jueves, 21 de octubre de 2010

Transformación previa demolición

Sócrates, el filósofo griego, dijo una vez que la vida que no se examina no merece la pena vivirse. Es una frase que ha tenido gran fortuna y, de hecho, aún se emplea como consigna para justificar la continuidad de disciplinas como la filosofía académica.

Es un buen principio, aunque a mí me parece que se queda un poco corto. Uno puede examinar su vida, tal como recomendaba Sócrates; pero si no tiene grandes dosis de perspicacia, honradez y coraje –o a alguien más sabio, compasivo y experimentado que le sirva como apoyo– es bastante probable que concluya que tampoco está tan mal, o al menos no lo suficientemente mal como para remangarse e intentar cambiar de rumbo. No somos los mejores jueces de nosotros mismos; al contrario, parece como si los humanos estuviéramos especialmente dotados para el autoengaño (véanse, por ejemplo, unas importantes enseñanzas sobre la disonancia cognitiva en http://sites.google.com/site/mahabodhisunyatasite/home/dharma-y-disonancia-cognitiva).

Buda fue más allá. Sin usar las mismas palabras que Sócrates, su enseñanza muestra que es la vida en manos de las identidades la que no merece la pena vivirse; de poco vale examinarla si no nos damos cuenta de este gran problema de partida que compartimos los seres humanos –la influencia subliminal y nefasta de lo que otras tradiciones espirituales llaman el ego, con sus distintos matices. Cuando uno llega a la convicción de que no quiere seguir bajo su dominio, es momento de echar a andar por el camino del Dharma.

Rumi, el poeta místico sufí, pertenecía a otra tradición, pero veía las cosas de la misma manera que Buda. Tampoco es algo que nos deba sorprender, porque ambos hablan de la condición humana, que básicamente es la misma en la India del siglo V a.C., en Turquía del siglo XIII y hoy día:

Comentario sobre “yo era un tesoro escondido
y quería que se me conociera”.

Derriba esta casa.
Se pueden construir cien mil casas nuevas
con la cornalina amarilla transparente
enterrada bajo ella, y la única manera de llegar a ella
es hacer el trabajo de demolición,
y luego excavar bajo los cimientos.

Con ese valor en la mano, toda la nueva obra
se hará sin esfuerzo. Y, de todas formas, antes o después,
la casa se vendrá abajo por sí sola.

El tesoro de piedra preciosa quedará al descubierto,
pero entonces no será tuyo.
La riqueza escondida es tu paga
por hacer la demolición,
el trabajo de pico y pala.

Si esperas y dejas que ocurra sin más
te morderás la mano y dirás,
“No actué como sabía que debía”.
Esta casa es alquilada.
No eres dueño de las escrituras.

Tienes un contrato, y has montado una tienducha,
donde a duras penas sales adelante
poniendo parches en prendas rotas.

Pero sólo unos pocos pies por debajo
hay dos vetas, de cornalina roja pura y dorada brillante.

¡Rápido! Coge el pico y haz palanca en los cimientos.
Tienes que dejar este trabajo de costurera.

“¿Qué significa este trabajo de coser parches?”, preguntas.
Comer y beber. El pesado manto del cuerpo
siempre se está desgarrando.

Lo parcheas con comida
y otras agitadas satisfacciones del ego.

Arranca un tablón de suelo de la tienda y mira
al sótano. Quizá veas dos destellos en la tierra.

(Versión basada en la traducción inglesa de Coleman Banks).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bonito el poema de Rumi.

Un saludo!