lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Qué es y qué no es un río?


El otro día, viniendo hacia Can Catarí por la autopista, crucé un valle por un largo viaducto.

La señal anunciaba al “Río Grío”, pero me llamó la atención porque no parecía un río como cualquier otro.

Por ejemplo, era completamente diferente del famoso río de Heráclito, el filósofo griego que afirmaba que uno no podía bañarse dos veces en el mismo río.

Bien, pues en este río uno no podría bañarse ni siquiera una vez. Estaba tan seco que no era más que un pedregal. Se diría que ni está ni se le espera.

¿Tiene sentido seguir llamándole “río” a algo que durante varios meses al año no es más que un escabroso lecho de cantos resecos?

La anécdota no es más que una muestra de lo inadecuado que resulta nuestro lenguaje como descripción de este mundo de ilusiones en constante cambio.

Cuando los humanos inventamos los nombres, obtuvimos una gran arma evolutiva para manejar información, pero también le dimos fuerza al engaño de que los fenómenos que percibimos en el mundo son entidades sustanciales con existencia sólida e independiente, cuando en realidad no son sino configuraciones temporales de energía en perpetuo movimiento.

Cada vez que usamos las palabras estamos en riesgo de consolidar ese error; fosilizamos la experiencia como insectos prehistóricos encapsulados en ámbar. Pero, al mismo tiempo, si dejamos de hablar del todo, ¿cómo nos vamos a dar cuenta del peligro? Porque no basta con quedarse callado; hay que comprender, y para eso casi siempre hacen falta palabras.

En ese sentido, y aunque suene absurdo, sería más apropiado hablar básicamente con verbos y en vez de decir que el río lleva agua, decir por ejemplo que “está riando”. Así, sin más: aquí, en este momento, está montañeando, arbolando, soleando, etc. Y, claro, también podríamos decir que está Jueshaneando, y lo mismo para todos los aparentes individuos separados que pululan por el planeta. Tenemos nombres y formas diferenciadas pero somos olas del mismo océano de energía incognoscible.

¿Quiere eso decir que nuestros ingenieros deberían haber adecuado sus proyectos y obras a la ausencia del río Grío durante varios meses al año? Obviamente tampoco, so pena de provocar desastres como los de los campings y viviendas emplazadas en cauces secos de torrenteras, solo porque no tienen nombre ni se ha reconocido su potencial de acumular y canalizar agua, y por tanto expuestas a riadas devastadoras que se llevan por delante todo lo que encuentran a su paso cada vez que viene una lluvia torrencial.

Esas son las dos verdades del Dharma, que se compensan y completan mutuamente: reconocer y responder correctamente a la aparente existencia de las ilusiones del samsara, de manera que la vida siga adelante, pero no dejarse atrapar por la creencia de que son reales, permanentes y separadas, para así cortar la ignorancia (avidya) que está en la base de todo deseo, apego y sufrimiento.

Como tantas otras cosas, fácil de decir, no tanto de hacer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

antes era rio pero con el cambio climatico casi no tiene agua.no es un problema del lenguaje español

Jué-shān 崫 山 dijo...

Así es, es un problema del lenguaje humano -al menos de los que yo conozco. No es problema del español, pero sí es problema de sus hablantes (y de los de otros idiomas) si no reconocen las dos verdades que van de la mano.

Los nombres de las cosas nos ayudan a clasificar los fenómenos de este mundo pero a menudo ocultan su naturaleza cambiante, haciendo que lo que está en constante transformación nos parezca sólido, duradero y fiable.

Una de las tareas del Dharma es enseñarnos a vivir con estas dos verdades a la vez. No reconocer las ilusiones del mundo como lo que son y apegarnos a su persistencia es una fuente segura de sufrimiento -un sufrimiento que, como el río Grío, deja surcos profundos en el corazón incluso cuando no lleva agua.