Igual que los organismos vivos, el Dharma budista también tiene su
integridad y su carácter. Se aleja de toda violencia, pero eso no lo convierte
en una sarta de buenos propósitos mojigatos. Al contrario, reconoce que este es
un mundo de conflictos, ante los que despliega sus herramientas defensivas
internas –un elenco de figuras protectoras simbólicas, como los cuatro
guardianes y los dharmapalas, dedicados
a mantener intacta su virtud inherente y su potencia. Además, cualquiera que
haya leído historias de maestros como el Buda Shakyamuni, Yunmen o Milarepa,
por ejemplo, sabe que eran cualquier cosa menos mosquitas muertas.
Escribo esto porque acabo de realizar un pequeño descubrimiento que es
relevante al caso. La cuestión que me intrigaba era por qué sentía tanto rechazo
ante el mestizaje de Dharma y ciertas terapias modernas. Esto, que durante un
tiempo fue una inquietud sorda, se había convertido últimamente en una irritación
más acuciante.
La respuesta, tal como lo entiendo ahora, tiene que ver con lo que en
el Dharma se llaman los cuatro estados inconmensurables o brahmaviharas. Todos
aprendemos la lista de amor benevolente (metta)
+ compasión (karuna) + alegría (mudita) + ecuanimidad (upekkha) bastante pronto en el camino
budista, y con suerte practicamos las meditaciones correspondientes.
Lo que no todos saben es que cada uno de esos cuatro estados tiene un
antagonista. Así, el antagonista del amor benevolente es el odio o la ira (dosa); el enemigo de la compasión es la
crueldad (himsa, que a alguno os
sonará por la no-violencia de Gandhi, ahimsa);
el enemigo de la alegría son los celos (issa);
y el de la ecuanimidad, la inquietud (vicikiccha).
Hasta ahí, pocas sorpresas, porque son experiencias contrapuestas que se niegan
mutuamente.
Pero lo que aún menos personas saben es que cada estado
inconmensurable no tiene un solo enemigo en realidad, sino dos: el directo, que
acabamos de ver, y el indirecto.
Vaya, ¡esto se pone interesante...!
El enemigo indirecto del amor benevolente es el afecto personal (pema); el enemigo indirecto de la
compasión es la conmiseración o la pena personal (domanassa); el enemigo indirecto de la alegría es la exultación (pahasa); y el enemigo indirecto de la
ecuanimidad es la indiferencia.
¿Por qué se les considera enemigos? Porque cada uno presenta un
sucedáneo de la experiencia auténtica, y genera el efecto contrario al que
pretende el brahmavihara. Así, si por
ejemplo sentimos pena por el sufrimiento ajeno y nos identificamos con el afligido,
estamos reforzando sutilmente su identidad sufriente y dándole carta de
naturaleza, cuando en realidad la compasión budista se orienta a la naturaleza
pura de la aparente persona y le transmite la intención noble de que se libere
del sufrimiento y sus causas mediante su propia transformación interna. Por
eso, la compasión budista nunca es un sentimiento triste o compungido, sino una
energía positiva que se proyecta con alegría.
Si miráis la lista otra vez, veréis que todos estos enemigos tienen un
elemento en común, que es la creencia en la persona como realidad absoluta.
¿Por qué, aun siendo indirectos, se les sigue considerando perniciosos?
Porque son engañosos en potencia, en la medida en que se parecen al original y
por tanto son más insidiosos y difíciles de detectar. Nadie confundiría la
crueldad con la compasión, pero muchos sí que creen que conmiserarse con el que
sufre es lo correcto, incluso desde el punto de vista budista.
Así pues, cuando se intenta combinar el Dharma con terapias modernas suele
ocurrir lo mismo: que en realidad no se está ofreciendo el Dharma difícil y
profundo que enseñó Buda sino un sucedáneo que, bajo una aparente afinidad con
el Dharma –porque pisa terrenos similares–, de hecho lo desdibuja o incluso lo
socava.
Las terapias que usan el lenguaje y la mente cognitiva como
herramienta primaria quedan muy lejos de la sabiduría budista sobre la
naturaleza de la mente.
Las terapias que fortalecen la autoestima y el sentido de
individualidad, permanencia y sustancialidad del “yo” se oponen al camino del
Despertar que enseñó Buda, que muchos otros han seguido y corroborado por su
propia experiencia directa después de él.
Las terapias que ignoran o niegan la existencia de una propia
naturaleza pura de todos los seres son una vía segura para perpetuar el
sufrimiento y su fiel escudero, la falsa felicidad, cuya búsqueda y evitación
impulsan sin cesar la rueda del samsara.
Las terapias que simplemente buscan reinsertar al aparente individuo
en los engranajes de una sociedad enferma le dan la espalda a la Fuerza de la
Vida.
Entonces, estas terapias híbridas, a menudo presentadas como “lo
último” en talleres y retiros, ¿también son enemigas indirectas del Dharma?
La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento...