jueves, 13 de marzo de 2008

Las deidades tántricas o yiddam

Las divinidades de meditación tántricas son uno de los aspectos más coloristas y atractivos del budismo tibetano, también llamado el “vehículo del diamante” o Vajrayana. No se sabe con certeza cuándo absorbió el budismo este sistema tántrico; parece claro que el Buda mismo nunca lo usó pero es probable que ya en una época temprana, cuando el budismo aún no se había expandido más allá de la India, algunos de sus seguidores se dedicaran a diseñarlo adaptando prácticas hinduistas al margen tanto de los grupos nómadas que predicaban el Dharma como de los monasterios que les servían como refugio durante los monzones. Como sus mismos nombres indican, estas divinidades o yiddam son de origen indio, no tibetano.

Avalokiteshvara, Tara, Vajrasattva no son seres sobrenaturales a los que se les atribuye una existencia y capacidad de intervención reales, como los ángeles y los santos del catolicismo, sino personificaciones de fuerzas inherentes en la mente humana que se nos han quedado veladas por los avatares de la existencia pero que se pueden despertar y reactivar mediante meditaciones específicas. Son unas herramientas magníficas si se sabe cómo trabajar correctamente con ellas, y un desastre si nos dejamos llevar por varios atajos seductores que acechan a diestra y siniestra en este camino.

En primer lugar, conviene desterrar desde el principio cualquier idea de que estas divinidades, a pesar de las representaciones aparentemente eróticas de algunas pinturas y estatuas, tengan nada que ver en su origen con el sexo tal como lo entendemos y practicamos en nuestra civilización de consumo. Por decirlo en pocas palabras, Vajrayoguini no es una modelo sacada de un calendario Pirelli tibetano y lo que busca el tantra auténtico es algo muy diferente de la liberación del orgasmo fisiológico; otra cosa es lo que ofrezcan sus sucedáneos occidentales.

Por otra parte, conviene tener cuidado con el orgullo que lleva a confundir el exotismo o la exclusividad de una práctica con su pretendida superioridad sobre otros métodos. Es verdad que las prácticas con yiddam pueden resultar muy tentadoras por el aura de misterio que las rodea, las cualificaciones que se presume que debe reunir el practicante y la cercanía al maestro que requieren, lo cual parece implicar una cierta confianza por su parte en la capacidad del practicante para realizarlas; pero no hay que olvidar que el camino tántrico es una vía gradual, indicada para ciertos temperamentos pero totalmente inadecuada para otros. Alguien que puede avanzar bien con estas meditaciones podría pasarlo fatal y perder el tiempo miserablemente si se le pone a trabajar con koanes y viceversa, sin que una ni otra circunstancia digan nada del mérito intrínseco de ambas vías ni del practicante, sino sólo del acierto, la honradez y el discernimiento del maestro que las recomienda. Bien visto, en último término todas las prácticas no son más que muletas. No tiene sentido alardear de que las tuyas están tuneadas en platino con diamantes engastados y alerones aerodinámicos; lo que cuenta es que te ayuden a caminar.

Dejando de lado estas tentaciones de calibre grueso, digamos, hay también un riesgo más sutil de apegarse a estas prácticas por lo gratificante que puede resultar su estética espectacular. Estas meditaciones o sadhanas han sido secretas, o por lo menos discretas, durante muchísimos años. Personalmente no creo demasiado que eso se deba a los potenciales efectos nocivos que puedan provocar si se emplean incorrectamente –tal como se suele afirmar, reforzando así su halo mágico– sino a que realmente ofrecen innumerables oportunidades para perderse por jardines varios y bastante tontorrones si uno no cuenta con la supervisión atenta de alguien que las conozca y entienda bien y pueda ahorrarnos los tropezones más habituales con sus consejos; y desde luego que el apego a las formas es uno de ellos. Ha sido sólo a partir del exilio tibetano, y del influjo de maestros Vajrayana en Occidente a partir de los años sesenta, cuando estas sadhanas se han divulgado a una escala que hace imposible la supervisión y el apoyo que requieren, aprovechando su tirón folclórico sobre un público muy susceptible a la seducción visual, como bien saben los especialistas en mercadeo. Pero el éxito numérico no implica profundidad de comprensión. Como suele ocurrir, tampoco aquí nos podemos quedar en las meras formas; hay que ir más allá o las prácticas pierden su eficacia.

Una derivada quizá inevitable de esta tendencia a divulgar las sadhanas a gran escala es el relajo correspondiente en su orientación. En previsión de posibles extravíos, al menos esto debería quedar bien claro: las meditaciones tántricas budistas no están pensadas para conseguir cosas en beneficio propio. Avalokiteshavara no nos va a ayudar a encontrar novio; Tara no está ahí para que encontremos un piso de alquiler; Vajrasattva no va a aparecer detrás de una nube cada vez que nuestro jefe intente acosarnos. Por desgracia, tampoco es que los occidentales seamos pioneros en esta insensatez: aberraciones de esta ralea sólo suponen la adaptación a nuestro entorno del uso bastardo del budismo mezclado con superstición popular en los Himalayas, donde a Tara –la deidad que promueve el desarrollo de intenciones correctas– se la invoca en ocasiones como fuerza protectora de los yaks para evitar que se pierdan cabezas de ganado. Y es que hay algunos entre nosotros que se ríen de las estampitas de santos y las devociones marianas pero pierden la cabeza cuando alguien practica exactamente lo mismo entonando salmodias guturales y ataviado con los coloristas atuendos procedentes del “techo del mundo”.

Bueno, diréis, y si no sirven para nada de lo anterior, ¿de qué valen estas deidades tan esquivas? Muy sencillo. Son herramientas para enfrentarse a las tres raíces malsanas, las tres identidades de confusión, codicia y aversión, como trabajo preliminar, indispensable antes de acometer otras fases más avanzadas de meditación. A mí me gusta pensar en estos yiddam como si fueran los TEDAX budistas, listos para aplicarse a la desactivación de explosivos que las identidades han ido plantando en la mente a lo largo de nuestra vida. Como todos los métodos, se usan y luego se dejan atrás; después, algunos podrán seguir en el camino tántrico con otras prácticas y otros podrán derivarse hacia vías paralelas. No son, por tanto, motivo para el orgullo, la fascinación o el apego, pero sí una muestra más de la variedad de recursos que emplea el Dharma y de lo absolutamente esencial que resulta para el camino el trabajo de limpieza y neutralización de los venenos acumulados en la mente. Una vez nos hayamos desembarazado de esa pesada carga, sin caer en ninguna de las trampas antes mencionadas, estaremos en condiciones de acometer la escalada de cimas más altas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cuál es la diferencia entre que sean energías de la mente, o cualidades de esta, de la existencia de estas deidades?
Quiero decir, para mi no se trata de saber si existen o no en tanto extensión(como cuerpo). Pero si que existen en forma de energía, que pueden visualizarse y ayudar a ese proceso de purificación del que mencionas en tu artículo.
En muchas experiencias transpersonales suelen aparecer deidades arquetípicas, de las cuales una persona nunca ha tenido contacto, ni tan siquiera pertenecen a su cultura o tiempo.
Personalmente utilizo a Tara para mis meditaciones,y a medida que voy elevando mi nivel vibracional, o liberando esas cualidades que representan Tara en mi mente, voy sintiendo como me preparo para un tipo de meditación más profunda. Lo veo como un acto de purificación y de comprensión por parte de la deidad, que te empuja delicadamente a que entiendas la naturaleza de tu mente.
Y bajo mi punto de vista, a la gente supersticiosa que suele utilizar las deidades bien sean de los santos cristianos o de cualquiera otro tipo de religión, me parece una forma de entender la vida, que no es para nada despreciable. Y no necesariamente presuponga que esa gente esté encerrada en un apego bobalicón. Para mí es una forma de pensamiento mágico muy útil que creo que estimula mucho el potencial creativo.

Jué-shān 崫 山 dijo...

Xankaisen,

Para el Dharma de Buda, todo está en la mente, en forma de ilusión. Ser humano significa estar dotado de una mente y de unos sentidos que son incapaces de captar la realidad tal cual es. Toda la información que nos llega desde fuera viene filtrada y moldeada a través de esos canales: el resultado es que todo lo que experimentamos es ilusión, es decir, no es una representación fiel de lo que hay ahí fuera. Una mosca, dotada de sentidos diferentes, percibe una “realidad” muy distinta de la nuestra. Eso en sí no es un problema; el problema surge cuando interpretamos que la ilusión que captamos es real, la convertimos en nuestra referencia y ajustamos nuestra vida a ese engaño, cuyo principal rasgo es la separación. La consecuencia inevitable es el sufrimiento.

Por supuesto que cada uno es libre de utilizar e interpretar las cosas a su manera, siempre que no haya engaño o perjuicio para otros. Pero para el Dharma hay una prioridad muy clara: Buda la llamaba la liberación inconmovible del corazón, es decir, de la mente pura, que nos puede aportar la aproximación más íntima a la realidad de la que es capaz el ser humano. Nadie está obligado a seguir el camino budista, pero tampoco le puede hacer daño a nadie saber para qué se han diseñado sus diversos métodos.

Tara también es una ilusión de tu mente pero, curiosamente, es una ilusión que se ha creado específicamente para acabar con otras ilusiones nocivas y allanar el camino para ese acercamiento mínimamente ilusorio a la realidad. Nada de lo que se haga con Tara o con otras prácticas tiene por qué parecer despreciable, que es un término bastante fuerte; pero eso tampoco quiere decir que cualquier cosa que se haga con ellas sea igualmente válida. Dices que la gente considerada supersticiosa emplea un pensamiento mágico útil que estimula el potencial creativo; bien, es una manera de ver las cosas. Pero date cuenta de la ironía que supondría aplicar ese mismo pensamiento mágico a Tara y usarla para multiplicar las ilusiones en vez de para disolverlas… un poco como esa gente que se compra 4x4s estratosféricos, carísimos y muy contaminantes para luego limitarse a usarlos para hacer la compra o llevar y traer a los niños a la escuela. ¿Despreciable? No. Es sólo una pena, por el desperdicio de tiempo y energía que se podrían haber dedicado más provechosamente a avanzar en el camino de la liberación irrevocable del corazón.

purna lok dijo...

Muy de acuerdo con Jué-Shán.Crítica algo ácida pero pre-clara.Tremenda confusión de la espiritualidad/fashion buscando en la lejanía lo que, en diferentes lenguajes y culturas, está en todas partes, dentro y alrededor nuestro. ¡Qué difícil amarnos y aceptarnos en la aparente diversidad! Ya sabeis que el orgullo, la arrogancia,es lo último que cae.. Ya sabeis que si uno cree verdaderamente en Tara, o Jesucristo/Sananda,pasan realmente cosas. Ya sabeis que si proyectamos esa misma calidad de creencia en una piedra o en una mosca,tambien pasan cosas.Todo es Mente.Sólo es una cuestión de auténtica fé.Saludos cordiales a todos los hermanos.Namaste.Om nama Shivaya