lunes, 29 de noviembre de 2010

Siete Flechas (1)



A continuación traduzco el prólogo de Seven Arrows, una colección de relatos tradicionales de los indios de las praderas de Norteamérica que refleja la cosmovisión de esos pueblos, sorprendentemente cercana al Dharma en cuestiones como la de los temperamentos humanos. Mantengo las mayúsculas de acuerdo con la intención del autor.

Es difícil resistirse a la impresión de que con la destrucción de estas gentes y sus modos de vida todos salimos perdiendo en un sentido más allá del puramente material.

Estáis a punto de iniciar una aventura del Pueblo, el Pueblo de los Indios de las Praderas. Probablemente sólo conozcáis a este Pueblo por los nombres del hombre blanco, como los Cheyenne, los Cuervo y los Sioux. Aquí aprenderéis a conocerlos como de verdad se les conocía entre el Pueblo, como los Flechas Pintadas, los Pequeña Águila Negra y los Hermanos. 
            
La historia de este Pueblo tiene en su centro y a su alrededor la historia de la Rueda de la Medicina. La Rueda de la Medicina es el mismo Modo de Vida del Pueblo. Es un Entendimiento del Universo. Es el Camino entregado a los Jefes de la Paz, nuestros Maestros, y por ellos a nosotros. La Rueda de la Medicina es todo lo del Pueblo.
            
La Rueda de la Medicina es la Llama Viva de los Hogares, y el Gran Escudo de la Verdad escrito en el Signo del Agua. Es el Corazón y la Mente. Es la Canción de la Tierra. Es el Fuego de las Estrellas y el Escudo Pintado que sólo se ve en los Ojos de los Niños. Es la Pipa Roja del Regalo del Búfalo que se fuma en las Montañas Sagradas, y es las Cuatro Flechas del Hogar del Pueblo. Es nuestra Danza del Sol.
            
El Camino de la Rueda de la Medicina comienza con el Tocarse de nuestros Hermanos y Hermanas. Luego, nos habla del Tocarse del mundo que nos rodea, los animales, árboles, hierbas y todas las demás cosas vivas. Por último, nos Enseña a Cantar la Canción del Mundo, y de esta Manera a convertirnos en un Pueblo Pleno.
            
Venid y sentaos conmigo, y fumemos la Pipa de la Paz con Entendimiento. Toquémonos. Seamos un Regalo el uno para el otro, como lo es el Búfalo. Seamos Carne para Alimentarnos el uno al otro, para que todos podamos Crecer. Sentaos aquí conmigo, cada uno de vosotros tal y como sois en vuestra propia Percepción de vosotros mismos, como Ratón, Lobo, Coyote, Comadreja, Zorro o Pájaro de la Pradera. Dejad que Vea con vuestros Ojos. Enseñémonos los unos a los otros aquí, en este Gran Hogar del Pueblo, esta Danza del Sol, sobre cada uno de los Caminos de esta Gran Rueda de la Medicina, nuestra Tierra.

lunes, 15 de noviembre de 2010

¡AbracaDharma!

Ayer hice un experimento curioso: el paseo por el bosque con los perros se convirtió en un paseo por la vacuidad, unidad, impermanencia y clara comprensión que están latentes dentro de mi mente, con fogonazos ocasionales de la fuerza de la vida.

Es decir, salí a dar una vuelta por un bosque que no existe… caminando con un cuerpo y mente que tampoco existen sino que son parte de una totalidad que aún no percibo del todo (aunque intelectualmente sé que está ahí)… con un par de perros que podrían representar los principios masculino y femenino (excepto que en este caso la hembra es mucho más activa que el macho)… dándome cuenta de los cambios ocurridos desde mi último paseo, sobre todo los nuevos árboles derribados por el viento y los destrozos que han hecho los jabalís en el sendero en busca de raíces… y, de vez en cuando, sorprendiéndome con la visión de alguna seta desconocida o de alguna acacia que destacaba entre la espesura con sus colores otoñales… sabiendo todo el tiempo que todo ello era una invención que se iba desplegando en mi mente, completa con la ilusión del tiempo. Incluso mi comprensión de la ilusión era parte de la ilusión.

Shanjiàn: Lo bueno de todo esto es que la comprensión de la ilusión no corta la ilusión y genera un bienestar que permite que la ilusión de belleza también se conozca con bienestar... La respuesta fisiológica normalmente es una sonrisa automática y un paso ligero.

Al final, todo el proceso era tan circular que la situación me pareció cómica sin remedio. Y eso me recordó a algo que le ocurrió a un antiguo amigo, que tenía un loro y varios perros en su casa. Una mañana, al levantarse, vio que la jaula estaba tirada en el suelo y que el loro había desaparecido; sólo quedaba el pico. La conclusión más evidente era que los perros se lo habían zampado; en cambio, él prefirió pensar que el loro se había devorado a sí mismo… dejando tras de sí lo único que no pudo engullir. ¿Verdadero? No sé, no sé; pero más poético sí, sin duda.

Shanjiàn: Muy bonito, pero con una sonrisa pregunto ¿cuál habría sido su conclusión si todos sus perros hubiesen desaparecido y lo único que quedara fueran sus colas?

Bueno, pues esta mente ilusoria también espera que ocurra algún día ese truco supremo de la magia budista por el que se devore a sí misma… dejando a lo mejor detrás un “pico de oro” para poder contárselo a los demás… que tampoco existen.

Shanjiàn: Ahora ves que de hecho eso es lo que ocurre. Te despiertas una mañana y la identidad ha desaparecido... solo encuentras posesiones sin dueño.

A veces parece como si el Dao tuviera un sentido del humor endiablado.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

Más Rumi

La verdad, no tengo ni idea de cómo era Rumi ni de qué es lo que dijo en realidad. Estoy totalmente en manos de su traductor al inglés. Pero de vez en cuando leo algo y de repente me parece como si lo conociera de toda la vida y como si sólo el azar de que naciéramos con setecientos años de distancia entre nosotros ha frustrado lo que podría haber sido una amistad maravillosa.

EL NÚCLEO DE LA MASCULINIDAD

El núcleo de la masculinidad no proviene
De ser varón,
Ni de la amistad con los que consuelan.

Tu anciana abuela dice, “Quizá no deberías
Ir a la escuela. Estás un poco pálido”.

Sal corriendo cuando oigas eso.
Mejor recibir las severas bofetadas de tu padre.

Tu alma corporal quiere consuelo.
El padre severo quiere claridad espiritual.

Te regaña, pero con el tiempo
Te conduce a lo abierto.

Reza por tener un instructor duro
Que te oiga y actúe y permanezca dentro de ti.

Nos hemos dedicado a acumular solaz.
Haz que tengamos miedo de cómo éramos.

domingo, 24 de octubre de 2010

Las tres Ces: Curiosidad, Creatividad y... mucho Curro

Leo en prensa una entrevista con Konstantin Novoselov, reciente Premio Nobel de Física, y encuentro multitud de consideraciones que me valen igualmente para la práctica del Dharma con mente abierta y flexible. Realmente escribo esto para mí mismo, pues me llega en un momento muy oportuno; pero quizá otros también encuentren aquí un punto extra de motivación para perseverar en el camino.

Lo primero que me ha atraído es la normalidad del personaje y de su estilo de vida, alejado de la pompa y ceremonia del mundo académico, del “glamour” de los premios y de la atención aduladora de los medios de comunicación. Esperemos que la fama y celebridad que va a atraer este galardón-engorro sobre Novoselov no sean como el toque de Midas, que convierte todo en oro frío y estéril:

Ante la solemne ceremonia de entrega del galardón (el 10 de diciembre en Estocolmo), lo que más le incomoda es tener que ir de compras y hacerse con la indumentaria apropiada. “Espero que de esto se ocupe mi esposa, ir de compras es algo que odio”, dice Novoselov. “La verdad es que no tengo un traje...”, afirma, y apunta con extrañeza algunos comentarios que le han hecho sobre su aspecto desaliñado, con camiseta y vaqueros, en las fotos que dieron la vuelta al mundo al anunciarse el galardón. “Es que yo vengo a trabajar así”, dice. Y efectivamente hoy va con camiseta y vaqueros.

La normalidad para este físico de estado sólido es su despacho y las horas que pasa en su laboratorio, al otro lado del pasillo, donde hace seis años, haciendo experimentos con Geim, obtuvieron por primera vez el grafeno, material con unas propiedades fascinantes y unas aplicaciones potenciales tan atractivas (en pantallas táctiles o en paneles solares) que se ha convertido ya en el material de moda.

Es muy interesante la forma inesperada en la que surgió su hallazgo, aunque favorecido sin duda por una rutina sólidamente establecida y por un ambiente despreocupado y abierto a las sorpresas (es decir, también a los posibles errores), sin los frenos de las expectativas ni la ambición de conseguir un resultado específico:

El hallazgo surgió en lo que estos dos científicos rusos que trabajan en Reino Unido llaman los experimentos de los viernes, cuando, una vez que dejan atrás las actividades normales de la semana, se meten en el laboratorio a jugar con la ciencia, a ensayar ideas y ponerlas en práctica con sus propias manos y los medios que tienen a su alrededor, “para probar cosas locas y divertirnos un poco en el laboratorio antes de ir a tomar unas cervezas”, cuenta Novoselov.

Serio, seguramente tímido, concentrado en su trabajo, con determinación y seguridad en sí mismo, piensa unos instantes las respuestas, cortas y concisas. (...) “¿Es usted un genio?” La respuesta es inmediata: “No, en absoluto. La ciencia me divierte, eso es lo esencial”.

En esas condiciones, simplemente trastear con los materiales a mano dio origen al descubrimiento, aunque con el enorme beneficio del efecto multiplicador que aporta un colega y compañero de aventuras:

El método por el que obtuvieron el grafeno parecía casi una broma en el comunicado de la Fundación Nobel que describía el trabajo de Geim y Novoselov, si uno cree que la ciencia actual exige grandes y avanzadísimas instalaciones para lograr resultados que merezcan la pena. “La idea de intentar algo con el grafeno fue de André y la forma de lograrlo fue mía”, explica Novoselov.

Esa forma de lograrlo era tan simple como ir sacando láminas del grafito del que están hechas las minas de los lapiceros, mediante una cinta adhesiva corriente. Eso sí, jugó el factor suerte en esos experimentos de los viernes, cuando eligieron como soporte de la lámina bidimensional de carbono un trozo de silicio con el espesor de óxido que resultó ser apropiado. Ese material estaba por allí, pero no hubiera servido cualquier soporte. Eso sí, que nadie se engañe, en ciencia uno tiene que saber dónde está, saber lo que busca, entender lo que ha descubierto y, en resumen, como dice Novoselov, “trabajar mucho”. Aunque, añade, “es muy divertido”.

Parece claro que el espíritu de curiosidad, creatividad y juego (aparte de la suerte, que también cuenta) fue algo esencial para que saltara la chispa:

En los últimos años, Novoselov y Geim andan muy ocupados y los experimentos de los viernes han quedado un poco relegados; solo recientemente los han podido retomar con asiduidad. “Es el placer de experimentar en nuestro laboratorio. A lo largo de los años hemos hecho muchas cosas, unas funcionan y otras no”, dice. Tampoco rige para estos dos físicos la supuesta diferencia entre ciencia básica y aplicada. “No tiene mucho sentido, hacemos la investigación que nos parece estimulante y a veces son cosas muy prácticas, mientras que otras son de física básica”.

Naturalmente, no todo han sido éxitos, pero ahora parece como si incluso los resultados aparentemente más ridículos e inservibles se pudieran aceptar con espíritu deportivo y una sonrisa:

En uno de esos experimentos hecho con plena libertad y guiado por la inspiración y la curiosidad, Geim logró hacer levitar ranas en un campo electromagnético, mereciendo por ello el IgNobel, el premio Nobel alternativo y humorístico. Fue en los años noventa y Novoselov aún no trabajaba con él, pero afirma que no le importaría en absoluto, al contrario, recibir ese otro galardón.

Y tampoco es que su éxito fuese irrevocable desde el principio; al contrario, también tuvieron sus derrotas y contrariedades:

Hace seis años, cuando estos dos rusos afincados en Reino Unido dieron con el grafeno, la idea de esa forma del carbono estaba en el ambiente científico y varios grupos en el mundo perseguían su obtención. El anuncio del éxito fue tan poco corriente como los dos descubridores. Geim y Novoselov escribieron un artículo científico, como hace cualquier investigador que descubre algo, y lo enviaron a una de las más prestigiosas revistas especializadas: Nature. Sin embargo, se lo rechazaron. “Pusieron pegas sobre unas medidas de los experimentos que en realidad todavía ahora no se han completado, pero lo cierto es que no lo aceptaron”, recuerda Novoselov. “Lo arreglamos un poco y lo enviamos a Science [la publicación competidora de Nature] y nos dijeron que sí... Con estas revistas siempre te puedes esperar cosas así”, dice.

Novoselov no pasa por alto en absoluto que la ciencia es un entorno muy competitivo. “La competencia es buena porque te ayuda y te orienta para hacer las cosas mejor y más rápido, lo que es estúpido es hacer tu trabajo para publicar los resultados y no por la ciencia en sí”.

Lo que más me resuena de las palabras de Novoselov es la impresión de que, aunque no les hubiesen dado el premio, él y su colega habrían seguido disfrutando con sus experimentos con independencia de los resultados y de la aclamación popular. En cuanto al ingrediente básico de su éxito, está bien claro: unas 12 horas de trabajo al día.

La jornada de Novoselov arranca muy temprano. “Despierto a las niñas, Sofia y Victoria, les doy el desayuno, las preparo y las llevo a la guardería; llego a la universidad sobre las 9.30 y salgo hacia las 9.30 de la noche. Es que si quieres lograr algo no basta con ser suficientemente inteligente, también tienes que trabajar mucho”.

Una última pregunta: ¿cómo explicaría el placer de investigar y descubrir a alguien no familiarizado con la ciencia? Lo piensa unos segundos y una leve sonrisa indica que ha dado con la respuesta satisfactoria: “Imagine que está recorriendo el Gran Cañón de Colorado o un sitio así de bonito en España, o en Canadá... El paisaje que se le va apareciendo ante los ojos es grandioso y uno sigue avanzando convencido de que un poco más allá habrá otro panorama más estupendo aún. Tienes que trabajar duro para avanzar, pero lo haces porque esperas encontrar algo magnífico, interesante. Esta es la mejor comparación con la investigación”.

Bien, tras leer esta entrevista creo que tengo la mirada más limpia para apreciar el paisaje que se va abriendo ante mí en este camino de Dao y Chan.

Y ahora, a currar. El laboratorio lo llevo en mi propia mente, donde paso más de doce horas al día, y el “colega” que me acompaña en la experimentación es el maestro. Está todo a mano.

Lo único que está por ver es lo de las cervezas… 

jueves, 21 de octubre de 2010

Transformación previa demolición

Sócrates, el filósofo griego, dijo una vez que la vida que no se examina no merece la pena vivirse. Es una frase que ha tenido gran fortuna y, de hecho, aún se emplea como consigna para justificar la continuidad de disciplinas como la filosofía académica.

Es un buen principio, aunque a mí me parece que se queda un poco corto. Uno puede examinar su vida, tal como recomendaba Sócrates; pero si no tiene grandes dosis de perspicacia, honradez y coraje –o a alguien más sabio, compasivo y experimentado que le sirva como apoyo– es bastante probable que concluya que tampoco está tan mal, o al menos no lo suficientemente mal como para remangarse e intentar cambiar de rumbo. No somos los mejores jueces de nosotros mismos; al contrario, parece como si los humanos estuviéramos especialmente dotados para el autoengaño (véanse, por ejemplo, unas importantes enseñanzas sobre la disonancia cognitiva en http://sites.google.com/site/mahabodhisunyatasite/home/dharma-y-disonancia-cognitiva).

Buda fue más allá. Sin usar las mismas palabras que Sócrates, su enseñanza muestra que es la vida en manos de las identidades la que no merece la pena vivirse; de poco vale examinarla si no nos damos cuenta de este gran problema de partida que compartimos los seres humanos –la influencia subliminal y nefasta de lo que otras tradiciones espirituales llaman el ego, con sus distintos matices. Cuando uno llega a la convicción de que no quiere seguir bajo su dominio, es momento de echar a andar por el camino del Dharma.

Rumi, el poeta místico sufí, pertenecía a otra tradición, pero veía las cosas de la misma manera que Buda. Tampoco es algo que nos deba sorprender, porque ambos hablan de la condición humana, que básicamente es la misma en la India del siglo V a.C., en Turquía del siglo XIII y hoy día:

Comentario sobre “yo era un tesoro escondido
y quería que se me conociera”.

Derriba esta casa.
Se pueden construir cien mil casas nuevas
con la cornalina amarilla transparente
enterrada bajo ella, y la única manera de llegar a ella
es hacer el trabajo de demolición,
y luego excavar bajo los cimientos.

Con ese valor en la mano, toda la nueva obra
se hará sin esfuerzo. Y, de todas formas, antes o después,
la casa se vendrá abajo por sí sola.

El tesoro de piedra preciosa quedará al descubierto,
pero entonces no será tuyo.
La riqueza escondida es tu paga
por hacer la demolición,
el trabajo de pico y pala.

Si esperas y dejas que ocurra sin más
te morderás la mano y dirás,
“No actué como sabía que debía”.
Esta casa es alquilada.
No eres dueño de las escrituras.

Tienes un contrato, y has montado una tienducha,
donde a duras penas sales adelante
poniendo parches en prendas rotas.

Pero sólo unos pocos pies por debajo
hay dos vetas, de cornalina roja pura y dorada brillante.

¡Rápido! Coge el pico y haz palanca en los cimientos.
Tienes que dejar este trabajo de costurera.

“¿Qué significa este trabajo de coser parches?”, preguntas.
Comer y beber. El pesado manto del cuerpo
siempre se está desgarrando.

Lo parcheas con comida
y otras agitadas satisfacciones del ego.

Arranca un tablón de suelo de la tienda y mira
al sótano. Quizá veas dos destellos en la tierra.

(Versión basada en la traducción inglesa de Coleman Banks).

viernes, 15 de octubre de 2010

Sin principio ni fin

Hablando el otro día con una persona que venía de hacer un retiro de vipassana, me di cuenta de lo difícil que resulta explicar a otros el alcance del Dharma como lo practicamos en Mahabodhi Sunyata.

Esa persona me hablaba de que ahora, después de hacer algunos cambios en su vida, está dispuesta a apostar por un proyecto personal de búsqueda de la felicidad. En términos sociales suena impecable, hasta digno de elogio y emulación. Entonces, ¿cómo hacerle ver, sin hundirle en la miseria o espantarlo sin remedio, que poco proyecto así cabe en el Dharma, donde a fin de cuentas no hay persona, ni búsqueda, ni felicidad? Porque una manera de entender el camino budista es que poco a poco vas dejando de ser “alguien” (una identidad) y te vas convirtiendo en “nadie” –y que eso es lo mejor que te podría pasar, porque entonces se acaban la búsqueda, el sufrimiento y, claro, también esa escurridiza y siempre precaria felicidad que parece ser la solución a todos nuestros males.

Una afirmación así puede asustar fácilmente. Nuestra mente está tan acostumbrada a pensar de manera dual, y nuestra identidad es tan susceptible, que si nos llevan la contraria inmediatamente saltamos como un resorte al extremo opuesto para desacreditarlo: “¿Ah, que en el Dharma no hay búsqueda personal de la felicidad? Entonces, ¿qué hay, una pasividad impersonal que nos condena a la infelicidad?” Pero esa reacción está a años-luz de distancia del camino del medio que enseñó Buda, formulado precisamente como superación de las alternativas esquemáticas de la mente cognitiva que se cree en posesión de la verdad.

En el mundo occidental el individuo es la base de todo y la búsqueda de la felicidad individual se ha convertido en el gran motor de la sociedad de consumo. A ese individuo podríamos representarlo con un 1 –una línea estrecha con un principio y un final claros– y decir que así es la trayectoria de la vida de cada individuo: nacer, crecer, estudiar, encontrar un trabajo, formar una pareja, tener hijos, etc., todo ello aderezado con las habituales luces y sombras, hasta la muerte. Parece que lo más a lo que podemos aspirar es a ser un buen 1 en todos los frentes. Nuestra sociedad entera es una colección de unos, y aunque nos digan que la suma de unos produce otros números (parejas, familias, empresas, partidos políticos) no podemos negar que por lo general son una conjunción pasajera de elementos dispares, sin unidad real. Como cantaba Aimée Mann, “1 is the loneliest number that you’ll ever do”, o, en traducción libre, “el 1 está más solo que Adán en el Día de la Madre”.

En el budismo, por el contrario, parece como si la base de todo fuese el 0; no hay nadie que hace el camino ni nada que se alcanza. Al contrario que el 1, tan lineal y definido, el 0 no tiene principio ni fin. La base del Dharma no es el individuo ni ninguna cosa aislada; todo lo más, se podría decir que es la fuerza de la vida que hay en todo ser viviente, sin identidad ni separación; por eso el 0, que también representa la vida infinita que se alimenta de sí misma, le sienta tan bien. Parece como si entre ceros no pudiera haber problema (sí hay conflictos naturales, claro, pero si no hay identidades por medio se resuelven sin sufrimiento).

Aunque esto pueda sonar descorazonador, para mí es todo lo contrario. Ese “0” no quiere decir que haya una ausencia absoluta de cualquier cosa; sólo es una manera de indicar algo que está más allá del alcance de la mente cognitiva (a la mente cognitiva le da rabia pensar que puede haber cosas que se le escapan, pero es así). Lo único que puedes hacer con ese algo es experimentarlo; entonces los miedos y las dudas se aquietan y en su lugar brota una sonrisa.

Además, puedo afirmar que en los casos que conozco de primera mano de gente que ha llevado a cabo una transformación espiritual, el resultado paradójicamente les hace parecer más “ellos mismos” en vez de menos; es como si cuanto más se vaciara uno de sí mismo, más se llenara de otra cosa que le hace parecer más “persona”, único e irrepetible.

Sin duda es un camino lleno de paradojas este Dharma de Buda. Hace falta una mente abierta y flexible para acercarse a él.

martes, 5 de octubre de 2010

Una polémica tan antigua como el mundo mismo

Hay una cosa que se nos da muy bien a los humanos cuando las cosas no funcionan como nos gustaría: buscar culpables. Curiosamente, los culpables siempre suelen ser los demás, y nos encanta señalarlos con el dedo. Pero… a eso mismo se refería un antiguo sabio que entendía bastante de estos asuntos cuando habló de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

El problema es que, aunque a nosotros nos parezca lo contrario, denunciar las pajas en el ojo ajeno no nos quita la viga del nuestro. Al contrario, es un caso evidente de the pot calling the kettle black, como dicen en inglés (en el equivalente español más cercano, la sartén le dice al cazo “Apártate, que me tiznas”). El mundo está lleno de gente con ojos ciegos que va acusando a otros de estar tuertos. Es un círculo vicioso, que se perpetúa a menos que cada uno decidamos firmemente dejar de alimentarlo con nuestra propia contribución.

Al final, la cuestión clave es cómo emplear nuestra energía, que es limitada, en este mundo. Por suerte, las enseñanzas del Dharma nos ofrecen una nueva perspectiva cuando nos enfrentamos a la catástrofe que estamos organizando en todo el planeta:

Podemos dedicarnos a acusar a los demás sin pararnos a reflexionar sobre nosotros mismos, sin examinar honradamente si estamos contribuyendo en algo a la misma situación que denunciamos y sin cambiar nuestra conducta. Es lo más habitual y, a juzgar por los resultados, está claro que no soluciona nada porque no es más que una válvula de escape: fácil, gratificante y… estéril.

O podemos dedicarnos a trabajar para liberar nuestra propia naturaleza, en cuyo caso, si realmente estamos comprometidos, no hay demasiado tiempo para preocuparse por lo que hacen los demás ni tampoco por los grandes juegos de poder de esta sociedad enferma.

Entre medias hay muchas otras posibilidades, claro, y una de ellas es dedicarnos a investigar con una mente libre y crítica cuantas teorías oficiales o alternativas nos interesen. Hacerlo bien exige una mínima competencia técnica, además de mucha paciencia, trabajo, persistencia y honradez intelectual para desentrañar embrollos que suelen ser bastante peliagudos (aquí es donde es útil el racionalismo crítico para refinar nuestro enfoque lo más posible siguiendo criterios imparciales). Pero ese esfuerzo, incluso si produce resultados socialmente valiosos, es ajeno al trabajo del Dharma trascendental y puede robarle mucho tiempo –un tiempo que es necesario si es que de verdad estamos dedicados a ese camino.

A cada uno le corresponde decidir dónde va a poner su empeño. Al final todos volvemos al polvo de la tierra del que surgimos; ¿de qué vale ser el más cargado de razones del cementerio?

Creo sinceramente que nuestra propia transformación en verdaderos seres humanos es el mejor regalo que le podemos hacer al mundo.

Ése es el camino que se enseña en Mahabodhi Sunyata. Y, como decía un maestro indio recientemente fallecido, a nadie se le invita y todos son bienvenidos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Racionalismo crítico y teorías conspirativas

Una vez más, saco al cuerpo principal del blog el comentario de un lector a la entrada anterior (Goliat 0, David 1) junto con mi respuesta. Como siempre, la idea no es quedar por encima ni tener la última palabra, sino aclarar posibles malentendidos, también con vistas a terceros.

Si me permites, voy a ser un poco crítico con tu entrada...

¡Claro, hombre! Si apuesto por la investigación libre y crítica, ¿cómo no voy a aceptar una crítica de lo que escribo? Pero vamos a analizarla detenidamente, porque hay cosas que comparto y otras que no.

Efectivamente, hay personas que van ciegas creyendo que lo correcto es solamente aquello que va contra la versión oficial, pero también hay personas que consciente o inconscientemente arremeten contra ellos. Otros, son extremistas del punto medio. Me refiero con estos a los que no se atreven a criticar a unos u otros, por mera inseguridad, a menudo disfrazado de intelectualidad y/o falsa inteligencia. Pero si te fijas bien, todos ellos son distintas versiones de una misma cosa.

Claro que existen conspiraciones. Y todas son la misma: la conspiración de la identidad contra la verdadera naturaleza del ser humano, y todas se manifiestan de millones de formas distintas. Se manifiestan en los del grupo Bilderberg (que existe en verdad), creyendo que son los grandes amos del mundo, y en los que protestan delante buscando ser los aclamados o los grandes héroes liberadores. Se manifiestan en la codicia desmedida de las empresas farmacéuticas, pero también en los pobres diablos que buscan remedios basados en prejuicios.

Sé que el club Bilderberg existe; no se esconde en absoluto y de hecho este verano celebró una reunión en Sitges. Y es indudable que, en términos sociales, sí son “los amos del mundo”: políticos y financieros, que concentran en sus manos una enorme capacidad para influir sobre las vidas de otras personas (en épocas pasadas también habrían figurado religiosos y militares entre ellos, pero hoy el poder discurre por otros cauces).

Lo que no veo es que eso sea tan distinto de las reuniones que celebra cualquier consejo de administración de empresa o cualquier ejecutiva de partido político: debatir cómo beneficiarse de las circunstancias presentes y anticiparse a las futuras, en un terreno de juego donde impera una competencia feroz más o menos regulada por un régimen jurídico que cada uno respeta en grados diferentes, a menudo buscando espacios entre lo descaradamente ilegal y lo meramente ilegítimo. Esas son las reglas del juego mercantil y político que rigen en nuestra sociedad.

Por eso, más que un siniestro conciliábulo, el club Bilderberg me sugiere una feria comercial donde uno se da a conocer, vende sus productos y busca alianzas y mercados: es simplemente un caso más patente de los mismos manejos del poder que la gente asume y acepta en su vida diaria siempre que les reporten beneficios a ellos también. Pero aceptar una cosa cuando conviene y denunciarla cuando nos resulta desfavorable no parece una postura muy digna ni coherente, ¿verdad?

No es que me parezca fantástico el club; es que la sociedad que lo sustenta me parece igualmente reprobable, y creo que ahí es donde hay que dirigir el ataque. Es fácil cargar contra las manifestaciones más escandalosas del sistema capitalista pero luego seguir en nuestra vida cotidiana con las mismas conductas que le dan fuerza –por ejemplo, cambiando de móvil cada año para siempre tener uno de última generación (cosa que, si usas transporte público, verás que a menudo hacen no sólo los “triunfadores” sino también personas de recursos económicos aparentemente modestos).

Vivimos en un mundo de codicia, pero mucha gente busca primero cómo encajar en ese modelo y aprovecharse de sus oportunidades; sólo después, una vez han fracasado en el intento, se ponen a denunciarlo. ¿Realmente es válida esa postura? Ahora, por ejemplo, hay multitud de jóvenes que no encuentran empleo; algunos ya reniegan abiertamente del mundo que les han dejado sus padres. Pero ¿qué habría pasado si, por ejemplo, en vez de rechazarles en innumerables entrevistas de trabajo les hubieran contratado enseguida en una gran multinacional? ¿Seguirían siendo antisistema o se habrían amoldado a las injusticias del capitalismo, con todos sus beneficios colaterales para los que han encontrado un hueco dentro de él? Son preguntas incómodas, pero necesarias si queremos sacar a la luz las motivaciones últimas de cada cual y la posible influencia de las identidades subliminales.

Por eso considero tan valioso el modelo de Siddhartha Gautama: él sí que estaba en la cima de la pirámide social, con acceso inmediato a todas las satisfacciones que este mundo puede ofrecer, y aun así renunció a ellas a cambio de una vida de mendigo en busca de la verdad. Esa renuncia, viniendo de alguien que conoce de primera mano la seducción del éxito, vale más para mí que la de quien jamás se ha aproximado a la vana gloria del mundo y por eso la rechaza fácilmente. Es algo que cada uno podemos repetir si queremos, aunque a otra escala, renunciando a la raíz de la injusticia social, que son las actitudes, intenciones y comportamiento gobernados por la codicia, la confusión y la aversión –no importa si uno está en Sitges rodeado de magnates y potentados o en la tienda de Movistar de la esquina.

Al final es todo una lucha entre identidades, y entrar en ellas y favorecer a unas y otras (aunque sea entre palabras) no hace más que reforzar aún más la de uno mismo...

Desde luego, nada solivianta tanto a la identidad como sentirse atacada… sobre todo si es por otra identidad. Pero si lees con un poco más de atención, creo que verás que el sentido de la entrada del blog no era más que avisar de que hay un elemento de análisis crítico y racional que debemos tener en cuenta a la hora de evaluar las cosas y que suele faltar en las teorías conspirativas; nada más.

Por eso es mejor no entrar en política y tener cuidado cuando eliges ejemplos particulares porque casi con toda seguridad estarán infectados y tú alienado hacia uno de ellos (aunque sea sin darte cuenta).

Realmente no veo relación entre esto y la entrada; ¿estás seguro de que la has entendido bien? En el fondo, lo que quería decir se ajusta bastante a estas advertencias de un destacado pensador del siglo XX, autor de importantes reflexiones sobre filosofía de la ciencia: “Si no somos críticos, siempre encontraremos lo que queremos: buscaremos y encontraremos confirmaciones, y apartaremos la mirada y dejaremos de ver cualquier cosa que suponga un peligro para nuestras teorías favoritas. De esta manera es sumamente fácil obtener lo que parecen ser pruebas abrumadoras a favor de una teoría que, si la hubiéramos enfocado de manera crítica, habría sido refutada”.

Sin duda, Karl Popper lo expresa mejor y más sucintamente que yo; probablemente habría sido mejor citarlo sin más… ¡pero también menos divertido!

Intentaré ser más claro la próxima vez.

Saludos a ti también.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Goliat 0, David 1

En este mundo tan complejo, donde tanta gente se siente alienada por la sociedad de consumo, aprisionada por estructuras de poder que les excluyen y manipulan, o simplemente confundida por el diluvio de informaciones y la presión de la conformidad social, es fácil sobre-reaccionar en sentido opuesto y cultivar un victimismo suspicaz según el cual los grandes acontecimientos que trascienden a los medios y marcan el rumbo de la historia responden a las maquinaciones de distintos grupos de poder: la famosa conspiración judeo-masónica, el oro de Moscú, la gran banca, el protocolo de los sabios de Sión, la industria farmacéutica, el club Bilderberg… La lista es interminable, con entradas para todas las ideologías.

Pero la realidad no siempre es tan dócil como parece; una cosa es enardecer a los contertulios en la barra de un bar, y otra buscar la verdad con paciencia, rigor y tenacidad. Para empezar, hay un defecto formal de razonamiento en muchas de esas alegaciones: la noción de que si las cosas han producido un resultado digamos que de +5, es porque hay un individuo o grupo que quería exactamente ese +5. Eso se acerca bastante al animismo primitivo: como ha caído un rayo sobre esa roca y la roca se ha partido y luego se ha desplomado sobre la choza del vecino, eso quiere decir que los dioses le odiaban a mi vecino y por eso lo han matado. Según esa visión, detrás de cada acontecimiento, sea un arco iris o un terremoto, siempre hay “alguien”, al que además se le suelen atribuir las motivaciones humanas más rastreras. Aunque suene burdo, tampoco es tan distinto de cuando tropezamos con una piedra en el campo y nos revolvemos para darle una patada (¡para que escarmiente, claro!)… o de cuando buscamos culpables y tramas ocultas para explicar sin despeinarnos los enigmas más complejos de la historia.

En realidad, como sabe cualquiera que haya tenido una mínima experiencia tratando a colectivos humanos, el aparente resultado final de prácticamente cualquier acción que analicemos es consecuencia de la combinación de múltiples factores, a menudo divergentes o incluso contrapuestos entre sí, de modo que no se ajusta al 100% al impulso ni a los deseos de uno solo de los implicados. A lo mejor uno quería +78, otro -137 y otro +64: al final, a igualdad de fuerzas, todos se quedan en +5. Evidentemente, siempre habrá gente más o menos satisfecha con el resultado (y desde luego personas o grupos con más poder para promover sus intereses), pero es importante darse cuenta de que hay muchos ingredientes que determinan el potaje final. La vieja fórmula del cui prodest? (¿a quién beneficia?) no siempre vale para identificar al culpable, porque a menudo no existe un responsable único.

Además, con independencia de la verdad o falsedad de cada alegación –que hay que estudiar de forma individual y pormenorizada, aplicando la investigación libre y crítica– también hay por suerte ocasiones en las que el pez chico se come al grande, como muestra este enlace:


El descubrimiento del doctor Nissen, aparte de una buena noticia para los diabéticos que de ahora en adelante ahora no incurrirán sin saberlo en altos riesgos de infarto, aporta otro dato que debemos incluir en nuestra fórmula magistral: que esta sociedad, con todo lo injusta y disfuncional que es, también ofrece sustanciosas recompensas a quien sea capaz de ir en contra de las verdades establecidas y demostrar, como en el cuento, que el emperador está desnudo. Eso no exculpa ni justifica al sistema capitalista; tampoco garantiza que David siempre vaya a vencer a Goliat, aunque tenga la razón de su parte; lo único que hace es debilitar un poco la tentación de darle más credibilidad a cualquier explicación alternativa de los hechos sólo porque va en contra de la versión oficial.

Así pues, no es que tengamos que creernos a pies juntillas cualquier noticia que nos ofrezcan los medios de comunicación de masas sin ir más lejos, el sorprendente exceso de celo de la OMS sobre la supuesta pandemia de gripe A muestra con claridad los riesgos de semejante actitud. Pero sí hay que investigar mínimamente y de forma imparcial las perspectivas de todos los implicados en cualquier polémica. Eso quizá no nos libre para siempre jamás de cometer errores, pero los hará menos probables y nos mantendrá más en contacto con la realidad. En consecuencia, nuestro camino en el Dharma tendrá una base más sólida y así estaremos mejor preparados para ayudar a los demás, que es de lo que se trata en definitiva: de ofrecer un apoyo más firme en la realidad, no de vender fantasías consolatorias o escapistas para seguir enfangados en lo de siempre, sólo que ahora agradablemente narcotizados.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ni sí ni no, sino todo lo contrario

Hoy día es relativamente fácil encontrar textos de los antiguos maestros, incluso en español. La gente puede leer a Bodhidharma o Huineng y creer que con eso los entiende. El problema es que a menudo esos textos acaban por despistarnos en vez de orientarnos, según cómo los leamos; porque si nos quedamos en la letra sin entrar en su espíritu, cualquiera puede encontrar aparentes contradicciones entre ellos y, si no anda con cuidado, liarse a discutir con propios y extraños usando las palabras como armas arrojadizas.

Pero las palabras no son lo importante; son una ventana abierta a la mente de quien las usa, cierto, pero no son lo mismo que la experiencia que intenta expresar esa mente al usarlas. En el camino budista se atiende a todas las etapas que dan origen a las palabras. En primer lugar, hay una experiencia cruda; a su vez, esa experiencia genera una respuesta interna del sistema; la respuesta pasa luego a la cognición, donde se elabora; y sólo entonces se asocia con una o varias palabras. La secuencia, por tanto, es:

Experiencia > respuesta interna > “traducción” cognitiva > palabra(s)

Lamentablemente, nuestra cultura a menudo pasa por alto la serie completa para centrarse de manera preferente en su único resultado manifiesto, la palabra, que es lo que usa como moneda de cambio. Así, las experiencias desaparecen y las palabras ocupan su espacio, como si fuesen autónomas. Una similar idolatría formal ha llegado incluso a artes marciales como el Qigong o el Taiji, donde (al menos en mi experiencia) lo que se transmite no son las experiencias que dieron origen a las formas, sino la mera “cáscara” de las posturas corporales. Evidentemente, eso le roba toda la profundidad a la expresión de que se trate –ya sea taiji, música o haikus– y lo convierte en un producto adocenado, más fácil de vender pero también más pobre.

Para evitar la tentación de las disquisiciones teóricas y las disputas doctrinales sobre el budismo, nuestro viejo conocido, el maestro Dazhu Huihai, aporta algún buen antídoto que otro. Veamos qué tiene que decir al respecto.

La primera respuesta ocurre tras un intercambio con un huésped del monasterio, en el que Huihai le había aclarado las funciones de varias clases de maestros budistas (Vinaya, Dharma y Chan). Entonces, el huésped volvió a preguntarle:

“El confucionismo, el daoísmo y el budismo ¿vienen a ser una sola doctrina o tres?”
            Huihai: “Cuando los emplean los de gran capacidad, son lo mismo; cuando los entienden los de intelecto limitado, son diferentes. Todos ellos brotan del funcionamiento de la única propia naturaleza. Son los puntos de vista que siguen a la diferenciación los que los convierten en tres doctrinas. El que una persona siga inmersa en la delusión o alcance la iluminación depende de esa persona, no de las diferencias o la similitud de la doctrina”.

Parece claro que el criterio de verdad que maneja Huihai –y por extensión los maestros del Dharma– no se limita a lo que oyen los oídos o leen los ojos, sino que va más allá, a un ámbito que se empieza a divisar con la práctica sincera del Dharma. La verdad y el engaño son una circunstancia del individuo, según esté o no alineado con su propia naturaleza; no son propiedades intrínsecas de las palabras, sean sueltas o agrupadas.

El venerable Chih, que solía exponer el Sutra Avatamsaka, preguntó, “¿Por qué no admite que los bambús frescos y verdes son el Dharmakaya (la realidad última) y que los montones exuberantes de flores amarillas no son otra cosa que prajna (sabiduría trascendental)?”
            Huihai: “El Dharmakaya es inmaterial, pero se vale de los bambús verdes existentes para revelarse. Prajna no diferencia, sino que se vale de las flores amarillas para manifestarse. Estas flores amarillas y bambús no poseen ellos mismos prajna o el Dharmakaya. Por tanto se dice en un sutra: ‘El verdadero Dharmakaya de los Budas se asemeja a un vacío; se revela a sí mismo en respuesta a las necesidades de los seres vivos como la luna que se refleja en el agua’. Si las flores amarillas fueran prajna, entonces el prajna sería idéntico a los objetos inanimados; si los bambús verdes fueran el Dharmakaya, entonces serían capaces del funcionamiento responsivo del Dharmakaya. ¿Lo entiende, venerable señor?”
            Chih: “No, no lo entiendo”.
            Huihai: “Los que han percibido su propia naturaleza estarán en lo correcto ya digan que esas cosas son prajna y el Dharmakaya o que no lo son; porque cumplirán su función de acuerdo con las circunstancias imperantes sin verse obstaculizados por la concepción dual de ‘correcto’ e ‘incorrecto’. En cuanto a las personas que aún no han percibido su propia naturaleza, cuando hablan de bambús verdes forman un concepto rígido de bambús verdes como tales; y, cuando hablan de flores amarillas, forman el mismo tipo de concepto rígido. Además, cuando hablan del Dharmakaya eso se convierte en un impedimento para ellos, y hablan de prajna sin saber lo que es. Así pues, todo lo que dicen se queda en el nivel del debate teórico”.
            Chih se inclinó en señal de agradecimiento y se retiró.

La conclusión es clara: hay que ir a la esencia de las cosas, no quedarse atrapado en las formas seductoras ni dejarse enganchar en las zarzas de los interminables debates llenos de identidad. La vara de medir es la experiencia, no las palabras en sí. De hecho, las mismas palabras pueden ser una respuesta correcta en un caso e incorrecta en otro, según quién y en qué circunstancias las diga.

Esto choca de frente con nuestra mentalidad racional, tan dependiente de la lógica verbal, pero es esencial en el Chan. Entenderlo bien puede ahorrarnos años de extravío estéril.

martes, 7 de septiembre de 2010

En nombre de la Ley

El maestro Shānjiàn recuerda de su infancia en Inglaterra cómo aún había ocasiones en que la policía, al perseguir por la calle a un presunto delincuente, podía gritar “¡Alto en nombre de la ley!” y todo el mundo se detenía, fuese lo que fuese lo que estaban haciendo –incluso el presunto delincuente.

Para mí fue una gran sorpresa oír esta historia, porque hasta entonces sólo conocía la expresión por los tebeos de la cutre España tardofranquista y pensaba que era una convención fantasiosa para darle algo más de color a sus peripecias. Nunca me imaginé que pudiera haber existido (y menos funcionado) en realidad.

Dice Laozi en el Dao Jing 32:

道常無名樸。
樸雖小天下莫能臣也。
侯王若能守之, 萬物將自賓。
天地相合以降甘露, 民莫之令而自均。


“El Dao eterno es sin nombre, llano y sencillo.
Aunque insignificante, no hay nadie en el mundo que pueda sojuzgarlo.
Si los marqueses y reyes fueran capaces de guardarlo,
todos los seres vivos seguirían espontáneamente su propia naturaleza.
Cielo y Tierra se unirían el uno con el otro para descargar dulce rocío,
nadie recibiría órdenes y sin embargo (todos) se equilibrarían por sí mismos”.

¿Qué da a entender Laozi en estas líneas? Algo parecido al ejemplo anterior de civismo británico, aunque en un plano más íntimo y profundo.

Hay una ley natural, el Dao, que está inscrita en la naturaleza de todas las cosas y los seres vivos. De todos ellos, el ser humano es el único que la ha emborronado al escribir sobre ella cientos o miles de otras reglas, normas, mandamientos y principios propios de su desarrollo malsano. Pero, a pesar de todas las tropelías que comete, el ser humano es incapaz de destruir su propia naturaleza; por eso puede regresar al Dao. Ése es el camino que muestra Laozi.

En un mundo ideal, los líderes de la sociedad conocerían y seguirían esta ley no escrita, y al hacerlo se alinearían con el orden natural de las cosas, del que el ser humano forma parte también. La gente, al llevar la ley inscrita en sus corazones, no necesitaría estímulos o coacciones externas para comportarse de manera natural y correcta.

En el mundo “real”, sin embargo, sabemos que a menudo hace falta mucha determinación, ánimo y perseverancia para siquiera echar a andar por la senda que lleva a la unión de Cielo y Tierra, y con suerte más allá.

Así pues, gracias a Buda, Laozi y otros maestros, nosotros podemos darle la vuelta ahora a la exhortación de los bobbies ingleses y proclamar en voz alta “¡Adelante en nombre de la Ley!”, sabiendo que esa Ley no es el código civil de ninguna nación existente sino la ley natural de equilibrio y armonía entre todas las cosas que llamamos Dharma y Dao.

¡Qué fantástico sería si los maestros de verdad pudieran salir a la calle, gritar “¡Adelante en nombre de la Ley!” y que todo el mundo dejara de inmediato lo que estuviera haciendo, sin importar lo que fuera, para ponerse a practicar el camino de vuelta a casa!

Francamente, no creo que vaya a ocurrir en un futuro próximo. Y, sin embargo, nosotros seguimos diciéndolo, para quien pueda y quiera escuchar…

Adelante en nombre de la Ley.

viernes, 27 de agosto de 2010

El pensamiento como sistema y la mente que gira sobre sí misma

Me ha parecido interesante incluir aquí una respuesta, acompañada de una larga cita de David Bohm, que preparé hace poco para un amigo que me había escrito dos largas cartas, llenas de palabras, argumentos y justificaciones, sobre las relaciones entre hombres y mujeres en esta nueva era: unas relaciones que siguen arrastrando todas las complicaciones ancestrales derivadas de la asimetría de sus respectivos relojes biológicos, sólo que aumentadas ahora por los desajustes que han provocado los fluctuantes roles sociales de unos y otras tras la “emancipación” femenina, y aderezadas con generosas dosis de incomprensión y reproches provocados por ese desencuentro.

En una cosa estoy de acuerdo con esas mujeres reivindicativas de las que hablas: en que ya no hay hombres. Lo que pasa es que, al denunciarlo, se les olvida la otra cara de la moneda: que tampoco hay mujeres de verdad.

Antes no lo veía así, pero después de mi aprendizaje en el Dharma esto para mí está muy claro: que somos una sociedad de hombres y mujeres incompletos, mutilados, que no se entienden a sí mismos ni tampoco unos a otros, pero que de todas formas quieren seguir teniendo “relaciones satisfactorias”. ¡Qué locura!

Está claro lo que quieren las mujeres: un hombre que sea buena persona; inteligente; con buen físico; sensible; alto; culto y educado; maduro pero con espíritu juvenil; varonil; compañero fiel; atento y considerado pero capaz de tomar el mando cuando las circunstancias lo requieren; con sentido del humor; ‘manitas’ en casa pero dispuesto a ayudar con los niños y la cocina; y, sobre todo, que esté locamente enamorado para siempre de ellas –y sólo de ellas.

Eso me recuerda a otro sueño, esta vez típico de los hombres: un coche que sea a la vez todoterreno y descapotable, con la potencia de un Porsche pero que gaste poca gasolina y sea ecológico como un Prius, amplio como un Hummer pero que se aparque como un Smart, duro y resistente como un Jeep pero llamativo y elegante como un Jaguar… y, si es posible, con un grifo de cerveza bien fría incorporado en el salpicadero y atendido por una azafata guapísima, simpatiquísima y sumamente liberal.

Me parece que las probabilidades de unos y otras de encontrar el objeto de su fantasía son aproximadamente las mismas… o, si acaso, mayores para los hombres (por el coche, no por la azafata).

En definitiva, insistir en ese camino es apostar a caballo perdedor. Todos hemos sido condicionados desde el nacimiento, e incluso antes, de manera que estamos impregnados de ese condicionamiento incluso cuando creemos que nos rebelamos contra él. Es cuestión de capas: siempre hay otra más profunda y, al fondo, está la mente que lo controla y manipula todo lejos de nuestra vista. Vivimos en la mente, con la mente y para la mente. Y el gran combustible de esa mente son las palabras. Al respecto hay unas reflexiones de David Bohm, un físico estadounidense muy interesado en cuestiones de ésas que llamamos “espirituales”, que resultan bastante sugerentes:

Así pues, uno se empieza a preguntar qué le va a ocurrir a la especie humana. La tecnología sigue avanzando con poderes cada vez mayores, ya sean para el bien o para la destrucción. […] ¿Cuál es la fuente de todos estos problemas? Lo que estoy diciendo es que la fuente es básicamente el pensamiento. Mucha gente opinaría que esa afirmación es una insensatez, porque el pensamiento es lo único que tenemos para solucionar nuestros problemas. Eso es parte de nuestra tradición. Sin embargo, parece como si la cosa que empleamos para solucionar nuestros problemas fuese la fuente de nuestros problemas. Es como ir al médico y qué él te haga enfermar. De hecho, en el 20% de los casos clínicos parece que ocurre eso. Pero en el caso del pensamiento, es mucho más que el 20%.

[…] La presunción tácita general del pensamiento es que sólo te dice cómo son las cosas y no hace nada más –que “tú” estás ahí dentro, decidiendo qué hacer con la información. Pero tú no decides qué hacer con la información. El pensamiento te maneja. El pensamiento, sin embargo, te da la falsa información de que tú lo manejas a él, que tú eres el que controla al pensamiento, cuando, en realidad, es el pensamiento el que nos controla a cada uno de nosotros.

El pensamiento está creando divisiones a partir de sí mismo y luego diciendo que están ahí de manera natural. Ése es otro gran rasgo del pensamiento: el pensamiento no sabe que está haciendo algo, y luego se pelea contra lo que está haciendo. No quiere saber que lo está haciendo. Y el pensamiento se pelea con los resultados, intentando evitar esos resultados desagradables mientras que sigue adelante con esa manera de pensar. Eso es lo que llamo ‘incoherencia sostenida’.

[…] Lo que quiero decir por ‘pensamiento’ es todo –el pensamiento, el sentimiento, el cuerpo, la sociedad entera que comparte pensamientos –todo es un mismo proceso. Para mí es esencial no parcelarlo, porque todo es un solo proceso; los pensamientos de otra persona se convierten en mis pensamientos, y viceversa. Por tanto, sería erróneo y engañoso separarlo en mis pensamientos, tus pensamientos, mis sentimientos, estos sentimientos, aquellos sentimientos… Diría que el pensamiento crea lo que en idioma moderno a menudo se llama un sistema. Un sistema quiere decir un conjunto de cosas o partes conectadas. Pero, tal como la gente usa el término hoy en día, significa algo cuyas partes son todas interdependientes –no sólo para su acción mutua, sino también para su sentido y para su existencia. Una empresa se organiza como un sistema –tiene este departamento y ese departamento y aquél otro. No tienen sentido por sí solos; sólo pueden funcionar juntos. Y el cuerpo también es un sistema. En cierto sentido, la sociedad es un sistema. Etcétera.

De la misma manera, el pensamiento es un sistema. Ese sistema no sólo incluye los pensamientos, sentimientos y emociones, sino que incluye al estado del cuerpo; incluye a la sociedad entera –ya que el pensamiento se transmite de persona a persona en un proceso mediante el cual el pensamiento ha evolucionado desde la antigüedad. Todo sistema está constantemente sumido en un proceso de desarrollo, cambio, evolución y transición estructural… aunque hay ciertos rasgos del sistema que se vuelven relativamente fijos. A eso lo llamamos la estructura… El pensamiento ha estado en constante evolución y no podemos decir cuándo comenzó esa estructura. Pero con el crecimiento de la civilización se ha desarrollado considerablemente. Probablemente se trataba de un pensamiento muy sencillo antes de la civilización, y ahora se ha vuelto muy complejo y ramificado y contiene mucha más incoherencia que antes.

Ahora bien, lo que yo digo es que este sistema tiene un fallo dentro –un “fallo sistémico”. No es un fallo aquí, acá o allá, sino un fallo que existe por todo el sistema. ¿Puedes imaginarte eso? Está en todas partes y en ninguna. Puedes decir, “Veo un problema aquí, así que voy a aplicar mis pensamientos a este problema”. Pero “mi” pensamiento es parte del problema. Tiene el mismo fallo que el fallo que estoy intentando observar, o un fallo similar.

El pensamiento está constantemente creando problemas de esta manera y luego intentando resolverlos. Pero en cuanto intenta resolverlos los empeora, porque no se da cuenta de que los está creando y, cuanto más piensa, más problemas crea.

Aunque Bohm no lo diga abiertamente, que yo sepa, la conclusión que se desprende de lo que afirma es chocante y provocativa: que estamos viviendo una descomunal alucinación colectiva, programada en el seno de la sociedad de forma más o menos inconsciente y automática mediante condicionamientos explícitos (escolarización, religión, servicio militar) y velados (familia, amigos, vida social). Esa alucinación empieza por “olvidar” lo que somos y desde ahí contamina los demás aspectos de la experiencia de cada aparente individuo –relaciones, trabajo, vida familiar, todo.

Para el Dharma todo eso es un error, evidentemente; no lo dice exactamente igual, pero se acerca bastante. La buena noticia es que hay otra manera de vivir en la que las manchas de nuestra naturaleza visceral, emocional y mental se limpian y el pensamiento cognitivo pasa a ser una herramienta nada más y no el jefe; es decir, se disuelve el espejismo, o al menos la seducción paralizante que ejercía sobre nosotros. La forma de hacerlo es con prácticas que se adentran en la parte no cognitiva de la mente –con meditación, enseñanzas y observación. Nadie lo puede hacer por ti; cada uno lo tenemos que hacer nosotros mismos. No es de extrañar que a pocos les interese, porque no hay recompensas muy golosas ni evidentes… “sólo” la posibilidad de acceder a la verdadera naturaleza humana, que el pensamiento no puede tocar, y recuperar nuestra integridad como hombres y mujeres no separados, en unidad con todo lo que existe.

Por eso, si lo ves claro, llega un momento en que las palabras quedan atrás. No es que no las uses más; es que ya no confías en ellas ni en el pensamiento cognitivo como manera de transformar la realidad y tu experiencia de ella. Ése es el momento en el que das el salto a la práctica y empiezas a aprender otro “lenguaje” y a tener otro tipo de experiencias.

La puerta siempre está abierta, pero pocos son los llamados… y, como dice Shanjiàn, pocos se eligen a sí mismos.