domingo, 13 de enero de 2008

Dukkha: el sufrimiento

¿Por qué escogió Buda el sufrimiento como piedra angular de su método? ¿Por qué no el amor de Dios, por ejemplo, o la inmortalidad del alma, o la conciencia cósmica?

Bueno, en primer lugar hay una razón digamos que biográfica: los tres encuentros que, según la leyenda, ocurrieron durante sus salidas del palacio abrieron los ojos del joven Gautama a la evidencia definitiva de que la enfermedad, la vejez y la muerte son parte inevitable del destino de la mayoría de los seres humanos (esto es, de todos excepto los que mueren jóvenes y por accidente). Es la otra cara de la vida, la que su padre le había intentado ocultar manteniéndolo encerrado en un paraíso artificial: que todo lo que ha nacido tiene que morir. Por supuesto que la vida es mucho más que eso, pero, en esos tres episodios (si nos creemos los relatos tradicionales), Buda experimentó el sufrimiento por primera vez, aunque fuese en cabeza ajena.

En segundo lugar, hay otro motivo práctico: ¿Quién no ha sufrido alguna vez en su vida? Para una enseñanza como el Dharma, tan enraizada en la experiencia propia, a la que reconoce como autoridad suprema, ¿qué mejor base que algo inmediato, compartido y reconocido por todos sin necesidad de meter la mente por medio? Así, anclado en la propia vivencia, el camino de cada uno puede desplegarse con la confianza que da tener una piedra de toque propia y sin que haga falta pegar saltos para aterrizar e intentar hacer pie en conceptos tan etéreos como “Dios”, “alma”, o “conciencia cósmica”, inevitablemente alejados del día a día de la gran mayoría de la gente.

Se ha dicho muchas veces además que “sufrimiento” no es realmente una buena traducción de dukkha, el término que aparece en las escrituras budistas más antiguas; algunos proponen que significa más bien la cualidad de no ser satisfactorio. Etimológicamente hay dudas sobre si dukkha se refiere al hueco donde se inserta el eje de las ruedas o al acto de estar de pie; lo que parece cierto es que en ambos casos connota dificultad, fricción, cansancio o enfermedad, al contrario que su contraparte sukkha, aplicado al eje que gira sin roce o a alguien bien colocado y sano.

Desde esa perspectiva, no es que Buda diga que todo es sufrimiento; obviamente, también hay momentos de felicidad. Lo que pasa es simplemente que en este juego del gato y el ratón entre el sufrimiento y la felicidad, la vida siempre se nos queda corta. En ese sentido, Buda habla de tres tipos de sufrimiento recurrentes: no conseguir lo que se desea, obtener lo que no se desea, y, en caso de conseguir lo que se desea (que también ocurre, claro), aferrarse a ello por miedo a perderlo. Todo eso es sufrimiento. Menudo panorama; es como una partida de ajedrez en la que uno recibe jaque con dama, torre o alfil a cada jugada que realice. Es cierto que parece una situación angustiosa pero, paradójicamente, a menudo hay una gran liberación y alivio cuando uno se quita la careta, deja de pretender que todo marcha bien y admite sin tapujos el diagnóstico.

Y, sin embargo, eso no agota del todo la visión budista del sufrimiento; hay algo mucho más allá. Hasta ahora, todo lo dicho se aplica fundamentalmente a la vida de cada persona, entendida como individuo. Pero hay una visión trascendental del Dharma que no se detiene ni repara en los individuos. Desde esta comprensión profunda, el sufrimiento de dukkha tiene una causa fundamental más allá del deseo y apego. Se trata, en términos budistas, de la ignorancia; sin embargo, para tener una idea más clara de lo que supone, es mejor entenderla como separación. Ningún texto budista que yo conozca la plasma de manera más poética que la historia de la expulsión de Adán y Eva del jardín del Edén, en el Antiguo Testamento.

Así es. Nos sentimos separados y solos. Hemos perdido la vivencia de nuestra unidad con todas las cosas. ¿Cabe una pérdida mayor? Naturalmente que estamos en la unidad, puesto que en el fondo no hay otra cosa; pero no lo sabemos ni nos damos cuenta de ello. Esta ignorancia que nos aqueja no es una falta de información; es un modo distorsionado de experimentar la realidad –una distorsión que es visceral y emocional a la vez que mental, aparte de inconsciente por completo. Debido a ella nos sentimos como islas de “yo” perdidas en un inmenso océano de “otro”, como el centro de un mundo ajeno que nos rodea y quién sabe si nos amenaza, como un precario fragmento desconectado alrededor del cual gira el universo entero; ¿cómo no íbamos a sentir una cierta inquietud y zozobra ante ese exilio de nuestra verdadera raíz? Y cuánto de nuestro comportamiento no está íntimamente orientado a llenar y tapar ese gran hueco que dejó la pérdida primigenia… sin darnos cuenta de que sólo la vuelta a la unidad puede sanarlo.

Eso, nada más y nada menos que eso, es lo que enseñan el Dharma y el Tao: el camino de vuelta a casa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy claro, gracias por estos textos.