sábado, 24 de octubre de 2015

Glorias otoñales


Solemos recular con espanto ante cualquier mención a la muerte, pero a veces uno se encuentra reflexiones que son verdaderas joyas, fruto de mentes lúcidas que nos enseñan cómo se afronta esa transición, inevitable para todos, con aplomo y humanidad. Son una buena lección sobre la impermanencia y lo importante que es aprovechar nuestro tiempo en esta tierra, que tan pródigamente solemos desperdiciar persiguiendo fuegos fatuos o escapando de fantasmas que hemos creado con nuestra propia mente truculenta.

Cuando queda poca vida, cada instante cobra un sentido intensísimo. Y lo que me llama la atención en estas reflexiones es que, cuando estamos cerca del fin de la conciencia, no valoramos nada tanto como simplemente estar en el mundo y participar en él, aceptándolo con nuestros sentidos. Da igual lo que poseas, quién seas, lo que hayas hecho; lo último que queda es estar en el mundo, ser testigo de su sutil belleza y dejar que nos inunde su presencia, que siempre nos ha acompañado sin pedir nada a cambio. Esa comunión justifica por sí sola la vida y la muerte. ¿Tiene sentido esperar a nuestros últimas semanas o días para abrirnos a ella?

Arce japonés

Tu muerte, cercana ahora, es de las fáciles.
Desvanecerse tan despacio no supone dolor de verdad.
La respiración, al acortarse,
solo resulta incómoda. Sientes cómo se consume
la energía, pero el pensamiento y la vista permanecen:

Mejorados, de hecho. ¿Cuándo has visto
belleza tan dulce, tantas cámaras de ámbar y galerías de espejos
como cuando la lluvia fina cae
sobre ese pequeño árbol
y empapa los muros de ladrillo de tu jardín trasero?

Ese brillo, cada vez más espléndido mientras la tarde va cayendo,
ilumina el aire.
Nunca se acaba.
Cuandoquiera que venga la lluvia, ahí estará,
más allá de mis días, aunque ahora tomo mi parte.

El arce, elección de mi hija, es reciente.
Cuando llegue el otoño sus hojas se volverán llamas.
Lo que debo hacer
es vivir para verlo. Eso le pondrá fin a la partida
para mí, aunque la vida sigue por igual:

llenando las puertas dobles para bañar mis ojos,
un último aluvión de colores pervivirá
mientras mi mente muere,
incinerada por mi visión de un mundo que fulguró
con tanto brillo en el último instante, y luego desapareció.

Al autor le diagnosticaron enfisema y fallo renal en 2010 y leucemia en 2011. Aún está vivo.

¿Y nosotros, estamos así de vivos de verdad?

sábado, 17 de octubre de 2015

Por sus frutos la conocerás

Hoy he comido una manzana. Qué cosa tan magnífica es una manzana... su solidez compacta y pesada, su forma a menudo irregular pero inconfundible, su gama de colores rojos, amarillos, rosados y verdes, su aroma terrenal y fresco, el chasquido que produce al morderla, el jugo que suelta...

Sin embargo, si me centro solo en el placer que le ofrece a mis sentidos, paso por alto que esa manzana es fruto de un ser vivo y que ella misma ha estado viva. Y también que su función correcta como alimento no es precisamente darme gusto sino hacer posible que siga viviendo a sus expensas.

Cada manzana que me como es una oportunidad menos de que el árbol que la produjo propague sus semillas por la tierra y tenga descendencia, como es natural. Es un sacrificio sin vuelta atrás. Por eso, en el Dharma cuando comemos tomamos conciencia de que estamos sacrificando unas vidas en favor de otras, para así recordarnos la importancia de entender ese sacrificio y aceptarlo siendo dignos de él en nuestra forma de vivir.

El manzano, claro, no sufre porque sus frutos vayan a parar a nuestro estómago en vez de brotar en suelo fértil. El manzano, como todos los demás seres vivos, solo conoce una ley, la del "creced y multiplicaos". En esa ley, todos parecen estar persiguiendo su supervivencia individual al tener hijos, y sin embargo todos están sirviendo a la supervivencia de los demás, ya que los seres vivos nos nutrimos unos de otros.

Ese "cambiazo" es una genialidad de la naturaleza, que usa la tendencia innata a la supervivencia individual de cada especie como fuerza para abastecer a la supervivencia colectiva de la vida, sea en la forma que sea.

Los humanos, en cambio, nos hemos apartado de ese ciclo porque nos sentimos separados, distintos y mejores. Le damos una importancia desmesurada a nuestra identidad y a nuestros propios hijos (no tanto a los de los demás, ahora que ha desaparecido cualquier noción de unidad tribal) y en cambio hemos industrializado la procreación de múltiples formas de vida para alimentar nuestra hambre insaciable, cuando no nuestro apetito de gourmets.

Pero la Fuerza de la Vida tiene su propia inteligencia y capacidad de adaptarse. En su equilibrio dinámico hay diversidad, caos y conflicto, pero paradójicamente todo ello favorece la continuidad de más vida en formas en evolución constante. Nuestra capacidad de destrucción como humanos es muy grande, pero la de creación es insignificante si nos comparamos con la naturaleza. El camino de restaurar el equilibrio pasa por apreciar cuánto le debemos y qué íntimamente estamos unidos a ella, y eso nos lo puede enseñar algo tan sencillo como comer una simple manzana. Así es como logramos que su sacrificio también sea fértil a otro nivel, en beneficio de toda la vida.

viernes, 9 de octubre de 2015

Cuidadín con las madres fregonas...

Llevo demasiado tiempo escribiendo cosas serias. Hoy toca descanso:

- Johnson, de homicidios. ¿Quién es?
- Agente Aguirre.
- ¿Qué ha pasado?
- Asesinato de un varón de 38 años. Su madre le ha dado 6 puñaladas por pisar lo fregao.
- ¿Han detenido a la madre?
- No, todavía está mojado...