sábado, 1 de mayo de 2010

Las negras nieves del Annapurna


Las identidades, esas fuerzas oscuras que el Buda llamó los tres venenos (confusión, codicia y aversión), siguen su marcha inexorable, como un vertido de petróleo que se extiende sin remedio. Su viscoso chapapote ha alcanzado ya las nieves perpetuas de las cumbres más altas del planeta, que están tomando un tono decididamente negruzco...

Leed si no os lo creéis esta reflexión sobre la última muerte de un alpinista ocurrida en el Annapurna, a la que ha seguido una cruda explosión de reproches que huele a ajuste de cuentas pendientes, con identidades personales y nacionales por medio:

http://www.elpais.com/articulo/deportes/circo/montana/elpepidep/20100501elpepidep_5/Tes

Parece que incluso en este aparente santuario alejado del mundanal ruido se están olvidando algunos valores que se habían preservado, como si fueran delicadas flores de invernadero, entre el colectivo de los alpinistas.

Pero esta lamentable noticia no es algo que concierna sólo a los montañeros. El que la identidad empiece a tener rienda suelta en condiciones tan adversas da una idea del poder que está acumulando, como una infección resistente a los antibióticos, en este mundo desquiciado.

Desde una perspectiva evolutiva, las condiciones de vida extremas en que se desarrolló nuestra especie quizá expliquen por qué la solidaridad y el compañerismo han sido siempre tan valiosos en el comportamiento humano; de otra manera, sin esa primitiva solidaridad tribal, el homo sapiens igual no habría superado tantas calamidades para acabar triunfando como lo ha hecho. Y es que el ser humano, tomado individualmente, es una criatura débil, sobre todo cuando se enfrenta a la naturaleza; su fuerza está en la unión.

Aún hoy, en situaciones de vida o muerte, el egoísmo individual -esencia de la identidad- cede a menudo en beneficio de la supervivencia del grupo. Quizá eso explique en parte por qué algunos sienten la llamada de la montaña como algo digamos "espiritual", aparte de deportivo -un reducto donde aún pueden experimentar los vestigios de un comportamiento humano noble que tanto escasea en nuestras ciudades y pueblos.

Es triste sin duda que la gente pierda la vida de esta manera; es preocupante que la identidad empiece a asomar su sucia cabeza e invadir terrenos que antes le estaban vedados; e incluso es un poco tonto que la gente tenga que organizar expediciones carísimas y complejísimas a países lejanos y poner su vida en riesgo para recuperar un poco de la nobleza de la vida humana.

Afortunadamente, esa misma nobleza está al alcance de todos con sólo volverse hacia dentro y dedicarse con sinceridad e integridad al camino de la auto-transformación. No hace falta arriesgar tu vida; no hace falta gastarse dinero ni buscarse patrocinadores; no hace falta competir contra otros; y desde luego que no hay que darle pie a las identidades.

La cumbre está dentro de cada uno; pero, por suerte, es la misma para todos, de modo que las cuerdas que puso Buda hace siglos y que han renovado incontables maestros desde entonces también valen para ti. Pero cada uno tiene que hacer el esfuerzo por sí mismo, no buscando la gloria personal, sino llevando a todos en el corazón, con el propósito de despejar las antiguas rutas que el tiempo desdibuja sin cesar para que los que vengan detrás también puedan ascender a la cumbre.

1 comentario:

Jué-shān 崫 山 dijo...

En honor a la imparcialidad, quiero incluir un enlace que refleja otras visiones muy distintas de la de Óscar Gogorza sobre lo ocurrido en el Annapurna. Hay una auténtica polémica al respecto y lo menos que se puede hacer es darle cancha a todas las voces:

http://www.barrabes.com/revista/noticias/2-6599/miss-oh-contesta-medio-yong_hak.html