miércoles, 13 de febrero de 2008

Dharma y psicología evolutiva II: la tentación y los mecanismos de la adicción

¿Acaso es exagerada la precaución del Buda ante el hedonismo? En su descargo, Robert Wright viene a justificar en términos puramente científicos el lenguaje que acabamos de ver en el Dhammapada, por muy retrógrado que suene, cuando explica de esta manera un dilema inherente en la condición humana:

El concepto del “mal”, aunque menos primitivo filosóficamente que, por ejemplo, el de los “demonios”, no encaja fácilmente en una cosmovisión científica moderna. Aun así, parece que la gente lo encuentra útil y la razón es que es una metáfora apropiada. Es cierto que existe una fuerza dedicada a atraernos hacia placeres varios que actúan (o actuaron en su día) en pro de nuestro interés genético pero que no nos traen felicidad a largo plazo y que pueden traerle gran sufrimiento a otros. A esa fuerza la podríamos denominar el espectro de la selección natural. Más en concreto, podríamos decir que son nuestros genes (algunos de nuestros genes, por lo menos). Si funciona mejor usar la palabra “mal”, no hay ninguna razón para no hacerlo.

¿Qué luz arrojan estas reflexiones sobre la actitud del Buda ante el placer? Suficiente para desvelar algunas premisas implícitas en su análisis de los mecanismos inconscientes que operan en el proceso –algo que no detalló en sus enseñanzas, quizá porque lo consideró superfluo para una audiencia como la suya, educada en una cultura que había contemplado largamente estas cuestiones.

Más allá de la experiencia del placer en sí, el gran peligro que denuncia el Buda una y otra vez en el Dhammapada es la distracción negligente, debido a las consecuencias casi automáticas que comporta: los bucles fijos de estímulo-respuesta que repetimos en nuestra mente, dando origen a patrones de conducta compulsivos que nos suelen pasan inadvertidos.

Todos los seres humanos están sujetos al apego y la sed de placer. En su ansia de obtenerlo, se ven atrapados en el ciclo del nacimiento y la muerte [el ciclo de renacimiento constante en la mente de las “tres raíces malsanas” o identidades]. Impulsados por esta sed, corren de aquí para allá asustados como liebres acosadas, sufriendo más y más.

¿Cómo es eso posible? Porque a menudo hay que elegir entre dos alternativas, una de ellas con premio visible e inmediato, y la otra sin recompensa aparente; y es la seducción de ese premio, en forma de placer, la que nos inclina a menudo por el camino más fácil hasta que se convierte en un hábito. Tal es el análisis subyacente en las advertencias de Buda, en ocasiones tan comprimidas que parecen perogrulladas a menos que se haga un esfuerzo por descomprimirlas con criterio:

Las malas acciones, que le hacen daño a uno, son fáciles de hacer; las buenas acciones no son tan fáciles.

¿Cuál es el cuadro que pinta esta psicología budista? A riesgo de meternos de nuevo en terrenos cenagosos, estamos apuntando al concepto de tentación. Pero tampoco hay que tomarla en sentido religioso; “tentación” simplemente quiere decir que la experiencia humana a menudo asume la forma de una encrucijada, con una opción que promete gratificación instantánea pero resulta estéril o incluso dañina a largo plazo, y otra que es difícil y no ofrece ninguna recompensa evidente pero es correcta y sutilmente nutritiva para uno mismo y los demás. Más allá de cualquier matiz trascendental, ya estemos en un camino espiritual o no, estas situaciones conforman el tejido básico de gran parte de la experiencia humana en todas las culturas y épocas.

La dinámica psicológica en la que estamos inmersos, por tanto, es la del adicto y el gran peligro contra el que advierte Buda es vivir en la inopia y con el piloto automático conectado, porque ese piloto tiene ideas propias muy claras que rara vez promueven nuestro bienestar a la larga –y además cuenta con todo un arsenal de golosinas para irnos engatusando de camino a la perdición y luego mantenernos anestesiados en nuestro extravío. Ese piloto, que en realidad no es más que un proceso impersonal, es lo que el Dharma personifica en la figura llamada Mara; y el dominio de Mara en nuestras vidas tiene consecuencias nefastas:

Los impulsos compulsivos de los inconscientes crecen como las zarzas. Van saltando como un mono de una vida a otra, buscando fruta en la jungla. Cuando estos impulsos nos gobiernan, el sufrimiento se extiende como las malas hierbas.

Al contrario de lo que se sostiene a menudo, el problema para el Dharma no es el tanto el deseo en sí sino el ansia, por el elemento de compulsión que contiene; hay en ella algo externo que doblega y somete al ansioso a sus designios; no tolera bien que se le lleve la contraria y tampoco aguanta que se la cuestione o difiera. Más que algo constructivo, el ansia es una inercia malsana que nos arrastra hacia aquellos comportamientos que hemos reforzado mediante la práctica asidua, convirtiéndolos en surcos que se van haciendo cada vez más profundos, con lo cual es cada vez más difícil salir de ellos. Ya queramos llamarla “Mara” como los budistas o “el espectro de la selección natural” como los darwinistas, es un ejemplo típico del círculo vicioso en el que cada mal paso incrementa las probabilidades de que el siguiente paso también sea incorrecto:

El hombre agitado por pensamientos [sensuales], cuyas pasiones son fuertes, y que sigue viendo las cosas como placenteras en sí, incrementa su ansia cada vez más y hace más riguroso su cautiverio.

Como una araña atrapada en su propia red es la persona espoleada por ardientes ansias.

Así es que esto es lo que advierte el Buda, en resumidas cuentas y dicho en lenguaje actual: cuidado con la programación subconsciente que te impulsa a buscar el placer, porque en el fondo no defiende tus intereses sino otros que son ajenos a ti, perjudiciales para tu bienestar, y además inválidos en el esquema general de las cosas.

¿Resulta más aceptable dicho así? En realidad, la ventaja del enfoque evolutivo es que hace innecesario recurrir a giros moralizantes; basta con explicar la tentación como un conjunto de instrucciones reforzadas en la mente humana mediante la repetición (es decir, condicionadas) a lo largo de muchísimos milenios, pero ajustadas a unas circunstancias enormemente diferentes de las que tenemos hoy en día. Esa es, en gran medida, la tragedia del ser humano moderno: que las condiciones materiales y sociales en las que vivimos han dejado obsoleta nuestra programación genética pero que, a pesar de todo, ese programa sigue vigente. He ahí una fuente de fricción y sufrimiento inagotable para hombres y mujeres, ancianos y niños, ricos y pobres; en una palabra, para todo humano, por el mero hecho de serlo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En mi opinión, no es tan claro que se haya quedado obsoleta nuestra programación, de hecho sin ella difícilmente aprenderíamos siendo niños acerca de muchos peligros reales para nuestra supervivencia, así como de otros aspectos y cosas en general que nos ayudan a sobrevivir y resultan placenteros, como el alimento, el sexo o tener amigos y llevarnos bien con ellos. Estímulos placenteros que nos condicionan a la vez que nos ayudan a sobrevivir y que sin los cuales no estaríamos preparados para salir adelante. Esos mismos estímulos y condicionantes ya operaban hace 2.500 años _al igual que hace 50. 000, según parece_ , siendo una sociedad en la que sobrevivir debía ser más difícil que en la actual, y no por ello Buda cejó en su empeño de encontrar la solución al sufrimiento. Sufrimiento que has denominado bien con el nombre de ansia, pues, en mi opinión, el deseo (sed) a que se refirió Buda no es otro que el ansia que nos atrapa y hace sufrir; la ansiedad que en nuestra sociedad llena las consultas en sus distintas denominaciones y patologías, pero que en origen son la misma.

En efecto, siempre podemos encontrar similitudes entre lo que dijo Buda y la psicología evolutiva, pero no menos que con el conductismo el psicoanálisis y, sobre todo, con la psicología cognitiva. Hemos de considerar que Buda dijo la verdad del surgimiento condicionado, describió cómo opera la mente humana en verdad, y cada avance de la ciencia que se corresponda con la realidad que opera la mente de los hombres encontrará similitudes con las enseñanzas de Buda, si bien, como señalas, nominadas con arreglo a los tiempos y audiencia que vivió.

Pero, vuelvo a repetir, es la psicología cognitiva la que se aproxima vertiginosamente a la Verdad con mayúsculas. Es la cognición el nido de la ignorancia espiritual o de la sabiduría, y la que más directamente tiene la llave de abrir la cadena de los seis niddanas. Evidentemente, en consonancia con la conciencia y la conducta; elementos con los que trabaja ya este tipo de psicología. Con todo, tiene un gran obstáculo con el que topará una y otra vez: se trabaja estudiando a otros, en lugar de a uno mismo y a los demás.

Joaquín

Anónimo dijo...

Después de leer el artículo y el comentario, me surgen algunas preguntas... ¿Si es verdad que estas hierbas malsanas del ansia crecen en nuestra mente, podemos decir hasta cierto punto que están modificando la estructura neuronal de nuestro cerebro, programándolo de una forma que nos llevará al sufrimiento?.
Y.. ¿la meditación sería como una desprogramación cerebral de estos condicionamientos neuronales?.

Jué-shān 崫 山 dijo...

Creo que lo que dices es básicamente correcto: ansiar y aferrarse son "programaciones" que promueven el sufrimiento y las prácticas budistas (no sólo la meditación) apuntan a desactivarlas. Lo que no te puedo contestar es cuál es el impacto de ambas a nivel neuronal; para ello tendría que ser científico, y no lo soy. Pero a lo mejor puedo ponerte en contacto, si te interesa, con alguien que sabe de esto más que yo.