domingo, 30 de mayo de 2010
Mi Zen es mejor que el tuyo
En ella, Kearns se presenta con un amigo y socio en las oficinas centrales de la Ford para enseñarles su artefacto y convencerles de que compren su patente. En la calle, ante la mirada sorprendida de los ingenieros, que han estado lidiando durante años con el problema sin encontrarle solución, Kearns procede a demostrarles cómo funciona el limpiaparabrisas en su propio coche –naturalmente sin dejarles acercarse demasiado ni mirar debajo del capó para no revelar el secreto de la patente.
El jefe de los ingenieros de la Ford, intrigado por el invento, intenta sacarle más información y le hace varias preguntas, a las que Kearns contesta con evasivas. Al final, dándose por vencido, pasa del interés comercial de su empresa al interés humano y casi la admiración deportiva ante alguien que ha resuelto un problema contra el que él mismo y su equipo se han estrellado varias veces. Entonces le pregunta en qué universidad estudió. Kearns le contesta: “Case-Western”. El ingeniero responde: “Hmm… buena universidad”.
¿No es éste el mejor ejemplo de lo que debería ser el linaje, bien entendido? No es un arma arrojadiza para descalificar a otros o colocarse por encima de ellos, ni tampoco una etiqueta de la que uno se sirve para reclamar un status superior a los demás por el hecho de “pertenecer” a esta o aquella otra escuela; es simplemente un dato. Sólo las prestaciones de uno en el desempeño de sus tareas pueden honrar o no en retrospectiva a su(s) maestro(s) y escuela(s); nunca al revés.
Es decir, es exactamente al contrario de como se suele hacer hoy y, lamentablemente, como se ha venido haciendo hace siglos, incluso en las fases tempranas del budismo en China (ver “La conspiración del silencio en el Chan y el Zen” en http://www.mahabodhisunyata.com).
¿Por qué es famoso, por ejemplo, Johannes Kepler? ¿Por haber estudiado con un seguidor de Copérnico? ¿Por haber trabajado como ayudante de Tycho Brahe? ¿O, entre otros logros, por haber formulado él mismo las leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita solar?
Mejor dejar que tus acciones (y tus no-acciones) hablen por ti. La auto-alabanza y la auto-promoción son parte del camino comercial y político, no del Dharma natural. Ambos están abiertos a todos, lleven o no túnicas de colores y el cráneo rapado, y nunca se puede saber qué senda tomará cada uno en cada una de sus acciones.
Como dijo un poeta antiguo, “Fácil es el descenso a los infiernos: las puertas están abiertas de par en par día y noche”.
viernes, 21 de mayo de 2010
Ruiseñores psicotrópicos
lunes, 17 de mayo de 2010
El rugido del león
sábado, 1 de mayo de 2010
Las negras nieves del Annapurna
Las identidades, esas fuerzas oscuras que el Buda llamó los tres venenos (confusión, codicia y aversión), siguen su marcha inexorable, como un vertido de petróleo que se extiende sin remedio. Su viscoso chapapote ha alcanzado ya las nieves perpetuas de las cumbres más altas del planeta, que están tomando un tono decididamente negruzco...
Leed si no os lo creéis esta reflexión sobre la última muerte de un alpinista ocurrida en el Annapurna, a la que ha seguido una cruda explosión de reproches que huele a ajuste de cuentas pendientes, con identidades personales y nacionales por medio:
http://www.elpais.com/articulo/deportes/circo/montana/elpepidep/20100501elpepidep_5/Tes
Parece que incluso en este aparente santuario alejado del mundanal ruido se están olvidando algunos valores que se habían preservado, como si fueran delicadas flores de invernadero, entre el colectivo de los alpinistas.
Pero esta lamentable noticia no es algo que concierna sólo a los montañeros. El que la identidad empiece a tener rienda suelta en condiciones tan adversas da una idea del poder que está acumulando, como una infección resistente a los antibióticos, en este mundo desquiciado.
Desde una perspectiva evolutiva, las condiciones de vida extremas en que se desarrolló nuestra especie quizá expliquen por qué la solidaridad y el compañerismo han sido siempre tan valiosos en el comportamiento humano; de otra manera, sin esa primitiva solidaridad tribal, el homo sapiens igual no habría superado tantas calamidades para acabar triunfando como lo ha hecho. Y es que el ser humano, tomado individualmente, es una criatura débil, sobre todo cuando se enfrenta a la naturaleza; su fuerza está en la unión.
Aún hoy, en situaciones de vida o muerte, el egoísmo individual -esencia de la identidad- cede a menudo en beneficio de la supervivencia del grupo. Quizá eso explique en parte por qué algunos sienten la llamada de la montaña como algo digamos "espiritual", aparte de deportivo -un reducto donde aún pueden experimentar los vestigios de un comportamiento humano noble que tanto escasea en nuestras ciudades y pueblos.
Es triste sin duda que la gente pierda la vida de esta manera; es preocupante que la identidad empiece a asomar su sucia cabeza e invadir terrenos que antes le estaban vedados; e incluso es un poco tonto que la gente tenga que organizar expediciones carísimas y complejísimas a países lejanos y poner su vida en riesgo para recuperar un poco de la nobleza de la vida humana.
Afortunadamente, esa misma nobleza está al alcance de todos con sólo volverse hacia dentro y dedicarse con sinceridad e integridad al camino de la auto-transformación. No hace falta arriesgar tu vida; no hace falta gastarse dinero ni buscarse patrocinadores; no hace falta competir contra otros; y desde luego que no hay que darle pie a las identidades.
La cumbre está dentro de cada uno; pero, por suerte, es la misma para todos, de modo que las cuerdas que puso Buda hace siglos y que han renovado incontables maestros desde entonces también valen para ti. Pero cada uno tiene que hacer el esfuerzo por sí mismo, no buscando la gloria personal, sino llevando a todos en el corazón, con el propósito de despejar las antiguas rutas que el tiempo desdibuja sin cesar para que los que vengan detrás también puedan ascender a la cumbre.
lunes, 26 de abril de 2010
El Génesis budista
Sin contar con el aspecto digamos “moral” del asunto, hay por lo menos tres problemas con esa interpretación.
El primero es técnico y tiene que ver con la traducción del término hebreo que figura como “sojuzgar y tener dominio” en la versión anterior y que, para algunos, implica más bien la idea de tutelar y gobernar como un soberano justo.
El segundo problema es que, antes de que apareciera el ser humano, “Dios” le había dado la misma instrucción a los animales: Entonces dijo Dios: “Produzcan las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo”. Y creó Dios los grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que se desplazan y que las aguas produjeron, según su especie, y toda ave alada según su especie. Vio Dios que esto era bueno, y los bendijo Dios diciendo: “Sed fecundos y multiplicaos. Llenad las aguas de los mares; y multiplíquense las aves en la tierra”. Es decir, toda especie viva, desde la ameba hasta el rinoceronte, tiene el mismo “mandato” interno de asegurar su propia supervivencia. El conflicto entre los programas de distintas formas de vida se ha dirimido desde la noche de los tiempos mediante el mecanismo que Darwin llamó la supervivencia de los más adaptados, que ha asegurado la perpetuación de la vida en múltiples formas hasta hoy.
Pero es el tercer problema el que me parece más interesante, porque nunca he visto que nadie repare en ello ni lo mencione.
El mandato de “Dios” de crecer en número y gobernar sobre todas las demás formas de vida se le dio a un ser humano muy distinto del que somos hoy día –y de hecho venimos siendo desde hace miles de años. Quien lo recibió era un humano que vivía en unidad con todas las cosas, antes de la “caída” o, en términos cristianos, antes del pecado original.
¿Qué pasó entonces? Que, según el relato bíblico, Adán y Eva comieron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal –en términos budistas, entraron en la dualidad, es decir, la experiencia de que todo lo que existe son cosas separadas, sustanciales e independientes. Antes de eso, como dice el Génesis, estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban; pero luego, tras comer, fueron abiertos los ojos de ambos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron ceñidores. Desnudos o vestidos: eso ya es la dualidad. Luego vinieron todas las demás.
Este hombre caído no es el mismo al que “Dios” le dio el mandato de crecer y multiplicarse y gobernar con justicia sobre todas las criaturas. En su mano, el programa original que apuntaba a una armonía y equilibrio entre todos se convirtió en un arma de destrucción masiva. Lo honrado hubiera sido que el hombre dual se diese cuenta de su nueva condición y abdicase de su privilegio, ahora inmerecido; pero todos sabemos que, en vez de eso, hizo justo lo contrario. Los resultados están a la vista por todas partes: la sobrepoblación de un ser desconectado de la unidad que, después de exterminar numerosas especies animales y vegetales, amenaza ya la supervivencia de la vida misma en el planeta.
Volviendo al relato bíblico, ¿qué pasó después? Que, contrariado por su desobediencia, y para evitar que Adán comiera también del árbol de la vida y se volviera inmortal, Jehovah Dios lo arrojó del jardín de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado. Expulsó, pues, al hombre y puso querubines al oriente del jardín de Edén, y una espada incandescente que se movía en toda dirección, para guardar el camino al árbol de la vida.
Así lo relata el Génesis en términos míticos. El Dharma lo explica de forma más práctica: no hay “Dios” sino evolución impersonal, los querubines que vigilan la entrada al jardín del Edén no son tales sino tres identidades o venenos –Raga (la apetencia sensual), Tanha (la codicia) y Arati (la aversión)– y esa espada incandescente que se mueve en toda dirección no está fuera sino dentro de nosotros, porque no es otra cosa que la mente dual que aflige a los seres humanos desde hace milenios con la plaga del sufrimiento (dukkha).
¿Veis qué bien encaja? Al final va a ser que los antiguos patriarcas judíos sabían más de lo que nos imaginábamos, aunque lo ocultaran tras un lenguaje alegórico...
Así pues, ésa es la propuesta del Dharma: darnos cuenta de que estamos fuera de nuestra condición correcta y natural, ver que no hay agentes externos sobrenaturales que nos impidan regresar a él sino únicamente inercias internas, formidables pero vencibles, que nos mantienen alejados de nuestra propia naturaleza de unidad con todo lo que es… y echar a andar en el camino de volver a casa.
PD: De esta interpretación se desprenden dos corolarios que me gustaría destacar. Primero, que a diferencia del ser humano, las plantas y los animales nunca salieron del jardín del Edén; siguen ahí, esperando nuestro regreso sin reproches a pesar de todas las barbaridades que hemos cometido contra ellos. Segundo, que la misión del Dharma no es mitigar las aflicciones físicas o de identidad de unos y otros en su exilio de la unidad; es indicar el camino de vuelta. Ayudar sí es natural, pero no a costa de dejar el regreso en segundo plano a cambio de una beneficencia social que mitiga los síntomas del sufrimiento sin atacar su causa.
lunes, 12 de abril de 2010
Un poema de Rumi
Éste es un poema de Rumi que ha pasado por las manos de un traductor al inglés y luego por las mías propias de camino al español. No sé cuánto queda en él de su letra y espíritu originales, pero a mí me sigue provocando una sonrisa:
Poco a poco, destétate.
Eso es el meollo de lo que tengo que decir.
De un embrión, cuyo alimento le llega por la sangre,
pasa a ser un bebé que bebe leche,
un niño que come alimento sólido,
un buscador de sabiduría,
un cazador de presas más invisibles.
Piensa en cómo sería tener una conversación con un embrión.
Podrías decirle, “El mundo de fuera es vasto y complejo.
Hay campos de trigo y puertos de montaña,
y huertos en flor.
De noche hay millones de galaxias, y a la luz del sol
la belleza de los amigos que bailan en una boda”.
Le preguntas al embrión por qué se queda enclaustrado
en la oscuridad con ojos cerrados.
Escucha su respuesta:
No hay “otro mundo”.
Sólo sé lo que he experimentado.
Debes estar flipando.
domingo, 4 de abril de 2010
La liberación no está en las palabras
A veces transfiero a la sección principal del blog algún comentario si creo que sirve para ilustrar una cuestión útil. Abajo incluyo uno reciente sobre la entrada anterior, junto con mi respuesta:
El ser humano, efectivamente, se comporta de forma egoísta, y probablemente desapareceremos por nuestros propios méritos o, quizá, a manos de una de las extinciones sobrevenidas que cíclicamente se han dado en nuestro pequeño planeta (una cierta cuestión de probabilidad). Los budistas, los cristianos, los musulmanes, los ateos y los nada, todos, jugamos a obviar el problema o a intentar solucionarlo, como si eso le importara algo al universo.
Nos creemos importantes, y esa importancia busca su propia sustancia en nuestras creaciones mentales, en nuestras propias estructuras del pensamiento, ya sean religiosas, bondadosas, vitalistas, nihilistas o lo que nos dé por inventar.
La liberación no existe. No hay nada que podamos liberar, y aunque jugáramos –juguemos– a hacerlo y lo consiguiéramos –consigamos–, no tendría absolutamente ninguna trascendencia.
¿Qué nos enseña si no el devenir del hombre hasta nuestros días?
Anónimo:
¿Qué es para ti la liberación? ¿Cómo sabes que no existe?
“Supongamos que todo el mundo tiene una cajita con algo dentro, a lo que llama escarabajo. Nadie puede mirar dentro de las cajas ajenas y todo el mundo dice que sabe lo que es un escarabajo mirando al suyo. En tal situación, sería perfectamente posible que cada uno tuviera algo distinto en su caja, e incluso que ese algo estuviera cambiando constantemente. ¿Tendría sentido la palabra escarabajo en el lenguaje de esa gente?” (Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, párrafo 293).
Es decir, las palabras son cajitas que pueden tener dentro varias cosas: una experiencia, un concepto, una opinión (fundada o infundada), etc. Sólo porque todas las palabras tengan la misma apariencia por fuera no quiere decir que todas contengan lo mismo por dentro.
Presentar palabras llenas de conceptos y opiniones como si contuvieran experiencias de verdad es lo mismo que ir a una tienda y pretender pagar con billetes del Monopoly.
Detrás de su ruido y furia, lo que tus palabras dejan traslucir es que no has conocido la experiencia de la liberación. Por eso, como tú no la has alcanzado, crees que nadie más la puede alcanzar.
Eso es tan absurdo como si, por ejemplo, no supieras chino y por tanto creyeras que ese idioma no es más que un galimatías que no comunica nada, una especie de farol que algunos se tiran sólo para darse aires y engañar a los incautos.
Pero hay gente que habla en chino... y, es más, se entienden entre sí.
Entonces, ¿qué hacer?
Si, como sospecho, no las tienes todas contigo en cuanto a que no haya liberación, ¿qué es más sensato? ¿Irrumpir en una conversación donde nadie te ha llamado dando voces para disuadir a los demás de que aprendan ese idioma? ¿O buscarte un buen maestro que te enseñe para que seas capaz de ver más allá de tus ideas y opiniones?
En el primer caso, te asegurarías tener algo de compañía en tu sufrimiento –un pobre consuelo, en mi opinión. En el segundo, que requiere bastante más coraje y esfuerzo, a lo mejor podrías aprender algo valioso de verdad para ti y para los demás.
La elección es tuya. Como siempre, te deseo buena suerte en tu camino.
viernes, 19 de marzo de 2010
¿Un medio hábil?

La entrada anterior concluía con la conjetura de que la ilusión de individualidad y separación que distingue a los seres humanos de otras especies puede ser un “medio hábil” de la fuerza de la vida para promover su propia supervivencia global.
Eso, aunque igual resulte útil como herramienta para explicar mejor las cosas, me obliga a una amarga reflexión.
¿Está siendo de verdad el ser humano un “medio hábil” para la supervivencia de la vida en este planeta? Ése es sin duda el hermoso potencial y privilegio del que disfrutamos. ¿Lo estamos cumpliendo? Seamos honrados con nosotros mismos.
¿Qué estamos haciendo con los demás seres vivos que comparten
Los estamos exterminando. Ya sea activamente, por sobreexplotación, o por la desidia e indiferencia con que contaminamos y destruimos sus hábitats naturales, bajo el dominio de un ser humano enloquecido las especies se están extinguiendo al mayor ritmo de los últimos 65 millones de años. Hay biólogos que calculan que en nuestra vida veremos desaparecer un cuarto del total de especies y que, para final del siglo, esa proporción puede subir hasta la mitad.
La anterior extinción masiva, que conllevó la desaparición de los dinosaurios, se atribuye al impacto de un meteoro sobre la superficie terrestre entre los periodos cretácico y terciario. Podríamos decir que los sapiens sapiens hemos aparecido en el planeta de forma menos repentina que ese meteoro, pero igual de mortífera. Por suerte, aún tenemos la capacidad de darnos cuenta y reaccionar, pero no queda mucho tiempo.
Aunque sólo fuese por pura prudencia interesada, no parece un comportamiento muy sabio eliminar recursos alegremente sin la certeza de que no habremos de lamentar su desaparición en el futuro.
La triste realidad es que no importa cómo de sensibles o inteligentes nos creamos uno por uno, a escala colectiva nos comportamos de forma egoísta, con cruel indiferencia hacia los demás seres vivos, aparte de con una estupidez sorprendente que nos lleva a coquetear con el suicidio.
No estamos tan lejos que las células cancerosas, que empiezan a multiplicarse sin atender a la armonía y equilibrio con su entorno hasta que llegan a poner en peligro y a menudo destruir la supervivencia de su anfitrión –sin reparar por un instante en que la muerte del organismo que las alberga necesariamente ha de suponer su propia muerte.
Si lees esto y crees que puede haber alternativas a la mera resignación, en la página web de Mahabodhi Sunyata encontrarás una invitación para reflexionar y responder a esta catástrofe (http://www.mahabodhisunyata.com/home/vigilancia).
Esto es el budismo tal como lo entendemos en Mahabodhi Sunyata: una implicación personal y activa en la supervivencia natural y correcta de la fuerza de la vida, empezando por liberar la expresión de esa fuerza en uno mismo, sin perder de vista la totalidad ni renunciar a actuar en el mundo en las causas que consideramos justas y nobles.
sábado, 13 de marzo de 2010
El budismo como “medio hábil”

¿Qué es lo que hace que el budismo sea tan diferente de muchas terapias en boga hoy día?
Para empezar, el Dharma no se enfoca en lo individual y biográfico. Al principio, es verdad, hay una fase en la que uno se enfrenta a los obstáculos más crudos que ha acumulado en su vida (lo que llamamos el “yoga externo”); pero el corazón del camino budista, lo que le da su razón de ser, es el “yoga interno”, el antídoto contra los dos impedimentos que nos lastran en virtud de nuestra evolución como especie, más allá de cualquier resabio individual: las identidades y la dualidad –la persistente delusión de creer que todas las cosas, incluidos nosotros mismos, son entes separados, sustanciales y duraderos. Pocas terapias comparten ese punto de partida.
En segundo lugar, el ataque budista contra esos impedimentos es a la vez más directo y más profundo que en las terapias que conozco, sean psicoanálisis, logoterapia, Gestalt, constelaciones familiares o PNL. Me explico:
Si nos imaginamos, como en el dibujo de arriba, que la conciencia es una pantalla en donde la persona percibe todas sus experiencias, diríamos que muchas prácticas terapéuticas operan tomando como base la realidad fáctica de las imágenes que aparecen en la pantalla e introduciendo en ellas los cambios deseados mediante diversas técnicas.
El budismo, por contra, sostiene que todo lo que aparece en la pantalla es una ilusión y se enfoca más bien en los mecanismos que dan pie a esa ilusión, es decir, en la cabina de proyección que el dibujo sitúa en la cabeza del espectador. Por esa razón, el budismo les niega validez absoluta a las experiencias de la pantalla. Incluso una meditación tan relativamente popular como la vipassana marcha en dirección contraria a la mayoría: en vez de “conectar los puntos” (como en los pasatiempos) para reorganizar la pantalla mental del paciente, crear nuevas Gestalt a partir de sus imágenes-experiencias y promover cambios en su conducta, busca más bien desconectar los puntos antes unidos, difuminar sus líneas aparentemente sólidas y llevarle al meditador a la experiencia directa de que, efectivamente, todo lo que pasa por su mente es una ficción –útil en el mejor de los casos, pero aun así irreal. Es, como se ve, una tarea difícil, exhaustiva y nada práctica en nuestra sociedad. No es de extrañar que pocos la enseñen así.
El interés del Dharma no se dirige a los contenidos de la experiencia, sino a algo que podríamos llamar su “textura”; para ser más claros, busca experimentar de qué está hecha toda experiencia, aunque suene redundante. Por eso, en la práctica budista uno es como un espectador de cine que no atiende a las vicisitudes de lo que aparece en la pantalla, ni tampoco a la técnica cinematográfica del director o al arte dramático de los actores, sino que mira constantemente en dirección opuesta, a la cabina de proyección, para captar cómo funciona el mecanismo que crea la ilusión de toda película, ya sea de terror o de risa. La base de ese mecanismo es la propia constitución psico-fisiológica del ser humano.
En último término, por tanto, vemos que el budismo es una vía en la que lo individual no tiene demasiada importancia porque no es un objetivo en sí, ni para detener el sufrimiento ni para procurar la felicidad; ésa es otra diferencia fundamental con las terapias modernas. El budismo tiene que ver con la totalidad de los seres sintientes, porque el Dharma es algo que brota de la naturaleza y de la fuerza vital que impulsa el nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte de todos los seres vivos. Concebir el budismo como una empresa individual es un error de bulto.
Volviendo ahora al concepto de upaya, ¿no podemos aplicarlo aquí también? Sí, sin duda, porque en realidad, desde una perspectiva budista, el individuo mismo no es más que una ilusión, un “medio hábil” que la fuerza de la vida emplea para aumentar sus probabilidades de supervivencia –como fuerza total, no como suma de aparentes individuos separados. Es en ese sentido como hay que entender la misión del bodhisattva, tal como se expone en el Sutra del diamante:
“¿Qué piensas, Subhuti? Que nadie diga que el Tathagata (Buda) mantiene la idea: ‘Debo liberar a todos los seres sintientes’. No permitas ese pensamiento, Subhuti. ¿Por qué? Porque en realidad no hay seres vivos que el Tathagata pueda liberar. Si hubiera seres vivos que el Tathagata pudiera liberar, él tomaría parte en la idea del ‘yo’, la personalidad, la entidad y la individualidad separada”.
Sólo hay una fuerza de la vida, de la que cada ser vivo es, por así decirlo, una sucursal pasajera. El Dharma es una vía para acceder a esa fuerza.
Siendo eso así, el propio budismo en sí tampoco es más que otro medio hábil que diseñó el Buda Sakyamuni, y que han ido expandiendo otros maestros posteriores, para llevarle al practicante a la experiencia última en la que no hay budismo ni no-budismo. El Dharma no trata de Buda como persona; su verdadera protagonista es la fuerza de la vida. Una vez más, el Sutra del diamante lo confirma:
“Subhuti, no digas que el Tathagata concibe la idea: ‘Debo promulgar una enseñanza’. Porque si alguien dice que el Tathagata promulga una enseñanza en realidad calumnia al Tathagata y es incapaz de explicar lo que enseño. En cuanto a cualquier sistema que declare la Verdad, la Verdad es indeclarable; así que ‘una enunciación de la Verdad’ no es más que el nombre que se le da”.
Es este mismo desapego respecto del Dharma, entendido como medio hábil de usar y tirar, lo que explica muchas anécdotas de los antiguos maestros Chan.
Un estudiante le preguntó al maestro Caoshan (Ts’ao Shan) “¿Qué es lo más valioso del mundo?”
El maestro respondió: “La cabeza de un gato muerto”.
“¿Por qué es la cabeza de un gato muerto la cosa más valiosa del mundo?”
“Porque nadie puede decir cuánto vale”.
sábado, 20 de febrero de 2010
樸, pǔ: la madera sin tallar

Al hilo de la entrada anterior, aporto aquí otra referencia del Dedaojing a la “madera sin tallar” que representa el estado virgen de la naturaleza en bruto, comentada por Shan-jiàn. Se trata del Dao Jing 28, que habla de la disposición natural del sabio, la persona que encarna en su vida los principios del Dao:
爲天下谷, 常(恆)德乃足, 復歸於樸。
wèi tiān xià gǔ, cháng (héng) dé nǎi zú, fù guī yú pǔ
[devenir-cielo-debajo-valle], [constante-virtud-entonces-ser suficiente], [de nuevo-regresar-a-llano y sencillo]
Al convertirse en el valle del mundo, la virtud constante por tanto es suficiente
(y él) vuelve de nuevo a lo puro y simple.
El sabio se convierte entonces claramente en el ejemplo (...) para todos los demás seres humanos, pues está en equilibrio y armonía con el Dao. Está en contacto constante con el estado primordial, y tiene una conciencia sostenida de la no-dualidad (lo que en algunos modelos del budismo se llama la “presencia”); por eso, puede regresar una y otra vez en su mente al estado de comprensión en el que sabe que no hay límites, ni físicos ni mentales, y todo puede surgir desde la naturalidad.
Ahora bien, ser correcto en la ejecución requiere de un paso más, que es el mantenimiento de la ecuanimidad. Eso es un regreso a lo puro y simple en donde la virtud constante, 常德, cháng dé, es condición suficiente, 足, zú, para su mantenimiento. La cuestión es si este regreso a lo puro y simple refleja el despertar a esa experiencia o si sólo es darse cuenta de la influencia indirecta del principio femenino sobre la cognición por medio de la expresión activa masculina. Les podemos asegurar a los lectores que no es el despertar. Uno se podría preguntar entonces: si no es el despertar, ¿será el estado que se llama “el bloque de madera sin tallar”?
En el Dao, esta madera virgen es la del almez (Celtis sinensis), un árbol parecido al cerezo cuya madera es muy apreciada para labores de carpintería. Por eso en el Dao se le toma al almez por la madera virgen; representa la naturaleza original del ser humano del Dao. No es nada que esté escondido en la conciencia superior, sino más bien la integración de lo masculino y lo femenino de la que habla Laozi cuando está más allá de la influencia contaminante de la identidad cognitiva.
Cuando la cognición manchada toca ese bloque sin tallar, la realidad mundana es que esa madera virgen se corta y se transforma en cosas concretas; en otras palabras, la dualidad hace acto de presencia y los nombres y formas asumen el dominio sobre todo lo que es natural… La operación de la cognición, dualidad e identidad produce diferentes personalidades manchadas y comportamientos diversos. Como consecuencia, la cognición discrimina la diversidad que se genera y conduce a las personas carentes del equilibrio y armonía del Dao por caminos distintos a la naturaleza de la madera virgen. Pero aquí Laozi no está hablando de cosas materiales, de modo que el regreso a lo puro y simple es de hecho el regreso al estado de ser un bloque sin tallar.
Cualquier versión que se presente del Dedaojing tiene que incurrir en algún grado de ‘corte de madera’, que ya una edición que incluyera todos y cada uno de los sentidos posibles, sin tomar partido por ninguno, sería un galimatías monumental y virtualmente indescifrable. Hay que decantarse. La cuestión es cuánto se ‘corta’ y cómo.
Personalmente, creo que aquí, como en tantas otras cosas, menos es más; cuanto más se involucre la mente cognitiva y calculadora, más oportunidades habrá para la intromisión de la identidad y la dualidad. Pero, además, lo que cuenta es que los cortes, aparte de frugales, sean orgánicos –es decir, que no hagan violencia a la naturaleza de la madera virgen y permitan que conserve su potencial intrínseco de seguir brotando indefinidamente. Esa sería la versión más coherente con la lógica interna del Dedaojing, y el ideal al que deberían aspirar todas las traducciones, aunque su fruto pueda parecer común y corriente.
A fin de cuentas, en eso consiste volver a lo llano y sencillo, 樸, pǔ, ¿no? Entonces, ¿no se debería aplicar este principio daoísta también al propio vehículo en el que se expone? No se trata de demostrar un virtuosismo deslumbrante en el ‘corte’ (la interpretación), sino de dejar que la obra sugiera por sí misma por dónde se deja cortar, para que así permanezca lo más cerca posible del bloque virgen primordial.
Por si quedara alguna duda, el propio Laozi deja bien claro al final del capítulo cómo se despliega la sabiduría en armonía con el Dao:
樸散則爲器,聖人用之,則爲官長,故(夫)大智不割。
pǔ sǎn zé wèi qì, shèng rén yòng zhī, zé wèi guān zhǎng, gù (fū) dà zhì bù gē
[llano y sencillo-soltarse-seguir-actuar como-herramienta], [santo-hombre-usar-ello], [entonces-devenir-órgano del cuerpo-jefe], [en consecuencia-gran-sabiduría-no-cortar]
“Seguir lo puro y simple suelto se convierte en la herramienta y el sabio la usa,
(con lo que) se convierte en el órgano principal del cuerpo.
En consecuencia, la gran sabiduría no se corta”.
martes, 16 de febrero de 2010
Una reflexión sobre las traducciones del Daodejing

En Mahabodhi Sunyata tenemos lista para su publicación –a falta de encontrar algún editor que se anime con el proyecto– una nueva versión del Tao Te Ching (Daodejing en la actual transcripción pinyin del chino, o Dedaojing si invertimos el orden de los dos libros, como parecen recomendar sus respectivos contenidos).
La principal característica de esta obra es su honradez y falta de artificio. Eso no quiere decir que todas las demás sean falaces y mentirosas pero, que yo sepa, ninguna otra le muestra al lector con tal claridad los pasos por los que se ha llegado a traducir de determinada manera cada línea del texto chino. En ese sentido, me recuerda una comparación chocante que leí un vez sobre los antiguos patriarcas: “Un maestro Chan es como una almeja: en cuanto abre la boca, se le ven hasta las tripas”.
En efecto, la inmensa mayoría de las versiones existentes en los mercados de habla española e inglesa le ofrece al lector una versión cerrada: por ejemplo, el capítulo 3 del Dao Jing dice X, Y y Z. Salvo excepciones, no suele haber en ellas ni rastro del texto chino, de las variantes de las diversas fuentes a partir de las cuales se ha recompuesto el texto estándar, ni de la inmensa variedad de significados que puede representar cada carácter chino –por no hablar ya de la relación entre los significados concretos que se han elegido y la vía práctica de meditación que es el Dao. En esas condiciones, cualquier versión que se proponga viene a ser el equivalente de sacarse conejos de la chistera: a lo mejor el público queda asombrado por lo vistoso del truco, pero sigue ignorando por completo cómo se ha conseguido llevar a cabo. Y tampoco es de extrañar que, vista la proliferación de “conejochisteristas” que compiten unos contra otros por recursos limitados (el dinero de sus potenciales clientes), se haya desatado una auténtica carrera de armamentos para producir conejos cada vez más hermosos y atractivos.
La verdad del asunto es que el texto del Dedaojing es extremadamente parco, y a veces incluso hermético. La versión de Shan-jiàn reconoce esa cualidad, y a la vez refleja lo abrupto que resulta para una mente no china asomarse a la experiencia del mundo encarnada en ese idioma. De ahí que su estilo sea deliberadamente tosco, sin adornos ni elaboraciones, sin limar las aristas que provoca el choque de mentalidades tan distintas. Comparado con algunas versiones melifluas, trufadas de un vago misticismo orientalizante, ésta es una alternativa que permite entender cómo se van ensamblando los significados particulares en un diseño general presidido por la coherencia interna. No es exactamente un buffet libre, donde al lector se le lanzan los ingredientes para que los combine por sí mismo como Dios le dé a entender, pero aquí no se camufla nada: todo está expuesto y explicado.
Pero hay más. ¿Qué dice el propio Dedaojing a este respecto? Encontramos una buena pista en el capítulo 15 del Dao Jing, tal como lo comenta Shan-jiàn (si no aparecen los caracteres chinos en vuestra pantalla, probad a descargar las fuentes correspondientes en Windows):
dūn (dùn) xī (hē) qí ruò pǔ
[genuino-¡ah!-como si-cosas-en bruto]
“Genuino como (si fuera) cosas en bruto: La mayoría de las veces el carácter 樸, pǔ, cuyo sentido es el de ‘cosas en bruto’, se ha traducido como ‘madera sin tallar’, obedeciendo al deseo de impartirle un brillo trascendental al sabio antiguo. Esta madera sin tallar es un símil del estado originario antes de que la mente cognitiva haya tallado sus formas artificiales, aunque útiles.
Si bien es cierto que, de haber llegado al despertar, ese estado primordial alentaría en el sabio, no es a eso a lo que se refieren estas líneas. Al sabio se le consideraba genuino porque no recurría a máscaras sociales. No intentaba engañar e incluso en su trato con la gente corriente –donde podría usar medios diferentes para comunicarse con ellos a su nivel de comprensión– la gente podía ver que era genuino, que no había nada escondido ni nada que se impusiera sobre sus verdades. Sin embargo, todo eso estaba oculto y él tendría el aspecto de las cosas en bruto, algo valorado sólo por los que entienden pero considerado más bien poco avanzado por los que carecen de esa comprensión”.
Parece, pues, que este Dedaojing tosco y recio como una piedra del campo es, a fin de cuentas, lo más genuino y fiel al espíritu de Laozi...
Incluso podríamos decir, si se me permite un juego de palabras atroz, que se trata de un verdadero “Dao-mante” en bruto!
Nueva página de Mahabodhi Sunyata
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Animo a todos los lectores del blog a que la visiten, pues ahí está la fuente de muchas de las reflexiones que han ocupado estas páginas. Aunque sigue en construcción, ya ofrece una muestra bastante fiel y exhaustiva de la amplitud del Buddha Dharma, su variedad de enfoques y la profundidad con que aborda el proceso de transformación interna que es su razón de ser.
Es cierto que el mapa no es el territorio, y por tanto la lectura de estos textos no efectuará por sí sola la transformación de la que hablan, pero esperamos que sirvan para despejar dudas, abrir nuevas perspectivas y, con suerte, animar a visitar uno mismo esos territorios, si es que sólo los conoce de oídas.
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viernes, 30 de octubre de 2009
¿Cuál es el papel del budismo?
Hola a todos. A mí sí me parecen interesantes algunas las cuestiones planteadas.
Si me permitís, yo lo que me pregunto es: ¿para ser budista es necesario el retiro, alejarse de la vida común para meditar? Si es así, no veo cómo puede ayudar más allá de uno mismo, pues para una verdadera revolución sería necesario llegar a todo el mundo, para que pudiéramos realmente transformar nuestro mundo.
De hecho, la experiencia nos dice que hay budistas y budismo desde hace muchísimos siglos y el mundo sigue igual (o peor).
Parece una pregunta jactanciosa, pero ¿en qué ayuda el budismo a la mejora de nuestro mundo?
¿Qué importancia tiene la iluminación personal si la gente sigue muriéndose de hambre?
¿La solución es hacernos todos monjes? ¿Cúal es el papel del budismo?
Son buenas preguntas. Te contesto sólo según mi opinión, basada en mi experiencia, que es de primera mano pero incompleta.
Para empezar, una corrección. Dices: “De hecho, la experiencia nos dice que hay budistas y budismo desde hace muchísimos siglos y el mundo sigue igual (o peor)”. Creo que podrías afirmar exactamente lo mismo sobre, por ejemplo, la medicina. No hay duda de que, en términos absolutos, en el mundo hay más enfermedades, mortandad y miseria hoy que nunca; pero… ¿es eso consecuencia directa de la medicina? En ambos casos, me parece un argumento falaz e insostenible.
No es imprescindible retirarse para ser budista; de hecho, la mayoría de los budistas del mundo son laicos, no monjes. Pero aquí, como en todo, la respuesta depende de qué entiendas por “ser budista”. El Buda histórico sí dejó atrás la vida mundana y así lo hicieron también la mayoría de los que abrazaron a fondo sus enseñanzas. Así que me imagino que no es 100% imposible completar el camino budista en un entorno mundano; sólo es muchísimo más difícil. De todas formas, también hay un lugar digno en el budismo para los que no quieren o no pueden recorrer el camino íntegramente. Hacerse monje no es la única opción; lo que cuenta es hacer las cosas bien y con sinceridad, tanto si eres monje como si eres laico.
La tarea del budismo, y ésta es una postura polémica, no es remediar las injusticias del mundo, provocadas por la codicia, la confusión y la aversión; es eliminar esas raíces malsanas, junto con la ignorancia (no cognitiva), primero en uno mismo y luego en aquellos que quieran seguir ese camino. Sé que en Occidente ha surgido un activismo budista orientado a la beneficencia –el llamado “budismo comprometido”– pero, a mi entender, el Dharma de Buda no se centra en los síntomas y manifestaciones del sufrimiento (dukkha), sino en sus causas. Eso, por supuesto, no impide que tú actúes personalmente para remediar las injusticias y sufrimiento que se crucen en tu camino, si ése es tu impulso noble; pero no es la batalla principal, que se libra contra lo que llamamos las identidades y la dualidad (ignorancia).
Por otra parte, es obvio que, si todas las personas abrazaran de verdad el Dharma y eliminaran de su mente los “tres venenos” de la codicia, la confusión y la aversión, el mundo se transformaría por sí solo, de dentro a fuera. En ese sentido, el budismo no es un camino personal, que uno haga sólo para sí mismo; es algo que uno hace en beneficio de todos los seres. No hay iluminación personal; lo que hay es un regreso a la armonía y equilibrio con todo lo natural.
Pero tampoco somos ingenuos sobre las perspectivas reales de que eso vaya a ocurrir a escala suficiente como para remediar los males del mundo. La senda budista (como práctica real, no como tradición religiosa) no es algo que se le pueda imponer a nadie y por tanto ha sido y sigue siendo cosa de pocos. Ahora mismo, para mí la cuestión no es si seremos capaces de cambiar el mundo, sino si podremos salvaguardar para las generaciones venideras el Dharma genuino –amenazado no sólo desde fuera por la indiferencia y hostilidad de un mundo enloquecido, sino desde dentro por personas que lo enseñan sin verdadera comprensión. Por eso, estar en el camino con sinceridad hoy supone, además de la práctica diaria digamos que “personal”, mantener viva la llama del Dharma natural para que el día de mañana esté disponible para los que quieran acercarse a él. Si esa llama –la presencia, la guía y el ejemplo de los que han despertado de verdad– se apaga, nos va a tocar volver a descubrir el fuego, exactamente igual que tuvo que hacer Siddhartha Gautama hace miles de años.
Espero que esto conteste tus preguntas.