jueves, 29 de septiembre de 2011

Lo que el viento se llevó... y trajo de vuelta


Su Tung Po, el célebre poeta de la dinastía Sung, era un budista devoto. Tenía un amigo íntimo llamado Fo Ying, que era un maestro Chan muy brillante. El templo de Fo Ying estaba en la orilla izquierda del río Yangtsé, mientras que la casa de Su Tung Po estaba en la derecha.

Un día Su Tung Po le hizo una visita a Fo Ying y, al ver que no estaba, se sentó en su estudio para esperar a que volviera. Como se aburría esperando, pasado un tiempo se puso a hacer garabatos en una hoja de papel que encontró tirada en el escritorio, y sus últimos caracteres decían: “Su Tung Po, el gran budista al que no pueden mover ni siquiera las fuerzas combinadas de los ocho vientos mundanos”. Después de esperar un rato más, Su Tung Po se cansó y se marchó a su casa.

Cuando Fo Ying regresó y vio la composición de Su Tung Po en su escritorio, añadió la siguiente línea: “¡Vaya estupidez! ¡Lo que has dicho es como tirarse un pedo!” y se lo envió a Su Tung Po.

Cuando Su Tung Po leyó el indignante comentario, se puso tan furioso que enseguida se montó en una barca, cruzó el río y corrió al templo de nuevo. Agarrando a Fo Ying del brazo, le gritó: “¿Qué derecho tienes a denunciarme con ese lenguaje? ¿Acaso no soy un budista devoto que solo se preocupa por el Dharma? ¿Estás ciego, a pesar de que me conoces hace tanto tiempo?”

Fo Ying le miró en silencio unos segundos, luego sonrió y dijo: “Su Tung Po, el gran budista que afirma que las fuerzas combinadas de los ocho vientos mundanos no lo pueden mover ni siquiera un centímetro, ahora se ve arrastrado hasta la orilla opuesta del río Yangtsé por un mero soplo de viento del ano!”

(Chang Chen-Chi, The Practice of Zen, p. 17)

lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Qué es y qué no es un río?


El otro día, viniendo hacia Can Catarí por la autopista, crucé un valle por un largo viaducto.

La señal anunciaba al “Río Grío”, pero me llamó la atención porque no parecía un río como cualquier otro.

Por ejemplo, era completamente diferente del famoso río de Heráclito, el filósofo griego que afirmaba que uno no podía bañarse dos veces en el mismo río.

Bien, pues en este río uno no podría bañarse ni siquiera una vez. Estaba tan seco que no era más que un pedregal. Se diría que ni está ni se le espera.

¿Tiene sentido seguir llamándole “río” a algo que durante varios meses al año no es más que un escabroso lecho de cantos resecos?

La anécdota no es más que una muestra de lo inadecuado que resulta nuestro lenguaje como descripción de este mundo de ilusiones en constante cambio.

Cuando los humanos inventamos los nombres, obtuvimos una gran arma evolutiva para manejar información, pero también le dimos fuerza al engaño de que los fenómenos que percibimos en el mundo son entidades sustanciales con existencia sólida e independiente, cuando en realidad no son sino configuraciones temporales de energía en perpetuo movimiento.

Cada vez que usamos las palabras estamos en riesgo de consolidar ese error; fosilizamos la experiencia como insectos prehistóricos encapsulados en ámbar. Pero, al mismo tiempo, si dejamos de hablar del todo, ¿cómo nos vamos a dar cuenta del peligro? Porque no basta con quedarse callado; hay que comprender, y para eso casi siempre hacen falta palabras.

En ese sentido, y aunque suene absurdo, sería más apropiado hablar básicamente con verbos y en vez de decir que el río lleva agua, decir por ejemplo que “está riando”. Así, sin más: aquí, en este momento, está montañeando, arbolando, soleando, etc. Y, claro, también podríamos decir que está Jueshaneando, y lo mismo para todos los aparentes individuos separados que pululan por el planeta. Tenemos nombres y formas diferenciadas pero somos olas del mismo océano de energía incognoscible.

¿Quiere eso decir que nuestros ingenieros deberían haber adecuado sus proyectos y obras a la ausencia del río Grío durante varios meses al año? Obviamente tampoco, so pena de provocar desastres como los de los campings y viviendas emplazadas en cauces secos de torrenteras, solo porque no tienen nombre ni se ha reconocido su potencial de acumular y canalizar agua, y por tanto expuestas a riadas devastadoras que se llevan por delante todo lo que encuentran a su paso cada vez que viene una lluvia torrencial.

Esas son las dos verdades del Dharma, que se compensan y completan mutuamente: reconocer y responder correctamente a la aparente existencia de las ilusiones del samsara, de manera que la vida siga adelante, pero no dejarse atrapar por la creencia de que son reales, permanentes y separadas, para así cortar la ignorancia (avidya) que está en la base de todo deseo, apego y sufrimiento.

Como tantas otras cosas, fácil de decir, no tanto de hacer.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Gloria

Pensando en los que no dominan el inglés traduzco aquí la última entrada de Shanjiàn en SecretChan's Dharma Blog, que me ha resonado especialmente:


Esta es Gloria. Kuxinshan, nuestra maestra de Vipassana recientemente fallecida, siempre la llamaba “Licking Puppy” (cachorro lamedor), porque ese era y sigue siendo su primer saludo.

Vino, como Dunkel, con un serio problema de piel y con la cola siempre caída, lejos del gracioso rizo de los sharpeis. Afortunadamente, no tenía leishmaniosis y ahora goza de toda la salud que puede tener un sharpei. No posee la belleza externa que tanto se aprecia, pero es lo más que se puede acercar el ser humano a la fidelidad y el compañerismo.

Mientras que su medio-hermana Dunkel era noble, sin duda ella es espléndida, esto es, siempre menea la cola y es la primera que acude a saludar. Su rabo se alza ahora a modo de estandarte sharpei. También es la primera en dar la voz de alarma con increíble energía en cuanto hay una cara nueva en cien metros a la redonda.

Si tuviera rasgos humanos serían los del Dharma, la alegría y la compasión, sin duda. ¿De dónde viene eso? Es obviamente algo genético, porque nació y creció con Dunkel y Nantú. Cada uno tiene su propia herencia genética.

Muestra la típica independencia de los sharpeis, que muchos toman por tozudez, y se resiste a cualquier aprendizaje que le haga juego a la comodidad humana, aunque no tiene mucho que aprender… ¿Por qué iba a aprender algo que no sea natural? La mayoría de las cosas que los humanos les imponen a los animales responden a su capricho y no a los dictados de la naturaleza.

Sus rasgos de sharpei están dentro de ella y eso me hizo preguntarme qué características humanas hay en el ser humano, escondidas… Si los rasgos del sharpei son su verdadera pertenencia a su tribu y la guardia de su territorio, ¿cuáles son las características más importantes del ser humano?

Aparte de la capacidad única de tener verdadera compasión, alegría por los demás y vivir con afecto benevolente, las más importantes son la pareja de curiosidad y creatividad. Pero para despertarlas de las profundidades del samsara manchado hacen falta enseñanzas, meditación y una aplicación diaria consistente. Así pues, ¿cuál es el valor real de las enseñanzas y la meditación?

Muy elevado, claro, aunque en realidad no hay nada que aprender. Ese es el SECRETO, porque todo está ahí, dentro de cada ser humano, esperando a ser liberado. El maestro Yuanwu dijo:

Las palabras de los Budas y los maestros Chan no son más que instrumentos y métodos para alcanzar la Verdad. Cuando hay un Despertar y experimentas la verdad tú mismo, descubres que todas las enseñanzas están ahí en tu interior.

Por tanto puedes ver que todas las enseñanzas verbales del Buda y los maestros Chan no son más que ecos y reflejos, así que no te pongas a dar volteretas en tu cabeza.

Eso significa que debes escuchar, pero relajadamente y sin agitación del intelecto consciente. Simplemente empieza de verdad a abrir la Puerta del Bosque Chan a esa curiosidad y creatividad naturales y todo quedará claro.

Ahora bien, eso no es algo que puedas conseguir solo a base de sentarte con la mente vacía, buscando relajaciones o curas para tus problemas cotidianos. Tampoco tienes que seguir a los demás con sus hábitos y estilos. Ni tampoco tienes que bailar al son de tu propia identidad, no importa cómo suene de romántico.

Simplemente escucha los ecos de las enseñanzas, que se repiten una y otra vez en la naturaleza. Simplemente mira los reflejos de las montañas y arroyos, los bosques y praderas, los animales y las pequeñas criaturas que son nuestros acompañantes en esta vida.

Está todo ahí si tienes el coraje de desprenderte aquí y ahora de lo que no necesitas. Sé tenaz en la defensa de lo que es natural y correcto dentro de ti y no seas otro robot más de los que marchan al ritmo del Estado, las religiones, los sistemas educativos y las hijas de Mara.

Gracias, Gloria.

A Gloria simplemente le hacía falta una oportunidad de expresar su verdadera naturaleza… Es una lección importante, porque tú también puedes expresar tu propia naturaleza… Pero tienes que darte la oportunidad.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Esos puntitos rojos...


A veces me pregunto qué valor tienen esos puntitos rojos que aparecen en el mapa-contador de visitas al blog.

Lo cierto es que nadie sabe qué significan realmente, más allá del dato escueto de que alguien ha pasado por ahí.

¿Cómo saber si la visita ha significado algo realmente para el visitante? Porque puede haber pasado exactamente igual que la luz por el cristal, sin dejar ni llevarse nada de nada.

Entonces, ¿aportan algo, aparte de motivos para que el ego se hinche o se desinfle según el volumen del ciber-tráfico?

Pero, pero, pero…

Imagínate –me digo a mí mismo– que cada punto rojo no representa solo a alguien que entra y sale de la página sino a alguien que se queda y lee algo.

Imagínate que esa persona no solo lee algo sino que entiende lo que se dice, mira más allá de las palabras y capta un aroma.

Imagínate que esa persona no solo entiende lo que se dice, mira más allá de las palabras y capta un aroma sino que va más allá de mi particular idiosincrasia y busca en mis fuentes, en el posible origen de ese aroma.

Imagínate que esa persona no solo va más allá de mi particular idiosincrasia y busca en mis fuentes sino que las encuentra –en mi caso, probablemente alguna página web del maestro Shānjiàn Dáshī.

Y ahí empieza de nuevo el ciclo: entrar en la página > quedarse y leer la página > entender lo que se dice, mirar más allá de las palabras y captar un aroma > ir más allá del autor y buscar en sus fuentes, pero ahora ya con posibilidades serias de que esa persona encuentre algo que le haga click y empiece a practicar el Dharma… y con dedicación, paciencia y perseverancia consiga una mayor apertura y florecimiento de su propia naturaleza humana.

Es una posibilidad remota, sí… remotísima incluso… pero potencialmente tan magnífica como para no bajar los brazos y resignarme a que este enorme caudal de sabiduría y compasión del que bebo se desparrame en el desierto y acabe por evaporarse sin beneficiar a nadie más.

Desde ahora, y al menos en este blog, el rojo es el color de la esperanza.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Khara-khoto, la ciudad negra


Cuando veo cómo el desierto del Dharma cognitivo e inane avanza por todas partes me vienen a la cabeza las imágenes de las ruinas de Kharakhoto, perdidas en el desierto del Gobi.

Kharakhoto fue una ciudad mongola de la Ruta de la Seda, visitada al parecer por Marco Polo en sus viajes, que albergó un inusitado florecimiento de la escuela budista Chan y Huayan de Zongmi entre los siglos xiii y xiv de nuestra era hasta que fue asediada y saqueada por las tropas chinas.

Hoy no quedan de ella más que cuatro pedruscos desperdigados entre el secarral, mientras el desierto, sometido a la dictadura inclemente del astro rey, extiende sus desolados dominios en todas direcciones hasta donde la vista se pierde.

¡Ay, Kharakhoto, qué terrible es tu mensaje!… Igual que el sol implacable no tolera la suave presencia de las estrellas, así la mente cognitiva agosta y calcina cualquier brizna de Dharma vivo en la vasta planicie deshabitada que controla. El suyo es un budismo yermo.

Sin embargo, también hay oasis en el desierto y de la noche más oscura puede brotar la llama de la esperanza. La misma “ciudad negra” que nos impone por su sombrío destino nos ha legado una imagen de Buda haciendo el mudra llamado bhumisparsa, justo antes de alcanzar el despertar bajo el árbol del bodhi, en memoria de su apelación a la madre Tierra como testigo de sus méritos frente al postrer desafío de Mara.
 

Por eso, ante el tenaz avance de las ardientes arenas del Dharma cognitivo, nosotros volvemos a los fundamentos y tomamos Refugio una y otra vez, no para huir de la realidad sino como afirmación de nuestro derecho como hijos virtuales del Buda a recuperar nuestra herencia natural y despertar a las ilusiones sanas y correctas de la mente, en beneficio de todos los seres.

Que Así Sea.

Esperando la lluvia

“Una persona experta no se vuelve arrogante debido a perspectivas filosóficas o pensamientos, porque no es de ese tipo; no se deja guiar por las obras religiosas o por la tradición, no se deja llevar a ninguno de los lugares de descanso de la mente”.

Cuando Buda habla de estos lugares de descanso de la mente, ¿a qué se refiere?

Suena como si la mente tuviera que mantenerse en movimiento perpetuo, como algunos tipos de tiburón que nunca se detienen, ni siquiera para dormir; pero en realidad habla de esas ocasiones en que la mente se “desconecta” y pone el piloto automático, abdicando momentáneamente de su responsabilidad investigadora para abandonarse a una autoridad ajena, sea una creencia, una tradición o un hábito. Es algo que hacemos todo el tiempo, en cuanto nos despistamos.

Parece como si Buda nos estuviera diciendo: “Cuidado, no os caséis con ningún concepto fijo –¡ni siquiera con el budismo! Cualquier apego a patrones rígidos no es vuestra propia naturaleza sino una forma de fosilización mental”. Eso significa que no podemos definirnos ni adherirnos a ninguna posición fija, a ningún “-ismo”: ni creencias, ni ideologías, ni gustos, ni una identidad sólida. Somos agua que corre; si nos paramos a descansar en esos lugares de la mente, nos congelamos; estamos muertos. La calidad de la atención y presencia que eso exige es algo tremendo.

Quizá sorprenda ver aquí a Buda como adalid de la fluidez, como si eso fuese una virtud exclusiva de los sabios daoístas y los maestros de artes marciales; pero también el sufí Rumi, en un contexto muy diferente, se hizo eco del mismo sentimiento: 

Quienquiera que ame Tu actividad creadora está lleno de gloria.
Quienquiera que ame lo que has creado no es un verdadero creyente.

Solo que Buda le imprime a esa advertencia un giro idiosincrático y espectacular, que para mí lo aleja definitivamente de la esfera religiosa: no se trata de adorar la actividad de un Dios creador, por magnífica que sea, sino de evitar caer en la trampa de tomar por reales las “creaciones” del único “dios” que existe –la mente (no el cerebro, sino la hidra de treinta cabezas en llamas que Buda presentó en el Sutra del fuego).  

Ahora que lo pienso, las palabras de Buda tienen además una aplicación colectiva que nos atañe a todos los que seguimos su guía. Si nos miramos al espejo, siendo sinceros, ¿hay alguna escuela budista que no se considere superior a las demás de forma abierta o velada? Unas destacan su autenticidad y fidelidad a los orígenes, otras elogian su enfoque directo y súbito, otras se consideran reservadas para los de mayor capacidad… pero es una cantinela que se repite por igual entre gentes de casi todos los caminos, ya sean Mahayana, Vajrayana, o Dzogchen. Prácticamente nadie se da cuenta de que hay distintas vías porque hay temperamentos diferentes o reconoce que no todas las vías son aptas para todo el mundo. Curiosamente, todos ellos se sienten aristócratas del espíritu; se diría que en el Dharma se desató desde el inicio una carrera de armamentos de tecnología meditativa que, mira tú por dónde, ha acabado por dejarles a la cabeza del pelotón. Lo cómico es que se parezcan tanto precisamente en sentirse especiales y mejores que las demás. Más les valdría olvidarse de competiciones y recordar las enseñanzas del Tathagata:

“No te formes perspectivas en el mundo ya sea mediante el conocimiento, la conducta virtuosa o las prácticas religiosas; igualmente, evita pensar de ti mismo como superior, inferior o igual a los demás.

“Los sabios se desprenden del ‘yo’ y al estar libres de apegos no dependen del conocimiento. Tampoco disputan sobre opiniones ni se asientan en ninguna perspectiva.

“Para los que no tienen deseos de cualquiera de los extremos del devenir o el no-devenir, aquí o en otra existencia, no hay conflicto con las perspectivas que mantengan los demás.

“Ellos no se forman la más mínima noción con respecto a perspectivas que hayan visto, oído, o elucubrado. ¿Cómo se les podría influir a esos sabios que no se agarran a ninguna perspectiva?”

Los antiguos sutras y shastras budistas son un tesoro de sabiduría y compasión, aunque siempre hay que mirar más allá de lo que dicen literalmente. Es una pena que tantos budistas –a excepción quizá de los Theravada– los pasen por alto. En vez de disputar sobre los méritos y excelencias de cada camino del Budadharma, ¿no sería mejor reconocer nuestra raíz común y cultivarla como lugar de encuentro? 

 
访, cháng cháng fǎng běn yuán
Vuelve a menudo a la fuente

Una liberación a mano


A veces cuando me abruma la sensación de desierto, como ahora con mis lecturas, vuelvo a los orígenes, a las palabras de Buda, que para mí son fuente de sabiduría intemporal.

Releyendo sus enseñanzas, hoy me he encontrado con una de sus habituales andanadas a la línea de flotación de la identidad:

“Ahora declaro esto: tras investigar, no hay nada entre todas las doctrinas que alguien como yo abrazaría. Al ver la penuria de las perspectivas filosóficas, sin adoptar ninguna de ellas, buscando la verdad descubrí la paz interior.

“Ni por cualquier opinión filosófica, ni por tradición, ni por conocimiento, ni por la virtud y las obras religiosas puede nadie decir que la pureza existe; ni por la ausencia de opinión filosófica, ni por la ausencia de tradición, ni por la ausencia de conocimiento, ni por la ausencia de virtud y buenas obras tampoco; abandonándolas sin adoptar ninguna otra cosa, que uno, sereno e independiente, no desee ningún lugar de descanso.

“El que se cree igual a los demás, o superior, o inferior, disputa por esa misma razón; pero el que se mantiene impávido bajo esas tres condiciones, para esa persona las nociones de ‘igual’, ‘superior’ o ‘inferior’ no existen.

“El Sabio para el que no existen las nociones de ‘igual’ o ‘desigual’, ¿acaso diría ‘Esto es verdad’? ¿O con quién disputaría, diciendo ‘Eso es falso’? ¿Con quién iba a entrar en disputa?

“La persona experta no se vuelve arrogante debido a perspectivas filosóficas o pensamientos, porque no es de ese tipo; no se deja guiar por las obras religiosas o por la tradición, no se deja llevar a ninguno de los lugares de descanso de la mente.

“Para el que está libre de puntos de vista no hay ataduras, para el que se ha liberado mediante la comprensión no hay locuras; pero los que se agarran a los puntos de vista y las opiniones filosóficas, esos deambulan por el mundo irritando a la gente”.

Me encanta Buda, siempre tan frontal y directo.

¿Qué entiendo de sus palabras?

Que hay una verdad que se puede experimentar más allá de las disputas y las dicotomías mentales de “x” o “no-x”. Esa verdad es suprema y superior a toda disquisición filosófica.

Que solo los que la han experimentado pueden hablar legítimamente de esa verdad. Por tanto, hacer cábalas sobre lo que es o deja de ser no me va a acercar a ella. El mapa no es el territorio.

Que cualquier operación mental que haga para acceder a ella mediante atajos es una trampa; solo vale ir a su encuentro desnudo, sin aceptar ninguno de los sucedáneos que la mente, siempre tan perra, me ofrece sin cesar. No hay sustituto posible para la experiencia directa.

Que compararme con los demás refuerza la identidad (la creencia en mi propia existencia y la de los demás como entes separados) y es fuente de ansiedad, riñas y estrategias absurdas.

Que las discriminaciones mentales me separan de la experiencia de la verdad, que está al alcance de la mano.

Que tengo que estar constantemente vigilante para no dejarme llevar por la fuerza de la costumbre a esos rincones mentales donde me acomodo y descuido, dejándome llevar por la corriente de mis hábitos malsanos más inveterados.

Que la liberación pasa por librarme primero de mis propias ideas y opiniones, que son las cañas y barro con los que he construido mi endeble identidad intelectual, que tiene que desmoronarse por completo para dar paso a más luz. Afortunadamente, como reza el dicho, torres más altas han caído.

Claro que Buda tenía razón. Con este “programa de actividades” por delante… ¿a quién se le ocurriría ponerse a discutir con otros?