lunes, 14 de enero de 2008

El sufrimiento: marea negra en la mente

Esta es, por tanto, la visión del Dharma trascendental sobre el sufrimiento: es el fruto inevitable de la dualidad, que es la impresión subliminal, falsa pero determinante como trasfondo de nuestra experiencia, de que uno está radical e irreparablemente separado del resto del mundo.

Dicho de otro modo: en algún momento de la historia del ser humano en la Tierra (probablemente en torno a la fecha en que comenzó la agricultura; en todo caso, miles de años antes de Jesucristo) surgió en el homo sapiens esta ilusión óptica que se propagó como si de un virus se tratara. Por decirlo de manera gráfica, el destartalado petrolero de la dualidad se partió y vertió su carga tóxica de sufrimiento por los siete mares de la mente humana. Entonces apareció, como un extraño al que nadie había invitado a la fiesta y además lo sabía, esa peculiar criatura a la que podemos llamar homo sapiens sufferens.

Es importante entender, para calibrar la escala y trascendencia del fenómeno, que esa marea negra fue algo que con el tiempo afectó a la especie entera. Hasta entonces, los seres humanos habían compartido las dificultades que la lucha por la supervivencia les plantea a todos los demás animales, pero sin sufrimiento, porque, para el Dharma, sólo hay sufrimiento en la medida en que hay una conciencia de “yo” que sufre. Sin embargo, a partir de ese instante el sufrimiento se fue convirtiendo en parte de la herencia genética de la especie, no en sus detalles pero sí como potencial: cada aparente individuo sufre a su manera, pero todos tenemos una predisposición, innata ya tras miles de años de refuerzo y transmisión, a sentirnos individuos, seres-burbuja diferentes entre sí y desligados de todo lo demás. Más allá de lo que le ocurra a cada uno en su vida y de cómo lo interprete, esta ilusoria desconexión interna es el telón de fondo de toda experiencia humana, excepto para quienes se han liberado: una mancha tan nociva y pringosa como el chapapote –sólo que además es contagiosa y crece y se extiende por sí sola.

El Dharma no entra realmente en la cronología de esta “caída” o expulsión del paraíso (el paso de la unidad a la dualidad), ni mucho menos le atribuye la culpa al ser humano; tampoco intenta erigirse en intermediario institucional ante una inexistente divinidad suprema. Simplemente constata la realidad, afirma que no es irreversible y receta la manera de devolver la naturaleza humana a su condición prístina –sin perder los avances que hemos acumulado entre tanto gracias a la curiosidad y creatividad humanas. No es que el budismo le esté enmendando la plana al Antiguo Testamento con una versión alternativa; esto no es más que una manera útil de explicar el mito para los occidentales que compartimos una misma herencia cultural judeocristiana. El pecado original se convierte así en el gran naufragio, sin que haya patrón, práctico o armador al que echarle la culpa. No hay crimen ni castigo, sólo la restauración de algo que se malversó en su día y que ahora puede regenerarse y recuperar su forma natural, su relación correcta en equilibrio y armonía con el entorno, y su función vital en el esquema general de las cosas.

En realidad, nada de esto tiene importancia; no hace falta saberlo ni pensar en ello. Si miras nada más la foto del pájaro de arriba, y ves la sucia costra que lo aprisiona y ahoga como una violación de algo muy bello y valioso que también alienta dentro de ti, y sientes que esa mancha se ha extendido de manera intolerable a ti mismo y a las personas que te rodean, y también a las que están lejos de ti, y que sus efectos están destruyendo la naturaleza… entonces quizá ése sea un buen lugar para empezar a investigar qué podemos hacer para remediarlo.

Alguien lo dijo una vez bastante mejor que estas torpes palabras:

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardío!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

4 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Unknown dijo...

Felicidades por el blog.
Al menos, yo lo estoy leyendo. Quizá no sea el lector que esperabas. :)
Aquí tienes material para una próxima entrada en tu blog. Estos no han visto un zorro en su vida:

El lunes negro

Fran dijo...

El tao engendra el Uno
El Uno engendra el Dos
El Dos engendra el Tres
y el Tres engendra los diez mil seres

Sin nombre es principio del Cielo y de la Tierra
y con nombre es la madre de los diez mil seres.

Todo esta bien pues.
¿Pero como vivirlo momento a momento?
¿Como estabilizar la percepcion de la realidad y no solo ver destellos?

Jué-shān 崫 山 dijo...

Fran:

Efectivamente, ésa es la cuestión: cómo convertir las bonitas palabras de las enseñanzas en vivencia real.

Pero hay un problema: yo no te puedo contestar bien porque aún no sé la respuesta más que intelectualmente, sin experiencia propia.

Y hay un segundo problema: tampoco quiero entablar un diálogo mediante el blog, que para mí es básicamente una manera de aclarar mis ideas e ir acotando parcelas de certeza, aparte de darle algo más de visibilidad a Mahabodhi Sunyata.

Afortunadamente, hay una solución. Shan-jiàn, el maestro Chan con el que practico, ofrece la siguiente respuesta a tus preguntas:

Este capítulo no es más que una explicación académica de la base del Dao que no da ninguna información sobre cómo llegar a él. Para eso haría falta una comprensión profunda del De (la virtud) en primer lugar, y luego del Dao (el camino).

Nada se puede obtener de los textos (y hay miles) que pretenden traducir el Daodejing (Tao Te Ching).

Es algo que supone estudiar con gran dedicación durante años; el enfoque superficial no funciona. También supone cambiar las pautas de tu vida y transformar las maneras tradicionales de pensar (lógica y lateral) en una modalidad diferente y no cognitiva.

No es fácil en absoluto. Asimismo, para mayor certeza, es necesaria una inmersión total en los estudios y las prácticas de Chan (no Zen), empezando por la comprensión inicial de los budistas chinos desde el año 200 d.C hasta más o menos el año 1000 d.C.