Es evidente que las coincidencias del Dharma con la psicología evolutiva, aunque conspicuas, son limitadas y que los posibles avales que obtenga de ella carecen de valor como prueba definitiva. Después de todo, la psicología evolutiva es una ciencia “blanda” que extrae sus conclusiones sobre la naturaleza humana mediante el análisis y la inducción aplicados a conductas y valores atestiguados en números significativos, mientras que el Buda basó su comprensión de la naturaleza humana en una experiencia directa más allá de la mente –algo de enorme trascendencia, sí, pero estadísticamente insignificante y sólo verificable a su vez por experiencia propia. En consecuencia, la visión de una y otro sobre la naturaleza humana no puede por menos que ser diferente. Aun así, para entender el Dharma es muy aconsejable mantener la ciencia como piedra de toque porque, por mucho que sus enseñanzas no sigan el método científico, sí tienen que ser compatibles con las verdades que ese método vaya desvelando y confirmando con el paso del tiempo. En este caso, las teorías de la psicología evolutiva son doblemente útiles, pues vienen a reforzar indirectamente ciertas premisas de las enseñanzas a la vez que aportan una explicación histórica de cómo y por qué las cosas llegaron a ser así –algo que el budismo no toca específicamente. Para calibrar en toda su dimensión hasta qué punto esta joven ciencia reivindica o cuestiona la vigencia del Dharma, quizá nada sea más ilustrativo que el análisis de los mecanismos y las consecuencias del placer, el área donde ambos enfoques muestran una mayor confluencia.
No os recreéis en la negligencia. No intiméis con los placeres sensuales.
Al hombre que pone su mente en cosas placenteras, sin control sobre sus sentidos ni moderación en el comer, perezoso e indolente, Mara lo derriba igual que un viento de tormenta arranca de raíz un árbol enclenque.
Al hombre que recoge tan sólo las flores [de los placeres sensuales] y cuya mente se distrae, la muerte le arrastra igual que una enorme inundación arrasa un pueblo entero mientras duerme.
Al hombre que recoge tan sólo las flores y cuya mente se distrae, insaciable en sus deseos, el Destructor lo pone bajo su dominio.
En primer lugar, no son desde luego simples ganas de aguar la fiesta por parte de alguien inexperto o resentido por su carencia. Según los relatos tradicionales, Buda conocía bien estos placeres, pues como hijo de un rey empeñado en demostrarle aparatosamente a su primogénito las ventajas de seguir sus pasos y heredar la corona, había conocido en grado extremo los encantos del poder, el dinero, el sexo y la juerga y antes de renunciar al trono y emprender su arduo camino al despertar. En segundo lugar, tampoco es que formulara estas ideas como instrumento de control social con vistas a reforzar la privilegiada posición de la casta sacerdotal dominante, puesto que las encontró mediante su propia experiencia individual y pionera, al margen de los grupos establecidos y tras una búsqueda que había emprendido como un desafío implícito a los brahmanes de su época. Y, por último, tampoco es creíble que quisiera arrebatarles su posición dominante a los sacerdotes hinduistas para traspasársela a sus seguidores instaurando nuevos y revolucionarios códigos de conducta: tales consejos no suponían ningún reto para el credo hinduista, del que formaban parte hacía tiempo, y por otra parte la comunidad budista primigenia fue durante muchos años poco más que una tribu invertebrada de nómadas sin asomo de ambiciones mundanas.
Lo único que sabemos por ahora es que, si estos consejos están en línea con las demás enseñanzas del Buda, deben ser relevantes a la experiencia de cada uno aquí y ahora. Por eso, ante todo hay que examinar qué sentido tienen tales afirmaciones bajo ese prisma y así comprobar si son consistentes con el resto del Dharma. Parece poca cosa, pero si eliminamos la posibilidad de que la reserva del Buda ante los placeres sensuales tenga que ver con motivos personales, maniobras políticas u otros factores externos, estaremos tanto más cerca de ver cuál es la esfera de actividad que le concierne: el fuero interno del ser humano y, más en concreto, la correcta aplicación de su mente. Y eso ya es mucho.
1 comentario:
Mis felicitaciones por su página. Por casualidad he leído su artículo que comienza: "Buda nunca fue budista". Excelente definición del dharma y exposición del panorama actual e histórico; personalmente echaba en falta un punto de vista objtivo.
Esté otro artículo tendré que experar que concluya, aunque en principio la psicología evolutiva dista mucho del dharma, que no asi la cognitiva, la cual me inclino a pensar que acabará por descubrirlo, aunque aún le falta mucho.
Saludos
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