viernes, 30 de octubre de 2009

¿Cuál es el papel del budismo?

Respondo aquí a uno de los comentarios enviados a la entrada "¿Café para todos?" porque plantea cuestiones de gran interés sobre el budismo:

Hola a todos. A mí sí me parecen interesantes algunas las cuestiones planteadas.

Si me permitís, yo lo que me pregunto es: ¿para ser budista es necesario el retiro, alejarse de la vida común para meditar? Si es así, no veo cómo puede ayudar más allá de uno mismo, pues para una verdadera revolución sería necesario llegar a todo el mundo, para que pudiéramos realmente transformar nuestro mundo.

De hecho, la experiencia nos dice que hay budistas y budismo desde hace muchísimos siglos y el mundo sigue igual (o peor).

Parece una pregunta jactanciosa, pero ¿en qué ayuda el budismo a la mejora de nuestro mundo?

¿Qué importancia tiene la iluminación personal si la gente sigue muriéndose de hambre?

¿La solución es hacernos todos monjes? ¿Cúal es el papel del budismo?


Son buenas preguntas. Te contesto sólo según mi opinión, basada en mi experiencia, que es de primera mano pero incompleta.

Para empezar, una corrección. Dices: “De hecho, la experiencia nos dice que hay budistas y budismo desde hace muchísimos siglos y el mundo sigue igual (o peor)”. Creo que podrías afirmar exactamente lo mismo sobre, por ejemplo, la medicina. No hay duda de que, en términos absolutos, en el mundo hay más enfermedades, mortandad y miseria hoy que nunca; pero… ¿es eso consecuencia directa de la medicina? En ambos casos, me parece un argumento falaz e insostenible.

No es imprescindible retirarse para ser budista; de hecho, la mayoría de los budistas del mundo son laicos, no monjes. Pero aquí, como en todo, la respuesta depende de qué entiendas por “ser budista”. El Buda histórico sí dejó atrás la vida mundana y así lo hicieron también la mayoría de los que abrazaron a fondo sus enseñanzas. Así que me imagino que no es 100% imposible completar el camino budista en un entorno mundano; sólo es muchísimo más difícil. De todas formas, también hay un lugar digno en el budismo para los que no quieren o no pueden recorrer el camino íntegramente. Hacerse monje no es la única opción; lo que cuenta es hacer las cosas bien y con sinceridad, tanto si eres monje como si eres laico.

La tarea del budismo, y ésta es una postura polémica, no es remediar las injusticias del mundo, provocadas por la codicia, la confusión y la aversión; es eliminar esas raíces malsanas, junto con la ignorancia (no cognitiva), primero en uno mismo y luego en aquellos que quieran seguir ese camino. Sé que en Occidente ha surgido un activismo budista orientado a la beneficencia –el llamado “budismo comprometido”– pero, a mi entender, el Dharma de Buda no se centra en los síntomas y manifestaciones del sufrimiento (dukkha), sino en sus causas. Eso, por supuesto, no impide que tú actúes personalmente para remediar las injusticias y sufrimiento que se crucen en tu camino, si ése es tu impulso noble; pero no es la batalla principal, que se libra contra lo que llamamos las identidades y la dualidad (ignorancia).

Por otra parte, es obvio que, si todas las personas abrazaran de verdad el Dharma y eliminaran de su mente los “tres venenos” de la codicia, la confusión y la aversión, el mundo se transformaría por sí solo, de dentro a fuera. En ese sentido, el budismo no es un camino personal, que uno haga sólo para sí mismo; es algo que uno hace en beneficio de todos los seres. No hay iluminación personal; lo que hay es un regreso a la armonía y equilibrio con todo lo natural.

Pero tampoco somos ingenuos sobre las perspectivas reales de que eso vaya a ocurrir a escala suficiente como para remediar los males del mundo. La senda budista (como práctica real, no como tradición religiosa) no es algo que se le pueda imponer a nadie y por tanto ha sido y sigue siendo cosa de pocos. Ahora mismo, para mí la cuestión no es si seremos capaces de cambiar el mundo, sino si podremos salvaguardar para las generaciones venideras el Dharma genuino –amenazado no sólo desde fuera por la indiferencia y hostilidad de un mundo enloquecido, sino desde dentro por personas que lo enseñan sin verdadera comprensión. Por eso, estar en el camino con sinceridad hoy supone, además de la práctica diaria digamos que “personal”, mantener viva la llama del Dharma natural para que el día de mañana esté disponible para los que quieran acercarse a él. Si esa llama –la presencia, la guía y el ejemplo de los que han despertado de verdad– se apaga, nos va a tocar volver a descubrir el fuego, exactamente igual que tuvo que hacer Siddhartha Gautama hace miles de años.

Espero que esto conteste tus preguntas.

domingo, 11 de octubre de 2009

Temporada de caza

Fin de semana largo en Can Catarí... Cielos despejados y azules, temperatura cálida para estas alturas del año, aunque las noches ya refrescan. Todo en la naturaleza está a lo suyo, siguiendo su curso como siempre hace... las mariposas aletean entre las últimas flores del verano, los olmos y acacias empiezan a mostrar colores amarillos, anaranjados y pardos en su follaje, las ardillas recolectan almendras y nuestros perros sestean apaciblemente al sol de octubre entre graznidos ocasionales de alguna rapaz...

Eso es, hasta que suenan los primeros rugidos de quads y motos que anuncian la llegada del gran depredador: el ser humano, que este fin de semana desdobla sus funciones habituales de excursionista estruendoso para hacer además de cazador. No hay nada como esta invasión rutinaria que me haga sentir más vivamente qué fuera de lugar está el hombre moderno en la naturaleza, qué violencia y agresión trae consigo, qué ignorancia y desprecio de los ritmos naturales –que, paradójicamente, son también los suyos, por olvidados que los tenga. Y entonces suenan los primeros disparos...

Nunca entendí la afición a matar por matar. Las razones comunes que suelen ofrecer los que cazan me suenan más bien a racionalizaciones descaradas (porque pocos reconocen abiertamente que les mueve el placer de quitarle la vida a otros seres):

- Que si es para comerse lo que cazan; pero ¿no sacrificamos ya suficientes animales en nuestra industria alimenticia? Si esa industria realmente crea productos animales tan insalubres como dicen, ¿no deberían hacerse vegetarianos, irse de la ciudad al campo y montar su propia granja, o cazar todos los días? ¿Son de verdad tan escrupulosos siempre con todos los productos que comen?

- Que si es para reducir las poblaciones de algunas especies que amenazan el equilibrio natural; pero qué curioso que ese noble y desinteresado gesto sólo ocurra esporádicamente y en los momentos más convenientes para la agenda del cazador (otra cosa sería que realmente se preocuparan tanto del hábitat como para renunciar a lo demás y se dedicaran regularmente a restaurar la armonía natural –y no sólo a perdigonazos– aunque fuese a costa de sacrificios personales y sociales).

- Que si lo hacen porque les encanta la naturaleza; bueno, a mí me encanta el Museo del Prado y no se me ocurre ir a visitarlo con una escopeta para descerrajarle dos tiros al primero que vea de mis cuadros favoritos... ¿O es que no se puede disfrutar de la naturaleza sin tratarla a balazos?

Lo mire por donde lo mire, al final lo que oigo en todo ello son justificaciones de quita y pon, para aducir u olvidar a conveniencia, pero con un fondo común que no se suele confesar: a fin de cuentas, matan porque les gusta matar (o no les horroriza lo suficiente).

Y ahí es donde es relevante el Dharma. Como es bien sabido, uno de los cinco preceptos básicos del budismo es abstenerse de quitar la vida a otros seres. No es un mandamiento en el sentido judeo-cristiano; es una recomendación que refleja una intimidad con la fuerza de la vida que anima a todos los seres. Y esa fuerza es una sola: la misma para el conejo entre las viñas que para el orondo y bigotudo homo sapiens que se ha equipado para darle muerte como si fuera a combatir a Afganistán.

Es verdad que todo ser vivo se alimenta de otros seres vivos, pero sólo por estricta necesidad. A ese efecto, la propia fuerza de la vida siente una repugnancia intrínseca ante el acto de matar; es algo sutil, pero muy real si te permites escucharla.

Además, aunque no sea una reacción mental, si lo piensas también es lógico que sea así para evitar matanzas indiscriminadas y arbitrarias entre animales, que podrían llegar a amenazar la supervivencia de las especies. Eso es el reverso de esa ley del mínimo esfuerzo que lleva a los depredadores a no perseguir a los ejemplares más robustos entre sus presas sino a los más débiles, con lo cual además de alimentarse hacen sin saberlo el trabajo de la selección natural y potencian la aptitud global del grupo depredado. En general, entre animales se mata lo mínimo imprescindible y lo menos boyante; así opera el sistema integral de la naturaleza. En muchas culturas humanas ancestrales, se entendía además que esta necesidad común de matar plantas y animales para sobrevivir establecía un lazo sagrado con las presas, que tienen el mismo impulso y derecho que nosotros a seguir viviendo, y se las sacrificaba con dignidad, respeto y agradecimiento por el regalo precioso que hacían.

¡Cuánto y qué lamentablemente nos hemos alejado de la unidad con nuestras raíces naturales!

viernes, 2 de octubre de 2009

Ramón y Cajal: la actitud correcta

Sigo dándole vueltas al curioso maridaje que resulta de combinar las enseñanzas de Buda con las ideas de Ramón y Cajal, al hilo de las Reglas y consejos sobre investigación científica de este último. Muchas veces hemos oído decir que el budismo es científico, como si eso lo convirtiera en más moderno, justificara su popularidad actual y lo colocara en condiciones de desbancar a otras vías que se tienen por competidoras. En apoyo de estas ideas se suelen citar pasajes como el famoso Sutra de los kalamas, que establece la experiencia propia, por encima de cualquier autoridad externa o secundaria, como juez supremo en el Dharma y señala que el criterio último de los méritos de cada camino deben ser sus consecuencias prácticas, aunque contrastadas también con la opinión de los que aceptamos como sabios:

¡Kalamas! Es propio para vosotros dudar y tener incertidumbre; la incertidumbre ha surgido en vosotros acerca de lo que es dudoso. ¡Kalamas! No os atengáis a lo que ha sido adquirido mediante lo que se escucha repetidamente; o a lo que es tradición; o a lo que es rumor; o a lo que está en escrituras; o a lo que es conjetura; o a lo que es axiomático; o a lo que es un razonamiento engañoso; o a lo que es un prejuicio con respecto a una noción en la que se ha reflexionado; o a lo que aparenta ser la habilidad de otros; o a lo que es la consideración: “Este monje es nuestro maestro”. ¡Kalamas! Cuando sepáis por vosotros mismos: “Estas cosas son malas; estas cosas son censurables; estas cosas son censuradas por los sabios; cuando se emprenden y se siguen, estas cosas conducen al daño y al infortunio”, abandonadlas. (…) Cuando sepáis por vosotros mismos: “Estas cosas son buenas, estas cosas no son censurables; estas cosas son alabadas por los sabios; cuando se emprenden y se siguen, estas cosas conducen al beneficio y la felicidad”, entrad y permaneced en ellas.

A pesar de las intenciones elogiosas con las que se suele trazar este paralelismo entre Dharma y ciencia, si somos rigurosos tenemos que admitir que no es del todo cierto. Es evidente que la enseñanza de Buda tiene un marcado sabor analítico, que sobresale especialmente cuando se compara con otras vías llamadas espirituales o religiosas. Hay sin duda amplio campo en su práctica para la observación, la formación de hipótesis que expliquen los datos observados, la experimentación (en forma de prácticas de meditación) y el análisis de las experiencias ocurridas durante la práctica; al menos, según los textos antiguos, podemos entender que ése fue el método que empleó Siddhartha Gautama en su camino al despertar. Pero, al ser una disciplina interna, cuyo laboratorio es la mente y cuerpo de cada uno, no se orienta a fenómenos “objetivos”; tampoco sus hallazgos son falsables o replicables por cualquier observador externo en condiciones similares, ni están sujetos al escrutinio de colegas de formación y cualificaciones parejas que los revisen para aprobarlos o refutarlos. Al ser sus experiencias internas, no admiten un juez desde fuera. El Dharma no es una antorcha que se pasa de mano en mano; es un fuego en el que se entra para prenderse con su llama viva. En el corazón de esa llama está la misma experiencia seminal que dio origen en su día a la enseñanza de Buda; ahí sí podremos comprobar la verdad o falacia del Dharma, si tenemos la confianza de entrar suficientemente a fondo en él, tal como han hecho varios maestros que han confirmado en sus vidas, “desde dentro”, el Dharma original.

Salvando las distancias, lo que defiende Ramón y Cajal con respecto al método que debe seguir el científico es sumamente pertinente al camino del Dharma –una actitud que, si sabemos leer entre líneas, pasando por alto el estilo algo ampuloso del insigne neurólogo y su afán por la gloria personal y patriótica, puede también aportar claves útiles sobre cómo colocarnos frente a nuestra experiencia en la vida diaria. Es, a fin de cuentas, una divisa que bien podrían abrazar en especial quienes echan a andar por la senda del Dharma de Buda; porque, aun reconociendo la distinción que hemos planteado entre el plano objetivo de la ciencia clásica y el subjetivo de la práctica espiritual, pocas actividades del espíritu humano pueden contribuir tanto a sanear y fortalecer nuestra práctica del Dharma como la investigación científica, con su búsqueda de verdades contrastables y universales por encima de los apegos egoístas y las limitaciones de entendimiento y experiencia de cada uno que inevitablemente salen a nuestro paso en la práctica espiritual como obstáculos a nuestro crecimiento y desarrollo como verdaderos seres humanos.

Imaginada la hipótesis, menester es someterla a la sanción de la experiencia, para lo cual escogeremos experimentos y observaciones precisas, completas y concluyentes. Imaginar buenos experimentos es uno de los atributos característicos del ingenio superior, el cual halla manera de resolver de una vez cuestiones que los sabios mediocres sólo logran esclarecer a fuerza de largos y fatigosos experimentos.

Si la hipótesis no se conforma con los hechos hay que rechazarla sin piedad, e imaginar otra explicación exenta de reproche. Impongámonos severa autocrítica, basada en la desconfianza de nosotros mismos. Durante el proceso de comprobación, pondremos la misma diligencia en buscar los hechos contrarios a nuestra hipótesis que los que puedan favorecerla. Evitaremos encariñamientos excesivos con las propias ideas, que deben hallar en nosotros no un abogado, sino un fiscal. El tumor, aunque propio, debe seer extirpado. Harto mejor es rectificar nosotros que sufrir la corrección de los demás. Por nuestra parte, no sentimos la menor mortificación al abandonar nuestras ideas, porque creemos que caer y levantarse sólo revela pujanza; mientras que caer y esperar una mano compasiva que nos levante, acusa debilidad.

Confesaremos, sin embargo, los propios dislates siempre que alguien nos lo demuestre, con lo cual obraremos como buenos; probando que sólo nos anima el amor a la verdad, granjearemos superior consideración y estima para nuestras opiniones.

El amor propio y la soberbia nos arrebatan el placer soberano de sentirnos escultores de nosotros mismos, la fruición incomparable de habernos corregido y superado, refinado y perfeccionado nuestra máquina cerebral, legado de la herencia. Si alguna vez es disculpable el engreimiento es cuando la voluntad nos automodela o recrea, actuando, por decirlo así, en función de demiurgo soberano.

Si nuestro orgullo opone algunos reparos, tengamos en cuenta que, mal que nos pese, todos nuestros artificios serán impotentes para retardar el triunfo de la verdad, que se consumará, por lo común, en vida nuestra, y será tanto más lamentable cuanto más enérgica haya sido la protesta del amor propio. No faltará, sin duda, algún espíritu displicente, y acaso malintencionado, que nos eche en cara nuestra inconsecuencia, despechado sin duda porque nuestra espontánea rectificación le privó de fácil victoria obtenida a costa nuestra, mas a éstos les contestaremos que el deber del hombre de ciencia no es petrificarse en el error, sino adaptarse continuamente al nuevo medio científico; que el vigor cerebral está en moverse, no en anquilosarse, y que en la vida intelectual del hombre, como en la de las especies zoológicas, lo malo no es la mudanza, sino la regresión y el atavismo. Variación supone vigor, plasticidad, juventud; fijeza es sinónimo de reposo, de pereza cerebral, de petrificación de pensamiento, en fin, de inercia mental, nuncio seguro de decrepitud y muerte. Con sinceridad simpática ha dicho un científico: “Varío porque estudio”. Todavía sería más noble y modesto declarar: “Cambio porque estudian los demás y tengo a gala renovarme”.

viernes, 18 de septiembre de 2009

¿Café para todos?

Cuando uno emprende esta aventura de la meditación y el descubrimiento interior es natural que se sienta desorientado por todas las ofertas que compiten por su atención con promesas explícitas o veladas, o incluso una vez que ya ha dado sus primeros pasos en la práctica formal. Por eso es tan sano fiarse del sentido común y aplicar en este terreno los mismos principios que en otras parcelas mundanas de la vida, donde nos sentimos más confiados con la experiencia que hemos acumulado de primera mano. Estas palabras, traducidas de un viejo manual americano sobre meditación, vienen a recordarnos que, por mucho que se ocupe de augustos temas espirituales, también la meditación tiene sus raíces en la tierra y debe responder los mismos criterios que valen para otras actividades humanas:

Un buen programa de meditación se parece en muchos aspectos a un buen programa de ejercicio físico. Ambos requieren de trabajo duro y repetido. El trabajo en sí a menudo es bastante tonto en su aspecto formal. ¿Qué puede ser más absurdo que levantar una y otra vez diez kilos de plomo, si no es contar tus respiraciones hasta cuatro una y otra vez –un conocido ejercicio de meditación? En ambos casos, el ejercicio se hace por el efecto que tiene sobre la persona y no por el objetivo de levantar plomo o contar respiraciones. Ambos programas deberían ajustarse a la persona en particular que los usa, con la clara comprensión de que no hay un solo programa que le encaje bien a todo el mundo.

Sería una estupidez ponerles el mismo programa de ejercicios a dos individuos que fueran muy diferentes en su constitución y condición física general, así como en la relación entre el desarrollo de sus aparatos respiratorio y circulatorio y el desarrollo de su musculatura. Pues es igualmente estúpido imponerle el mismo programa de meditaciones a dos individuos que difieran notablemente en el desarrollo de sus sistemas intelectual, emocional y sensorial y en las relaciones mutuas que se establecen entre estos sistemas.

Uno de los motivos por los que las escuelas formales de meditación práctica tienen un porcentaje tan elevado de fracaso entre sus estudiantes –aquellos que obtienen poco fruto de las prácticas y abandonan la meditación por completo– es que la mayoría de las escuelas tienden a creer que sólo hay una manera de meditar correcta para todos y que, por una curiosa coincidencia, da la casualidad de que es la que ellos emplean.


Es sorprendente que una idea tan claramente absurda como “Ésta es la forma correcta de meditar para todos” goce de predicamento alguno entre los seguidores de cualquier escuela, por mucho que en apariencia la pueda avalar una profusión de parafernalia esotérica o el prestigio de una tradición de siglos; pero así es, también en el budismo de hoy. Y no siempre hay que atribuir esa creencia a la mala fe. A menudo, uno tiene la sensación de que estos maestros del “café para todos” simplemente no han tenido la suerte de cruzarse en su camino con alguien que les explicara las varias prácticas disponibles en el Dharma, diseñadas según los temperamentos básicos. Al enseñar como les enseñaron a ellos, lo único que hacen es perpetuar una cadena de errores que heredaron de sus propios maestros. ¿Culpables? No, siempre que no haya mala fe en ello. ¿Responsables? Sí, sin duda, porque al final quienes salen perjudicados en este extravío son sus estudiantes, que pueden verse condenados al estancamiento y la frustración si se adentran en una práctica no apropiada para ellos. Y eso es algo que cualquier maestro honrado tendría que evitar o al menos corregir, aunque sea a costa de perder estudiantes.

No es el estudiante el que tiene que amoldarse al método, sino el método al estudiante –no a sus caprichos, por supuesto, sino a su naturaleza interna, que se refleja de manera sutil en su comportamiento y que un maestro perspicaz y bien entrenado puede discernir para luego encauzarla por el curso de prácticas más indicado.

Por eso resulta tan estimulante el florecimiento del budismo chino, con sus casas del Chan adaptadas a cada uno de los temperamentos básicos y, además, con la abierta promiscuidad reinante más allá de las formas oficiales entre esos modelos y otras escuelas como Tiantai, Tierra Pura o incluso Dao. No era raro en esos días que los estudiantes pasaran tiempo con varios maestros, aprendiendo de una combinación de fuentes sin preocuparse del fetichismo de los linajes; como la filiación se establecía de manera natural e interna, no había necesidad de insistir en formalismos exteriores. Ahora bien, que hubiera este espíritu de cooperación entre grupos y maestros no quiere decir que las diferencias entre unos y otros no fueran claras. La enseñanza no era una sopa boba consensuada para evitar polémicas y dispensada mansamente por clones confabulados. Compara los estilos de maestros Chan como Yunmen y Fayan y verás qué distintas pueden ser dos vías para subir a la misma montaña; esos tipos estaban llenos de vida y entregados a la misma tarea y a la vez eran enormemente diferentes, únicos, en su enfoque. Si por ejemplo alguien de temperamento sensible caía por el monasterio de Yunmen, antes o después lo dirigirían a otro lugar más apto para él –probablemente doliéndose aún del garrotazo del maestro.

Pero... no vivimos en China y además la edad de oro del Chan hace tiempo que pasó, así que si queremos mantener ese espíritu no nos queda otra que buscar alternativas. Probablemente hoy no existan más que contadísimos maestros que hayan tocado de verdad la experiencia fundamental del Dharma; muy pocos que sepan nada de los temperamentos, ocultos como están en las enseñanzas tras un lenguaje metafórico; y pocos que entiendan otros modelos de meditación aparte del que consideran suyo. ¿Qué hacer si quieres internarte en su compañía por alguna senda de este bosque en penumbra? Caminar sin miedo, desde luego, pero con ojos y oídos bien abiertos y, si hay algo que chirría, planteárselo sin tapujos al maestro. Si su respuesta consiste en fórmulas fijas e inflexibles que no atienden a lo particular de tu caso, mala señal. La función del maestro y del método es servirle al estudiante y no al revés, como suele suceder. Pero esa verdad tiene otra complementaria: que la función del estudiante también es investigar a fondo al maestro y al método para determinar a ciencia cierta si son los adecuados para guiarle hasta la otra orilla. Si vemos nuestro propio viaje en el contexto correcto, como algo que no sólo nos concierne a nosotros sino a todas las personas que se pueden beneficiar en el futuro si lo completamos, ésa es una responsabilidad que tenemos en varios frentes y de la que no debemos abdicar nunca.

sábado, 29 de agosto de 2009

Hacer las cosas a tope

Otra confirmación de los consejos anteriores, esta vez en palabras (supuestamente) del propio Buda en el Dhammapada:

Un acto realizado sin cuidado, un voto no observado, un código de castidad no mantenido estrictamente: tales cosas traen escasa recompensa. Si vas a hacer algo, hazlo con todo tu corazón. El asceta que practica a medio gas no consigue más que recubrirse de más y más polvo.

Por cierto, este Dhammapada es muy recomendable, ya que bajo su inocente apariencia de manual para principiantes encierra muchas claves del camino budista.

Los que sepan inglés, pueden visitar por ejemplo http://buddhism.lib.ntu.edu.tw/BDLM/en/ y desde ahí ir a "Pali Lessons" y luego a "Readings in Pali Texts" para encontrarse con una traducción detallada y explicada, palabra por palabra, del texto original.

martes, 25 de agosto de 2009

Sabios consejos

He aquí unos pensamientos de Santiago Ramón y Cajal que he oído hace poco en un documental y que me han impresionado por lo bien que se pueden aplicar al camino del Dharma, siempre que no nos quedemos en la literalidad de las palabras:

No basta con examinar; hay que contemplar. Impregnemos de emoción y simpatía las cosas observadas, hagámoslas nuestras, tanto por el corazón como por la inteligencia. Sólo así nos entregarán su secreto.

Con razón es así, ya que provienen de su obra Reglas y consejos sobre investigación científica: ¿qué mejor modelo para una senda como la del Dharma, que aúna observación, contemplación, análisis y pasión por descubrir la verdad -en este caso, de la condición humana?

Algo parecido dice Shan-jiàn en Enseñanzas Chan:

Cuando era niño y quería unirme a una comuna de artistas, me presenté ante su comité de selección. Alguien me preguntó: "¿Te gustaría ser artista?"

"Sí", contesté.

"Entonces, si te gustaría ser artista, no puedes ser artista. Ser artista es ser artista, nada más. Y para ser artista tienes que vivir y respirar como un artista: cada aliento, cada movimiento, cada cosa que ves, todo lo haces desde el punto de vista de un artista. Un artista es cien por cien artista; una bailarina es cien por cien bailarina. Si eres artista, puedes unirte a nosotros".

Claro que me uní a ellos.

Ése es el secreto de todas las cosas. Es lo mismo con el budismo: si quieres ser budista, tienes que respirar como un budista, sentir como un budista, jugar como un budista... no hay espacio para otras cosas.



El documental se puede ver entero en este enlace:

http://www.rtve.es/mediateca/videos/20090823/creadores-sxx/571189.shtml

martes, 4 de agosto de 2009

El evangelio budista


"Evangelio" quiere decir literalmente "buena noticia"; no es patrimonio exclusivo de ninguna iglesia y en ese sentido lo uso aquí, aunque la alusión a los evangelios cristianos puede sacar a relucir (una vez más) la frugalidad comparativa del Dharma.

A menudo identificamos la enseñanza de Buda exclusivamente con el sufrimiento, pero su Dharma también proclama una magnífica noticia; de hecho, si no existiera esta premisa fundamental, ninguno de sus extremos tendría sentido. Como de costumbre, el Buda no se prodiga en vuelos poéticos, pero tampoco escatima palabras para asegurarse de que entendemos bien su mensaje:

"Hay, monjes, algo no-nacido, no-llegado a ser, no hecho, no condicionado. Si, monjes, no hubiera algo no-nacido, no-llegado a ser, no hecho, no condicionado, no se divisaría un escape de lo que es nacido, llegado a ser, hecho, condicionado. Pero dado que hay algo no-nacido, no-llegado a ser, no hecho, no condicionado, se divisa un escape de lo que es nacido, llegado a ser, hecho, condicionado".

Éste es el mensaje de esperanza que presenta el Dharma de Buda, en el cual se basa absolutamente todo el camino budista, desde las Cuatro Nobles Verdades al Óctuple Sendero y la cadena de la Originación Dependiente... y más allá.

Si no hubiera una salida, estaríamos condenados sin remisión. Pero la hay.

Hay sufrimiento... sí, pero hay una salida.

Hay enfermedad, vejez y muerte... claro, pero también hay una salida.

Y el Buda no estaba hablando aquí de pócimas milagrosas, elixires de la eterna juventud ni brebajes mágicos elaborados para estafar a los incautos.

Curioso, ¿verdad?

miércoles, 22 de julio de 2009

Uno de psicólogos

En una entrevista de trabajo, el psicólogo le dice a la candidata:

- “Le voy a realizar un test final para su admisión”.

- “Perfecto”, contesta la candidata.

Entonces el psicólogo le pregunta:

- “Está usted en una calle oscura y a lo lejos ve dos faros que vienen en su dirección. ¿Usted qué piensa que es?”

- “Un coche”, dice la candidata.

- “‘Un coche’ es muy poco. ¿Qué tipo de coche? ¿Un BMW, un Audi, un Volkswagen?"

- “¿Y cómo lo voy a saber?”

- “Hmmm...” murmura el psicólogo, que continúa: “Le voy a hacer otra pregunta”:

- “Está usted en la misma calle oscura y ve sólo un faro que viene en su dirección. ¿Qué es?”

- “Una moto”, dice la candidata.

- “Sí, pero ¿qué tipo de moto? ¿Una Yamaha, una Honda, una Suzuki?”

- “Pero si es una calle oscura, ¿cómo lo voy a saber?”, responde la candidata, ya medio nerviosa.

- “Hmmm...” murmura el psicólogo. “Bien, aquí va la última pregunta”:

- “En la misma calle oscura usted ve de nuevo un solo faro, pero más pequeño, y percibe que viene más lento. ¿Qué es?”

- “Una bicicleta”.

- “Sí, pero ¿qué tipo de bicicleta?, ¿una BH, una Orbea?”

- “¡¡No sé!!”

- “¡Ha sido Vd. descalificada!” - dice el psicólogo.

Entonces la candidata, algo molesta con el resultado, le dice al psicólogo:

- “Aunque he sido descalificada, el test me ha parecido muy interesante. ¿Puedo hacerle una pregunta, en la misma línea de razonamiento?”

Y el psicólogo, satisfecho, responde, “¡Claro que puede!”

- “Usted, señor, está tarde, ya casi de noche, en una calle mal iluminada. Ve ahí a una mujer muy maquillada, con un vestido rojo muy corto, contoneándose y moviendo el bolso. ¿Qué es?”

- “¡Ah!” - dice el psicólogo – “es una puta...”

- “Sí, pero ¿qué puta? ¿Su hermana? ¿Su hija? ¿Su mujer? ¿O su puta madre?”

sábado, 11 de julio de 2009

¿Un budismo insostenible?

Hace unas semanas asistí en Madrid a la proyección de un documental sobre espiritualidad y medio ambiente, seguida de una mesa redonda en la que conversaron un católico, un protestante, un musulmán y una instructora de meditación budista (según he oído, en sustitución de un “maestro” budista que para asistir había exigido un billete de avión en primera clase para recorrer los escasos 400 kms que le separaban de la capital... ¡y una vez ahí hablar de sostenibilidad!).

Llegado cierto punto, la moderadora preguntó qué se estaba haciendo en el seno de cada religión para afrontar los retos del cambio climático. El católico adujo rápidamente una encíclica del papa Benedicto XVI para ilustrar la conciencia del problema patente entre la jerarquía de Roma; los demás más o menos siguieron su línea. Lo que me sorprendió fue que la instructora de meditación alegara que el budismo llevaba cierto retraso en este campo, como reflejaba según ella la sorpresa del Dalai Lama al enterarse de que estábamos en situación de emergencia medioambiental y la ausencia de pronunciamientos oficiales al respecto.

¿Qué reflexión me sugiere esto? Para empezar, que es un error colocar al Dharma al mismo nivel que las religiones institucionales, por mucho que algunos sectores del budismo tibetano fomenten directa u oblicuamente ese paralelismo en Occidente. No es que el Dharma sea mejor o peor; es que es otra cosa. Para mí, Dharma y budismo no son sinónimos y el Dharma no se puede convertir en una institución. Quizá parezca radical, pero es lo que decía el mismísimo Marpa: “El Dharma no tiene dueño, como un ciervo en el prado”.

En segundo lugar, creo que si la instructora hubiese atendido menos al aspecto institucional de la pregunta para ir más allá de las formas, habría podido dar una respuesta más acorde con el Dharma. En ese sentido, entender qué cambios opera esta vía en quienes la practican y cuáles pueden ser sus consecuencias me parece mucho más interesante que lo que diga este o aquel dignatario.

Bien, y ¿cuál es, entonces, la huella que deja el Dharma en quienes lo siguen con sinceridad? Si tuviera que elegir una en este contexto, diría que la frugalidad. En todas las enseñanzas y prácticas hay una constante tendencia a eliminar lo superfluo e ir a lo esencial –la llamada “navaja de Ockham”. Miremos por ejemplo el Sutra sobre la totalidad del Majjhima Nikaya:

Monjes, os enseñaré la totalidad de la vida. Escuchad, prestad atención cuidadosa y hablaré.

¿Qué es, monjes, la totalidad? No es otra cosa que el ojo con los objetos de la visión, el oído con los objetos de la audición, la nariz con los objetos del olfato, la boca con los objetos del gusto, el cuerpo con los objetos del tacto y la mente con los objetos de la cognición. Eso, monjes, se llama totalidad.

Ahora bien, si alguien dijera: “Aparte de esta explicación de la totalidad, voy a predicar otra totalidad”, esa persona estaría pronunciando palabras huecas, y si se le interrogara sería incapaz de responder. ¿Por qué? Porque esa persona estaría hablando de algo que cae fuera del conocimiento posible.


Son elementos bastante sucintos, como se ve, sobre todo si los comparamos con otras explicaciones que implican un Dios, una Creación, un alma, una vida después de la muerte, un infierno, un paraíso, un pecado original, un Hijo redentor, un Espíritu Santo, un Juicio Final... etc. Frente a eso, no parece tan difícil creer que existen la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto y la mente, ¿no? Pues no hace falta más para emprender el camino del Dharma de Buda.

Ahora bien, si ese camino budista se mantiene y se sigue a conciencia, acaba impregnando hasta tal punto el corazón/mente del practicante que no puede dejar de extenderse a otras facetas de su vida; y apañárselas con lo mínimo necesario parece ser parte del código genético del Dharma. Bien pensado, ¿qué puede haber más ecológico que eso? No es que el Dharma budista se quiera apuntar ahora a la pujanza de las iniciativas verdes; es que, si todos lo hubiéramos puesto en práctica en nuestras vidas desde que se formuló hace siglos, no habríamos llegado a la situación que motivó la aparición del movimiento ecologista. La gente habría sido respetuosa con la naturaleza porque lo llevaría escrito en el corazón, sin ideologías y sin tener ni siquiera conciencia de ello.

Si eso es así, entonces la verdad no es que el budismo vaya rezagado respecto de otras religiones, sino que ningún otro camino –al menos, de los representados en ese debate– fomenta entre sus seguidores actitudes e intenciones más en armonía y equilibrio con la naturaleza que el Dharma-Dao. Pero eso es algo que seguirá siendo difícil de ver en tanto entendamos el budismo como otra religión más y busquemos su sentido en los mensajes de las jerarquías que administran sus destinos mundanos.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El peso del conocimiento

Había cuatro budistas en un avión de camino al Himalaya.

Uno era un profesor de universidad que se consideraba a sí mismo la persona más lista del grupo, no sólo en cuanto al budismo sino por su capacidad intelectual. Él creía que estaba muy avanzado en el camino del Chan.

La segunda era una mujer que sólo era principiante, pero entendía sus limitaciones y seguía en el camino sin objetivos. Su destino era un monasterio.

El tercero era estudiante de un maestro Chan que había entrado correctamente en el camino del Guru Yoga y respetaba todos los caminos del Dharma.

El cuarto era un joven universitario que también era principiante en el budismo y simplemente quería disfrutar con el aura de espiritualidad del Himalaya. Su intención era pasear por las montañas y tratar con la gente corriente del país.

De repente hubo una gran explosión. El piloto del avión salió corriendo a la cabina y dijo: “Por desgracia los motores han fallado y el avión se va a estrellar en menos de cinco minutos. Yo me voy, pero vosotros sois cuatro y no quedan más que tres paracaídas en la cabina, así que tendréis que decidir quién salta y quién se queda a bordo y muere”. Luego, abrió la puerta y saltó diciendo adiós...

Todos se quedaron en estado de shock durante unos instantes. El primero en actuar fue el profesor, que rápidamente dijo: “Soy profesor de matemáticas, una ciencia importante, y soy el más listo de todos, así que es fundamental que sobreviva”. Entonces, sin consultarlo con nadie, agarró su pasaporte a la seguridad y saltó del avión.

Los otros tres, completamente paralizados por la situación, no sabían que hacer.

Al cabo de un rato, la mujer dijo: “No sé casi nada del Dharma excepto la compasión, así que es mejor que vosotros dos os salvéis y yo moriré con una sonrisa, pensando en la vacuidad de la vida y la muerte”.

El estudiante de Chan dijo: “No, mujer, con tanta compasión está claro que tienes que saltar antes que yo, y aparte de eso entiendo que mi camino es ayudar a los demás. Este es un buen momento para comenzar, así que salvaos los dos y yo seguiré aquí sin problema”.

El universitario que quería pasear por las montañas les miró a los otros dos y dijo: “No os preocupéis, de verdad. Tú puedes coger este paracaídas sin problema y tú, amigo mío, coge el otro”.

-“¿Y tú?”, dijeron la mujer y el estudiante Chan a la vez, estupefactos.

-“No os preocupéis”, dijo el chico, “yo salto con el otro paracaídas, porque el hombre más listo del mundo, ese que tenía un conocimiento tan profundo del Dharma… ¡ha saltado del avión con mi mochila!”.

viernes, 13 de febrero de 2009

El sabor del Chan

Un día, Fayan le preguntó a su audiencia: “¿Cuál es el Chan de mi lugar?” Y les contó una historia (...) que ahora voy a traducir así:

Érase un hombre que se ganaba la vida como experto ladrón. Tenía un hijo que, al ver que su padre se estaba haciendo mayor, decidió que debía aprender un oficio para poder ayudar a sus padres cuando fuesen ancianos. Un día, el hijo le dijo al padre, “Padre, enséñeme un oficio”. El padre dijo, “Bien”.

Esa misma noche, el ladrón experto le llevó a su hijo a una gran mansión, en la que hizo un agujero en la pared. Ambos entraron en la casa y se encontraron con un gran armario.

El padre abrió la cerradura del armario y le dijo a su hijo que se metiera dentro. En cuanto el hijo hubo entrado, el padre cerró la puerta del armario y se aseguró de volver a poner la cerradura en su sitio.

A continuación, el padre armó mucho ruido para despertar a la gente de la mansión y luego se marchó por el mismo agujero que había hecho y se fue a casa.

Los hombres y mujeres de la mansión se despertaron de su sueño. Se pusieron a buscar por toda la casa y al final vieron el gran boquete que había en la pared; pero, al parecer, no faltaba ninguna de sus posesiones.

Mientras tanto el chico, encerrado en el armario, estaba perplejo: “¿Por qué me ha hecho esto mi padre?” Entonces se dio cuenta de que su problema era salir de ahí. Así pues, se puso a imitar el sonido de los ratones al mordisquear y rasgar la ropa. Muy pronto una mujer oyó los ruidos y le dijo a una criada que abriera el armario y echara un vistazo dentro con ayuda de una vela.

En cuanto se abrieron las puertas del armario, el chico apagó la llama de la vela, apartó a la criada de su camino con un empujón y salió disparado hacia el boquete de la pared. Salió de la mansión y echó a correr como si le fuera la vida en ello.

Los hombres de la mansión salieron corriendo tras él. En su huida, el muchacho cogió una piedra y la tiró a una charca para hacer ruido como si hubiese caído un cuerpo al agua. Los hombres se detuvieron para rastrear la charca en busca del cuerpo del ladrón. El chico tomó un atajo y corrió hasta casa.

Cuando vio a su padre, le gritó: “Padre, ¿por qué me encerraste en ese armario?” El padre dijo, “No preguntes bobadas. Díme cómo has escapado”. Cuando el hijo le contó cómo había escapado y regresado a casa, el padre asintió con la cabeza y dijo: “Hijo mío, has aprendido el oficio”.


“Ése”, añadió el maestro Fayan, “es el Chan de mi lugar”.

Así era el Chan chino a finales del siglo XI.

¿Cuánto de eso queda hoy?

martes, 10 de febrero de 2009

Un test: ¿cómo estás de iluminado?

Un sencillo test que me envía el amigo Jieshi Shan desde Bahía Blanca:


Si puedes vivir sin cafeína o nicotina

Si puedes estar siempre alegre, ignorando molestias y dolores

Si puedes resistirte a la queja

Si eres capaz de entender cuándo los seres queridos están demasiado ocupados para dedicarte tiempo alguno

Si puedes aceptar la crítica y la censura sin rencor

Si puedes ignorar la limitada educación de tus amigos y nunca corregirles

Si puedes tratar por igual a ricos y pobres

Si puedes enfrentarte el mundo sin mentiras ni engaños

Si eres capaz de vencer la tensión sin ayuda de fármacos

Si eres capaz de relajarte sin beber alcohol

Si puedes dormir sin ayuda de somníferos

Si no tienes prejuicio alguno respecto a confesión religiosa, color de la piel, sexo, orientación sexual, o inclinaciones políticas

–entonces casi has alcanzado el mismo nivel de desarrollo espiritual que tu perro.

lunes, 2 de febrero de 2009

Nyanaponika Thera (3/3)

Aquí vemos a Nyanaponika en tiempos más fáciles y felices, con su antiguo compañero de internamiento Anagarika Govinda. La necrológica de bhikkhu Bodhi se cierra con el relato de las actividades editoriales de Nyanaponika y con una recapitulación de lo que supuso para él conocerlo y tenerlo como maestro. Está claro que mientras haya vivencias y testimonios como éste, algo del Dharma seguirá vivo entre nosotros:

"La expresión suprema del esfuerzo del ven. Nyanaponika por compartir el Dhamma con los demás fue su compromiso con la labor de la BPS, que contribuyó a fundar y en la que sirvió como primer secretario, primer presidente y editor durante largos años. Desde el inicio de la BPS en 1958, el ven. Nyanaponika se dedicó por completo al trabajo de la sociedad; de hecho, durante los tres primeros años de su vida, la sociedad estuvo alojada por entero en su estudio de la ermita del bosque. Durante ese periodo, se encargó en persona de gran parte del papeleo rutinario, aunque pronto se desprendió de ese cometido cuando Richard Abeyasekera asumió el cargo de secretario general, dejándole más tiempo para ocuparse de la vertiente editorial.

"Como editor, examinaba con cuidado cada manuscrito para asegurarse de que las publicaciones de la BPS reflejaran fielmente el espíritu de las enseñanzas budistas originales. Fueron sobre todo su sagaz guía, su compasión rebosante y su dedicación al Dhamma las que convirtieron la BPS en una gran editorial budista que acercaba las enseñanzas del Buda a más de ochenta países en todo el mundo. Incluso después de jubilarse de sus cargos de editor (en 1984) y de presidente (en 1988), siguió tomando un interés activo como patrono en el desarrollo de la sociedad. Siempre le manteníamos al tanto de cualquier decisión importante o criterio editorial que requiriese consideración, y él siempre estaba dispuesto a ofrecer sus sabios consejos.

"En términos personales, debo decir que con la muerte del ven. Nyanaponika he perdido a mi amigo más cercano en esta vida, a mi maestro y a mi guía espiritual. Los últimos diez años, en los cuales tuve el privilegio de vivir con él y cuidar de él en la ermita del bosque, fueron sin duda una bendición difícil de encontrar en la ronda de renacimientos. Sin embargo, aunque echaremos de menos su presencia sabia y amable, su humor sutil y sus empáticos consejos, no es pesar ni congoja lo que debemos sentir ante su marcha, sino un gozo sereno por un personaje noble que encarnaba las más dignas de las cualidades humanas y una inmensa gratitud por una vida sumamente bien vivida en beneficio y para felicidad de muchos. Por los vastos méritos de sus logros en la vida, que pueda el ven. Nyanaponika seguir sin trabas su aspiración en existencias futuras y alcanzar la dicha suprema del Nibbana".

Nyanaponika Thera (2/3)

La imagen muestra a Nyanaponika (primero por la izquierda) junto con Anagarika Govinda (centro) en el campo de internamiento inglés de Dehradun, al norte de la India, donde ambos pasaron años detenidos como potenciales espías alemanes. La verdad, hay veces en que la llamada "inteligencia militar" parece tener bastante más de militar que de inteligencia; de todas formas, no todo se perdió, ya que Nyanaponika pudo aprovechar su reclusión para escribir varias de sus obras. Pero sigamos con las palabras de bhikkhu Bodhi:

"El ven. Nyanaponika no se dedicó a su meta de compartir el Dhamma a base de endulzar y diluir la doctrina original para que resultara más agradable al paladar. Sus interpretaciones del Dhamma siempre fluían del claro discernimiento personal de su esencia más íntima –las cuatro nobles verdades y las tres características de la existencia– y se cimentaban en un sólido respeto por la tradición de comentarios que nos ha llegado de los antiguos Theras. No sólo basó sus obras en una erudición cabal y concienzuda, sino en una penetrante comprensión de la condición humana que hundía sus raíces en una profunda empatía hacia sus hermanos, los seres humanos. De ahí que sus libros y ensayos vayan más allá de la repetición de formulaciones cansinas y estereotipadas de la enseñanza; refractan el Dhamma a través del prisma de una mente occidental muy aguda, moldeada por las mejores cualidades del acervo intelectual europeo, y lo presentan de tal guisa que pueda enseñar, transformar y edificar a sus lectores hasta el núcleo mismo de su ser.

"Su comprensión de las enseñanzas del Buda era tan exhaustiva como profunda, tan vitalmente directa como sistemática y ordenada. Desde su punto de vista, el Dhamma ofrece una ética sublime que puede proporcionar una base psicológica, en vez de teológica, para la moral. Encontraba la enseñanza plenamente aceptable a la luz de las exigencias más críticas del pensamiento racional, y sin embargo capaz de proveer sustento para alimentar nuestra vida emocional, tan gravemente empobrecida por el objetivismo científico y el consumismo económico. Por encima de todo, ponía énfasis en la importancia del auto-conocimiento, la auto-transformación interna y el papel de la meditación budista como medio para conocer, desarrollar y liberar la mente. Su libro El corazón de la meditación budista, traducido a siete idiomas, sigue siendo hoy, 33 años después, el relato contemporáneo más claro, más concienzudo y más convincente del camino de atención plena del Buda".

Quince años después de esta necrológica, es decir, casi medio siglo después de que se escribiera el libro, el juicio de bhikkhu Bodhi sigue manteniéndose en pie. ¡Ojalá hubiera más Nyanaponikas entre nosotros!

Nyanaponika Thera 1/3

A continuación, la emotiva necrológica escrita por un monje Theravada occidental, bhikkhu Bodhi, para su maestro Nyanaponika Thera, una figura legendaria de los tiempos en que el budismo aún era prácticamente desconocido en Occidente: toda una referencia por ser alguien que entró en el Dharma cuando apenas había precedentes ni recompensas sociales por hacerlo pero sí costes formidables (al igual que Lama Govinda, llegó a estar internado en un campo de prisioneros inglés en la India durante la Segunda Guerra Mundial, al resultar sospechoso debido a su origen alemán), que absorbió e integró a fondo las enseñanzas hasta hacerlas suyas y que dedicó su vida a difundir y compartir lo aprendido en beneficio de los demás. Quizá no sea una figura muy recordada hoy, pero es sano echar la mirada atrás y ver qué comienzos tan modestos y sacrificados, pero también puros, tuvo este budismo que hoy amenaza con morir de éxito:

"En la hora previa al amanecer del miércoles 19 de octubre de 1994, nuestro estimado presidente fundador y patrono, el venerable Nyanaponika Mahathera, ha muerto apaciblemente en su residencia, la ermita del bosque de la Reserva Udawattakele, en Kandy (Sri Lanka). Su muerte tuvo lugar el último día de Vassa, el retiro anual de las lluvias que los monjes budistas observan desde los días del Buda, en la quietud del bosque que tanto amaba, antes de que los chillidos de los murciélagos frugívoros o el parloteo de los monos pudieran anunciar la cercanía del alba. Tres meses antes, el venerable Nyanaponika había celebrado su 93 cumpleaños, frágil pero aún con una notable buena salud para su edad avanzada. A finales de agosto, sin embargo, la rueda del envejecimiento se aceleró rápidamente, abriendo la puerta a una combinación de enfermedades que dos meses más tarde llevaron a su fallecimiento.

"La muerte del ven. Nyanaponika marca el final de una época, tanto en los anales del encuentro de Occidente con el budismo como en la historia de la Buddhist Publication Society (BPS). Entre los budistas occidentales era quizá el último superviviente de lo que podríamos llamar la “segunda generación” de pioneros, que incluía a los que trabaron su primer contacto con el Dhamma en las décadas de 1920 y 1930. Ordenado como pupilo de la ilustre figura del ven. Nyanatiloka Mahathera en 1936, el ven. Nyanaponika fue durante décadas el monje budista Theravada de origen occidental más antiguo del mundo. El día de su muerte acababa de cumplir su 57ª temporada de lluvias como miembro de la Sangha. Era también uno de los cuatro “grandes mentores, adornos de la Enseñanza” (maha mahopadhyaya sasanasobhana) de Amarapura Nikaya, la fraternidad monástica a la que pertenecía.

"A través de sus propios escritos y de su cargo editorial en la BPS, el ven. Nyanaponika desempeñó un papel de gran trascendencia a la hora de encontrar una expresión apropiada para el budismo Theravada en la segunda mitad del siglo XX. Dotado de una inteligencia incisiva, una honda comprensión del Dhamma y una extraordinaria sensibilidad a las necesidades de sus hermanos humanos, tanto en sus escritos personales como en su política editorial intentó articular una visión de las enseñanzas del Buda que pusiese de relieve su relevancia, crítica para la humanidad en la época actual. Las primeras décadas del siglo aportaron el trasfondo de esta visión: para sus años de madurez, había sido testigo de dos guerras mundiales (una de las cuales supuso el exterminio en masa de su propio pueblo ancestral, los judíos europeos), innumerables conflictos de menor escala y el derrumbe del sentido existencial en las vidas de tantas personas amables y de buenas intenciones. Contra este telón de fondo, siempre intentó enfatizar, desde distintos ángulos, aquellos aspectos de las enseñanzas del Buda que les hablaran de la manera más directa y significativa a los hombres y mujeres que buscaban en serio una dirección espiritual clara. Sus obras, aunque escuetas y compactas en su expresión, constituyen una verdadera “Guía para los perplejos” en esta época de confusión en la que a menudo parece como si la única alternativa al materialismo rampante y el fundamentalismo religioso fuera el desconcertante popurrí de sectas y modas que conforman el supermercado espiritual".

jueves, 8 de enero de 2009

¿El hombre más feliz del mundo?

Si se hiciera una encuesta entre las personas que han emprendido un camino espiritual sobre qué les impulsó a ello en primer lugar, probablemente las respuestas más comunes tendrían que ver con ponerle fin al sufrimiento, sacarle más partido a la vida o incluso alcanzar la iluminación.

Me viene esto a la cabeza después de ver en internet la charla de Mathieu Ricard sobre el budismo tibetano donde parece apuntar una nueva estrategia de “vender” felicidad como señuelo para emprender el camino budista. En casos como éste, donde no conozco directamente a la persona y por tanto no sé cuánto de su imagen pública es de cosecha propia y cuánto es márketing ajeno, está más que justificado concederle el beneficio de la duda (sobre todo en cuanto a su dudosa distinción de “hombre más feliz del mundo”). Además, ¿para qué negarlo?, parece un tipo simpático y aprecio su esfuerzo por alejarse de la concepción tradicional de la felicidad para proponer en cambio otra según la cual esa felicidad no es placer –que depende de la ocasión, el lugar y los objetos– sino más bien bienestar: un hondo sentido de serenidad y plenitud que impregna y subyace a todos los estados emocionales, a todos los gozos y pesares que se cruzan en tu camino.

A la hora de explicar esta felicidad aparentemente disponible mediante la práctica budista, Ricard hace énfasis en la falta de control que tenemos sobre el mundo externo, en contraste con el mundo de la mente. Dado que en ese ámbito interno cada uno somos dueño y señor, podemos centrarnos en nuestra mente y cultivar en ella las condiciones para ser felices de acuerdo con las leyes de causa y efecto. En el mejor de los casos, esa práctica puede desembocar con el tiempo en una transformación total de nuestra forma de ser, pero en el corto plazo Ricard promociona más bien el control de nuestras emociones negativas mediante la aplicación de antídotos y el cultivo de estados mentales saludables mediante el entrenamiento de la meditación.

Todo eso está muy bien para empezar, excepto por una gran omisión que atañe a la esencia misma del camino del Dharma. No se puede entender el mensaje de Buda sin incluir su visión de la condición humana; igual que en el judaísmo y el cristianismo, la naturaleza humana está viciada, no porque haya “caído” al contravenir las órdenes de un Dios, sino porque se ha separado de la unidad de todas las cosas y ha generado los tres venenos o identidades llamados confusión, codicia y aversión. Éste quizá no sea un mensaje que vaya a llenar auditorios de gente en busca de buen rollo, pero no se puede escamotear. ¿Por qué? Porque esas tres identidades están funcionando en todos y cada uno de los oyentes y son capaces de filtrar y manipular cualquier mensaje para ajustarlo, como en el mito de Procrustes, a sus propios deseos. En esas condiciones, lo más probable es que, diga lo que diga Ricard, casi todos sus oyentes estén “traduciendo” sus palabras y vislumbrando un método aséptico y calculado con el que pueden operar sobre sus mentes desde fuera, como si se programaran a sí mismos, para así obtener más felicidad y, con ello, más calidad de vida.

En definitiva, tampoco esta motivación parece más noble que las anteriores. ¿Por qué? Porque, al igual que ellas, parte del “yo” como base: ese “yo” que algunos llaman “ego” y que reclama sin cesar menos sufrimiento, más comodidad, más dominio y control -y, ahora, más felicidad. La base malsana sigue intacta; lo único que hemos cambiado es ofrecerle una nueva esperanza vana a ese "yo" encapsulado, igualmente separado de todo excepto de su propio sufrimiento. Bien es cierto que es dificil captar la inspiración correcta desde el principio; incluso el relato tradicional de la conversión de Siddhartha Gautama al enfrentarse con la vejez, la enfermedad y la muerte muestra indicios de ese egoísmo primario. Pero si uno persevera en el camino, llega un momento en que su motivación original cambia naturalmente por sí sola: entonces uno ya no busca nada, porque deja de haber un “yo” que busque, y en su lugar colabora, por así decirlo, en el descubrimiento paulatino de la verdad –no una verdad superior revelada por algún ser espiritual, sino la pura evidencia de las cosas tal como son, incluso si esa verdad supone la bancarrota definitiva de todos nuestros deseos, ilusiones y expectativas. Ésa es la motivación genuina, por lo menos para el Dharma: descubrir la verdad, no importa cuál sea, y así ayudar a los demás.

(http://www.ted.com/index.php/talks/matthieu_ricard_on_the_habits_of_happiness.html).