viernes, 28 de septiembre de 2007

El linaje (2/2): solo ante el peligro

¿Alguien se ha preguntado alguna vez cuál fue el linaje de Buda? ¿Por qué no habló nunca de ello –al menos, que sepamos? Porque lo cierto es que sí tuvo maestros (de hecho, dos) de los que aprendió ciertas técnicas de meditación que en último término le parecieron insuficientes –una insatisfacción que lo llevó a probar el camino del ascetismo extremo en primer lugar para luego rechazarlo asimismo, encontrar finalmente el despertar por su cuenta y formular los pilares del Dharma: las Cuatro Nobles Verdades y la vía media del Óctuple Sendero.

No parece que el linaje sea tan relevante como lo pintan, entonces. Pero, si no era ésta, ¿cuál era la fuente de autoridad para el Buda? Siempre fiel a su estilo sobrio y franco, lo que el Buda les recomendaba a los demás era lo mismo en lo que él había confiado hasta su despertar –y, afortunadamente, es algo que tanto tú como yo traemos de serie en nuestra equipación de homo sapiens sapiens:

“No os guiéis, Kalamas, por lo que oís ni por la tradición, ni por lo que se dice ni por la autoridad de los textos, ni por el simple razonamiento ni la sola inferencia ni la mera reflexión sobre las causas, ni por la aceptación sumisa de una teoría ni por su apariencia convincente, ni por pensar que quien la expone es vuestro maestro. Cuando vosotros, Kalamas, lleguéis por vuestros propios medios a reconocer que ciertas cosas son malas, criticables, censuradas por los que saben, y que esas cosas, si se realizan y llevan a cabo, redundan en mal y en sufrimiento, entonces, Kalamas, haréis bien en rechazarlas. (...) Cuando vosotros, Kalamas, lleguéis por vuestros propios medios a reconocer que ciertas cosas son buenas, no son criticables, merecen la aprobación de los que saben, y que estas cosas, al realizarlas y llevarlas a cabo, redundan en bien y en felicidad, entonces, Kalamas, haréis bien en vivir adhiriéndoos a ellas.”

Vaya... qué sorpresa: se diría que estas palabras socavan cualquier pretensión de que el linaje sea fuente última de autoridad, ¿no? Pero profundicemos un poco más; nunca hay que quedarse en la literalidad de las palabras del Dharma, porque siempre hay algo más allá. ¿Es la propia experiencia el criterio definitivo, como parece afirmarse aquí? Como tantas veces en budismo, la respuesta es Sí y No. ¿Por qué sí? Porque experimentar uno mismo es más memorable que aprender de segunda mano; ninguna lección se nos queda tan marcada como la que aprendemos en carne propia. En ese sentido, la vivencia personal es superior a cualquier dogma; es la manera que tenemos de establecer certezas o salir de dudas de manera definitiva. ¿Por qué no? Porque, con ser fundamental, la propia experiencia no siempre es suficiente ni nos lleva a conclusiones correctas y beneficiosas a corto plazo –y puede pasar mucho tiempo hasta que nos demos cuenta de nuestro extravío. Después de todo, ¿no nos dice nuestra experiencia que la Tierra es plana y que el sol sale y se pone por sus bordes? Y también es cierto que –ya sea por ignorancia, parcialidad o ineptitud– uno rara vez es el mejor juez acerca de qué es bueno para uno mismo por muy inmediata que sea su experiencia: ¿cuántas explicaciones aparentemente racionales es capaz de generar un ex-fumador en un nanosegundo por las que “total, por una caladita tampoco pasa nada”?

En ese sentido, la experiencia por sí sola no basta, sino que hay que contrastarla con otras fuentes: según el Buda, el propio juicio crítico (para calibrar el valor intrínseco de las cosas), el juicio de los que reconocemos como más expertos que nosotros (para beneficiarnos de la experiencia y sabiduría acumulada de la especie), y las consecuencias previsibles que nuestros actos y omisiones tendrán sobre nosotros y sobre los demás (para filtrar nuestras conclusiones por el tamiz de la visión de conjunto a largo plazo y prevenir el egoísmo de la satisfacción inmediata). ¿Cuál, si no éste, fue el camino del Buda Shakyamuni? Ése es el verdadero linaje del Dharma, y está en tu mano aquí y ahora. Es lo mismo que recalca una y otra vez con refrescante crudeza el Zen chino:

Un monje le rogó a Zhaozhou que le revelara el principio más importante del Chan. El maestro se excusó diciendo: “Tengo que ir a mear. Fíjate, incluso una tontería como ésta la tengo que hacer yo en persona.”

La conclusión parece clara: si ni siquiera podemos delegar en otros para las pequeñas servidumbres del día a día, ¿cómo vamos a hacerlo para las grandes cuestiones de la vida? Ni Buda, ni Huineng, ni Milarepa, ni ninguno de sus pretendidos depositarios nos van a sacar las castañas del fuego. Estamos solos, sí. Pero la nuestra es una gloriosa soledad, más aparente que real, en virtud de la cual estamos unidos de verdad con todos los demás miembros de nuestra especie –pasados, presentes y futuros– y con todos los seres sintientes del universo.

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