miércoles, 21 de julio de 2010

¿Por dónde se va a la verdad última?


Este pasaje, tomado del libro de Mario Poceski Ordinary Mind as the Way: the Hongzhou School and the Growth of Chan Buddhism, describe tan bien como cualquier otro la base del camino budista –aunque yo matizaría sus ideas sobre vaciar la mente de todo contenido: una cosa es eliminar los impedimentos que obstaculizan su funcionamiento correcto y otra buscar un vacío artificial. Si, como entiende el budismo, la mente es un sentido más, es tan absurdo suponer que la mente debe estar vacía de pensamientos como que el ojo debe estar vacío de imágenes. Unos y otras, pensamientos e imágenes, son reflejos del funcionamiento natural de ambos sentidos; no es lo mismo quitarse las legañas que nos impiden ver con claridad que mirar fijamente a una pared blanca para evitar ver cualquier imagen, como si eso nos fuese a manchar.

La tradición budista enseña que todos los seres humanos experimentan el sufrimiento y la imperfección. Esta situación compartida no viene impuesta por un agente divino externo, e incluye un profundo sentido de disonancia con la verdadera naturaleza de la realidad. Debido a sus impedimentos y engaños mentales –en cuyo núcleo hay una ignorancia fundamental acerca de la realidad– los seres humanos generan deseos, crean apegos y malinterpretan el mundo en el que viven. Sin embargo, a pesar del poder de estas aflicciones, apegos e ilusiones hondamente arraigadas, los seres humanos tienen una habilidad y un potencial innatos para conocer la realidad y para ser genuinamente libres. La realidad última trasciende el reino de la ignorancia y los impedimentos, aunque es la base de todo. Todas las cosas y seres vivos participan de esa realidad –una condición de plenitud y perfección original que se expresa recurriendo a varios términos como “Una Mente” y “talidad” [sánscrito tathata, chino zhēnrú, 眞如] – que recorre y abarca todos los fenómenos del universo.

Dado que la realidad está en todas partes y en todo –o, por decirlo de otra forma, es la verdadera naturaleza de las cosas– incluidos la mente y cuerpo de cada individuo, la perspectiva del despertar y la liberación espiritual está abierta a todos y en todo momento. En esencia, lo único que uno tiene que hacer es desprenderse de todas las ideas y apegos falsos, vaciando la mente y aprehendiendo intuitivamente la verdad ubicua, sin intermediarios ni distorsiones. Pero dado que los apegos y la ignorancia están muy arraigados y son difíciles de eliminar, normalmente uno necesita prácticas espirituales. Aunque los métodos pueden variar debido a circunstancias particulares y preferencias individuales, en esencia estas prácticas implican vaciar la mente de todos los pensamientos, imágenes, apegos e ideas. Eso allana el camino para que surja la sabiduría y la trascendencia de la dualidad, aunque el adepto tampoco debe acabar atrapado en la no-dualidad.

Debido a la inveterada propensión humana al auto-engaño, la aplicación de las enseñanzas y métodos específicos debe ser flexible, atenta al contexto y matizada. Además, las enseñanzas mismas no se deben convertir en dogmas religiosos y fuentes de apego; así pues, todas las enseñanzas y métodos de práctica son provisionales y funcionan como herramientas para liberar la mente de ideas, fijaciones y apegos. Por eso, se deben emplear con sabiduría y se deben abandonar cuando ya no hacen falta. Cuando se usan con finura y sensibilidad, y mejor si es bajo la guía de un maestro cualificado, las enseñanzas acaban por disolverse en una visión totalizadora del Absoluto, en el momento en que el adepto capta directamente la naturaleza de la realidad y se vuelve capaz de actuar de acuerdo con ella.

Pero ¡cuidado con apegarse a estas palabras tambén! Son tan claras y diáfanas, encajan tan bien en nuestros esquemas mentales, las podemos desplegar con tanta facilidad ante propios y extraños… que es fácil tomarlas por la realidad.

Como dijo el maestro Fayan cuando un estudiante le preguntó cuál era la verdad última: “Si te la dijera, se convertiría en la verdad secundaria”.

Antes o después, no hay más remedio que dejar atrás las palabras e ir a las experiencias. Ése es el verdadero lenguaje del camino del Dharma de Buda.

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