jueves, 22 de enero de 2015

¿Mi maestro?

Hace tiempo ya que me refreno cuando siento la tentación de hablar de Shanjian Dashi como "mi maestro". Me sentía raro cuando lo hacía, como si hubiese algo ahí que no encajaba.

Ahora me doy cuenta de que cuando oigo o leo que otros se refieren a sus guías con esa expresión, experimento la misma reacción, como si mordiese un limón... Se me dirá que soy un exagerado, pero siento que hay algo incorrecto, casi sucio en potencia, en ese uso.

Si digo que Fulano fue mi maestro, ¿puede ser que sutilmente me lo esté apropiando y de paso tomando prestado algo de su lustre para aplicármelo a mí mismo? Esa al menos es la impresión que dan algunos, que mentan a sus maestros como tarjeta de presentación que les da prestigio.

Shanjian, por ejemplo, era un maestro del Dharma, sí, pero también el hombre más libre que he conocido; no era "mío" ni de nadie en ningún sentido imaginable. Tuve la suerte de que me enseñara durante unos años, pero en realidad él no me enseñaba a mí ni a ningún otro individuo... simplemente enseñaba, como una flor que esparce su perfume sin propósito consciente y sin poder evitarlo. Fue una enorme fortuna para mí estar en el lugar y momento apropiados para recibir ese regalo. Y por lo que yo sé, fue puro azar.

En realidad, si presumo de que X o Y fue mi maestro y luego me comporto como un idiota en mi vida diaria, ¿qué favor le estoy haciendo a esos maestros al pregonar mi relación con ellos? Solo si un día hago correctamente alguna de las cosas que el maestro enseñó, y alguien me pregunta cómo es que lo hice así, podría echar la mirada atrás y decir con comprensión y gratitud: "Ah, esto lo aprendí de Shanjian". Será mi acción, no mi identidad, la que lo convierta en "mi maestro".

No es el maestro el que debe honrar al discípulo con su jerarquía, es exactamente al revés: es el discípulo el que honra al maestro cuando lleva a la práctica lo que ha aprendido de él o ella y además desaparece en la acción. Entonces no hay honra ni no-honra, porque no queda nadie a quien honrar o deshonrar... pero el Dharma sigue en flor.

Y eso, como enseñan los maestros (sean de quien sean, ja ja), es lo que de verdad importa.


jueves, 15 de enero de 2015

Un Dharma ambulante



Si tuviera que condensar lo que he aprendido del Dharma para alguien que estuviese empezando en el camino, ¿qué le diría? Hay muchas opciones, pero entre ellas sobresalen dos.

La primera, que el cómo importa tanto como el qué, si no más. No se trata de hacer cosas que antes no hacías sino de vivir la vida de otra forma. Por usar un símil, no es cuestión de añadir una aplicación más; la idea es cambiar el sistema operativo completo. Eso explica, por ejemplo, por qué los preceptos budistas no son mandamientos al estilo judeocristiano, sino recomendaciones de abstenerse de hacer ciertas cosas de cierta manera –dañando a los demás y con la propia identidad por delante.

La segunda, e íntimamente ligada a la anterior, es que el gran secreto, hagas lo que hagas, está en quitarse de enmedio. Eso vale tanto para las meditaciones en teoría más avanzadas como para los quehaceres más mundanos que te puedas imaginar.

Anoche, sin ir más lejos, volví de casa de mi hermano dando un paseo mientras recitaba para mis adentros el mantra de la gran compasión.

Entonces, mientras caminaba, me abrí sin querer a todas las experiencias de mis sentidos y me acordé de todas esas personas que, por enfermedad, vejez o muerte, ya no pueden hacer algo tan sencillo como pasear. Y de verdad les dediqué ese paseo, llevando en mi corazón a todos los que no pueden dar ni un paso, sintiendo por ellos el frío de la noche de enero en mis mejillas, el ritmo regular de mis pulsaciones, mi respiración, mis zancadas, y oyendo cómo crujía suavemente bajo mis botas la escarcha recién formada en las aceras, bajo la pálida luz de las farolas. Mi cuerpo y mente se convirtió en su cuerpo y mente.

Solo esa dedicatoria transformó el paseo en algo maravilloso, porque desaparecí en el caminar y en nuestra energía compartida; por esas calles, en apariencia vacías, iba todo un universo paseando. Una pura maravilla.

En este mundo de deseo, acumulación y alarde de objetos, honores y conocimientos cognitivos, no hay placer comparable a desaparecer en la acción, compartiendo y unificando nuestra energía sin identidad con lo que es, incluso si no está al alcance nuestros sentidos.

Pruébalo. Te podría cambiar la vida.

martes, 6 de enero de 2015

Palabras como ascuas


A veces hay quien denuncia la aparente contradicción de la idea budista de que las palabras no valen porque, obviamente, en el Dharma se valoran y respetan las palabras de los maestros de la tradición. ¿Hay algo más ahí, aparte de lo que se capta a simple vista?

En realidad, la vida y las experiencias de los maestros del Dharma son algo intangible para nosotros, como una danza que tuvo lugar y se desvaneció hace tiempo. Afortundamente, no todo se perdió; atrás han quedado algunas huellas, como los rescoldos de una hoguera moribunda.

Muchos de los que tuvieron experiencias como el despertar recurrieron a las palabras para comunicar lo que es, aunque todos afirman que no se puede poner en palabras. Es un dilema ineludible, que cada uno afronta y resuelve lo mejor posible.

Esas palabras no son valiosas en sí, como reliquias de un fuego apagado que debemos venerar como algo grandioso pero irrepetible; sería absurdo adorarlas con devoción ciega mientras van perdiendo calor hasta quedar convertidas en carbón inerte en nuestras manos. Son preciosas porque son como ascuas que conservan algo del fuego de la experiencia con el que ardieron; y ese fuego a su vez tampoco debe ser adorado en sí, porque lo que importa es la luz y el calor que irradia: la sabiduría y la compasión que se pueden despertar en nosotros, cada uno a nuestra manera, si hacemos buen uso de las ascuas-palabras de los maestros que han sobrevivido al paso de los siglos.

Así, lo que está más allá de las palabras es una puerta a lo que está más allá de las ascuas, ahí donde las experiencias de los maestros nos pueden tocar y encender con el mismo fuego que encendieron ellos, en beneficio de todos los seres.

Por eso enciendo una vela dentro de mí y rezo fervientemente por que se produzca este santo contagio que reviva en todos nuestra propia naturaleza de compasión y sabiduría.