domingo, 30 de mayo de 2010

Mi Zen es mejor que el tuyo

El otro día vi en el tren la película Destellos de genio, dedicada a la vida del ingeniero norteamericano Robert Kearns (1927-2005), inventor del limpiaparabrisas automático que llevan los coches desde 1969. En toda la peli, que se centra en las interminables batallas legales que Kearns entabló con la compañía automovilística Ford por el uso no autorizado de su patente, hubo una escena que me llamó la atención por su evidente aplicación al budismo.

En ella, Kearns se presenta con un amigo y socio en las oficinas centrales de la Ford para enseñarles su artefacto y convencerles de que compren su patente. En la calle, ante la mirada sorprendida de los ingenieros, que han estado lidiando durante años con el problema sin encontrarle solución, Kearns procede a demostrarles cómo funciona el limpiaparabrisas en su propio coche –naturalmente sin dejarles acercarse demasiado ni mirar debajo del capó para no revelar el secreto de la patente.

El jefe de los ingenieros de la Ford, intrigado por el invento, intenta sacarle más información y le hace varias preguntas, a las que Kearns contesta con evasivas. Al final, dándose por vencido, pasa del interés comercial de su empresa al interés humano y casi la admiración deportiva ante alguien que ha resuelto un problema contra el que él mismo y su equipo se han estrellado varias veces. Entonces le pregunta en qué universidad estudió. Kearns le contesta: “Case-Western”. El ingeniero responde: “Hmm… buena universidad”.

¿No es éste el mejor ejemplo de lo que debería ser el linaje, bien entendido? No es un arma arrojadiza para descalificar a otros o colocarse por encima de ellos, ni tampoco una etiqueta de la que uno se sirve para reclamar un status superior a los demás por el hecho de “pertenecer” a esta o aquella otra escuela; es simplemente un dato. Sólo las prestaciones de uno en el desempeño de sus tareas pueden honrar o no en retrospectiva a su(s) maestro(s) y escuela(s); nunca al revés.

Es decir, es exactamente al contrario de como se suele hacer hoy y, lamentablemente, como se ha venido haciendo hace siglos, incluso en las fases tempranas del budismo en China (ver “La conspiración del silencio en el Chan y el Zen” en http://www.mahabodhisunyata.com).

¿Por qué es famoso, por ejemplo, Johannes Kepler? ¿Por haber estudiado con un seguidor de Copérnico? ¿Por haber trabajado como ayudante de Tycho Brahe? ¿O, entre otros logros, por haber formulado él mismo las leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita solar?

Mejor dejar que tus acciones (y tus no-acciones) hablen por ti. La auto-alabanza y la auto-promoción son parte del camino comercial y político, no del Dharma natural. Ambos están abiertos a todos, lleven o no túnicas de colores y el cráneo rapado, y nunca se puede saber qué senda tomará cada uno en cada una de sus acciones.

Como dijo un poeta antiguo, “Fácil es el descenso a los infiernos: las puertas están abiertas de par en par día y noche”.

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