viernes, 21 de mayo de 2010

Ruiseñores psicotrópicos


Uno de los beneficios colaterales de vivir en Can Catarí es oír los cantos de los ruiseñores en primavera. Al oírlos a todas horas, mañana, tarde y noche, uno tiene tiempo de empaparse de esa música lo suficiente para dejar atrás su melodía e ir más allá, a las raíces de donde brota el canto. Es una práctica que tiene algo de mágico, casi como un viaje psicodélico, pero os aseguro que no me he “metido” nada para realizarla aparte de las meditaciones del Dharma.

¿Qué tiene el canto del ruiseñor, que tan revelador me resulta? Aparte de la literatura que lo celebra, yo sólo conocía de oídas su reputación como cantor, y no ha sido hasta hace poco, al oírlo en vivo una y otra vez, cuando he entendido lo que de verdad me sugiere esta criatura como ningún otro pájaro, que yo sepa.

Es cierto que ya conocía el canto del mirlo, que anuncia la llegada de la primavera en la meseta con un canto algo más sobrio y denso, que recuerda a la sonoridad del clarinete. Pero, por algún motivo, por mucho que lo disfrute, no tiene los mismos efectos sobre mí. Sólo ahora me he dado cuenta de lo que me estaba perdiendo sin ruiseñores en mi vida.

No se trata del mero placer estético de oír sus inverosímiles cabriolas vocales –silbidos, trinos y gorjeos que se suceden en una gloriosa anarquía. Tampoco se debe a la agradable asociación con la oscuridad y frescura de estas noches de mediados de mayo que ya invitan a quedarse al aire libre, después del invierno largo y riguroso, y simplemente escuchar a cielo abierto, bajo la inmensa cúpula de las estrellas, esas voces que cobran mayor relieve ante el silencio reinante por doquier.

Es algo más sutil que detecto en esas arias imprevisibles, como al trasluz de sus notas: un cantor fundido con su canto, como si fuera un surfista montado en la cresta de una ola que se va desplegando ante él sin que sepa, de un momento a otro, por dónde va a romper… Un cantor que se disuelve en el canto y le cede el poder, pero aún retiene suficiente conciencia para asombrarse ante lo que está pasando…

Ése parece ser el secreto del ruiseñor: la pura experiencia del canto vivida como una sorpresa constante, sin plan ni proyecto, que responde al impulso natural de cada momento sin detenerse en ello, sino sumando a esa corriente que fluye desde dentro el asombro ante sus resultados… asombro que a su vez refresca e impulsa el canto hacia delante en un bucle gozoso. El canto se canta sin cantor alguno. Qué maravilla.

Así que ahora puedo responder a la pregunta que me hacía para empezar: ¿qué es lo que me conmueve del canto del ruiseñor?

Si dijera que es la ausencia de cálculo y de identidad, sería verdad, aunque sólo en parte.

Lo mismo ocurriría si afirmara que me resuena profundamente porque es una demostración práctica del Dharma natural.

En el fondo, lo que me conmueve del canto del ruiseñor es lo que sugiere: el aroma de cómo puede ser la experiencia de la mente pura liberada de su esclavitud cognitiva.

Todo esto me enseñan los ruiseñores sin intentarlo ni quererlo, sin ni siquiera darse cuenta. Ni falta que les hace. ¡Bendita ignorancia la que rinde estos frutos!

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