lunes, 17 de mayo de 2010

El rugido del león

Ayer, mientras veía la entrevista que Eduardo Punset le hacía a Mathieu Ricard en Redes (disponible en http://www.rtve.es/mediateca/videos/20100516/redes-16-05-10-ciencia-compasion/773091.shtml), volví a tener la impresión de que al budismo popular que se difunde en los medios de comunicación le sobra azúcar por todas partes.

Eso no es tan grave en sí, siempre que se entienda que, como dice el poema de Rumi citado en una entrada anterior, hay que ir destetándose si se quiere acceder a alimentos más nutritivos para el espíritu que las simples “chuches”. Por suerte, hay maestros del Dharma que no sólo no usan azúcar sino que rugen como leones; y es natural que así sea, aunque a la mayoría les horrorice ese rugido, porque de esa manera hay vías disponibles para los distintos temperamentos humanos, que en absoluto son uniformes.

Sin duda Mathieu Ricard parece un tipo simpático, con una personalidad atractiva y una trayectoria interesante. Pero, a pesar de su doble condición de biólogo y meditador avezado, su mensaje no llega muy hondo: básicamente se orienta a mostrar los beneficios de la actitud contemplativa para la vida moderna, adoptando entre otras cosas la revalorización de las emociones propia de ciertas terapias occidentales, surgida en respuesta a lo que se percibe como un peso excesivo de lo mental en nuestra educación y cultura.

El problema es que, si por ejemplo entendemos la compasión como una emoción, es fácil quedarse en un plano superficial: la compasión es buena y se opone al odio, por tanto debemos cultivar la compasión y así reduciremos el odio en nuestra vida y seremos más felices. Es una versión deliberadamente ñoña de lo que se decía en el programa, cierto, pero no me extrañaría que fuera la conclusión que muchos sacaron de verlo –quizá acompañada por una exclamación de sorpresa: “¡Anda, como lo que nos decían los curas!”. Si esa interpretación se adereza con imágenes de gente dándose besitos y una música almibarada… vamos por mal camino.

Para entendernos, podríamos decir que en el Dharma budista hay niveles que, en último término, abren la puerta a la experiencia no dual, que es lo más que nos podemos acercar a la realidad última de las cosas. Siendo eso así, no importa cómo sean de avanzados los estudios neuro-científicos realizados sobre el lama Ricard: si la conclusión que arrojan es que, cuando medita, cierta zona de su cerebro relacionada con la felicidad se activa extraordinariamente mientras que otra, relacionada con la depresión, se aquieta… eso no deja de ser una dualidad palmaria. Pretender que eso, maximizar la felicidad y minimizar el sufrimiento, es la culminación del Dharma de Buda es negar su esencia no dual (en realidad, ni dual ni no-dual).

Personalmente, encuentro mucha más compasión en los exabruptos del maestro Yunmen, uno de los tigres que contribuyeron al magnífico florecimiento del Chan en la China de la dinastía Tang. Aparte de fundar la escuela que lleva su nombre, dejó un legado difícil de manejar: una colección de dichos recopilados, entre los que figura una denuncia categórica de la costumbre de recopilar las palabras de otros. En palabras del maestro Chan Yunju de Foyin: “Cuando el maestro Yunmen exponía el Dharma era como una nube. Decididamente no le gustaba que la gente apuntara sus palabras. Cuando veía a alguien que lo estaba haciendo, le reprendía y lo ahuyentaba de la sala, diciendo “Como tu propia boca no vale para nada vienes aquí para apuntar mis palabras. ¡Seguro que algún día me venderás!”.

He aquí un ejemplo del rugido de Yunmen:

Después de entrar a la sala del Dharma para una enseñanza formal, el maestro dijo:

“Todos vosotros, que venís y vais sin razón alguna: ¿qué estáis buscando aquí? Sólo sé comer y beber y cagar. ¿Para qué otra cosa iba a valer?

“Andáis haciendo peregrinaciones por todas partes, estudiando Chan y preguntando por el Dao. Dejad que os pregunte: ¿qué habéis conseguido aprender en todos esos sitios? ¡A ver si me presentáis eso!

Luego dijo: “Mientras tanto, le engañáis al maestro que hay en vuestra propia casa. ¿Está bien eso? Cuando conseguís encontrar alguna inmundicia en mi culo, me la quitáis de un lametón, la tomáis por vuestro propio ser y decís: ‘¡Entiendo el Chan, entiendo el Dao!’ Incluso aunque consiguiérais leer el corpus budista entero –¿y qué?

“Los maestros de antaño no podían evitarlo. Cuando te veían corretear sin cuento, te decían ‘Sabiduría suprema (bodhi) y nirvana’. De verdad que te enterraban; clavaban una estaca y te ataban a ella (Linji: “El bodhi y el nirvana son postes para atar a las mulas”). En cambio, cuando veían que no entendías, te decían: “No es el bodhi y el nirvana’. Saber eso ya demuestra que se os ha acabado la suerte; (pero para empeorar las cosas) estáis buscando comentarios y explicaciones de otros. Exterminadores del budismo, ¡siempre habéis sido igual! ¿Y adónde os ha llevado eso hoy?

“Cuando estuve de peregrinación hace algún tiempo, hubo un montón de gente que me dio explicaciones. No tenían malas intenciones, pero un día vi de qué iban y (me di cuenta de) que eran ridículos. ¡Si no muero de aquí a cuatro o cinco años, voy a coger a esos exterminadores del budismo y les voy a romper las piernas!

“En estos tiempos hay cantidad de monjes en los templos que se tiran el rollo; ¿por qué no vais y os unís a ellos? ¿Qué trozo de mierda seca estáis buscando aquí?”
           
El maestro se bajó de su asiento y persiguió a los monjes con su vara hasta sacarlos a golpes de la sala.

Le leyenda dice que Yunmen llegó a contar con decenas de discípulos despertados; no sé cuánto de eso es cierto, aunque a juzgar por el trato dispensado a su cadáver parece dudoso. Como muestra de que la insensatez humana florece por doquier, sus seguidores llegaron a momificar su cuerpo, que se conservó intacto en el monasterio hasta que los Guardianes de la Revolución lo redujeron a cenizas –un desenlace que, irónicamente, encaja mejor con el espíritu indomable de Yunmen que el fetichismo de sus seguidores.

Bien… Sé que si algún día me encuentro en algún lugar con Yunmen, también a mí me romperá las piernas. Pero, si esta traición que acabo de cometer vale para que a una sola persona se le abran los ojos respecto a la verdadera dimensión del Dharma, lo daré por bien empleado.

Y no quiero ni pensar en lo que podría ocurrir si, por el contrario, el que se encuentra con él es el bueno del lama Ricard…

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