de sus colegas, del que aseguró que era “alguien capaz de penetrar profundamente en la superficie de las cosas”.

Todos sabemos que los medios de comunicación están siempre a la que salta para suministrar combustible para polémicas y debates que, a la postre, sustentan las ventas de sus productos. Su reino es cada vez más el de las apariencias, las tertulias y las opiniones. Les encanta que nos metamos en él hasta las cejas, y las nuevas tecnologías no paran de ofrecer nuevos cauces para que nos incorporemos a esa algarabía, digna de la torre de Babel.

La red, por supuesto, también está llena de grupos y personas ávidas de consumir ese combustible y reciclarlo con sus propios aderezos para consumos subsidiarios. Bien, ese es el mundo en el que nos ha tocado vivir. Hasta ahí, todo normal.

Lo realmente insólito es que esa colosal rueda samsárica de opiniones y apariencias tenga tanta capacidad de arrastre también entre quienes nos consideramos seguidores de Buda, Bodhidharma o Padmasambhava, que deberíamos ser los últimos en dedicarnos a “penetrar profundamente en la superficie de las cosas” como cualquier tertuliano semi-ilustrado, lleno de ardor guerrero.

El famoso Wumenguan, una de las colecciones clásicas de koanes Chan, contiene un caso que viene a cuento:

Dos monjes estaban observando una bandera que ondeaba al viento.
Uno le dijo al otro: “La bandera se mueve”.
El otro contestó: “El viento se mueve”.
Huineng les oyó y dijo: “No es la bandera, no es el viento; la mente se mueve”.

Nada es lo que parece. 

Las cosas de “ahí fuera” no existen como tales. 

Todos los fenómenos son inventos, proyecciones de la mente. 

Esa es la enseñanza de Huineng, uno de los supuestos patriarcas del Chan. 

Si de verdad entendemos lo que dice y lo aceptamos, ¿qué sentido tiene aferrarse a un punto de vista, sea el que sea, sobre fenómenos ilusorios como recurso para apuntalar una identidad que en último término es igualmente vacía e ilusoria?

Pero hay más. Sengcan, otro de los presuntos patriarcas del Chan, abre su Poema de la Confianza en la Mente Pura con esta advertencia:

El Gran Camino [Dao] no es difícil
Para los que no se apegan a sus preferencias.
Cuando no surgen el amor ni el odio
Todo se vuelve claro y manifiesto.
Haz la más mínima distinción, sin embargo,
Y cielo y tierra se separan hasta el infinito.
Si quieres ver la verdad, no tengas opiniones a favor o en contra de nada.
Oponer lo que te gusta a lo que no te gusta es la enfermedad de la mente.
Cuando no se entiende el significado profundo de las cosas
La paz esencial de la mente se altera en vano.

Y así podríamos seguir largo y tendido. Nada de esto no son ideas esotéricas, heterodoxas o marginales, entresacadas de parajes recónditos del canon budista, sino que constituyen el núcleo de enseñanzas de nuestra tradición.

¿Cómo es posible que gentes del Dharma nos lancemos a opinar con tanto amor y odio sobre cuestiones de las que no sabemos más que cuatro datos superficiales?

Alguien agita ante nuestros ojos un señuelo y nos arrancamos al instante, con la mente llena de opiniones a favor y en contra, alterando en vano su paz esencial y separando cielo y tierra hasta el infinito.

¿Qué está pasando aquí?

Mara debe de estar dando palmas con las orejas...



La gloriosa vuelta a casa en el camino natural


Traducido de www.mahabodhisunyata.us:

Hay que empezar por decir sin rodeos que el camino de vuelta a casa es un viaje magnífico, pero en absoluto fácil. Si crees que lo único que tienes que hacer es ponerte a usar ahora esta mente inteligente que te imaginas que has heredado como homo sapiens, te equivocas.

Esta mente que tienes es una abominación.

La naturaleza le dio al hombre, y por supuesto a la mujer, la capacidad de ser quizá el mayor defensor de la evolución, el guardián sabio de la diversidad de la vida.

La leyenda dice que en el árbol que descubrió Eva había una manzana de sabiduría. Me temo que no es exactamente cierto.

Lo que Eva descubrió fue una caja negra, que al tocarla decía sin rodeos: “No abras esta caja bajo ninguna circunstancia a menos que seas un sabio”.

El problema es que Eva no tenía ni idea de lo que era un sabio y por otra parte la caja no estaba cerrada con candado.

Así que la abrió. Dentro había una pistola cargada, con seis balas en la recámara.

Sintió una gran curiosidad.

Se asomó a mirar por el pequeño agujero y apretó el gatillo para ver qué pasaba.

No supo que la primera bala que entró en el hemisferio izquierdo de su cerebro se llamaba “palabras y conceptos”. Entonces supo que la cosa se llamaba “pistola” y le encantaron todas esas palabras que ahora podía usar. Así que caminó hasta donde estaba Adán y le pegó un tiro, también en el hemisferio izquierdo.

Naturalmente, se sentaron y hablaron largo y tendido. Juntos, con un poco de insistencia por parte de Eva, decidieron probar otro tiro.

Ambos ya tenían un agujero en la cabeza y no querían hacerse otro, porque ahora habían decidido que “estar guapos”, un nuevo concepto, era importante.

Así que cada uno se pegó otro tiro en el mismo agujero.

La segunda bala tenía un nombre que por el momento desconocían. Era “Dualidad”. Ahora todo tenía sentido. Todo tenía dos partes… Había la parte de ella y la parte de él.

Eva quería usar las últimas dos balas para sí, pero entonces a Adán se le ocurrió una nueva idea dual: que hay un jefe y un no-jefe, es decir, una mujer obediente.

Pero también sabía que existe el “ser justo y no ser justo”, así que cogió la pistola y disparó las últimas balas en el agujero que cada uno ya tenía.

Por supuesto que no tenían idea de que esas dos últimas balas estaban marcadas como “Identidad”.

Estaban encantados, así que echaron a la naturaleza a patadas de su jardín y empezaron a ponerle nombres a todos los animales, de manera que supieran cuáles podían matar a partir de ahora. También les dieron nombre a todas las plantas para poder diferenciarlas y luego vendérselas a sus vecinos a precios diferentes según su grado de rareza.

Esta Identidad y Dualidad les iban de maravilla. Follaron todo lo que quisieron sin la más mínima idea de por qué lo hacían y se inventaron mil y una cosas que desear y a las que apegarse.

Sufrían, pero decidieron que eso era totalmente natural y que bien valía las ventajas que conllevaba.

Luego empezaron a ponerse científicos y se preguntaron por la pistola.

Entonces descubrieron que no había más balas.

Volvieron a la caja para ver si había otra pistola, o al menos más balas. Pero ahí no había nada excepto un pequeño frasco de vidrio transparente.

Estaba marcado nítidamente: “Antídoto del Dharma para quienes sufren los síntomas de la Dualidad e Identidad”.

Eva quiso conservarlo por si valía algo, pero Adán, el jefe, decidió tirarlo por un barranco para estrellarlo contra las rocas y acabar con él.

Lo lanzó a gran distancia. Dio varias vueltas en el aire y por último cayó entre las rocas.

Lo que no sabían es que la naturaleza había hecho un frasco indestructible.

El frasco cayó entre las rocas y en el olvido. Así pues, Adán y Eva siguieron en su pequeño jardín, bien feo ahora porque no tenían tiempo para cuidar de él correctamente.

Eso, por supuesto, ocurrió hace unos catorce mil años, más o menos.

Sus descendientes discutieron y debatieron miles de años después si el frasco realmente era un frasco o un corazón de manzana, el Santo Grial, o la sagrada piedra filosofal. Buscaron pero nunca lo encontraron.

Algunas figuras ilustres encontraron o inventaron otros frascos de distintos colores que, insistían, contenían una poción mágica, pero aunque millones de personas usaron la pócima, que al menos les hacía sentirse santos, no llegaron a convertirse en corrientes.

Ahora, en esta época del Gran Desastre, tenemos en nuestras manos el frasco original que un Sabio sí que encontró y abrió, dejando que el antídoto fluyera en el mundo.

El único problema era que es difícil de ver y espantoso de tragar.

Me parece que es como el natto. Pero cuando lo tomas con gran dificultad, compruebas que sin duda es un antídoto. Hoy se llama Budadharma, pero a pocos les agrada su sabor. La mayoría quiere algo más apetecible.

Así que algunos insensatos inteligentes lo diluyeron, exageradamente en realidad, y lo llamaron budismo.

Los humanos inteligentes, aunque carentes por completo de inteligencia natural, lo diluyen aún más y lo llaman con el atractivo y seductor nombre de Sinatra, “A mi manera” (My Way).

Los humanos adquisitivos lo diluyen con la poción fantásticamente embriagadora de Freddy Mercury, “Lo quiero todo y lo quiero ya” (I Want It All and I Want It Now).

Los humanos sensibles pero confundidos no son capaces de decidir cuál es “a mi manera” y tienen miedo de tomarla, en caso de que “todo” sea demasiado y “ya” sea demasiado pronto.

Solo los valientes se atreven, con pleno conocimiento de que no es fácil en absoluto, pero que en esta vida cualquier cosa que vale la pena exige Energía, Dedicación, Calma, Paciencia, Determinación, y Perseverancia junto con Introspección e Investigación Libre y Crítica.

La pregunta es:

¿Eres alguien que se atreve a convertirse en un “hombre corriente”?

¿Eres alguien que se atreve a convertirse en una “mujer corriente”?

domingo, 27 de noviembre de 2011

El eterno retorno de los brujos


Estaba pensando cómo explicar la apuesta radical del budismo frente a las innumerables seducciones que se ofrecen a los buscadores espirituales cuando me he cruzado con esto en la prensa de hoy:

http://www.elmundo.es/elmundo/2011/11/26/espana/1322304818.html

Se trata de un ejemplo espectacular del género que llamo “psicogeneabobadas”, que tanto éxito parecen tener estos días. Por eso mismo, quizá sea útil para entender por contraste qué es lo que el aprendizaje del Dharma puede hacer por nosotros.

¿Qué son las “psicogeneabobadas”? Pues, literalmente, tonterías inventadas o generadas (genea-) por la mente (psico-), o lo que vulgarmente se denomina “pajas mentales”.

Sabemos que la mente está en el origen de toda experiencia. Es una gran herramienta, sin duda, pero una mente confiada y con pocos conocimientos es terreno fértil para que broten en ella todo tipo de creencias sin fundamento; conviene tener cuidado con las semillas que plantamos ahí. Como dice el Dhammapada: “Nuestra vida es moldeada por la mente: nos convertimos en lo que pensamos. El sufrimiento le sigue a un mal pensamiento igual que las ruedas de un carro siguen a los bueyes que tiran de él. Nuestra vida es moldeada por la mente: nos convertimos en lo que pensamos. El gozo le sigue a un pensamiento puro como una sombra que nunca se va”.

En este caso, la superchería toma como base una función propia del sistema aferente, la percepción, que como sabéis se encarga de darle nombre y forma a los estímulos que entran en la mente. Esa, y nada más que esa, es la función natural: un sistema de catalogación y clasificación que facilita el almacenamiento y la recuperación de los datos en la memoria. Como veis, algo normal, útil y sencillo.

Pero ¿en qué se convierte esto en manos de los brujos prestidigitadores? En una ciencia mágica y acechada por peligros ocultos, en donde las malas prácticas pueden convertirse en una enorme bola de nieve que acabe por arruinar tu vida y arrastrarte a la depresión y casi al suicidio.

No lo menciono solo para desacreditar esta superstición en particular, sino para mostrar el enorme potencial de la mente para inventarse cosas, creerse su existencia y luego sufrir por ello. ¿Absurdo? Sí, pero en absoluto trivial: el mismo mecanismo aparentemente inocente que puede operar sin consecuencias nefastas en un cursillo de fin de semana para gente simplemente curiosa es el que doblega la voluntad de muchas mujeres africanas que se prostituyen en nuestras calles bajo la amenaza del vudú, aplicado a ellas o a sus familias en su país de origen.

Trampas de este estilo –donde la mente cocina, come y luego se indigesta con sus propios inventos fantasiosos– son la mejor recomendación para averiguar cómo funciona esa mente, limpiarla de bagaje tóxico, sustraernos a su dominio y ahorrarnos sufrimiento innecesario.

Afortunadamente, hay remedio. Frente a las añagazas de la mente (la nuestra… y quizá la de otros interesados en nuestro tiempo, energía y dinero) no conozco mejor antídoto que las enseñanzas profundas del Dharma natural. Ese Dharma nos proporciona un punto de apoyo universal al enseñar no solo que la mente se lo inventa todo, sino cómo lo hace. Una vez cazamos a la mente “in flagranti”, nos asentamos en suelo firme y muchos de los castillos de sufrimiento que hemos construido en el aire se derrumban sin más.

El Dharma de Buda es un disolvente universal que es capaz de revelarnos la vacuidad de la mente, liberarnos de todos sus contenidos malsanos y descubrir su verdadera naturaleza como maestra de ilusiones del mundo. Pero, incluso si no queremos hacer el viaje completo, también puede valer para desembarazarnos de creencias y miedos irreflexivos, de cuentos de viejas y fantasmas autogenerados que, como poco, estrangulan nuestro desarrollo natural.

El Dharma no es algo que practicamos para darle una alegría a Buda o a nuestros maestros; es algo que hacemos en beneficio de nuestra propia naturaleza y la de todos los seres. La clave, en nuestra condición de partida, casi siempre implica liberarnos de todo el equipaje mental excesivo y a menudo ponzoñoso que arrastramos desde el inicio de nuestra vida. No es fácil, pero es posible.

Como dicen los notarios, doy fe.

viernes, 18 de noviembre de 2011

¿Qué vida merece la pena vivir?


A veces, viendo la cantidad de personas que se acercan a la orilla del budismo, prueban el agua tímidamente con los dedos de los pies y luego retroceden y se van en busca de océanos menos bravíos, me he preguntado qué es lo que debe tener alguien para entrar en el Dharma con buen pie.

Me refiero, evidentemente, a experiencias mundanas y no a otros atributos…

Como no puedo entrar en la mente de todas las personas, solo puedo hacer introspección en mi propio caso, sin pretender que sea un modelo a seguir.

En relación con esto, me viene a la cabeza la conocida máxima de Sócrates, que dijo que la vida que no se examina no merece la pena vivirse: anexétastos bíos u biotós, una frase memorable que plantea con nobleza un dilema humano básico. ¿Cuál es la vida que merece la pena vivir?

Bien, es un principio, aunque el autoexamen no es necesariamente suficiente. ¿Qué pasa si uno analiza su vida y concluye que es estupenda? No parece muy probable que se quiera enfrentar a la gran tarea, a menudo ardua y áspera, de la transformación interna. Mientras uno siga encelado persiguiendo el éxito o la felicidad en los términos que ofrece el mundo y la sociedad sanciona, es poco verosímil que siente sus reales en un cojín de meditar y se dedique a la auto-indagación.

Por otra parte, no es ningún secreto que al budismo llega quizá más gente con experiencias de sufrimiento intenso que a otras vías, dado que el propio Shakyamuni eligió el sufrimiento (dukkha) como piedra angular de su enseñanza. Pero, ¿es imprescindible o siquiera necesario sufrir para emprender el sendero?

En mi caso, el principal acicate fue una sensación latente de estar desperdiciando mi vida en empresas que no iban a ninguna parte y vivir alejado de mi naturaleza humana más profunda. Eso seguramente no contará como sufrimiento a ojos de la mayoría, pero es la base misma de dukkha –la impresión de ser algo separado de todo lo demás y de estar irrevocablemente exiliado de la unidad primigenia. Luego, es verdad, vino un empujón en forma de achaque de salud que me hizo darme cuenta de que realmente este camino de volver a casa era lo más importante y lo mejor que podía hacer por mí mismo y por los demás mientras tuviera el privilegio de contar con tiempo y energía.

Meses después, cuando conocí de primera mano el Dharma de Shanjiàn, una enseñanza destacó por su capacidad de iluminar y explicar áreas enteras de mi vida interior que hasta entonces estaban en penumbra. Como limaduras de hierro en presencia de un imán, un montón de experiencias e intuiciones se ordenaron por sí solas, apuntando en una dirección unívoca: no estaba viviendo mi propia vida, sino la de otros.

Pero esos “otros” no eran quienes me rodeaban –familia, amigos, sociedad, etc. Estaban dentro de mí, como impulsos subconscientes no reconocidos, agrupados en tres formas que el Dharma llama confusión, codicia y aversión. En otras palabras, las manchas de los centros visceral, emocional y mental que Shanjiàn llama “identidades”, término más cercano, tangible y retador que gunas, “venenos” o “raíces malsanas”, como se las conoce en la tradición budista.

Así llegué con el tiempo a mi propia versión de la máxima socrática: “La vida en manos de las identidades no merece la pena vivirse”. La enseñanza del Dharma solo le puso nombre y forma a una intuición vaga que ya tenía de antes y que fue la clave para mí: vivir de pie, no arrodillado ante el poder insidioso de la alucinación interna y externa causada por las hijas de Mara.

La conclusión –nada heroica, sino por pura eliminación– de que no había alternativa fue lo que me decidió a emprender este camino que aún no ha terminado ni tiene visos de terminar, pero en el que claramente no hay vuelta atrás. La certeza de que uno ha agotado definitivamente sus recursos y escapatorias aleja el riesgo y la tentación de tirar la toalla y volver a lo malo conocido, al gran casino del mundo que reparte aleatoriamente bazas de sufrimiento y falsa felicidad, con el triste consuelo de que, al fin y al cabo, es lo que hace todo el mundo.

Frente a eso, una vez te embarcas en busca de la verdad de la vida no hay garantías de que vayas a encontrarla, pero ¿qué otra cosa puede haber que merezca la pena más que eso?

La vida que se integra en la unidad total de la vida es la que merece la pena vivir.

martes, 8 de noviembre de 2011

Pasenadi y los minutos basura



En deporte, se llama “minutos basura” al tiempo que queda en un partido cuando todo está decidido, que se suele aprovechar para darles una oportunidad a los jugadores más jóvenes para que se vayan fogueando sin que sus posibles errores de novato salgan demasiado caros.

Pienso en eso cada vez que oigo en conversaciones o capto en escritos una actitud común sobre la práctica espiritual, que la representa como un subidón continuo, una serie de momentos culminantes, de encuentros con gente desarrolladísima, de gestos llenos de significado y trascendencia, de grandes revelaciones y avances… Todo parece ocurrir en una suerte de realidad paralela, limitada únicamente por la fantasía de su creador.

Recuerdo una ocasión hace años en que asistí, invitado por un amigo, al retiro de un reputado maestro: había un gran local urbano acondicionado para el evento (con mesa de mezclas, trono y alfombra roja incluida), cientos de gentes venidas de Europa y América, mercadillo de abalorios espirituales, etc. Las enseñanzas no me resonaron demasiado y la supuesta iniciación que dispensó a la masa casi me pareció una parodia. Pero hubo gente que literalmente alucinó con la experiencia y en especial con la sabiduría y perspicacia que el maestro les había mostrado en los escasos instantes que había pasado con ellos –un poco al estilo de los Reyes Magos en Navidad, cuando reciben a los niños que han aguantado largas colas para sentarse un momento en su regazo, entregarles sus cartas y contarles lo buenos que han sido.

Al día siguiente, el maestro cogió un vuelo internacional para ir a su siguiente destino, donde posiblemente le aguardaban más estudiantes igual de solícitos y, para él, anónimos. Como dicen en márketing, ¡el tiempo es oro!

¿Cómo se puede ser maestro o discípulo de alguien al que apenas se conoce? No hay alternativa a pasar tiempo de verdad al lado de alguien para saber cómo es. Entonces, el roce hace que afloren las verdades ocultas y esos “minutos basura” que parecía que no contaban para nada, y en los que no parecía ocurrir nada de importancia, se convierten por el contrario en una piedra de toque valiosísima a la hora de separar el grano de la paja.

La verdad a menudo está en los pequeños detalles. Por ejemplo, para vislumbrar cuál es el temperamento de un estudiante, el Visuddhimagga, el gran tratado de Buddhaghosa, recomienda fijarse en cómo barre una habitación o se hace la cama; no es algo muy fácil de hacer si uno enseña y luego sale enseguida de camino al siguiente aeropuerto. También los antiguos maestros Chan eran dados a derribar cualquier ensoñación mística de sus seguidores. Como decía Yunmen sobre el despertar, “Hermanos, si hay alguien que lo ha alcanzado, pasa sus días de conformidad con lo común y corriente”. Y el famoso Mente Zen, mente de principiante de Shunryu Suzuki recalca la misma idea: “Pero a fin de cuentas no es lo que el maestro tiene de extraordinario lo que deja perplejo, intriga y hace más profundo al discípulo; es lo que tiene de completamente corriente”.

Nos engañamos si creemos que el camino espiritual tiene que ser un romance ininterrumpido. La cercanía continuada con un ser realizado puede resultar una perspectiva incómoda, incluso formidable; pero no conozco nada que la pueda sustituir, ni siquiera en esta época de prisas y pseudo-soluciones instantáneas a las necesidades más hondas de nuestra naturaleza humana. Como tantas veces, Buda también tiene algo que decir al respecto, con palabras que reúnen sabiduría, compasión y sentido común a partes iguales:

Una tarde, el Buda se levantó de su meditación y se sentó a las afueras de la puerta este del parque donde residía. Entonces, el rey Pasenadi, que llegaba de visita, saludó al Buda y tomó asiento a su lado. Justo en ese momento, no lejos de ahí, un gran grupo de ascetas errantes pasaba de largo. Con sus cuencos de limosna, algunos de estos ascetas llevaban el pelo largo y sucio, algunos iban desnudos, otros llevaban una túnica nada más y algunos eran vagabundos. Una vez habían pasado, el rey le preguntó al Buda: “¿Se puede pensar que alguno de esos ascetas sean arahats o que estén en camino de convertirse en arahats?”

El Buda le contestó: “Es al vivir una vida en común con una persona como descubrimos el carácter moral de esa persona; y eso sólo si, siendo perspicaces nosotros mismos, le hemos observado a esa persona largo tiempo. Es sólo en conversación con una persona como descubrimos la sabiduría de la persona y la claridad de su corazón; y eso sólo si, siendo perspicaces, hemos prestado atención largo tiempo. Es durante los tiempos revueltos cuando descubrimos la fortaleza de otros; y eso sólo si, siendo perspicaces, hemos prestado atención largo tiempo”.

martes, 11 de octubre de 2011

Otra idea de Sangha


Este texto conjunto surgió de un reciente ejercicio y enseñanza de Shanjian. Creo que aporta una visión diferente y enriquecedora sobre la Sangha, entendida en sentido más amplio y profundo que la mera congregación de budistas “oficiales”:

Es cierto que en nuestras condiciones actuales la sangha no siempre es evidente, aunque siempre está ahí como potencial. Pero mira las cosas de otra manera: en vez de anhelar la sangha como algo acabado y tangible, siente que la sangha es algo que haces cada día mediante tu propio esfuerzo, entrega, determinación, perseverancia… y, muy importante, paciencia. No es un refugio ya construido donde puedas retirarte a buscar compañía en los momentos de soledad o desánimo; es una oportunidad, un ideal hacia el que puedes dirigir tus esfuerzos, porque en la tarea de construir la sangha para todos es donde puedes encontrar y desarrollar las herramientas necesarias para recorrer el camino del Dharma con integridad.

Entonces, piensa de otra manera diferente de la sangha completa. La sangha es un conjunto de huskies siberianos que tiran de un trineo con el Dharma a bordo, y el Dharma que hay a bordo de este trineo es de hecho su propia comida al final del viaje y para el resto de sus vidas. Entonces está muy claro que cuanta más eficacia haya al tirar del trineo, más rápido y eficaz puede ser el viaje y las consecuencias (una panzada de Dharma para todos).

Eso está bien, pero ahora viene el problema. Supón que tienes este grupo de huskies y cada uno de ellos es ciego y sin olfato. La única manera en que puede saber que de verdad puede llegar al final del viaje y llenarse la panza de Dharma es por el sentido de las correas que tiran de todos. Pero es difícil, porque no puede ver a los otros perros ni olerlos. Entonces tampoco sabe si hay muchos o pocos tirando, con qué fuerza tiran o si todos tiran en la misma dirección, porque por desgracia el conductor no habla el idioma de los perros y ellos no entienden su idioma.

Bien, ese es el problema. Como husky que eres, ¿qué puedes hacer?

La respuesta es que todos debéis entender completamente desde el principio el concepto de la unidad y la diversidad.

Si entendéis eso, entendéis que no hay diferencia entre huskies y que todos los huskies tienen el mismo problema: que se ocupan mucho de la posibilidad de errores en la diversidad y poco de la unidad.

La solución es darlo todo por la totalidad. Eso significa tirar lo más posible en la dirección correcta en beneficio de todos los otros huskies y de uno mismo, hacer lo más posible para permitir que los otros huskies sepan que lo estás haciendo y estar preparado para ayudarles si tienen frío o cojean.

Bien, en la práctica, ¿cómo hacer eso? Con comunicación total e intercambio de experiencias y de los problemas que se enfrentan. Es verdad que no podéis hacer el trabajo del maestro, pero saber que hay un perro al lado que está tirando de las riendas para todos, no para sí mismo, es una gran ayuda. Y a veces, cuando todos paráis para descansar (en un retiro), debéis tener un completo sentido de unidad en todo lo que estáis haciendo y eso significa estar lleno de alegría disponible y del bienestar que se puede compartir, incluso con cualquier dificultad que se encuentre.

Jesucristo dijo que donde dos se reunían en su nombre, ahí estaba él. Pero nosotros decimos que allí donde uno se reúne con su propia naturaleza de Buda, en armonía con el Dharma, ahí está también la semilla de la Sangha, que es la unidad de todos los seres aparentes y, en especial, la unidad potencial de todos los que dedican sus esfuerzos a abrir este camino para los demás.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Lo que el viento se llevó... y trajo de vuelta


Su Tung Po, el célebre poeta de la dinastía Sung, era un budista devoto. Tenía un amigo íntimo llamado Fo Ying, que era un maestro Chan muy brillante. El templo de Fo Ying estaba en la orilla izquierda del río Yangtsé, mientras que la casa de Su Tung Po estaba en la derecha.

Un día Su Tung Po le hizo una visita a Fo Ying y, al ver que no estaba, se sentó en su estudio para esperar a que volviera. Como se aburría esperando, pasado un tiempo se puso a hacer garabatos en una hoja de papel que encontró tirada en el escritorio, y sus últimos caracteres decían: “Su Tung Po, el gran budista al que no pueden mover ni siquiera las fuerzas combinadas de los ocho vientos mundanos”. Después de esperar un rato más, Su Tung Po se cansó y se marchó a su casa.

Cuando Fo Ying regresó y vio la composición de Su Tung Po en su escritorio, añadió la siguiente línea: “¡Vaya estupidez! ¡Lo que has dicho es como tirarse un pedo!” y se lo envió a Su Tung Po.

Cuando Su Tung Po leyó el indignante comentario, se puso tan furioso que enseguida se montó en una barca, cruzó el río y corrió al templo de nuevo. Agarrando a Fo Ying del brazo, le gritó: “¿Qué derecho tienes a denunciarme con ese lenguaje? ¿Acaso no soy un budista devoto que solo se preocupa por el Dharma? ¿Estás ciego, a pesar de que me conoces hace tanto tiempo?”

Fo Ying le miró en silencio unos segundos, luego sonrió y dijo: “Su Tung Po, el gran budista que afirma que las fuerzas combinadas de los ocho vientos mundanos no lo pueden mover ni siquiera un centímetro, ahora se ve arrastrado hasta la orilla opuesta del río Yangtsé por un mero soplo de viento del ano!”

(Chang Chen-Chi, The Practice of Zen, p. 17)

lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Qué es y qué no es un río?


El otro día, viniendo hacia Can Catarí por la autopista, crucé un valle por un largo viaducto.

La señal anunciaba al “Río Grío”, pero me llamó la atención porque no parecía un río como cualquier otro.

Por ejemplo, era completamente diferente del famoso río de Heráclito, el filósofo griego que afirmaba que uno no podía bañarse dos veces en el mismo río.

Bien, pues en este río uno no podría bañarse ni siquiera una vez. Estaba tan seco que no era más que un pedregal. Se diría que ni está ni se le espera.

¿Tiene sentido seguir llamándole “río” a algo que durante varios meses al año no es más que un escabroso lecho de cantos resecos?

La anécdota no es más que una muestra de lo inadecuado que resulta nuestro lenguaje como descripción de este mundo de ilusiones en constante cambio.

Cuando los humanos inventamos los nombres, obtuvimos una gran arma evolutiva para manejar información, pero también le dimos fuerza al engaño de que los fenómenos que percibimos en el mundo son entidades sustanciales con existencia sólida e independiente, cuando en realidad no son sino configuraciones temporales de energía en perpetuo movimiento.

Cada vez que usamos las palabras estamos en riesgo de consolidar ese error; fosilizamos la experiencia como insectos prehistóricos encapsulados en ámbar. Pero, al mismo tiempo, si dejamos de hablar del todo, ¿cómo nos vamos a dar cuenta del peligro? Porque no basta con quedarse callado; hay que comprender, y para eso casi siempre hacen falta palabras.

En ese sentido, y aunque suene absurdo, sería más apropiado hablar básicamente con verbos y en vez de decir que el río lleva agua, decir por ejemplo que “está riando”. Así, sin más: aquí, en este momento, está montañeando, arbolando, soleando, etc. Y, claro, también podríamos decir que está Jueshaneando, y lo mismo para todos los aparentes individuos separados que pululan por el planeta. Tenemos nombres y formas diferenciadas pero somos olas del mismo océano de energía incognoscible.

¿Quiere eso decir que nuestros ingenieros deberían haber adecuado sus proyectos y obras a la ausencia del río Grío durante varios meses al año? Obviamente tampoco, so pena de provocar desastres como los de los campings y viviendas emplazadas en cauces secos de torrenteras, solo porque no tienen nombre ni se ha reconocido su potencial de acumular y canalizar agua, y por tanto expuestas a riadas devastadoras que se llevan por delante todo lo que encuentran a su paso cada vez que viene una lluvia torrencial.

Esas son las dos verdades del Dharma, que se compensan y completan mutuamente: reconocer y responder correctamente a la aparente existencia de las ilusiones del samsara, de manera que la vida siga adelante, pero no dejarse atrapar por la creencia de que son reales, permanentes y separadas, para así cortar la ignorancia (avidya) que está en la base de todo deseo, apego y sufrimiento.

Como tantas otras cosas, fácil de decir, no tanto de hacer.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Gloria

Pensando en los que no dominan el inglés traduzco aquí la última entrada de Shanjiàn en SecretChan's Dharma Blog, que me ha resonado especialmente:


Esta es Gloria. Kuxinshan, nuestra maestra de Vipassana recientemente fallecida, siempre la llamaba “Licking Puppy” (cachorro lamedor), porque ese era y sigue siendo su primer saludo.

Vino, como Dunkel, con un serio problema de piel y con la cola siempre caída, lejos del gracioso rizo de los sharpeis. Afortunadamente, no tenía leishmaniosis y ahora goza de toda la salud que puede tener un sharpei. No posee la belleza externa que tanto se aprecia, pero es lo más que se puede acercar el ser humano a la fidelidad y el compañerismo.

Mientras que su medio-hermana Dunkel era noble, sin duda ella es espléndida, esto es, siempre menea la cola y es la primera que acude a saludar. Su rabo se alza ahora a modo de estandarte sharpei. También es la primera en dar la voz de alarma con increíble energía en cuanto hay una cara nueva en cien metros a la redonda.

Si tuviera rasgos humanos serían los del Dharma, la alegría y la compasión, sin duda. ¿De dónde viene eso? Es obviamente algo genético, porque nació y creció con Dunkel y Nantú. Cada uno tiene su propia herencia genética.

Muestra la típica independencia de los sharpeis, que muchos toman por tozudez, y se resiste a cualquier aprendizaje que le haga juego a la comodidad humana, aunque no tiene mucho que aprender… ¿Por qué iba a aprender algo que no sea natural? La mayoría de las cosas que los humanos les imponen a los animales responden a su capricho y no a los dictados de la naturaleza.

Sus rasgos de sharpei están dentro de ella y eso me hizo preguntarme qué características humanas hay en el ser humano, escondidas… Si los rasgos del sharpei son su verdadera pertenencia a su tribu y la guardia de su territorio, ¿cuáles son las características más importantes del ser humano?

Aparte de la capacidad única de tener verdadera compasión, alegría por los demás y vivir con afecto benevolente, las más importantes son la pareja de curiosidad y creatividad. Pero para despertarlas de las profundidades del samsara manchado hacen falta enseñanzas, meditación y una aplicación diaria consistente. Así pues, ¿cuál es el valor real de las enseñanzas y la meditación?

Muy elevado, claro, aunque en realidad no hay nada que aprender. Ese es el SECRETO, porque todo está ahí, dentro de cada ser humano, esperando a ser liberado. El maestro Yuanwu dijo:

Las palabras de los Budas y los maestros Chan no son más que instrumentos y métodos para alcanzar la Verdad. Cuando hay un Despertar y experimentas la verdad tú mismo, descubres que todas las enseñanzas están ahí en tu interior.

Por tanto puedes ver que todas las enseñanzas verbales del Buda y los maestros Chan no son más que ecos y reflejos, así que no te pongas a dar volteretas en tu cabeza.

Eso significa que debes escuchar, pero relajadamente y sin agitación del intelecto consciente. Simplemente empieza de verdad a abrir la Puerta del Bosque Chan a esa curiosidad y creatividad naturales y todo quedará claro.

Ahora bien, eso no es algo que puedas conseguir solo a base de sentarte con la mente vacía, buscando relajaciones o curas para tus problemas cotidianos. Tampoco tienes que seguir a los demás con sus hábitos y estilos. Ni tampoco tienes que bailar al son de tu propia identidad, no importa cómo suene de romántico.

Simplemente escucha los ecos de las enseñanzas, que se repiten una y otra vez en la naturaleza. Simplemente mira los reflejos de las montañas y arroyos, los bosques y praderas, los animales y las pequeñas criaturas que son nuestros acompañantes en esta vida.

Está todo ahí si tienes el coraje de desprenderte aquí y ahora de lo que no necesitas. Sé tenaz en la defensa de lo que es natural y correcto dentro de ti y no seas otro robot más de los que marchan al ritmo del Estado, las religiones, los sistemas educativos y las hijas de Mara.

Gracias, Gloria.

A Gloria simplemente le hacía falta una oportunidad de expresar su verdadera naturaleza… Es una lección importante, porque tú también puedes expresar tu propia naturaleza… Pero tienes que darte la oportunidad.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Esos puntitos rojos...


A veces me pregunto qué valor tienen esos puntitos rojos que aparecen en el mapa-contador de visitas al blog.

Lo cierto es que nadie sabe qué significan realmente, más allá del dato escueto de que alguien ha pasado por ahí.

¿Cómo saber si la visita ha significado algo realmente para el visitante? Porque puede haber pasado exactamente igual que la luz por el cristal, sin dejar ni llevarse nada de nada.

Entonces, ¿aportan algo, aparte de motivos para que el ego se hinche o se desinfle según el volumen del ciber-tráfico?

Pero, pero, pero…

Imagínate –me digo a mí mismo– que cada punto rojo no representa solo a alguien que entra y sale de la página sino a alguien que se queda y lee algo.

Imagínate que esa persona no solo lee algo sino que entiende lo que se dice, mira más allá de las palabras y capta un aroma.

Imagínate que esa persona no solo entiende lo que se dice, mira más allá de las palabras y capta un aroma sino que va más allá de mi particular idiosincrasia y busca en mis fuentes, en el posible origen de ese aroma.

Imagínate que esa persona no solo va más allá de mi particular idiosincrasia y busca en mis fuentes sino que las encuentra –en mi caso, probablemente alguna página web del maestro Shānjiàn Dáshī.

Y ahí empieza de nuevo el ciclo: entrar en la página > quedarse y leer la página > entender lo que se dice, mirar más allá de las palabras y captar un aroma > ir más allá del autor y buscar en sus fuentes, pero ahora ya con posibilidades serias de que esa persona encuentre algo que le haga click y empiece a practicar el Dharma… y con dedicación, paciencia y perseverancia consiga una mayor apertura y florecimiento de su propia naturaleza humana.

Es una posibilidad remota, sí… remotísima incluso… pero potencialmente tan magnífica como para no bajar los brazos y resignarme a que este enorme caudal de sabiduría y compasión del que bebo se desparrame en el desierto y acabe por evaporarse sin beneficiar a nadie más.

Desde ahora, y al menos en este blog, el rojo es el color de la esperanza.