lunes, 11 de febrero de 2008

Dharma y psicología evolutiva I

A veces los comentarios más sugerentes a la enseñanza del Buda no salen de la boca o la pluma de budistas reconocidos, sino de fuentes indirectas que no guardan relación alguna con el budismo institucional. Tal es el caso de la psicología evolutiva, una disciplina relativamente reciente que interpreta los mecanismos de la mente humana a la luz de la evolución de la especie, cuyo desarrollo durante cientos de miles de años en condiciones primitivas dejó en ella una tenaz impronta. Los paralelismos y el contraste entre ambas perspectivas resultan especialmente reveladores gracias a la visión de conjunto que ofrece Robert Wright en su estudio The Moral Animal. Why We Are The Way We Are (“El animal moral. Por qué somos como somos”), aún sin traducir al español, que yo sepa.

Es evidente que las coincidencias del Dharma con la psicología evolutiva, aunque conspicuas, son limitadas y que los posibles avales que obtenga de ella carecen de valor como prueba definitiva. Después de todo, la psicología evolutiva es una ciencia “blanda” que extrae sus conclusiones sobre la naturaleza humana mediante el análisis y la inducción aplicados a conductas y valores atestiguados en números significativos, mientras que el Buda basó su comprensión de la naturaleza humana en una experiencia directa más allá de la mente –algo de enorme trascendencia, sí, pero estadísticamente insignificante y sólo verificable a su vez por experiencia propia. En consecuencia, la visión de una y otro sobre la naturaleza humana no puede por menos que ser diferente. Aun así, para entender el Dharma es muy aconsejable mantener la ciencia como piedra de toque porque, por mucho que sus enseñanzas no sigan el método científico, sí tienen que ser compatibles con las verdades que ese método vaya desvelando y confirmando con el paso del tiempo. En este caso, las teorías de la psicología evolutiva son doblemente útiles, pues vienen a reforzar indirectamente ciertas premisas de las enseñanzas a la vez que aportan una explicación histórica de cómo y por qué las cosas llegaron a ser así –algo que el budismo no toca específicamente. Para calibrar en toda su dimensión hasta qué punto esta joven ciencia reivindica o cuestiona la vigencia del Dharma, quizá nada sea más ilustrativo que el análisis de los mecanismos y las consecuencias del placer, el área donde ambos enfoques muestran una mayor confluencia.

Y hay que empezar diciendo que ese acuerdo se da en forma de una reticencia compartida. Bien es sabido que tal actitud es una de las señas de identidad del budismo, donde la llamada a la moderación se acompaña de advertencias constantes sobre los riesgos que comporta la búsqueda del placer por el placer. Sin ir más lejos, el Dhammapada, un antiguo manual budista para principiantes, abunda en este tipo de exhortaciones:

No os recreéis en la negligencia. No intiméis con los placeres sensuales.

Al hombre que pone su mente en cosas placenteras, sin control sobre sus sentidos ni moderación en el comer, perezoso e indolente, Mara lo derriba igual que un viento de tormenta arranca de raíz un árbol enclenque.

Al hombre que recoge tan sólo las flores [de los placeres sensuales] y cuya mente se distrae, la muerte le arrastra igual que una enorme inundación arrasa un pueblo entero mientras duerme.

Al hombre que recoge tan sólo las flores y cuya mente se distrae, insaciable en sus deseos, el Destructor lo pone bajo su dominio.

Debido a nuestra herencia religiosa, afirmaciones como estas pueden sorprender y llevar a error. ¿Acaso también en el Dharma hay un hueco para las visiones del infierno y los condenados, acosados por el tridente del demonio entre llamas y nubes de azufre? No, en absoluto; sin embargo, es innegable que este lenguaje despide cierto tufillo a sacristía si no se entiende bien de dónde viene ni adónde apunta. Por suerte, es precisamente ahí donde la perspectiva evolutiva puede ayudar a poner de relieve la verdadera dimensión del camino budista, que no tiene nada que ver con la imposición de mandamientos de carácter moral. Así que la cuestión es: ¿por qué tanta insistencia sobre los peligros latentes en los placeres sensuales?

En primer lugar, no son desde luego simples ganas de aguar la fiesta por parte de alguien inexperto o resentido por su carencia. Según los relatos tradicionales, Buda conocía bien estos placeres, pues como hijo de un rey empeñado en demostrarle aparatosamente a su primogénito las ventajas de seguir sus pasos y heredar la corona, había conocido en grado extremo los encantos del poder, el dinero, el sexo y la juerga y antes de renunciar al trono y emprender su arduo camino al despertar. En segundo lugar, tampoco es que formulara estas ideas como instrumento de control social con vistas a reforzar la privilegiada posición de la casta sacerdotal dominante, puesto que las encontró mediante su propia experiencia individual y pionera, al margen de los grupos establecidos y tras una búsqueda que había emprendido como un desafío implícito a los brahmanes de su época. Y, por último, tampoco es creíble que quisiera arrebatarles su posición dominante a los sacerdotes hinduistas para traspasársela a sus seguidores instaurando nuevos y revolucionarios códigos de conducta: tales consejos no suponían ningún reto para el credo hinduista, del que formaban parte hacía tiempo, y por otra parte la comunidad budista primigenia fue durante muchos años poco más que una tribu invertebrada de nómadas sin asomo de ambiciones mundanas.

Lo único que sabemos por ahora es que, si estos consejos están en línea con las demás enseñanzas del Buda, deben ser relevantes a la experiencia de cada uno aquí y ahora. Por eso, ante todo hay que examinar qué sentido tienen tales afirmaciones bajo ese prisma y así comprobar si son consistentes con el resto del Dharma. Parece poca cosa, pero si eliminamos la posibilidad de que la reserva del Buda ante los placeres sensuales tenga que ver con motivos personales, maniobras políticas u otros factores externos, estaremos tanto más cerca de ver cuál es la esfera de actividad que le concierne: el fuero interno del ser humano y, más en concreto, la correcta aplicación de su mente. Y eso ya es mucho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mis felicitaciones por su página. Por casualidad he leído su artículo que comienza: "Buda nunca fue budista". Excelente definición del dharma y exposición del panorama actual e histórico; personalmente echaba en falta un punto de vista objtivo.
Esté otro artículo tendré que experar que concluya, aunque en principio la psicología evolutiva dista mucho del dharma, que no asi la cognitiva, la cual me inclino a pensar que acabará por descubrirlo, aunque aún le falta mucho.

Saludos