viernes, 15 de octubre de 2010

Sin principio ni fin

Hablando el otro día con una persona que venía de hacer un retiro de vipassana, me di cuenta de lo difícil que resulta explicar a otros el alcance del Dharma como lo practicamos en Mahabodhi Sunyata.

Esa persona me hablaba de que ahora, después de hacer algunos cambios en su vida, está dispuesta a apostar por un proyecto personal de búsqueda de la felicidad. En términos sociales suena impecable, hasta digno de elogio y emulación. Entonces, ¿cómo hacerle ver, sin hundirle en la miseria o espantarlo sin remedio, que poco proyecto así cabe en el Dharma, donde a fin de cuentas no hay persona, ni búsqueda, ni felicidad? Porque una manera de entender el camino budista es que poco a poco vas dejando de ser “alguien” (una identidad) y te vas convirtiendo en “nadie” –y que eso es lo mejor que te podría pasar, porque entonces se acaban la búsqueda, el sufrimiento y, claro, también esa escurridiza y siempre precaria felicidad que parece ser la solución a todos nuestros males.

Una afirmación así puede asustar fácilmente. Nuestra mente está tan acostumbrada a pensar de manera dual, y nuestra identidad es tan susceptible, que si nos llevan la contraria inmediatamente saltamos como un resorte al extremo opuesto para desacreditarlo: “¿Ah, que en el Dharma no hay búsqueda personal de la felicidad? Entonces, ¿qué hay, una pasividad impersonal que nos condena a la infelicidad?” Pero esa reacción está a años-luz de distancia del camino del medio que enseñó Buda, formulado precisamente como superación de las alternativas esquemáticas de la mente cognitiva que se cree en posesión de la verdad.

En el mundo occidental el individuo es la base de todo y la búsqueda de la felicidad individual se ha convertido en el gran motor de la sociedad de consumo. A ese individuo podríamos representarlo con un 1 –una línea estrecha con un principio y un final claros– y decir que así es la trayectoria de la vida de cada individuo: nacer, crecer, estudiar, encontrar un trabajo, formar una pareja, tener hijos, etc., todo ello aderezado con las habituales luces y sombras, hasta la muerte. Parece que lo más a lo que podemos aspirar es a ser un buen 1 en todos los frentes. Nuestra sociedad entera es una colección de unos, y aunque nos digan que la suma de unos produce otros números (parejas, familias, empresas, partidos políticos) no podemos negar que por lo general son una conjunción pasajera de elementos dispares, sin unidad real. Como cantaba Aimée Mann, “1 is the loneliest number that you’ll ever do”, o, en traducción libre, “el 1 está más solo que Adán en el Día de la Madre”.

En el budismo, por el contrario, parece como si la base de todo fuese el 0; no hay nadie que hace el camino ni nada que se alcanza. Al contrario que el 1, tan lineal y definido, el 0 no tiene principio ni fin. La base del Dharma no es el individuo ni ninguna cosa aislada; todo lo más, se podría decir que es la fuerza de la vida que hay en todo ser viviente, sin identidad ni separación; por eso el 0, que también representa la vida infinita que se alimenta de sí misma, le sienta tan bien. Parece como si entre ceros no pudiera haber problema (sí hay conflictos naturales, claro, pero si no hay identidades por medio se resuelven sin sufrimiento).

Aunque esto pueda sonar descorazonador, para mí es todo lo contrario. Ese “0” no quiere decir que haya una ausencia absoluta de cualquier cosa; sólo es una manera de indicar algo que está más allá del alcance de la mente cognitiva (a la mente cognitiva le da rabia pensar que puede haber cosas que se le escapan, pero es así). Lo único que puedes hacer con ese algo es experimentarlo; entonces los miedos y las dudas se aquietan y en su lugar brota una sonrisa.

Además, puedo afirmar que en los casos que conozco de primera mano de gente que ha llevado a cabo una transformación espiritual, el resultado paradójicamente les hace parecer más “ellos mismos” en vez de menos; es como si cuanto más se vaciara uno de sí mismo, más se llenara de otra cosa que le hace parecer más “persona”, único e irrepetible.

Sin duda es un camino lleno de paradojas este Dharma de Buda. Hace falta una mente abierta y flexible para acercarse a él.

1 comentario:

un pelegrí dijo...

Tal como planteas el tema, se puede caer igualmente en la dualidad (malditas palabras). "No es un 1, en realidad es un 0"...

En la escuela zen donde practico ahora, a veces también explican el camino con un símil numérico.
Dicen que la realidad es como un quebrado, en que la mente ordinaria solo ve el numerador, es decir la multiplicidad numérica y cualitativa. Siguiendo el símil, cuando uno avanza en la práctia espiritual, llega a ver el denominador común, que es como un cero con el símbolo de infinito en su interior, pues tiene la potencialidad de serlo todo.

Pero ahí yace el peligro del quietismo, es decir, quedarse deslumbrado por el denominador y decir "ah, todo es igual, todo es cero, no hay persona". En cambio, si se sigue practicando, llega a integrarse la multiplicidad en la unidad absoluta, a ver reflejado el infinito en cada cosa finita que sale a tu paso (incluido tu ego). Esta imagen fue elaborada por
Yamada Kôun Roshi.

Es decir, cabría hablar de "la realidad es y no es una", "hay y no hay persona". Los samuráis se encegaron con el denominador y les daba igual beber té que matar a 3 personas.

Un abrazo.