viernes, 28 de septiembre de 2007

La importancia de entender

Hace algún tiempo cayó en mis manos una hoja que anunciaba la conferencia de un maestro de visita en Madrid desde otro país. En una cara figuraba una ilustración de la rueda de la vida, una imagen tradicional budista en cuyo centro tres animales –un cerdo, una serpiente y una paloma (otras veces es un gallo)– parecen perseguirse uno al otro en una noria interminable; en la otra, un texto explicaba la ilustración afirmando que cada uno de esos animales representaba uno de los llamados tres venenos o impedimentos –las tendencias atávicas y subliminales que determinan, sin que lo sepamos, nuestra visión del mundo y con ello nuestra conducta. Pero luego, en un alarde de penetración psicológica, el texto venía a decir que el cerdo representa la ignorancia porque en realidad los cerdos no saben gran cosa, la serpiente la ira porque reacciona con enojo, y la paloma la codicia porque muestra gran codicia en sus acciones; de esta manera, cerraba con sorprendente complacencia un razonamiento que en realidad era exactamente igual de circular que la rueda de la vida que pretendía explicar.

Chanzas aparte, ¿cuál es el problema en todo ello? Hay dos muy claros. El primero, que se le priva al público de entender de verdad qué es lo que se representa en la ilustración. Los tres animales no están ahí como ejemplos de conducta censurable, sino porque representan las tres maneras posibles de reaccionar ante una amenaza en potencia: huir (la paloma), atacar (la serpiente) o quedarse quieto esperando pasar desapercibido o para obtener más información antes de actuar (el cerdo, que en realidad es más bien un jabalí). Son las tres respuestas que son comunes a todo el reino animal y, por tanto, también al ser humano (la conocida fórmula de la triple "f" en inglés: fight, flight, or freeze). Si hacéis memoria, seguramente podréis encontrar ejemplos de las tres reacciones entre vuestras experiencias; pero son algo que concierne estrictamente al campo de la fisiología y la psicología, si bien es cierto que son la base a partir de la cual se generan en el ser humano la aversión, la codicia y la confusión motivadas por la presencia de la identidad –la impresión subconsciente de que uno mismo es algo separado e independiente de todo lo demás.

El segundo problema es que, si nos conformamos con esta explicación superficial, es fácil deslizarnos a una visión simplista de las cosas en la que compensamos nuestra falta de comprensión profunda (de la que por desgracia no solemos andar sobrados) con una carga moral reprobatoria (que, por influencia de nuestro condicionamiento cultural, a menudo asociamos inconscientemente con los asuntos "espirituales"): "Ah, no hay que enfadarse cuando nos amenazan para no parecernos a la vil serpiente, ni tampoco está bien ser codiciosos como las palomas, que siempre dan los picotazos de dos en dos en vez de conformarse con uno solo…"; y así, podemos seguir en línea recta y sin que nadie nos frene hasta el desastre. La imagen habla de fisiología y nosotros la malinterpretamos y acabamos en la moralina. ¿Se aprecia lo fácil que es desvirtuar una enseñanza incluso con las mejores intenciones? Claro, si ahora miráis una imagen completa de la rueda de la vida con toda su complejidad, os podréis imaginar hasta dónde se puede multiplicar el despropósito si se parte de una interpretación tan equivocada como base.

Por eso no se puede hacer demasiado énfasis en la conveniencia de preguntar cuando no se entiende. Tener acceso a un maestro es una rara oportunidad; no hay muchos, y entre ellos son menos aún los que de verdad merecen ese nombre. Si tienes uno a mano y hay algo que no ves claro, pregunta, pregunta y pregunta... una y otra vez, todo lo que haga falta, aunque parezcas tonto y pesado, hasta el aburrimiento si es necesario; mientras no entiendas, pregunta. Recuerda que en el camino del Dharma es esencial la investigación libre y crítica. Que no te dé miedo ni vergüenza parecer corto de entendederas; cada uno tiene su ritmo de aprendizaje y no hay demérito en ir despacio pero seguro; pero que tampoco te dé miedo ni vergüenza ponerle en un aprieto al supuesto maestro. Si ese maestro te contesta con evasivas, mala cosa; si te responde con explicaciones aún más enrevesadas, es posible que o bien él mismo no entienda la verdad o bien por algún motivo no te la quiera contar; si se niega de plano a contestarte, mejor que cojas tu petate y te busques otro maestro. No hay ningún problema en ello; Buda mismo tuvo dos maestros con los que estudió hasta que comprobó que seguía insatisfecho a pesar de haber entendido y practicado a fondo sus enseñanzas. Cuando el primero le anunció que no tenía nada más que enseñarle, lo dejó y encontró al segundo; cuando el segundo le confesó lo mismo, se puso en marcha y siguió su camino en solitario hasta encontrar el despertar. Como dejó dicho en el Dhammapada:

Si encuentras un amigo que sea bueno, sabio y benévolo,
recorre el camino entero con él y supera todos los peligros.
Pero si no eres capaz de encontrar un amigo que sea bueno, sabio y benévolo,
camina solo, como un rey que ha renunciado a su reino
o un elefante que deambula a su antojo por la jungla.

Pero cuidado: capta bien cómo ocurrieron las cosas. Es fácil fijarse sólo en la parte de ir por libre pasando por alto el hecho de que el propio Buda tuvo dos maestros; de ahí, no hay más que un pasito a pensar que uno es como un rey o un elefante (¡por supuesto!), que no necesita ayuda de nadie porque es suficientemente listo como para valerse por sí mismo (¿cómo iba a ser de otra manera?), y acabar caminando en círculos como un rey por la jungla o arrasando el ajuar real mientras trota despreocupadamente por las estancias del palacio y recurre a trompa, patas y colmillos para manejar la preciosa vajilla de la corte.

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