jueves, 29 de diciembre de 2011

El bosque secreto del Chan

Traducido de www.mahabodhisunyata.us:

Esta página se ha construido con el claro entendimiento de que habrá muy pocos que tengan el suficiente interés para seguir con diligencia e intensidad el camino del Dharma Chan y entenderlo plenamente.

Tal como predijo Buda, el Dharma está muriendo y lleva en decadencia desde el siglo VII d.C., cuando empezó a producir el Dharma falso de la compasión mundana y a edificar la religión budista, que ocupa un lugar de honor como si fuese la cura para todo sufrimiento.

Este siglo pasado, los libros, incluso los que versan sobre el Dharma, han inundado el mundo con su ignorancia y ahora casi todos ellos, al haber perdido la sabiduría, están listos para la tumba puesto que se han convertido en última morada de la locura.

El sistema de comunicaciones de internet, lleno de ruido incesante, sigue creciendo y generando una globalización universal de zombies mentales que sigue en aumento como una invasión similar a las hordas de Genghis Khan, e igualmente destructiva.

Esta página se presenta por tanto para un futuro lejano, no para el presente ramplón, cuando con gran suerte el Dharma Chan y todo el Budadharma puedan volver a la vida y ser entendidos por los seres humanos que quieran sacarse a sí mismos del samsara manchado por venir.

Quizá sea una esperanza vana, porque lo que aquí está escrito también puede perecer pronto, pero es lo único que podemos considerar como posible en estos momentos.

Estas páginas contienen secretos del Dharma que rara vez se enseñan y en ellas se explican las contemplaciones esenciales de manera que la cognición pueda captar no solo el camino, sino las explicaciones que aportan credibilidad a ideas que ahora se ven rechazadas.

Habrá unos pocos que sí captarán la necesidad de mantener viva la llama del Dharma para generaciones futuras, en tanto que la ciencia sigue en su torre de marfil suministrando pruebas de algo que no solo ya se sabía desde hace siglos sino que también se practicaba.

Hemos buscado la inteligencia artificial sin reparar en la defectuosa inteligencia cognitiva que ha producido la evolución. La vanidad humana nunca ha sido mayor.

La ciencia nunca ha intentado construir puentes entre la tecnología y la mente desconocida excepto como intentos inanes y cargados de identidad en forma de psicología moderna, que alaba la auto-realización y la autoestima.

Los líderes del Dharma seguirán enarbolando el Dharma verdadero como si fuese una religión, usándolo como opio para los fieles y como medio hábil para tener poder, predicar y mantener las modernas torres de Babel.

No puedo decir más, excepto que espero, aunque no confío, que esta verdad que se presenta aquí pueda seguir de alguna forma en beneficio no solo del ser humano, que necesita una verdadera liberación de su propia locura, sino de todos los seres vivos amenazados por la increíble búsqueda de dominio sobre todas las cosas que aqueja a los humanos.

A los que entran en esta página, lo hacen con una mente abierta y flexible y captan lo que está disponible por su propio bien y el de generaciones venideras, les ofrezco ahora y seguiré ofreciendo todo lo que he experimentado e internalizado, siendo consciente de mi propia fragilidad momentánea.

Tened cuidado de no caer en las trampas del Dharma sectario, ni en las del linaje, los ritos o las ceremonias. En la época temprana de desarrollo del Chan, los estudiantes y maestros más aptos buscaban la verdad del Dharma, los medios para recuperar la “madera no tallada” (朴, ) del auténtico espíritu humano.

Así pues, los maestros de un modelo aprendían y enseñaban también otros modelos, de manera que la grandeza y las meditaciones de otros modelos se pudieran incluir y adaptar en el suyo propio.

Es verdad que muchos maestros no han perdido la tradición, que en realidad no es válida, pero sí la esencia de las prácticas que funcionan para la liberación. Es una locura rechazar lo que sirve para beneficiar a todos los seres sintientes, sea cual sea su origen, y es una locura aceptar como vía lo que no lo es.



jueves, 22 de diciembre de 2011

?o¿*!x¡?


Hay poderosas razones por las que la comprensión del proceso de la disonancia cognitiva, junto con las prácticas curativas que lo acompañan, debería formar parte de las primeras etapas de cualquier camino espiritual que aspire a ser sano y estable.

Como quizá ya sepas, la psicología budista habla de tres grupos principales de complejos de recuerdos relacionados con nuestros centros visceral, emocional y mental. Debido a que son subconscientes, estas tendencias o “identidades” suelen pasarnos desapercibidas y solo se detectan una vez ya han ejercido su influencia –lo cual a menudo es demasiado tarde, dada su naturaleza distorsionada y egoísta. Por tanto es evidente que representan un obstáculo formidable para desarrollar y cultivar no solo el Recto Pensamiento, la Recta Palabra y la Recta Acción del Noble Óctuple Sendero sino también, a un nivel más básico, la mismísima atención plena que el Budadharma recomienda para la vida diaria.

Como dice el Dhammapada: “Las gentes insensatas e ignorantes se permiten llevar vidas descuidadas, mientras que el sabio mantiene su atención como su posesión más preciada. […] El monje que se complace en estar atento, y reconoce el peligro de la negligencia, progresa como un incendio forestal, consumiendo todos los obstáculos grandes o pequeños que haya en su camino. El monje que se complace en estar atento, y reconoce el peligro de la negligencia, es incapaz de dejarse caer”.

A no ser que se descubran y disuelvan (o al menos se reduzca su poder considerablemente), estas identidades subliminales se alimentan del descuido y de hecho gobiernan nuestras vidas desde los rincones oscuros de la mente mediante sus motivaciones manchadas, a menudo discrepantes entre sí. Su instrumento más eficaz a tal fin son las soluciones cognitivas fraudulentas pergeñadas por la disonancia cognitiva.

Darse cuenta de ello es algo sumamente relevante en un camino de liberación como el Budadharma, en donde es muy probable que los avances del estudiante en la comprensión, la meditación y sobre todo en la aplicación de sus descubrimientos a la vida diaria despierten la oposición tenaz aunque solapada de las identidades, y a veces una auténtica cacofonía de cantos de sirena destinados a desviarle de la transformación interna que tanto amenaza a su hegemonía.

La disonancia cognitiva es por tanto una de las enseñanzas más importantes que se pueden ofrecer si es que hemos de derrotar a las resoluciones de disonancia de la identidad. Como herramienta conceptual, este conocimiento deja bien clara la relevancia del Dharma en nuestras vidas diarias al desemascarar los trucos mentales que solemos hacernos cuando nos topamos con contradicciones y conflictos entre nuestras creencias y nuestros actos. Como instrumento sobrio de introspección y comprensión que es, este enfoque realista nos baja de las nubes y marca un rumbo sano y sensato que lleva a una mayor conciencia de nuestra condición humana, su potencial y sus dificultades, en contraposición con fastuosas iluminaciones futuras que supuestamente vayan a eliminar todos nuestros problemas de una vez por todas como por arte de magia.

A medida que vayamos leyendo estas detalladas explicaciones, cada uno de nosotros que sea capaz de verse a sí mismo con suficiente honradez en la intimidad de su propia mente probablemente reconocerá ocasiones en las que se comportó con disonancia cognitiva o tuvo la tentación de hacerlo. Con un poco de suerte, se dará cuenta entonces de la necesidad absoluta de entender a fondo cómo funciona, para así neutralizar sus posibles efectos adversos sobre su desarrollo correcto y natural como ser humano en camino de liberarse de las cadenas del samsara manchado.

lunes, 12 de diciembre de 2011

¡Disfrutad, disfrutad, malditos!



Ayer, al salir del baño por la mañana, tuve una experiencia surrealista: fui asaltado por un mensaje impreso en una caja. Así, sin más, directo a la vista: ¡Paff!

Era la típica caja de madera de frutas y hortalizas, que por lo visto me acechaba junto a la puerta. Luego vi que traía judías verdes de Marruecos.

El mensaje en cuestión decía Goûtez la différence, es decir, “Pruebe la diferencia”, pero también “Disfrute la diferencia”.

Si no acabara de releer el Xinxinming (“Haz la más mínima distinción… y cielo y tierra se separan hasta el infinito”), igual me habría pasado desapercibido; pero con las advertencias de de Sengcan en el recuerdo, esa invitación mañanera a adentrarme en gustos y discriminaciones me pareció todo un manifiesto anti-Dharma en miniatura.

¿Exagero? Diría que no. Ningún punto de apoyo, por nimio que parezca, es despreciable para unas identidades volcadas en salirse con la suya para meter palanca y hacerse un hueco entre cielo y tierra. Ellas crecen y se multiplican entre los polos de la dualidad, y una de sus armas favoritas son los gustos y no-gustos. Y a nuestra mente pura, que le den dos duros.

Ahora todo esto me sugiere, ignoro por qué extraños recovecos de la memoria, un pasaje de los evangelios cristianos:

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan: sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (S. Mateo 6: 19-21).

Una visión más budista diría que es el corazón, o mente pura (xīn, ), el que es nuestro tesoro. Eso sí que es relevante aquí y además encaja bien con algunas experiencias que he tenido.

Por ejemplo, durante las últimas semanas de vida de mi padre llegué a la convicción de que la atención es lo más valioso que podemos dar a otros, y por ende lo más valioso que tenemos. Parece una tontería, por insustancial y ordinaria, pero no es así; seguro que mucha gente que ha pasado por un trance similar sabe de qué hablo: que la atención humana puede ser benéfica, nutritiva y hasta curativa es algo que se capta muy bien tratando con enfermos y con niños pequeños. Lo asombroso es ver con qué alegría estamos dispuestos a desperdiciarla y entregarla al mejor postor. Es más, casi se diría que nos alivia que nos la quiten de encima.

Pues bien, hay muchos que están encantados de aliviarnos de ese peso. Políticos, mercaderes y publicistas saben que donde esté nuestra atención, allí también estará en potencia su tesoro –es decir, su beneficio. Por eso hay una competición tan desaforada por atraer nuestra atención en carteles, rótulos luminosos, sintonías, escaparates… Con las redes sociales y twitters uno aún puede mantenerse al margen, pero ya ni siquiera bajo tierra estás a salvo porque hasta en los andenes y vagones del metro han entrado las televisiones de circuito cerrado que te vomitan encima sus mensajes, quieras o no.

Es un acoso en toda regla, como si fueras un paciente ingresado a la fuerza en un hospital, al que le han colocado una vía con un tratamiento irritante que no has pedido ni tampoco te hace falta.

¿Y toda esta perorata, por una simple caja de judías verdes? Sí, pero es un ejemplo del tráfico de mensajes que nos rodean y bombardean a diario, sumergiéndonos en una marea de incitaciones centrífugas, alienantes y nada inocentes. Sus responsables no nos sacan directamente el cerebro y lo someten a un lavado integral porque aún no pueden.

A veces vislumbro un futuro de pesadilla donde, si seguimos así, estará prohibido meditar para liberar la mente de toda esta montaña de basura y hacerla inmune a sus insistentes cantos de sirena sacacuartos. O, peor aún, donde las únicas meditaciones disponibles serán placebos azucarados que solo sirvan para mantener sedada a la gente, mientras creen que lo están haciendo fenomenal. Diferenciaremos, discriminaremos y disfrutaremos de nuestros gustos como si la vida fuese eso (y barreremos el sufrimiento bajo la alfombra); pero en el fondo seremos autómatas consumistas, extraviados en la separación infinita de todas las cosas.

Quizá ese día no esté tan lejos… A lo mejor ya está aquí, llamando a la puerta… con una sonrisa deslumbrante y otro eslogan comercial en los labios, listo para disparar como si fuera un arpón.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Una llamada



Luna alta, casi llena.
Una lechuza grita a lo lejos
en la fresca noche de otoño.
Parado y en silencio
entre las sombras del camino,
aguzo el oído un instante, aguardando.
¿Cuánto tiempo aún para llegar a casa?

lunes, 5 de diciembre de 2011

Enganchados a las "opionones"


Karl Marx dijo en su día que la religión es el opio del pueblo, pero eso fue hace siglo y medio y el mundo ha cambiado una barbaridad desde entonces.

Hoy, sobre todo en la red pero también en casi cualquier rincón donde la gente se junta para conversar, a veces da la impresión de que son las opiniones las que han tomado el relevo. Es un narcótico que nunca deja de chocarme; parece tan predecible, superfluo y estéril… aunque nadie lo diría, vista la fruición con que se consume.

¿Qué valen las opiniones? Muy poco, en realidad, y bastante menos que el opio en todo caso. Como se dice vulgarmente, son como el ojo del culo: cada uno tiene el suyo.

Pero el problema no son tanto las opiniones en sí, que al fin y al cabo son algo casi tan inevitable como el comer y el cagar, sino el abuso que se hace de ellas, convirtiéndolas en extensiones de uno mismo y predicándolas con la pasión del converso. ¡Con qué vehemencia se llegan a enarbolar! Se diría que a algunos les va la vida en imponer las suyas o al menos causar sensación cada vez que las lanzan al ruedo como si fueran toros bravos o gallos de pelea. Ahí hay mucho más en juego que el mero intercambio de información; tras la fachada de una conversación civilizada en apariencia se pueden desatar auténticas maniobras de autopromoción, con posible rebaja añadida de los interlocutores.

¡Ay, cómo buscamos que los demás nos quieran, nos admiren o nos respeten con nuestras opiniones! ¿Qué opiáceo hay más extendido, insidioso y adictivo que el objetivo inconfesable que persiguen –la afimación de la propia identidad?

Personalmente, cuando me cruzo con opiniones de esta índole, llenas de partidismo aparatoso pero deficientes en información, no puedo evitar acordarme del comentario envenenado que un viejo don de Oxford le dedicó a uno de sus colegas, del que aseguró que era “alguien capaz de penetrar profundamente en la superficie de las cosas”.

Todos sabemos que los medios de comunicación están siempre a la que salta para suministrar combustible para polémicas y debates que, a la postre, sustentan las ventas de sus productos. Su reino es cada vez más el de las apariencias, las tertulias y las opiniones. Les encanta que nos metamos en él hasta las cejas, y las nuevas tecnologías no paran de ofrecer nuevos cauces para que nos incorporemos a esa algarabía, digna de la torre de Babel.

La red, por supuesto, también está llena de grupos y personas ávidas de consumir ese combustible y reciclarlo con sus propios aderezos para consumos subsidiarios. Bien, ese es el mundo en el que nos ha tocado vivir. Hasta ahí, todo normal.

Lo realmente insólito es que esa colosal rueda samsárica de opiniones y apariencias tenga tanta capacidad de arrastre también entre quienes nos consideramos seguidores de Buda, Bodhidharma o Padmasambhava, que deberíamos ser los últimos en dedicarnos a “penetrar profundamente en la superficie de las cosas” como cualquier tertuliano semi-ilustrado, lleno de ardor guerrero.

El famoso Wumenguan, una de las colecciones clásicas de koanes Chan, contiene un caso que viene a cuento:

Dos monjes estaban observando una bandera que ondeaba al viento.
Uno le dijo al otro: “La bandera se mueve”.
El otro contestó: “El viento se mueve”.
Huineng les oyó y dijo: “No es la bandera, no es el viento; la mente se mueve”.

Nada es lo que parece. 

Las cosas de “ahí fuera” no existen como tales. 

Todos los fenómenos son inventos, proyecciones de la mente. 

Esa es la enseñanza de Huineng, uno de los supuestos patriarcas del Chan. 

Si de verdad entendemos lo que dice y lo aceptamos, ¿qué sentido tiene aferrarse a un punto de vista, sea el que sea, sobre fenómenos ilusorios como recurso para apuntalar una identidad que en último término es igualmente vacía e ilusoria?

Pero hay más. Sengcan, otro de los presuntos patriarcas del Chan, abre su Poema de la Confianza en la Mente Pura con esta advertencia:

El Gran Camino [Dao] no es difícil
Para los que no se apegan a sus preferencias.
Cuando no surgen el amor ni el odio
Todo se vuelve claro y manifiesto.
Haz la más mínima distinción, sin embargo,
Y cielo y tierra se separan hasta el infinito.
Si quieres ver la verdad, no tengas opiniones a favor o en contra de nada.
Oponer lo que te gusta a lo que no te gusta es la enfermedad de la mente.
Cuando no se entiende el significado profundo de las cosas
La paz esencial de la mente se altera en vano.

Y así podríamos seguir largo y tendido. Nada de esto no son ideas esotéricas, heterodoxas o marginales, entresacadas de parajes recónditos del canon budista, sino que constituyen el núcleo de enseñanzas de nuestra tradición.

¿Cómo es posible que gentes del Dharma nos lancemos a opinar con tanto amor y odio sobre cuestiones de las que no sabemos más que cuatro datos superficiales?

Alguien agita ante nuestros ojos un señuelo y nos arrancamos al instante, con la mente llena de opiniones a favor y en contra, alterando en vano su paz esencial y separando cielo y tierra hasta el infinito.

¿Qué está pasando aquí?

Mara debe de estar dando palmas con las orejas...



La gloriosa vuelta a casa en el camino natural


Traducido de www.mahabodhisunyata.us:

Hay que empezar por decir sin rodeos que el camino de vuelta a casa es un viaje magnífico, pero en absoluto fácil. Si crees que lo único que tienes que hacer es ponerte a usar ahora esta mente inteligente que te imaginas que has heredado como homo sapiens, te equivocas.

Esta mente que tienes es una abominación.

La naturaleza le dio al hombre, y por supuesto a la mujer, la capacidad de ser quizá el mayor defensor de la evolución, el guardián sabio de la diversidad de la vida.

La leyenda dice que en el árbol que descubrió Eva había una manzana de sabiduría. Me temo que no es exactamente cierto.

Lo que Eva descubrió fue una caja negra, que al tocarla decía sin rodeos: “No abras esta caja bajo ninguna circunstancia a menos que seas un sabio”.

El problema es que Eva no tenía ni idea de lo que era un sabio y por otra parte la caja no estaba cerrada con candado.

Así que la abrió. Dentro había una pistola cargada, con seis balas en la recámara.

Sintió una gran curiosidad.

Se asomó a mirar por el pequeño agujero y apretó el gatillo para ver qué pasaba.

No supo que la primera bala que entró en el hemisferio izquierdo de su cerebro se llamaba “palabras y conceptos”. Entonces supo que la cosa se llamaba “pistola” y le encantaron todas esas palabras que ahora podía usar. Así que caminó hasta donde estaba Adán y le pegó un tiro, también en el hemisferio izquierdo.

Naturalmente, se sentaron y hablaron largo y tendido. Juntos, con un poco de insistencia por parte de Eva, decidieron probar otro tiro.

Ambos ya tenían un agujero en la cabeza y no querían hacerse otro, porque ahora habían decidido que “estar guapos”, un nuevo concepto, era importante.

Así que cada uno se pegó otro tiro en el mismo agujero.

La segunda bala tenía un nombre que por el momento desconocían. Era “Dualidad”. Ahora todo tenía sentido. Todo tenía dos partes… Había la parte de ella y la parte de él.

Eva quería usar las últimas dos balas para sí, pero entonces a Adán se le ocurrió una nueva idea dual: que hay un jefe y un no-jefe, es decir, una mujer obediente.

Pero también sabía que existe el “ser justo y no ser justo”, así que cogió la pistola y disparó las últimas balas en el agujero que cada uno ya tenía.

Por supuesto que no tenían idea de que esas dos últimas balas estaban marcadas como “Identidad”.

Estaban encantados, así que echaron a la naturaleza a patadas de su jardín y empezaron a ponerle nombres a todos los animales, de manera que supieran cuáles podían matar a partir de ahora. También les dieron nombre a todas las plantas para poder diferenciarlas y luego vendérselas a sus vecinos a precios diferentes según su grado de rareza.

Esta Identidad y Dualidad les iban de maravilla. Follaron todo lo que quisieron sin la más mínima idea de por qué lo hacían y se inventaron mil y una cosas que desear y a las que apegarse.

Sufrían, pero decidieron que eso era totalmente natural y que bien valía las ventajas que conllevaba.

Luego empezaron a ponerse científicos y se preguntaron por la pistola.

Entonces descubrieron que no había más balas.

Volvieron a la caja para ver si había otra pistola, o al menos más balas. Pero ahí no había nada excepto un pequeño frasco de vidrio transparente.

Estaba marcado nítidamente: “Antídoto del Dharma para quienes sufren los síntomas de la Dualidad e Identidad”.

Eva quiso conservarlo por si valía algo, pero Adán, el jefe, decidió tirarlo por un barranco para estrellarlo contra las rocas y acabar con él.

Lo lanzó a gran distancia. Dio varias vueltas en el aire y por último cayó entre las rocas.

Lo que no sabían es que la naturaleza había hecho un frasco indestructible.

El frasco cayó entre las rocas y en el olvido. Así pues, Adán y Eva siguieron en su pequeño jardín, bien feo ahora porque no tenían tiempo para cuidar de él correctamente.

Eso, por supuesto, ocurrió hace unos catorce mil años, más o menos.

Sus descendientes discutieron y debatieron miles de años después si el frasco realmente era un frasco o un corazón de manzana, el Santo Grial, o la sagrada piedra filosofal. Buscaron pero nunca lo encontraron.

Algunas figuras ilustres encontraron o inventaron otros frascos de distintos colores que, insistían, contenían una poción mágica, pero aunque millones de personas usaron la pócima, que al menos les hacía sentirse santos, no llegaron a convertirse en corrientes.

Ahora, en esta época del Gran Desastre, tenemos en nuestras manos el frasco original que un Sabio sí que encontró y abrió, dejando que el antídoto fluyera en el mundo.

El único problema era que es difícil de ver y espantoso de tragar.

Me parece que es como el natto. Pero cuando lo tomas con gran dificultad, compruebas que sin duda es un antídoto. Hoy se llama Budadharma, pero a pocos les agrada su sabor. La mayoría quiere algo más apetecible.

Así que algunos insensatos inteligentes lo diluyeron, exageradamente en realidad, y lo llamaron budismo.

Los humanos inteligentes, aunque carentes por completo de inteligencia natural, lo diluyen aún más y lo llaman con el atractivo y seductor nombre de Sinatra, “A mi manera” (My Way).

Los humanos adquisitivos lo diluyen con la poción fantásticamente embriagadora de Freddy Mercury, “Lo quiero todo y lo quiero ya” (I Want It All and I Want It Now).

Los humanos sensibles pero confundidos no son capaces de decidir cuál es “a mi manera” y tienen miedo de tomarla, en caso de que “todo” sea demasiado y “ya” sea demasiado pronto.

Solo los valientes se atreven, con pleno conocimiento de que no es fácil en absoluto, pero que en esta vida cualquier cosa que vale la pena exige Energía, Dedicación, Calma, Paciencia, Determinación, y Perseverancia junto con Introspección e Investigación Libre y Crítica.

La pregunta es:

¿Eres alguien que se atreve a convertirse en un “hombre corriente”?

¿Eres alguien que se atreve a convertirse en una “mujer corriente”?