lunes, 4 de julio de 2011

Una muerte... todas las muertes


Ayer me anunciaron por teléfono la muerte súbita de un chico (llamémosle Mikel) que había conocido hace poco. Era joven, deportista, aparentemente en la plenitud de su vida y estaba empezando su propia búsqueda.

Nos presentó un amigo común, con la idea de que yo le orientara. Cuando nos conocimos, hablamos un rato y me contó que estaba a punto de hacer su primer retiro Zen. Me pareció que sentía una sana curiosidad y esperanza, sin grandes expectativas.

Por casualidad, unos días más tarde me lo encontré en el andén de la estación del Cercanías, cuando yo ya iba de camino a Tarragona. Al principio no me reconoció pero yo sí a él, de manera que compartimos viaje hasta la siguiente parada y charlamos algo más sobre el Zen y otras vías.

Mi extrañeza es mayor aún de lo habitual porque el miércoles pasado lo volví a ver en el andén de la misma estación, cuando yo me venía una vez más a Tarragona. Esta vez tampoco me reconoció; quizá por la extraña sensación de déja vu no reaccioné a tiempo y él pasó de largo. Me sorprendió un poco mi propia indecisión pero no le di mayor importancia.

Ahora, esta noticia tan inesperada e irreversible aumenta mi sensación de irrealidad de todo. Me oigo pensar: no es que Mikel existiera antes y ahora ya no exista más; es que todo lo que experimento es un continuo, una ilusión total que ahora simplemente se ha “des-Mikel-izado”, por así decirlo, en su flujo incesante, caleidoscópico e impredecible. ¿Será una maniobra de la mente para reconciliarse con otro adiós definitivo?

Eso puede minimizar la sensación de pérdida personal, pero ¿es legítimo o solo un truco conveniente? Si lo doy por bueno, entonces también tendría que tomar a todas las demás aparentes personas que me rodean por meras ilusiones en un océano de ilusión; esa es al menos la enseñanza del Dharma. Eso no quiere decir que las desprecie o maltrate; solo me recuerda que siempre debo verlas sobre el fondo de la unidad no separada de la que nunca han salido realmente, sin negar o camuflar las reacciones primarias que la impermanencia provoca en mi mente.

Mikel ya no podrá explorar el Zen ni otros caminos. Eso me hace darme cuenta de la suerte que tengo –quién sabe por cuánto tiempo– porque para mí no hay otra cosa mejor que hacer sobre este viejo planeta Tierra. Por eso, desde ahora mi camino también es el de Mikel, y mis aprendizajes y experiencias son suyas también, como si él también lo estuviera viviendo a través de mis ojos y manos… y lo mismo para todos los que quisieron pero no pudieron emprenderlo por los motivos que fuesen… y para todos, en definitiva, los que antes o después acabaremos regresando a la unidad primordial, porque este camino es unificador y no hay nadie separado que lo esté recorriendo: cada vez que un aparente individuo lo hace con sinceridad, a cada paso que da lleva a todos en su corazón.

Transformarse uno mismo es transformar el mundo entero. El sol brilla, sin más. No le transforma a nadie. Como brilla, el mundo entero está lleno de luz. Transformarse uno mismo es una manera de dar luz al mundo entero. Tu propia transformación es el mayor servicio que le puedes hacer al mundo.