viernes, 27 de agosto de 2010

El pensamiento como sistema y la mente que gira sobre sí misma

Me ha parecido interesante incluir aquí una respuesta, acompañada de una larga cita de David Bohm, que preparé hace poco para un amigo que me había escrito dos largas cartas, llenas de palabras, argumentos y justificaciones, sobre las relaciones entre hombres y mujeres en esta nueva era: unas relaciones que siguen arrastrando todas las complicaciones ancestrales derivadas de la asimetría de sus respectivos relojes biológicos, sólo que aumentadas ahora por los desajustes que han provocado los fluctuantes roles sociales de unos y otras tras la “emancipación” femenina, y aderezadas con generosas dosis de incomprensión y reproches provocados por ese desencuentro.

En una cosa estoy de acuerdo con esas mujeres reivindicativas de las que hablas: en que ya no hay hombres. Lo que pasa es que, al denunciarlo, se les olvida la otra cara de la moneda: que tampoco hay mujeres de verdad.

Antes no lo veía así, pero después de mi aprendizaje en el Dharma esto para mí está muy claro: que somos una sociedad de hombres y mujeres incompletos, mutilados, que no se entienden a sí mismos ni tampoco unos a otros, pero que de todas formas quieren seguir teniendo “relaciones satisfactorias”. ¡Qué locura!

Está claro lo que quieren las mujeres: un hombre que sea buena persona; inteligente; con buen físico; sensible; alto; culto y educado; maduro pero con espíritu juvenil; varonil; compañero fiel; atento y considerado pero capaz de tomar el mando cuando las circunstancias lo requieren; con sentido del humor; ‘manitas’ en casa pero dispuesto a ayudar con los niños y la cocina; y, sobre todo, que esté locamente enamorado para siempre de ellas –y sólo de ellas.

Eso me recuerda a otro sueño, esta vez típico de los hombres: un coche que sea a la vez todoterreno y descapotable, con la potencia de un Porsche pero que gaste poca gasolina y sea ecológico como un Prius, amplio como un Hummer pero que se aparque como un Smart, duro y resistente como un Jeep pero llamativo y elegante como un Jaguar… y, si es posible, con un grifo de cerveza bien fría incorporado en el salpicadero y atendido por una azafata guapísima, simpatiquísima y sumamente liberal.

Me parece que las probabilidades de unos y otras de encontrar el objeto de su fantasía son aproximadamente las mismas… o, si acaso, mayores para los hombres (por el coche, no por la azafata).

En definitiva, insistir en ese camino es apostar a caballo perdedor. Todos hemos sido condicionados desde el nacimiento, e incluso antes, de manera que estamos impregnados de ese condicionamiento incluso cuando creemos que nos rebelamos contra él. Es cuestión de capas: siempre hay otra más profunda y, al fondo, está la mente que lo controla y manipula todo lejos de nuestra vista. Vivimos en la mente, con la mente y para la mente. Y el gran combustible de esa mente son las palabras. Al respecto hay unas reflexiones de David Bohm, un físico estadounidense muy interesado en cuestiones de ésas que llamamos “espirituales”, que resultan bastante sugerentes:

Así pues, uno se empieza a preguntar qué le va a ocurrir a la especie humana. La tecnología sigue avanzando con poderes cada vez mayores, ya sean para el bien o para la destrucción. […] ¿Cuál es la fuente de todos estos problemas? Lo que estoy diciendo es que la fuente es básicamente el pensamiento. Mucha gente opinaría que esa afirmación es una insensatez, porque el pensamiento es lo único que tenemos para solucionar nuestros problemas. Eso es parte de nuestra tradición. Sin embargo, parece como si la cosa que empleamos para solucionar nuestros problemas fuese la fuente de nuestros problemas. Es como ir al médico y qué él te haga enfermar. De hecho, en el 20% de los casos clínicos parece que ocurre eso. Pero en el caso del pensamiento, es mucho más que el 20%.

[…] La presunción tácita general del pensamiento es que sólo te dice cómo son las cosas y no hace nada más –que “tú” estás ahí dentro, decidiendo qué hacer con la información. Pero tú no decides qué hacer con la información. El pensamiento te maneja. El pensamiento, sin embargo, te da la falsa información de que tú lo manejas a él, que tú eres el que controla al pensamiento, cuando, en realidad, es el pensamiento el que nos controla a cada uno de nosotros.

El pensamiento está creando divisiones a partir de sí mismo y luego diciendo que están ahí de manera natural. Ése es otro gran rasgo del pensamiento: el pensamiento no sabe que está haciendo algo, y luego se pelea contra lo que está haciendo. No quiere saber que lo está haciendo. Y el pensamiento se pelea con los resultados, intentando evitar esos resultados desagradables mientras que sigue adelante con esa manera de pensar. Eso es lo que llamo ‘incoherencia sostenida’.

[…] Lo que quiero decir por ‘pensamiento’ es todo –el pensamiento, el sentimiento, el cuerpo, la sociedad entera que comparte pensamientos –todo es un mismo proceso. Para mí es esencial no parcelarlo, porque todo es un solo proceso; los pensamientos de otra persona se convierten en mis pensamientos, y viceversa. Por tanto, sería erróneo y engañoso separarlo en mis pensamientos, tus pensamientos, mis sentimientos, estos sentimientos, aquellos sentimientos… Diría que el pensamiento crea lo que en idioma moderno a menudo se llama un sistema. Un sistema quiere decir un conjunto de cosas o partes conectadas. Pero, tal como la gente usa el término hoy en día, significa algo cuyas partes son todas interdependientes –no sólo para su acción mutua, sino también para su sentido y para su existencia. Una empresa se organiza como un sistema –tiene este departamento y ese departamento y aquél otro. No tienen sentido por sí solos; sólo pueden funcionar juntos. Y el cuerpo también es un sistema. En cierto sentido, la sociedad es un sistema. Etcétera.

De la misma manera, el pensamiento es un sistema. Ese sistema no sólo incluye los pensamientos, sentimientos y emociones, sino que incluye al estado del cuerpo; incluye a la sociedad entera –ya que el pensamiento se transmite de persona a persona en un proceso mediante el cual el pensamiento ha evolucionado desde la antigüedad. Todo sistema está constantemente sumido en un proceso de desarrollo, cambio, evolución y transición estructural… aunque hay ciertos rasgos del sistema que se vuelven relativamente fijos. A eso lo llamamos la estructura… El pensamiento ha estado en constante evolución y no podemos decir cuándo comenzó esa estructura. Pero con el crecimiento de la civilización se ha desarrollado considerablemente. Probablemente se trataba de un pensamiento muy sencillo antes de la civilización, y ahora se ha vuelto muy complejo y ramificado y contiene mucha más incoherencia que antes.

Ahora bien, lo que yo digo es que este sistema tiene un fallo dentro –un “fallo sistémico”. No es un fallo aquí, acá o allá, sino un fallo que existe por todo el sistema. ¿Puedes imaginarte eso? Está en todas partes y en ninguna. Puedes decir, “Veo un problema aquí, así que voy a aplicar mis pensamientos a este problema”. Pero “mi” pensamiento es parte del problema. Tiene el mismo fallo que el fallo que estoy intentando observar, o un fallo similar.

El pensamiento está constantemente creando problemas de esta manera y luego intentando resolverlos. Pero en cuanto intenta resolverlos los empeora, porque no se da cuenta de que los está creando y, cuanto más piensa, más problemas crea.

Aunque Bohm no lo diga abiertamente, que yo sepa, la conclusión que se desprende de lo que afirma es chocante y provocativa: que estamos viviendo una descomunal alucinación colectiva, programada en el seno de la sociedad de forma más o menos inconsciente y automática mediante condicionamientos explícitos (escolarización, religión, servicio militar) y velados (familia, amigos, vida social). Esa alucinación empieza por “olvidar” lo que somos y desde ahí contamina los demás aspectos de la experiencia de cada aparente individuo –relaciones, trabajo, vida familiar, todo.

Para el Dharma todo eso es un error, evidentemente; no lo dice exactamente igual, pero se acerca bastante. La buena noticia es que hay otra manera de vivir en la que las manchas de nuestra naturaleza visceral, emocional y mental se limpian y el pensamiento cognitivo pasa a ser una herramienta nada más y no el jefe; es decir, se disuelve el espejismo, o al menos la seducción paralizante que ejercía sobre nosotros. La forma de hacerlo es con prácticas que se adentran en la parte no cognitiva de la mente –con meditación, enseñanzas y observación. Nadie lo puede hacer por ti; cada uno lo tenemos que hacer nosotros mismos. No es de extrañar que a pocos les interese, porque no hay recompensas muy golosas ni evidentes… “sólo” la posibilidad de acceder a la verdadera naturaleza humana, que el pensamiento no puede tocar, y recuperar nuestra integridad como hombres y mujeres no separados, en unidad con todo lo que existe.

Por eso, si lo ves claro, llega un momento en que las palabras quedan atrás. No es que no las uses más; es que ya no confías en ellas ni en el pensamiento cognitivo como manera de transformar la realidad y tu experiencia de ella. Ése es el momento en el que das el salto a la práctica y empiezas a aprender otro “lenguaje” y a tener otro tipo de experiencias.

La puerta siempre está abierta, pero pocos son los llamados… y, como dice Shanjiàn, pocos se eligen a sí mismos.

jueves, 19 de agosto de 2010

Shitou Xiqian: el canto de la choza de paja

He construido una choza de paja donde no hay nada de valor.
Después de comer, me relajo y disfruto de una siesta.
Una vez la terminé, brotaron nuevas hierbas;
ahora ya la he habitado –y está cubierta de maleza.
La persona de la choza vive en calma aquí,
sin apegarse a dentro, fuera, ni entre medias.
No vive en los lugares donde vive la gente mundana;
no ama los reinos que ama la gente mundana.
Aunque la choza es pequeña, incluye el mundo entero.
En tres metros cuadrados, un anciano ilumina las formas y su naturaleza.
El bodhisattva Mahayana confía sin dudar;
los de capacidad media o baja no pueden evitar preguntarse:
¿aguantará esta choza o no?
Ya sea perecedera o no, el maestro original está presente,
sin morar en el sur o el norte, en el este o el oeste;
firmemente asentada en la estabilidad, es insuperable.
Una ventana reluciente bajo los verdes pinos –
ni los palacios de jade ni las torres bermejas se le pueden comparar.
Simplemente al sentarse con la cabeza cubierta, todas las cosas descansan.
Así este monje de montaña no entiende en absoluto;
vive aquí y ya no se afana en liberarse.
¿Quién iba a arreglar vanamente los asientos, intentando seducir a los huéspedes?
Gira la luz para que alumbre hacia dentro, y luego regresa sin más;
la vasta fuente inconcebible no se puede afrontar ni evitar.
Encuentra a los maestros ancestrales, familiarízate con sus instrucciones,
ata pajas para construir una cabaña, y no te rindas.
Suelta centenares de años y relájate por completo.
Abre las manos y camina con inocencia:
los miles de palabras y miríadas de interpretaciones
sólo existen para liberarte de obstrucciones.
Si quieres conocer a la persona inmortal de la choza,
no te separes de este saco de pellejo aquí y ahora.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Trampas en el solitario


Ayer, leyendo un manual de Qigong, me crucé con una frase en la que el autor afirmaba que si esta gimnasia energética china es tan popular en todo el mundo, aun sin contar con el apoyo de las grandes compañías farmacéuticas ni del estamento médico internacional, es porque funciona.

Se me ocurre otra explicación posible, que se puede aplicar lo mismo al Qigong que a la astrología o –¿por qué no? – a los supuestos progresos espirituales de los que algunos alardean en público tras haber realizado un cursillo de meditación. Se trata de la disonancia cognitiva.

En esencia, lo que sostiene esta teoría, formulada por el psicólogo norteamericano Leon Festinger, es que los humanos buscamos la consonancia entre nuestras acciones y creencias pero que, cuando detectamos una discrepancia entre lo que creemos y lo que hacemos, somos mucho más propensos a cambiar nuestras creencias para ajustarlas a nuestras acciones que viceversa, como cabría esperar.

Un ejemplo ilustrativo de disonancia cognitiva es el siguiente experimento, que Festinger llevó a cabo en una universidad de EEUU.

Primero reunió a un grupo de estudiantes voluntarios, a los que pidió que acudieran al laboratorio cierto día para ayudarle a completar un estudio de gran importancia. De ese grupo, a una minoría les prometió una paga muy generosa (pongamos que 20 dólares) y, a la mayoría, otra más bien modesta (digamos que 2 dólares; las cantidades dan igual), pero eso sí, sin que nadie supiera lo que cobraban los demás.

Llegado el día, los estudiantes se presentaron en el laboratorio y Festinger los puso a cada uno a realizar por separado la tarea más infamemente aburrida que se le pudo ocurrir. Luego se marchó y los dejó solos.

Al cabo de unas buenas horas, volvió y se dirigió uno por uno a los estudiantes para explicarles que las cosas iban más despacio de lo que se había imaginado, que él se había movilizado para reclutar a otro grupo de voluntarios, y que ahora cada uno de ellos tenía que hablar con un voluntario para explicarle el trabajo y la necesidad imperiosa de completarlo a tiempo.

Poco después de incorporarse esta segunda tanda de participantes, Festinger dio por concluido el “estudio”; a continuación, entrevistó uno por uno a los ayudantes de refuerzo y recopiló de ellos las razones que les ofrecieron los estudiantes para convencerles. El resultado fue muy interesante: las justificaciones más entusiastas del experimento no procedían de los que cobraban 20 dólares, que en general hablaron fatal de su experiencia, sino de los que sólo cobraban 2.

¿Cuál fue la explicación de Festinger? Tiene que ver con las expectativas y las recompensas. Tanto los que cobraban $20 como los que cobraban $2 creían en principio que iban a participar en algo grande y muy estimulante; sin embargo, la realidad desmintió brutalmente sus expectativas. Ante esa decepción, los de $20 contaban con una recompensa material suficiente que les permitía ver la realidad tal como era (“Me he aburrido como una ostra durante 5 horas pero al menos me he sacado 20 pavos”); en cambio, los de $2 ni siquiera tenían esa opción. ¿Su solución? Para evitar la intolerable sensación de que habían desperdiciado tiempo y esfuerzo, no les quedaba otra que valorar altísimamente su labor, para así “cobrarse” en forma de mérito el déficit de justificación que suponía su escasa paga. Se trataba, en definitiva, de una racionalización.

Pongamos otro ejemplo. Es verano y has contratado en una agencia un viaje a Cancún con todo incluido por 657 €. Pero un día vas por la calle y te encuentras otra agencia que ofrece el mismo viaje por 499 €. Tu primera reacción es: “No puede ser, seguro que hay diferencias”. Aliviado por esa certeza conveniente pasas de largo, pero esa tarde ves el mismo anuncio en internet y lo investigas un poco. ¡Vaya chasco! Todo es idéntico: las fechas, la línea aérea, el hotel, la pensión completa… pero por 158 € menos.

Vaya… y ahora, ¡¿QUÉ?!

Según la teoría de la disonancia cognitiva, desde el momento de tu decepción, tu mente va a estar buscando por todos sitios razones que puedan justificar por qué en el fondo has hecho bien en contratar la oferta de 657 € en vez de la de 499 €: que si tienes mejor sitio en el avión, que si te dan mejor comida, que si la habitación del hotel tiene mejores vistas o está más lejos de la cocina… incluso puede aducir la tranquilidad de tener el viaje cerrado algunos días antes. La mente es así de tramposa… y nosotros podemos elegir cooperar con ella de buen grado si nos encaja. Esta viñeta de Dilbert lo caricaturiza, pero, si lo miras de forma imparcial, verás que esa maniobra está presente en toda nuestra vida cotidiana, al menos como tentación:



¿Cómo se aplica esto a la pervivencia de quiromantes, astrólogos y chalanes de feria surtidos que han existido en todas las culturas desde la noche de los tiempos? Muy fácil. Dejando al margen la posible precisión de sus tratamientos o predicciones –que en muchos casos se puede explicar por un buen manejo de la psicología humana por parte del “experto” (véase también el artículo sobre el efecto Forer en The Skeptic’s Dictionary, en la sección de enlaces del blog)–, simplemente por haber invertido su tiempo y su dinero el paciente ya tiene un interés directo en creer que la consulta o terapia es eficaz; y cuanto más extensa y costosa haya sido su inversión, más fuerte será su creencia. 


Esa circunstancia hace que proliferen por doquier tipos inconscientes o sin escrúpulos, dispuestos a vender a los incautos lo que tan afanosamente buscan. En esa relación, lo que el “experto” hace a menudo es “leer” al paciente, acompañarle y darle ingredientes seleccionados de su arsenal para que él mismo se construya su propia auto-convicción; y, aunque suene absurdo, cuanto más quiera creer el paciente, más estará dispuesto a pagar para que alguien le suministre los materiales para su fantasía. Quizá eso explique por qué, en la misma sesión de sauna india intensiva en la que hace poco murieron sofocadas tres personas en el desierto de Arizona, hubo quien afirmó haber alcanzado un “gran avance espiritual” –todo ello al módico precio de nueve mil y pico dólares (ver http://www.nytimes. com/2009/10/19/us/19lodge.html?scp=3&sq=death+sweat+lodge+ Arizona&st=nyt y también http://www.nytimes.com/2009/10/12/us/12lodge.html?scp=7&sq=death +sweat+lodge+Arizona&st=nyt).

También de esto, entre otras cosas, es de lo que trata el Dharma de Buda: de los engaños de la mente manchada por la identidad. Eso no quiere decir en absoluto que todas las disciplinas llamadas espirituales sean un engaño; pero desde luego en todas ellas, tanto en el Qigong como en el budismo, la mente siempre está presente, agazapada y al acecho, esperando un descuido para jugárnosla. Cuidado con ella. Es rápida, hábil y tan vieja como el mismo diablo, que, como se dice, sabe más por viejo que por diablo. 



Esta incómoda compañía es parte de nuestra herencia genética como especie –fruto de los “pecados de nuestros ancestros– y es otro de los motivos por los que es práctico contar con la guía de un buen maestro. Vista la inveterada propensión humana al auto-engaño, sobre todo si nos conviene, tener a alguien al lado que sea capaz de decirnos que “No” cuando hacemos trampa puede convertirse en una ayuda de valor incalculable.

Aun así, la responsabilidad última siempre recae sobre nuestros propios hombros.

lunes, 26 de julio de 2010

Atrápalo si puedes


Aunque Dazhu Huihai fue parte del grupo que luego vendría a llamarse la escuela Hongzhou de Chan, supuestamente iconoclasta y opuesto a cualquier enfoque tradicional o ritual, el siguiente episodio muestra que dominaba los textos del canon budista y era capaz de defenderse perfectamente si alguien le retaba a ello. Nótese cómo el maestro Fa Ming, versado en las reglas monásticas, cambia de tercio y pasa a cuestiones de cierta erudición cuando se da cuenta de que está perdiendo la disputa en los términos que había planteado al inicio. Como un maestro de Taiji, Huihai lo frena y le da la vuelta en cada lance. Está claro que si alguien quería disputar con Huihai, lo hacía por su cuenta y riesgo:

Un maestro de la secta Vinaya llamado Fa Ming observó una vez: “Vosotros los maestros de Chan dais un montón de tumbos en la vacuidad del vacío”.
            M: “Al contrario, venerable señor, sois vos quien da un montón de tumbos en la vacuidad del vacío”.
            “¿Cómo puede ser?”, exclamó Fa Ming, atónito.
            M: “Las escrituras no son más que palabras –mera tinta y papel– y todo lo similar a eso no es más que un artilugio hueco. Todas esas palabras y frases se basan en algo que la gente oyó una vez –no son más que vacuidad. Vos, venerable señor, os aferráis a la mera palabra de la doctrina, de manera que por supuesto dais tumbos en el vacío”.
            P: “Y vosotros, los maestros Chan, ¿no dais tumbos en el vacío?”
            M: “No”.
            P: “Y ¿cómo así?”
            M: “Todas esas escrituras son producto de la sabiduría; y ahí donde opera la poderosa función de la sabiduría, ¿cómo podría haber tumbos en el vacío?”
            “Ah”, contestó Fa Ming, “por eso sabemos que a aquél para el que hay un solo dharma (doctrina) cuyo sentido no ha captado no se le puede llamar un Hsi-Ta (Siddham)”.
            “Venerable señor”, exclamó el maestro, “no sólo dais tumbos en el vacío; ¡incluso usáis mal la terminología budista!”
            “¿Qué término he usado mal?”, protestó Fa Ming, encendiéndose de rabia.
            M: “Pues, venerable señor, sois incapaz de distinguir entre una palabra china y una palabra india, así que ¿cómo vais a ser capaz de predicar?”
            P: “¿Podría el venerable maestro Chan señalarme mi error?”
            M: “Sin duda sabréis que Hsi-Ta (Siddham) es uno de los nombres del alfabeto sánscrito, ¿no es así?”.
            Aunque el maestro de Vinaya se dio cuenta de su error, aún seguía congestionado por la ira.
            Fa Ming volvió a preguntar: “Los sutras, el vinaya y los shastras son todos la enseñanza del Buda. Si los leemos, los recitamos, tenemos fe en lo que enseñan y actuamos en consecuencia, ¿cómo podemos fracasar a la hora de ver nuestra propia naturaleza cara a cara?”
            M: “Todo eso es como un perro que persigue un trozo de carne o un león que devora a un hombre. Los sutras, el vinaya y los shastras revelan la función de la propia naturaleza –leerlos y recitarlos son meros fenómenos que surgen de esa naturaleza”.
            P: “¿El Buda Amitabha tenía padres y apellido?”
            M: “Sí. El Buda Amitabha se apellidaba Kaushika. Su padre se llamaba Candra-Uttara y su madre se llamaba Belleza Excelente”.
            P: “¿De qué escritura procede esta información?”
            M: “De la Colección del Dharani”.
            Ante esto, Fa Ming hizo una reverencia como muestra de gratitud y se marchó entre expresiones de admiración.

Pero nada de esto eran meras ganas de llevar la contraria. Según la actitud de quien le interpelaba, Dazhu podía revelar más o menos de la verdad que él había experimentado directamente y que no se puede “agarrar” con palabra o truco alguno, sino sólo con una experiencia propia de similar calibre a la suya.

Cierto maestro del Tripitaka preguntó una vez: “¿Hay cambios en el seno del Absoluto (Bhutatathata)?”
            M: “Sí, los hay”.
            “Venerable maestro”, replicó, “os equivocáis”.
            Ante lo cual, el maestro le hizo la siguiente pregunta: “El maestro del Tripitaka ¿posee el Bhutatathata?”
            R: “Sí”.
            M: “Bien, si mantenéis que no sufre cambios, debéis de ser un tipo de monje muy ignorante. Sin duda habréis leído que un hombre instruido puede convertir los tres venenos (identidades) en los tres preceptos acumulativos; puede transmutar las seis percepciones sensoriales en seis percepciones divinas; puede transformar los impedimentos (kleshas) en bodhi y la ignorancia primordial en sabiduría suprema (mahaprajna). Así que, si suponéis que el Absoluto es incapaz de cambiar, entonces vos, que sois maestro del Tripitaka, sois en realidad un seguidor de la secta heterodoxa que sostiene que las cosas ocurren de forma espontánea (es decir, no como resultado de la ley de la causalidad)”.
            R: “Si lo exponéis así, entonces el Absoluto sí que sufre cambios”.
            M: “Y sin embargo, al sostener que el Absoluto sufre cambios sois igualmente herético”.
            R: “Venerable maestro, primero dijisteis que el Absoluto sufre cambios y ahora decís que no lo hace. Entonces, ¿cuál es la respuesta correcta?”
            M: “Los que han percibido con claridad su propia naturaleza, que se puede comparar a una perla-mani que refleja todas las apariencias, tendrán razón si dicen que el Absoluto sufre cambios e igualmente si dicen que no lo hace. Por otra parte, los que no han visto su propia naturaleza, cuando oigan algo sobre los cambios del Absoluto, se apegarán al concepto de mutabilidad; o, al oír que el Absoluto no cambia, se aferrarán al concepto de inmutabilidad”.
            “¡Ah, así que es cierto”, exclamó el maestro del Tripitaka, “que la secta del Chan del sur es demasiado profunda como para sondearla hasta el fondo!”

Este “sondeo hasta el fondo” sólo es imposible por lo que se refiere a la mente cognitiva; en cambio, el camino de zambullirse en su experiencia plena está abierto para los que tengan la afinidad necesaria con el Chan.

miércoles, 21 de julio de 2010

¿Por dónde se va a la verdad última?


Este pasaje, tomado del libro de Mario Poceski Ordinary Mind as the Way: the Hongzhou School and the Growth of Chan Buddhism, describe tan bien como cualquier otro la base del camino budista –aunque yo matizaría sus ideas sobre vaciar la mente de todo contenido: una cosa es eliminar los impedimentos que obstaculizan su funcionamiento correcto y otra buscar un vacío artificial. Si, como entiende el budismo, la mente es un sentido más, es tan absurdo suponer que la mente debe estar vacía de pensamientos como que el ojo debe estar vacío de imágenes. Unos y otras, pensamientos e imágenes, son reflejos del funcionamiento natural de ambos sentidos; no es lo mismo quitarse las legañas que nos impiden ver con claridad que mirar fijamente a una pared blanca para evitar ver cualquier imagen, como si eso nos fuese a manchar.

La tradición budista enseña que todos los seres humanos experimentan el sufrimiento y la imperfección. Esta situación compartida no viene impuesta por un agente divino externo, e incluye un profundo sentido de disonancia con la verdadera naturaleza de la realidad. Debido a sus impedimentos y engaños mentales –en cuyo núcleo hay una ignorancia fundamental acerca de la realidad– los seres humanos generan deseos, crean apegos y malinterpretan el mundo en el que viven. Sin embargo, a pesar del poder de estas aflicciones, apegos e ilusiones hondamente arraigadas, los seres humanos tienen una habilidad y un potencial innatos para conocer la realidad y para ser genuinamente libres. La realidad última trasciende el reino de la ignorancia y los impedimentos, aunque es la base de todo. Todas las cosas y seres vivos participan de esa realidad –una condición de plenitud y perfección original que se expresa recurriendo a varios términos como “Una Mente” y “talidad” [sánscrito tathata, chino zhēnrú, 眞如] – que recorre y abarca todos los fenómenos del universo.

Dado que la realidad está en todas partes y en todo –o, por decirlo de otra forma, es la verdadera naturaleza de las cosas– incluidos la mente y cuerpo de cada individuo, la perspectiva del despertar y la liberación espiritual está abierta a todos y en todo momento. En esencia, lo único que uno tiene que hacer es desprenderse de todas las ideas y apegos falsos, vaciando la mente y aprehendiendo intuitivamente la verdad ubicua, sin intermediarios ni distorsiones. Pero dado que los apegos y la ignorancia están muy arraigados y son difíciles de eliminar, normalmente uno necesita prácticas espirituales. Aunque los métodos pueden variar debido a circunstancias particulares y preferencias individuales, en esencia estas prácticas implican vaciar la mente de todos los pensamientos, imágenes, apegos e ideas. Eso allana el camino para que surja la sabiduría y la trascendencia de la dualidad, aunque el adepto tampoco debe acabar atrapado en la no-dualidad.

Debido a la inveterada propensión humana al auto-engaño, la aplicación de las enseñanzas y métodos específicos debe ser flexible, atenta al contexto y matizada. Además, las enseñanzas mismas no se deben convertir en dogmas religiosos y fuentes de apego; así pues, todas las enseñanzas y métodos de práctica son provisionales y funcionan como herramientas para liberar la mente de ideas, fijaciones y apegos. Por eso, se deben emplear con sabiduría y se deben abandonar cuando ya no hacen falta. Cuando se usan con finura y sensibilidad, y mejor si es bajo la guía de un maestro cualificado, las enseñanzas acaban por disolverse en una visión totalizadora del Absoluto, en el momento en que el adepto capta directamente la naturaleza de la realidad y se vuelve capaz de actuar de acuerdo con ella.

Pero ¡cuidado con apegarse a estas palabras tambén! Son tan claras y diáfanas, encajan tan bien en nuestros esquemas mentales, las podemos desplegar con tanta facilidad ante propios y extraños… que es fácil tomarlas por la realidad.

Como dijo el maestro Fayan cuando un estudiante le preguntó cuál era la verdad última: “Si te la dijera, se convertiría en la verdad secundaria”.

Antes o después, no hay más remedio que dejar atrás las palabras e ir a las experiencias. Ése es el verdadero lenguaje del camino del Dharma de Buda.

lunes, 12 de julio de 2010

Ni una cosa ni la contraria


Seguimos con los dichos del maestro Dazhu Huihai, conocido como “la gran perla”. La recopilación de sus palabras hecha por el monje Zong Jin da fe de una enseñanza en la que parecían habituales los intercambios con estudiantes y maestros de otras tradiciones budistas, en un espíritu dialogante pero riguroso. Aun descontando sus posibles adornos piadosos, la imagen del maestro Chan que transmite esta colección es más compleja que la tradicional: alguien no sólo perspicaz y chocante, dispuesto a hacer saltar por los aires las falsas certezas de una comprensión poco profunda, sino también un buen conocedor de los sutras budistas. 

En cierta ocasión, el maestro empezó su discurso diario a sus discípulos diciendo: “No soy un adepto Chan; de hecho, no tengo la más mínima cosa que ofrecer a nadie, así que no debo manteneros aquí de pie más tiempo. Id y descansad”.
            En aquellos tiempos, el número de personas que acudían a estudiar con él iba aumentando poco a poco. Igual que el día sigue a la noche, venían y le pedían instrucción; él se veía obligado a constestar a sus preguntas en cuanto se las hacían, revelando así unos poderes dialécticos sin trabas. Había debates interminables en los que las preguntas y respuestas que se sucedían unas a otras.
            Una vez, un grupo de maestros (predicadores instruidos) del Dharma pidieron una entrevista y dijeron: “Tenemos algunas preguntas que plantear. ¿Está dispuesto a contestarlas, maestro?”
            Maestro: “Sí. La luna se refleja en ese estanque profundo; atrapadla si queréis”.
            Pregunta: “¿A qué se parece en realidad el Buda?”
            Maestro: “Si lo que está frente a ese estanque límpido no es el Buda, ¿qué es?”
            Los monjes se quedaron perplejos ante esta respuesta; tras una larga pausa, volvieron a preguntar: “Maestro, ¿qué dharma (doctrina) expone con vistas a liberar a otros?”
            M: “Este pobre monje no tiene dharma alguno por el que liberar a otros”.
            “¡Todos los maestros Chan son iguales!” exclamaron, ante lo cual el maestro les preguntó: “¿Qué dharmas tenéis vosotros, hombres de virtud, para liberar a los demás?”
            R: “Ah, nosotros explicamos el Sutra del Diamante”.
            M: “¿Cuántas veces lo habéis explicado?”
            R: “Más de veinte veces”.
            M: “¿Quién lo pronunció?”
            Ante esto lo monjes respondieron indignados: “¡Maestro, debe estar de broma! Claro que sabe que lo pronunció el Buda”.
            M: “Bueno, ese sutra afirma que ‘¡Si alguien dice que el Tathagata expone el Dharma, al hacerlo calumnia al Buda! Esa clase de hombre nunca entenderá lo que quiero decir’. Ahora bien, si decís que no fue pronunciado por el Buda, degradáis con ello ese sutra. Hombres de virtud, ¿podéis mostrarme qué tenéis que decir a eso?”
            Como no daban respuesta, el maestro hizo una pausa antes de plantear su siguiente pregunta, que fue: “El Sutra del Diamante dice: ‘El que me busca a través de las apariencias externas, o me busca en el sonido, marcha por el camino heterodoxo y no puede percibir al Tathagata’. Bien, hombres de virtud, ¿quién o qué es el Tathagata?”
            R: “Señor, en esta cuestión me encuentro sumido en completa confusión”.
            M: Si nunca has estado iluminado, ¿cómo puedes decir ahora que estás completamente confundido?”
            Entonces el monje (que había hablado) le preguntó: “¿Podría el venerable maestro Chan explicarnos el Dharma?”
            M: “Aunque habéis explicado el Sutra del Diamante más de veinte veces, ¡aún no conocéis al Tathagata!”.
            Estas palabras hicieron que los monjes se postraran de nuevo y le rogaran al maestro que les diera más explicaciones, de manera que dijo: “El Sutra del Diamante dice que ‘El Tathagata es la Talidad de todos los dharmas (fenómenos)’. ¿Cómo podéis haberlo olvidado?”
            R: “Sí, sí –la Talidad de todos los fenómenos”.
            M: “Hombres de virtud, “sí” también es incorrecto”.
            R: “La escritura es muy clara al respecto. ¿Cómo podemos estar equivocados?”
            M: “Entonces, hombres de virtud, sois vosotros esa Talidad (también)?”
            R: “Sí, lo somos”.
            M: “¿Y las plantas y las rocas son la Talidad?”
            R: “Lo son”.
            M: “Entonces, ¿vuestra Talidad de hombres de virtud es la misma que la Talidad de las plantas y las rocas?”
            R: “No hay diferencia”.
            M: “Entonces, ¿en qué sois diferentes, hombres de virtud, de las plantas y las rocas?”
            Esto dejó en silencio a los monjes un tiempo, hasta que al final uno de ellos exclamó con un suspiro: “Es difícil mantener nuestra posición en el debate con un hombre tan superior a nosotros”.
            Después de una pausa considerable, preguntaron: “¿Cómo se puede conseguir el mahaparinirvana?”
            M: “Evitando todas las acciones samsáricas –las que os mantienen en la ronda del nacimiento y la muerte (de la identidad)”.
            P: “¿Qué acciones son ésas?”
            M: “Bueno, buscar el nirvana esa una acción samsárica. Desechar la impureza y aferrarse a la pureza es otra. Coleccionar logros y pruebas de logros es otra, así como no rechazar las reglas y preceptos”.
            P: “Por favor, indíquenos cómo alcanzar la liberación”.
            M: “Como nunca habéis estado prisioneros, no tenéis necesidad de buscar la liberación. El funcionamiento directo y la conducta directa son insuperables”.
            “¡Ah”, exclamaron los monjes, “qué poca gente hay como este maestro Chan!”. Luego se inclinaron en señal de agradecimiento y se marcharon.


¡Qué resbaladizos eran estos maestros Chan cuando se los intentaba atrapar con la mente cognitiva!

viernes, 9 de julio de 2010

Pero... ¿cómo puede ser espiritual ESO?


Alguien dijo una vez, medio en broma medio en serio, que la mejor manera de averiguar cómo está de iluminado un maestro es preguntarle a su mujer. Es así porque, como reza el dicho inglés, proximity breeds contempt: la cercanía engendra desprecio. No hay vara de medir más rigurosa en potencia que la que proporciona la intimidad.

Esto viene a cuento porque a veces nos encontrarnos en nuestro camino con que la gente de nuestro entorno inmediato oscila entre la incomprensión, el escepticismo y la hostilidad más o menos velada hacia la práctica que hemos emprendido. Y, aunque no es demasiado difícil explicar las bases del Dharma, conseguir que otros (sobre todo si son familiares “afectados” directamente) lo entiendan de verdad… vaya, eso no es fácil en absoluto –¡por no hablar ya de que lo compartan!

Uno de los escollos principales para esa comprensión es el elemento introspectivo del budismo, que choca frontalmente con la idea popular, de inspiración judeocristiana, de que el camino espiritual se tiene que traducir necesariamente en beneficencia de alguna clase. Ante la intensidad de nuestras prácticas de meditación y observación, no es raro que se nos acuse de mirarnos el ombligo y de no pensar más que en “yo, yo, yo”.

En una entrada anterior (El budismo como “medio hábil”) ya he tratado sobre la orientación fundamental del Dharma, que desmonta esa acusación: ¿cómo iba una enseñanza que niega la realidad del “yo” dedicarse a fortalecerlo y alimentarlo? Sin embargo, el problema sigue ahí, porque la gente, incluso cuando pregunta de buena fe, no siempre quiere tomarse la molestia de entrar en profundidad en las cosas y prefiere respuestas rápidas que encajen con sus esquemas mentales preestablecidos.

En la tradición hinduista, por ejemplo, se distinguen varios caminos espirituales, que incluyen el bhakti yoga (devocional, al estilo Hare Krishna), el jñana yoga (contemplativo, como el Advaita Vedanta) y el karma yoga, el camino de las buenas obras, que muchos en Occidente consideran el único válido, debido a la versión recibida de las enseñanzas y milagros de Jesucristo. Ciertamente, no se puede decir que los hindúes sean unos ingenuos novatos en asuntos del espíritu, y su visión parece desde luego más amplia y natural que la insistencia occidental en la acción como única justificación posible de la vía espiritual; pero tampoco podemos esperar que las gentes de nuestro entorno compartan de entrada esa perspectiva más sabia y tolerante.

Entonces, ¿qué? Parece que no hay más remedio que aceptar lo que dicen los maestros antiguos: que la diferente orientación del practicante espiritual sincero le puede hacer parecer memo a ojos de la mayoría. Es así porque evidentemente uno y otros no están “jugando” a la misma cosa; Laozi y Huihai lo dicen bien claro. Y tampoco hay mayor problema en ello, salvo si hemos emprendido el camino con intención de hacernos más populares entre nuestros amigos y allegados. Suponiendo que no sea posible conseguir ambas cosas a la vez, nos enfrentamos a una encrucijada: seguir el camino de vuelta a nuestra propia naturaleza o ganarnos la aprobación de los demás. ¿Qué preferimos? Es así de sencillo.

Mi propia experiencia es que, en ocasiones samsáricas, a veces me siento como si fuese un objetor de conciencia en una fiesta de militares. Por seguir con la analogía, no es que piense que los militares son malas personas, en absoluto; sólo que no tengo afinidad con ellos ni ganas de conversar sobre sus maniobras, sus medallas y promociones, ni sobre el último modelo de tanque o cazabombardero que han comprado. Pero tampoco hay drama ni desgarro en ello; es natural. Una gran parte de nuestras costumbres sociales son palabrería hueca que no supone una comunicación verdadera de nada; el silencio y la observación amable pueden ser mucho más atentos y generosos.

Cuando se trata de familia o de antiguos amigos, está claro que los lazos de afecto siguen intactos, por mucho que uno no participe de sus intereses y proyectos, sus triunfos y derrotas. Es una paradoja, sin duda, porque aunque es verdad que la práctica nos aleja en cierto sentido de ellos, también nos acerca de manera sutil, en la medida en que –precisamente porque no trata de cuestiones biográficas, sino de la naturaleza humana común a todos– nos deja en posición de entender mucho mejor lo que está pasando dentro de ellos, y, con suerte, de poder ayudar con la alegría, compasión y afecto benevolente propios del Dharma si se presenta la necesidad.

jueves, 1 de julio de 2010

Malas noticias: los expertos afirman que hay que currárselo


En mi incansable campaña por hacer accesibles al público hispanohablante antiguos textos del Chan que sólo están disponibles en lenguas orientales o inglés, incluyo hoy una cita del Dunwu rudao yaomen lun, el Tratado sobre los fundamentos de entrar en el camino por medio del despertar súbito, compuesto entre los años 765 y 785 por Dazhu Huihai, un discípulo de Mazu Daoyi al que llamaban la “Gran perla”:

¿Cómo es posible que tantas clases de perspectivas surjan del Dharma unitario? Todas estas fuerzas kármicas tienen raíces en la actividad. Si, en vez de aplacar nuestras mentes, dependemos de las escrituras para alcanzar la iluminación, estamos emprendiendo lo imposible. Si, estando bajo el engaño nosotros mismos, engañamos a los demás, nuestra perdición mutua es cosa segura. ¡Esforzaos! ¡Esforzaos! ¡Explorad esta enseñanza con el mayor detenimiento!

(…) Este tratado mío no es para el escéptico, sino para los que comparten la misma perspectiva y siguen la misma línea de conducta. Primero debéis descubrir si la gente es sincera en su fe y apta para practicarlo sin retroceder, antes de exponérselo para que puedan despertar a su significado. He escrito este tratado por el bien de los que tienen una afinidad kármica con él. No busco fama ni riqueza. Sólo deseo emular a los Budas que predicaron sus miles de sutras e incontables shastras simplemente por el bien de los seres sintientes perdidos en la delusión. Dado que sus actividades mentales varían, se ofrecen enseñanzas apropiadas para ajustarse a cada caso individual de perspectiva incorrecta; de ahí la gran variedad de doctrinas. Deberíais saber que exponer el principio de la liberación en su totalidad se limita sólo a esto –cuando las cosas ocurren, no deis respuesta; mantened vuestras mentes sin morar en nada en absoluto; mantenedlas siempre quietas como la vaciedad y totalmente puras (sin mancha); y de esta manera alcanzad espontáneamente la liberación.

¡Ah, no busquéis una vana reputación, cotorreando sobre el Absoluto con mentes de mono! Cuando las palabras contradicen a los hechos, a eso se le llama auto-engaño; os llevará a precipitaros de cabeza en los estados malignos de renacimiento [de la identidad]. No busquéis fama ni riquezas en esta vida al precio de la no-iluminación y el sufrimiento durante eones por venir. ¡Esforzaos! ¡Esforzaos! Los seres sintientes se deben salvar a sí mismos; los Budas no pueden hacerlo por ellos. Si pudieran, dado que ya ha habido Budas tan numerosos como las motas de polvo, todos y cada uno de los seres se deberían de haber liberado a estas alturas; pero entonces, ¿cómo es que tú y yo aún seguimos zarandeados por las olas de la vida y la muerte, en vez de habernos convertido en Budas? Por favor, daos cuenta de que los seres sintientes se tienen que salvar a sí mismos y que los Budas no pueden hacerlo por ellos. ¡Esforzaos! ¡Esforzaos! Hacedlo vosotros mismos. No dependáis de los poderes de otros Budas. Como dice el sutra: “Los que buscan el Dharma no lo encuentran meramente aferrándose a  los Budas”.

A continuación, Dazhu Huihai incluye en su tratado algunos versos sobre su enseñanza que recuerdan al capítulo 20 del Daodejing:

Mi estado mental actual es tan enteramente bueno
Que el reproche de los hombres es incapaz de despertar mi ira.
De mis labios no saldrá palabra alguna de ‘correcto’ o ‘equivocado’
–Nirvana y samsara constituyen un solo Camino–
Porque he aprendido a alcanzar esa mente mía
Que básicamente trasciende tanto el bien como el mal.
Los pensamientos erróneos y discriminativos
Revelan a la persona mundana que aún tiene que aprender.
Apremio a las gentes errabundas del Kaliyug
A deshacerse en sus mentes de todo resto inútil.

Qué vasto sin duda mi actual estado de mente –
Mi despreocupación sin palabras asegura su calma.
Relajado y libre, con la emancipación ganada,
Vago a mi aire sin impedimentos.
En silencio mudo transcurren todos mis días
Con cada pensamiento mío fijo en lo nouménico.
Al mirar al Camino, estoy relajado
Sin que me afecte la ronda del samsara.
Tan maravilloso es mi actual estado de mente
Que ya no tengo que entrometerme en el mundo,
Donde el esplendor es una ilusión y una trampa;
Las ropas más simples y la comida más basta me valen.
Al encontrarme con hombres mundanos, apenas hablo,
Y por eso dicen que soy corto de entendederas.
Por fuera, tengo lo que parece la mirada ausente de un bobo;
Por dentro, mi cristalina claridad de mente
Encaja silenciosamente con el camino oculto de Rahula
Que las gentes mundanales aún tienen que aprender.

¡Hala, a meditar todos!

jueves, 10 de junio de 2010

¿Una transmisión especial al margen de las escrituras?

Guifeng Zongmi (780-841) fue uno de los grandes maestros del budismo chino durante la dinastía Tang. La reciente edición de Jeffrey Lyle Broughton (Zongmi on Chan, Columbia University Press, 2009) ha puesto a disposición de quien sepa inglés textos originales de este maestro Chan y patriarca Huayan que antes sólo eran accesibles en chino o japonés.

Leer los escritos de Zongmi es un ejercicio refrescante por la sana corrección que suponen para ciertos excesos románticos perpetuados en torno al Zen. Sin embargo, a pesar de su gran influencia en China y Corea, los budistas japoneses que importaron el Chan a su país unos siglos después marginaron a Zongmi en favor de una interpretación menos equilibrada de la práctica y las enseñanzas. Esta visión, impregnada en la escuela Soto y, sobre todo, en la Rinzai, fue la que llegó a Occidente el siglo pasado, primero a los Estados Unidos y luego a Europa. Por eso, las advertencias de Zongmi sobre la conjunción de la práctica con el estudio de los sutras son sumamente relevantes en una época como la nuestra, en la que, a pesar del desmentido contundente de los estudios académicos, ciertos mitos sobre el Zen se resisten a desaparecer como gato panza arriba –consecuencia del lamentable divorcio entre la comunidad practicante del Chan/Zen y el mundo académico dedicado a estudiar su historia.

En el siguiente texto, Zongmi ofrece una perspectiva condensada de cómo fue la evolución del budismo desde Shakyamuni hasta sus días, explicando el divorcio entre dos caminos que nunca dejaron de ser complementarios (los añadidos entre corchetes son del traductor):

Decir que hay [dos tipos de] maestros, la raíz y las ramas, significa que el primer patriarca de todos los linajes [Chan] es Shakyamuni. Los sutras son palabra de buda, mientras que el Chan es la intención de los budas. La boca y la mente de los budas no pueden contradecirse de ninguna manera. Las líneas de descendencia de todos los patriarcas [Chan] se remontan directamente hasta los discípulos de Buda. [Estos] bodhisattvas compusieron tratados, y, en todos los casos, sólo estaban propagando los sutras de Buda. Sin duda, en la transmisión [Chan] desde Mahakashyapa hasta Upagupta todos estaban versados por igual en las tres cestas [las reglas de disciplina, los sutras y el Abhidhamma]. Sin embargo, después de Dhrtaka surgieron disputas entre los monjes, y de entonces en adelante las reglas de disciplina y las enseñanzas [es decir, los sutras y el Abhidhamma] se practicaron por separado. Además, debido al problema con el rey de Cachemira, los sutras y los tratados [es decir, el Abhidhamma] se empezaron a propagar por separado.

Entre tanto [entre Dhrtaka y Simha] Asvaghosa y Nagarjuna fueron ambos maestros patriarcas. Compusieron tratados y comentarios sobre los sutras en decenas de miles de versos. La visión y la transformación de los seres [esto es, la práctica de la meditación y la enseñanza] no tenían reglas definidas [o separadas]. Los intérpretes aún no menospreciaban al Chan, ni tampoco los adeptos Chan menospreciaban la interpretación.

Bodhidharma recibió el dharma en la India y lo trajo en persona a China. Vio que la mayoría de los eruditos de esta tierra aún no habían obtenido el dharma, que su comprensión se basaba meramente en la nomeclatura [escolástica] y las [listas] numéricas y que su práctica [de meditación] sólo se ocupaba de las características fenoménicas. Debido a que su deseo era informarles de que la luna no están en el dedo [apuntar a la luna] y que el dharma es nuestra mente, simplemente [creó la consigna] “una transmisión de mente a mente, sin relación con la palabra escrita”. Para revelar su axioma [de mente] y erradicar el aferramiento tenía este dicho. No es que predicara una liberación [consistente] en desembarazarse de la palabra escrita. Eso explica por qué los que ofrecieron enseñanzas para captar la idea [de Bodhidharma] alabaron sin cesar el Sutra del diamante y el Sutra Lankavatara, declarando que estos dos sutras son la esencia de nuestra mente.

En la actualidad, los discípulos en todas partes tienen nociones equivocadas sobre el origen [del dicho de Bodhidharma]. Los que cultivan la mente consideran los sutras y tratados como un axioma separado, mientras que los que explican [textos] ven la puerta del Chan como un dharma separado. [Estos días], cuando la gente le oye a alguien que habla de causa y efecto o de práctica y realización, inmediatamente llegan a la conclusión de que [el que habla] es un estudioso de los sutras o los tratados, sin darse cuenta de que son precisamente la práctica y realización las que son los acontecimientos básicos de la puerta Chan. Si le oyen a alguien decir que “la mente es buda”, enseguida concluyen que [quien habla] es un adepto Chan subjetivo, sin darse cuenta de que son precisamente la mente y el buda los que son las ideas básicas de los sutras y los tratados.