viernes, 9 de julio de 2010

Pero... ¿cómo puede ser espiritual ESO?


Alguien dijo una vez, medio en broma medio en serio, que la mejor manera de averiguar cómo está de iluminado un maestro es preguntarle a su mujer. Es así porque, como reza el dicho inglés, proximity breeds contempt: la cercanía engendra desprecio. No hay vara de medir más rigurosa en potencia que la que proporciona la intimidad.

Esto viene a cuento porque a veces nos encontrarnos en nuestro camino con que la gente de nuestro entorno inmediato oscila entre la incomprensión, el escepticismo y la hostilidad más o menos velada hacia la práctica que hemos emprendido. Y, aunque no es demasiado difícil explicar las bases del Dharma, conseguir que otros (sobre todo si son familiares “afectados” directamente) lo entiendan de verdad… vaya, eso no es fácil en absoluto –¡por no hablar ya de que lo compartan!

Uno de los escollos principales para esa comprensión es el elemento introspectivo del budismo, que choca frontalmente con la idea popular, de inspiración judeocristiana, de que el camino espiritual se tiene que traducir necesariamente en beneficencia de alguna clase. Ante la intensidad de nuestras prácticas de meditación y observación, no es raro que se nos acuse de mirarnos el ombligo y de no pensar más que en “yo, yo, yo”.

En una entrada anterior (El budismo como “medio hábil”) ya he tratado sobre la orientación fundamental del Dharma, que desmonta esa acusación: ¿cómo iba una enseñanza que niega la realidad del “yo” dedicarse a fortalecerlo y alimentarlo? Sin embargo, el problema sigue ahí, porque la gente, incluso cuando pregunta de buena fe, no siempre quiere tomarse la molestia de entrar en profundidad en las cosas y prefiere respuestas rápidas que encajen con sus esquemas mentales preestablecidos.

En la tradición hinduista, por ejemplo, se distinguen varios caminos espirituales, que incluyen el bhakti yoga (devocional, al estilo Hare Krishna), el jñana yoga (contemplativo, como el Advaita Vedanta) y el karma yoga, el camino de las buenas obras, que muchos en Occidente consideran el único válido, debido a la versión recibida de las enseñanzas y milagros de Jesucristo. Ciertamente, no se puede decir que los hindúes sean unos ingenuos novatos en asuntos del espíritu, y su visión parece desde luego más amplia y natural que la insistencia occidental en la acción como única justificación posible de la vía espiritual; pero tampoco podemos esperar que las gentes de nuestro entorno compartan de entrada esa perspectiva más sabia y tolerante.

Entonces, ¿qué? Parece que no hay más remedio que aceptar lo que dicen los maestros antiguos: que la diferente orientación del practicante espiritual sincero le puede hacer parecer memo a ojos de la mayoría. Es así porque evidentemente uno y otros no están “jugando” a la misma cosa; Laozi y Huihai lo dicen bien claro. Y tampoco hay mayor problema en ello, salvo si hemos emprendido el camino con intención de hacernos más populares entre nuestros amigos y allegados. Suponiendo que no sea posible conseguir ambas cosas a la vez, nos enfrentamos a una encrucijada: seguir el camino de vuelta a nuestra propia naturaleza o ganarnos la aprobación de los demás. ¿Qué preferimos? Es así de sencillo.

Mi propia experiencia es que, en ocasiones samsáricas, a veces me siento como si fuese un objetor de conciencia en una fiesta de militares. Por seguir con la analogía, no es que piense que los militares son malas personas, en absoluto; sólo que no tengo afinidad con ellos ni ganas de conversar sobre sus maniobras, sus medallas y promociones, ni sobre el último modelo de tanque o cazabombardero que han comprado. Pero tampoco hay drama ni desgarro en ello; es natural. Una gran parte de nuestras costumbres sociales son palabrería hueca que no supone una comunicación verdadera de nada; el silencio y la observación amable pueden ser mucho más atentos y generosos.

Cuando se trata de familia o de antiguos amigos, está claro que los lazos de afecto siguen intactos, por mucho que uno no participe de sus intereses y proyectos, sus triunfos y derrotas. Es una paradoja, sin duda, porque aunque es verdad que la práctica nos aleja en cierto sentido de ellos, también nos acerca de manera sutil, en la medida en que –precisamente porque no trata de cuestiones biográficas, sino de la naturaleza humana común a todos– nos deja en posición de entender mucho mejor lo que está pasando dentro de ellos, y, con suerte, de poder ayudar con la alegría, compasión y afecto benevolente propios del Dharma si se presenta la necesidad.

4 comentarios:

Fael·lo dijo...

Me ha encantado esta entrada, has dado en el clavo!. La conviviencia entre este modo de vivir y la velocidad del mundo no es lo que se dice fácil. En infinidad de ocasiones me he sentido con conocidos, amigos y familiares como un bicho raro y en este texto describes a la perfección mi sentir.

Me alegra haberlo leído.

Gracias

Un abrazo muy fuerte!

Jué-shān 崫 山 dijo...

Fael·lo:

Lo has dicho muy bien. Nuestra "civilización" se ha convertido en tal campo de batalla para las identidades que cualquiera que no participe en ella se convierte automáticamente en un bicho raro (aunque sólo sea en términos estadísticos).

¡Menudo mundo hemos creado, donde los verdaderos seres humanos y quienes aprenden de ellos son una extravagancia!

Por suerte, aún hay medios para sanarse de toda esta locura...

Agustin Fernandez Del Castillo dijo...

Hola Jue - shan,


Me parece que das en el clavo en la última frase de tu post cuando dices : nos deja en posición de entender mucho mejor lo que está pasando dentro de ellos y con suerte, de poder ayudar con la alegría, compasión y afecto benevolente propios del Dharma si se presenta la necesidad.

El Amor en la acción, es el sentido de la dualidad. Lo que somos, no conoce los opuestos aunque los haga posible. Cada vez que crecen las ramas del árbol, una raíz crecerá en sentido contrario. Sus tirones, serán el campo de trabajo para que el alma y la paciencia crezca.

Y ver que ya podemos aplicar la alegría, la benevolencia, la compasión y el afecto, etc. indicará que ya hemos conocido las causas y los efectos de lo que sucede y nosotros mismos, ya no somos las ramas pretendiendo crecer al margen de las raíces.

Un saludo y espero visitar tu blog,

Agustin

http://agustinfernandezdelcastillo-eltestigo.blogspot.com/

Agustin Fernandez Del Castillo dijo...

Hola Jue - shan,


Me parece que das en el clavo en la última frase de tu post cuando dices : nos deja en posición de entender mucho mejor lo que está pasando dentro de ellos y con suerte, de poder ayudar con la alegría, compasión y afecto benevolente propios del Dharma si se presenta la necesidad.

El Amor en la acción, es el sentido de la dualidad. Lo que somos, no conoce los opuestos aunque los haga posible. Cada vez que crecen las ramas del árbol, una raíz crecerá en sentido contrario. Sus tirones, serán el campo de trabajo para que el alma y la paciencia crezca.

Y ver que ya podemos aplicar la alegría, la benevolencia, la compasión y el afecto, etc. indicará que ya hemos conocido las causas y los efectos de lo que sucede y nosotros mismos, ya no somos las ramas pretendiendo crecer al margen de las raíces.

Un saludo y espero visitar tu blog,

Agustin

http://agustinfernandezdelcastillo-eltestigo.blogspot.com/