domingo, 26 de septiembre de 2010

Racionalismo crítico y teorías conspirativas

Una vez más, saco al cuerpo principal del blog el comentario de un lector a la entrada anterior (Goliat 0, David 1) junto con mi respuesta. Como siempre, la idea no es quedar por encima ni tener la última palabra, sino aclarar posibles malentendidos, también con vistas a terceros.

Si me permites, voy a ser un poco crítico con tu entrada...

¡Claro, hombre! Si apuesto por la investigación libre y crítica, ¿cómo no voy a aceptar una crítica de lo que escribo? Pero vamos a analizarla detenidamente, porque hay cosas que comparto y otras que no.

Efectivamente, hay personas que van ciegas creyendo que lo correcto es solamente aquello que va contra la versión oficial, pero también hay personas que consciente o inconscientemente arremeten contra ellos. Otros, son extremistas del punto medio. Me refiero con estos a los que no se atreven a criticar a unos u otros, por mera inseguridad, a menudo disfrazado de intelectualidad y/o falsa inteligencia. Pero si te fijas bien, todos ellos son distintas versiones de una misma cosa.

Claro que existen conspiraciones. Y todas son la misma: la conspiración de la identidad contra la verdadera naturaleza del ser humano, y todas se manifiestan de millones de formas distintas. Se manifiestan en los del grupo Bilderberg (que existe en verdad), creyendo que son los grandes amos del mundo, y en los que protestan delante buscando ser los aclamados o los grandes héroes liberadores. Se manifiestan en la codicia desmedida de las empresas farmacéuticas, pero también en los pobres diablos que buscan remedios basados en prejuicios.

Sé que el club Bilderberg existe; no se esconde en absoluto y de hecho este verano celebró una reunión en Sitges. Y es indudable que, en términos sociales, sí son “los amos del mundo”: políticos y financieros, que concentran en sus manos una enorme capacidad para influir sobre las vidas de otras personas (en épocas pasadas también habrían figurado religiosos y militares entre ellos, pero hoy el poder discurre por otros cauces).

Lo que no veo es que eso sea tan distinto de las reuniones que celebra cualquier consejo de administración de empresa o cualquier ejecutiva de partido político: debatir cómo beneficiarse de las circunstancias presentes y anticiparse a las futuras, en un terreno de juego donde impera una competencia feroz más o menos regulada por un régimen jurídico que cada uno respeta en grados diferentes, a menudo buscando espacios entre lo descaradamente ilegal y lo meramente ilegítimo. Esas son las reglas del juego mercantil y político que rigen en nuestra sociedad.

Por eso, más que un siniestro conciliábulo, el club Bilderberg me sugiere una feria comercial donde uno se da a conocer, vende sus productos y busca alianzas y mercados: es simplemente un caso más patente de los mismos manejos del poder que la gente asume y acepta en su vida diaria siempre que les reporten beneficios a ellos también. Pero aceptar una cosa cuando conviene y denunciarla cuando nos resulta desfavorable no parece una postura muy digna ni coherente, ¿verdad?

No es que me parezca fantástico el club; es que la sociedad que lo sustenta me parece igualmente reprobable, y creo que ahí es donde hay que dirigir el ataque. Es fácil cargar contra las manifestaciones más escandalosas del sistema capitalista pero luego seguir en nuestra vida cotidiana con las mismas conductas que le dan fuerza –por ejemplo, cambiando de móvil cada año para siempre tener uno de última generación (cosa que, si usas transporte público, verás que a menudo hacen no sólo los “triunfadores” sino también personas de recursos económicos aparentemente modestos).

Vivimos en un mundo de codicia, pero mucha gente busca primero cómo encajar en ese modelo y aprovecharse de sus oportunidades; sólo después, una vez han fracasado en el intento, se ponen a denunciarlo. ¿Realmente es válida esa postura? Ahora, por ejemplo, hay multitud de jóvenes que no encuentran empleo; algunos ya reniegan abiertamente del mundo que les han dejado sus padres. Pero ¿qué habría pasado si, por ejemplo, en vez de rechazarles en innumerables entrevistas de trabajo les hubieran contratado enseguida en una gran multinacional? ¿Seguirían siendo antisistema o se habrían amoldado a las injusticias del capitalismo, con todos sus beneficios colaterales para los que han encontrado un hueco dentro de él? Son preguntas incómodas, pero necesarias si queremos sacar a la luz las motivaciones últimas de cada cual y la posible influencia de las identidades subliminales.

Por eso considero tan valioso el modelo de Siddhartha Gautama: él sí que estaba en la cima de la pirámide social, con acceso inmediato a todas las satisfacciones que este mundo puede ofrecer, y aun así renunció a ellas a cambio de una vida de mendigo en busca de la verdad. Esa renuncia, viniendo de alguien que conoce de primera mano la seducción del éxito, vale más para mí que la de quien jamás se ha aproximado a la vana gloria del mundo y por eso la rechaza fácilmente. Es algo que cada uno podemos repetir si queremos, aunque a otra escala, renunciando a la raíz de la injusticia social, que son las actitudes, intenciones y comportamiento gobernados por la codicia, la confusión y la aversión –no importa si uno está en Sitges rodeado de magnates y potentados o en la tienda de Movistar de la esquina.

Al final es todo una lucha entre identidades, y entrar en ellas y favorecer a unas y otras (aunque sea entre palabras) no hace más que reforzar aún más la de uno mismo...

Desde luego, nada solivianta tanto a la identidad como sentirse atacada… sobre todo si es por otra identidad. Pero si lees con un poco más de atención, creo que verás que el sentido de la entrada del blog no era más que avisar de que hay un elemento de análisis crítico y racional que debemos tener en cuenta a la hora de evaluar las cosas y que suele faltar en las teorías conspirativas; nada más.

Por eso es mejor no entrar en política y tener cuidado cuando eliges ejemplos particulares porque casi con toda seguridad estarán infectados y tú alienado hacia uno de ellos (aunque sea sin darte cuenta).

Realmente no veo relación entre esto y la entrada; ¿estás seguro de que la has entendido bien? En el fondo, lo que quería decir se ajusta bastante a estas advertencias de un destacado pensador del siglo XX, autor de importantes reflexiones sobre filosofía de la ciencia: “Si no somos críticos, siempre encontraremos lo que queremos: buscaremos y encontraremos confirmaciones, y apartaremos la mirada y dejaremos de ver cualquier cosa que suponga un peligro para nuestras teorías favoritas. De esta manera es sumamente fácil obtener lo que parecen ser pruebas abrumadoras a favor de una teoría que, si la hubiéramos enfocado de manera crítica, habría sido refutada”.

Sin duda, Karl Popper lo expresa mejor y más sucintamente que yo; probablemente habría sido mejor citarlo sin más… ¡pero también menos divertido!

Intentaré ser más claro la próxima vez.

Saludos a ti también.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Goliat 0, David 1

En este mundo tan complejo, donde tanta gente se siente alienada por la sociedad de consumo, aprisionada por estructuras de poder que les excluyen y manipulan, o simplemente confundida por el diluvio de informaciones y la presión de la conformidad social, es fácil sobre-reaccionar en sentido opuesto y cultivar un victimismo suspicaz según el cual los grandes acontecimientos que trascienden a los medios y marcan el rumbo de la historia responden a las maquinaciones de distintos grupos de poder: la famosa conspiración judeo-masónica, el oro de Moscú, la gran banca, el protocolo de los sabios de Sión, la industria farmacéutica, el club Bilderberg… La lista es interminable, con entradas para todas las ideologías.

Pero la realidad no siempre es tan dócil como parece; una cosa es enardecer a los contertulios en la barra de un bar, y otra buscar la verdad con paciencia, rigor y tenacidad. Para empezar, hay un defecto formal de razonamiento en muchas de esas alegaciones: la noción de que si las cosas han producido un resultado digamos que de +5, es porque hay un individuo o grupo que quería exactamente ese +5. Eso se acerca bastante al animismo primitivo: como ha caído un rayo sobre esa roca y la roca se ha partido y luego se ha desplomado sobre la choza del vecino, eso quiere decir que los dioses le odiaban a mi vecino y por eso lo han matado. Según esa visión, detrás de cada acontecimiento, sea un arco iris o un terremoto, siempre hay “alguien”, al que además se le suelen atribuir las motivaciones humanas más rastreras. Aunque suene burdo, tampoco es tan distinto de cuando tropezamos con una piedra en el campo y nos revolvemos para darle una patada (¡para que escarmiente, claro!)… o de cuando buscamos culpables y tramas ocultas para explicar sin despeinarnos los enigmas más complejos de la historia.

En realidad, como sabe cualquiera que haya tenido una mínima experiencia tratando a colectivos humanos, el aparente resultado final de prácticamente cualquier acción que analicemos es consecuencia de la combinación de múltiples factores, a menudo divergentes o incluso contrapuestos entre sí, de modo que no se ajusta al 100% al impulso ni a los deseos de uno solo de los implicados. A lo mejor uno quería +78, otro -137 y otro +64: al final, a igualdad de fuerzas, todos se quedan en +5. Evidentemente, siempre habrá gente más o menos satisfecha con el resultado (y desde luego personas o grupos con más poder para promover sus intereses), pero es importante darse cuenta de que hay muchos ingredientes que determinan el potaje final. La vieja fórmula del cui prodest? (¿a quién beneficia?) no siempre vale para identificar al culpable, porque a menudo no existe un responsable único.

Además, con independencia de la verdad o falsedad de cada alegación –que hay que estudiar de forma individual y pormenorizada, aplicando la investigación libre y crítica– también hay por suerte ocasiones en las que el pez chico se come al grande, como muestra este enlace:


El descubrimiento del doctor Nissen, aparte de una buena noticia para los diabéticos que de ahora en adelante ahora no incurrirán sin saberlo en altos riesgos de infarto, aporta otro dato que debemos incluir en nuestra fórmula magistral: que esta sociedad, con todo lo injusta y disfuncional que es, también ofrece sustanciosas recompensas a quien sea capaz de ir en contra de las verdades establecidas y demostrar, como en el cuento, que el emperador está desnudo. Eso no exculpa ni justifica al sistema capitalista; tampoco garantiza que David siempre vaya a vencer a Goliat, aunque tenga la razón de su parte; lo único que hace es debilitar un poco la tentación de darle más credibilidad a cualquier explicación alternativa de los hechos sólo porque va en contra de la versión oficial.

Así pues, no es que tengamos que creernos a pies juntillas cualquier noticia que nos ofrezcan los medios de comunicación de masas sin ir más lejos, el sorprendente exceso de celo de la OMS sobre la supuesta pandemia de gripe A muestra con claridad los riesgos de semejante actitud. Pero sí hay que investigar mínimamente y de forma imparcial las perspectivas de todos los implicados en cualquier polémica. Eso quizá no nos libre para siempre jamás de cometer errores, pero los hará menos probables y nos mantendrá más en contacto con la realidad. En consecuencia, nuestro camino en el Dharma tendrá una base más sólida y así estaremos mejor preparados para ayudar a los demás, que es de lo que se trata en definitiva: de ofrecer un apoyo más firme en la realidad, no de vender fantasías consolatorias o escapistas para seguir enfangados en lo de siempre, sólo que ahora agradablemente narcotizados.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ni sí ni no, sino todo lo contrario

Hoy día es relativamente fácil encontrar textos de los antiguos maestros, incluso en español. La gente puede leer a Bodhidharma o Huineng y creer que con eso los entiende. El problema es que a menudo esos textos acaban por despistarnos en vez de orientarnos, según cómo los leamos; porque si nos quedamos en la letra sin entrar en su espíritu, cualquiera puede encontrar aparentes contradicciones entre ellos y, si no anda con cuidado, liarse a discutir con propios y extraños usando las palabras como armas arrojadizas.

Pero las palabras no son lo importante; son una ventana abierta a la mente de quien las usa, cierto, pero no son lo mismo que la experiencia que intenta expresar esa mente al usarlas. En el camino budista se atiende a todas las etapas que dan origen a las palabras. En primer lugar, hay una experiencia cruda; a su vez, esa experiencia genera una respuesta interna del sistema; la respuesta pasa luego a la cognición, donde se elabora; y sólo entonces se asocia con una o varias palabras. La secuencia, por tanto, es:

Experiencia > respuesta interna > “traducción” cognitiva > palabra(s)

Lamentablemente, nuestra cultura a menudo pasa por alto la serie completa para centrarse de manera preferente en su único resultado manifiesto, la palabra, que es lo que usa como moneda de cambio. Así, las experiencias desaparecen y las palabras ocupan su espacio, como si fuesen autónomas. Una similar idolatría formal ha llegado incluso a artes marciales como el Qigong o el Taiji, donde (al menos en mi experiencia) lo que se transmite no son las experiencias que dieron origen a las formas, sino la mera “cáscara” de las posturas corporales. Evidentemente, eso le roba toda la profundidad a la expresión de que se trate –ya sea taiji, música o haikus– y lo convierte en un producto adocenado, más fácil de vender pero también más pobre.

Para evitar la tentación de las disquisiciones teóricas y las disputas doctrinales sobre el budismo, nuestro viejo conocido, el maestro Dazhu Huihai, aporta algún buen antídoto que otro. Veamos qué tiene que decir al respecto.

La primera respuesta ocurre tras un intercambio con un huésped del monasterio, en el que Huihai le había aclarado las funciones de varias clases de maestros budistas (Vinaya, Dharma y Chan). Entonces, el huésped volvió a preguntarle:

“El confucionismo, el daoísmo y el budismo ¿vienen a ser una sola doctrina o tres?”
            Huihai: “Cuando los emplean los de gran capacidad, son lo mismo; cuando los entienden los de intelecto limitado, son diferentes. Todos ellos brotan del funcionamiento de la única propia naturaleza. Son los puntos de vista que siguen a la diferenciación los que los convierten en tres doctrinas. El que una persona siga inmersa en la delusión o alcance la iluminación depende de esa persona, no de las diferencias o la similitud de la doctrina”.

Parece claro que el criterio de verdad que maneja Huihai –y por extensión los maestros del Dharma– no se limita a lo que oyen los oídos o leen los ojos, sino que va más allá, a un ámbito que se empieza a divisar con la práctica sincera del Dharma. La verdad y el engaño son una circunstancia del individuo, según esté o no alineado con su propia naturaleza; no son propiedades intrínsecas de las palabras, sean sueltas o agrupadas.

El venerable Chih, que solía exponer el Sutra Avatamsaka, preguntó, “¿Por qué no admite que los bambús frescos y verdes son el Dharmakaya (la realidad última) y que los montones exuberantes de flores amarillas no son otra cosa que prajna (sabiduría trascendental)?”
            Huihai: “El Dharmakaya es inmaterial, pero se vale de los bambús verdes existentes para revelarse. Prajna no diferencia, sino que se vale de las flores amarillas para manifestarse. Estas flores amarillas y bambús no poseen ellos mismos prajna o el Dharmakaya. Por tanto se dice en un sutra: ‘El verdadero Dharmakaya de los Budas se asemeja a un vacío; se revela a sí mismo en respuesta a las necesidades de los seres vivos como la luna que se refleja en el agua’. Si las flores amarillas fueran prajna, entonces el prajna sería idéntico a los objetos inanimados; si los bambús verdes fueran el Dharmakaya, entonces serían capaces del funcionamiento responsivo del Dharmakaya. ¿Lo entiende, venerable señor?”
            Chih: “No, no lo entiendo”.
            Huihai: “Los que han percibido su propia naturaleza estarán en lo correcto ya digan que esas cosas son prajna y el Dharmakaya o que no lo son; porque cumplirán su función de acuerdo con las circunstancias imperantes sin verse obstaculizados por la concepción dual de ‘correcto’ e ‘incorrecto’. En cuanto a las personas que aún no han percibido su propia naturaleza, cuando hablan de bambús verdes forman un concepto rígido de bambús verdes como tales; y, cuando hablan de flores amarillas, forman el mismo tipo de concepto rígido. Además, cuando hablan del Dharmakaya eso se convierte en un impedimento para ellos, y hablan de prajna sin saber lo que es. Así pues, todo lo que dicen se queda en el nivel del debate teórico”.
            Chih se inclinó en señal de agradecimiento y se retiró.

La conclusión es clara: hay que ir a la esencia de las cosas, no quedarse atrapado en las formas seductoras ni dejarse enganchar en las zarzas de los interminables debates llenos de identidad. La vara de medir es la experiencia, no las palabras en sí. De hecho, las mismas palabras pueden ser una respuesta correcta en un caso e incorrecta en otro, según quién y en qué circunstancias las diga.

Esto choca de frente con nuestra mentalidad racional, tan dependiente de la lógica verbal, pero es esencial en el Chan. Entenderlo bien puede ahorrarnos años de extravío estéril.

martes, 7 de septiembre de 2010

En nombre de la Ley

El maestro Shānjiàn recuerda de su infancia en Inglaterra cómo aún había ocasiones en que la policía, al perseguir por la calle a un presunto delincuente, podía gritar “¡Alto en nombre de la ley!” y todo el mundo se detenía, fuese lo que fuese lo que estaban haciendo –incluso el presunto delincuente.

Para mí fue una gran sorpresa oír esta historia, porque hasta entonces sólo conocía la expresión por los tebeos de la cutre España tardofranquista y pensaba que era una convención fantasiosa para darle algo más de color a sus peripecias. Nunca me imaginé que pudiera haber existido (y menos funcionado) en realidad.

Dice Laozi en el Dao Jing 32:

道常無名樸。
樸雖小天下莫能臣也。
侯王若能守之, 萬物將自賓。
天地相合以降甘露, 民莫之令而自均。


“El Dao eterno es sin nombre, llano y sencillo.
Aunque insignificante, no hay nadie en el mundo que pueda sojuzgarlo.
Si los marqueses y reyes fueran capaces de guardarlo,
todos los seres vivos seguirían espontáneamente su propia naturaleza.
Cielo y Tierra se unirían el uno con el otro para descargar dulce rocío,
nadie recibiría órdenes y sin embargo (todos) se equilibrarían por sí mismos”.

¿Qué da a entender Laozi en estas líneas? Algo parecido al ejemplo anterior de civismo británico, aunque en un plano más íntimo y profundo.

Hay una ley natural, el Dao, que está inscrita en la naturaleza de todas las cosas y los seres vivos. De todos ellos, el ser humano es el único que la ha emborronado al escribir sobre ella cientos o miles de otras reglas, normas, mandamientos y principios propios de su desarrollo malsano. Pero, a pesar de todas las tropelías que comete, el ser humano es incapaz de destruir su propia naturaleza; por eso puede regresar al Dao. Ése es el camino que muestra Laozi.

En un mundo ideal, los líderes de la sociedad conocerían y seguirían esta ley no escrita, y al hacerlo se alinearían con el orden natural de las cosas, del que el ser humano forma parte también. La gente, al llevar la ley inscrita en sus corazones, no necesitaría estímulos o coacciones externas para comportarse de manera natural y correcta.

En el mundo “real”, sin embargo, sabemos que a menudo hace falta mucha determinación, ánimo y perseverancia para siquiera echar a andar por la senda que lleva a la unión de Cielo y Tierra, y con suerte más allá.

Así pues, gracias a Buda, Laozi y otros maestros, nosotros podemos darle la vuelta ahora a la exhortación de los bobbies ingleses y proclamar en voz alta “¡Adelante en nombre de la Ley!”, sabiendo que esa Ley no es el código civil de ninguna nación existente sino la ley natural de equilibrio y armonía entre todas las cosas que llamamos Dharma y Dao.

¡Qué fantástico sería si los maestros de verdad pudieran salir a la calle, gritar “¡Adelante en nombre de la Ley!” y que todo el mundo dejara de inmediato lo que estuviera haciendo, sin importar lo que fuera, para ponerse a practicar el camino de vuelta a casa!

Francamente, no creo que vaya a ocurrir en un futuro próximo. Y, sin embargo, nosotros seguimos diciéndolo, para quien pueda y quiera escuchar…

Adelante en nombre de la Ley.

viernes, 27 de agosto de 2010

El pensamiento como sistema y la mente que gira sobre sí misma

Me ha parecido interesante incluir aquí una respuesta, acompañada de una larga cita de David Bohm, que preparé hace poco para un amigo que me había escrito dos largas cartas, llenas de palabras, argumentos y justificaciones, sobre las relaciones entre hombres y mujeres en esta nueva era: unas relaciones que siguen arrastrando todas las complicaciones ancestrales derivadas de la asimetría de sus respectivos relojes biológicos, sólo que aumentadas ahora por los desajustes que han provocado los fluctuantes roles sociales de unos y otras tras la “emancipación” femenina, y aderezadas con generosas dosis de incomprensión y reproches provocados por ese desencuentro.

En una cosa estoy de acuerdo con esas mujeres reivindicativas de las que hablas: en que ya no hay hombres. Lo que pasa es que, al denunciarlo, se les olvida la otra cara de la moneda: que tampoco hay mujeres de verdad.

Antes no lo veía así, pero después de mi aprendizaje en el Dharma esto para mí está muy claro: que somos una sociedad de hombres y mujeres incompletos, mutilados, que no se entienden a sí mismos ni tampoco unos a otros, pero que de todas formas quieren seguir teniendo “relaciones satisfactorias”. ¡Qué locura!

Está claro lo que quieren las mujeres: un hombre que sea buena persona; inteligente; con buen físico; sensible; alto; culto y educado; maduro pero con espíritu juvenil; varonil; compañero fiel; atento y considerado pero capaz de tomar el mando cuando las circunstancias lo requieren; con sentido del humor; ‘manitas’ en casa pero dispuesto a ayudar con los niños y la cocina; y, sobre todo, que esté locamente enamorado para siempre de ellas –y sólo de ellas.

Eso me recuerda a otro sueño, esta vez típico de los hombres: un coche que sea a la vez todoterreno y descapotable, con la potencia de un Porsche pero que gaste poca gasolina y sea ecológico como un Prius, amplio como un Hummer pero que se aparque como un Smart, duro y resistente como un Jeep pero llamativo y elegante como un Jaguar… y, si es posible, con un grifo de cerveza bien fría incorporado en el salpicadero y atendido por una azafata guapísima, simpatiquísima y sumamente liberal.

Me parece que las probabilidades de unos y otras de encontrar el objeto de su fantasía son aproximadamente las mismas… o, si acaso, mayores para los hombres (por el coche, no por la azafata).

En definitiva, insistir en ese camino es apostar a caballo perdedor. Todos hemos sido condicionados desde el nacimiento, e incluso antes, de manera que estamos impregnados de ese condicionamiento incluso cuando creemos que nos rebelamos contra él. Es cuestión de capas: siempre hay otra más profunda y, al fondo, está la mente que lo controla y manipula todo lejos de nuestra vista. Vivimos en la mente, con la mente y para la mente. Y el gran combustible de esa mente son las palabras. Al respecto hay unas reflexiones de David Bohm, un físico estadounidense muy interesado en cuestiones de ésas que llamamos “espirituales”, que resultan bastante sugerentes:

Así pues, uno se empieza a preguntar qué le va a ocurrir a la especie humana. La tecnología sigue avanzando con poderes cada vez mayores, ya sean para el bien o para la destrucción. […] ¿Cuál es la fuente de todos estos problemas? Lo que estoy diciendo es que la fuente es básicamente el pensamiento. Mucha gente opinaría que esa afirmación es una insensatez, porque el pensamiento es lo único que tenemos para solucionar nuestros problemas. Eso es parte de nuestra tradición. Sin embargo, parece como si la cosa que empleamos para solucionar nuestros problemas fuese la fuente de nuestros problemas. Es como ir al médico y qué él te haga enfermar. De hecho, en el 20% de los casos clínicos parece que ocurre eso. Pero en el caso del pensamiento, es mucho más que el 20%.

[…] La presunción tácita general del pensamiento es que sólo te dice cómo son las cosas y no hace nada más –que “tú” estás ahí dentro, decidiendo qué hacer con la información. Pero tú no decides qué hacer con la información. El pensamiento te maneja. El pensamiento, sin embargo, te da la falsa información de que tú lo manejas a él, que tú eres el que controla al pensamiento, cuando, en realidad, es el pensamiento el que nos controla a cada uno de nosotros.

El pensamiento está creando divisiones a partir de sí mismo y luego diciendo que están ahí de manera natural. Ése es otro gran rasgo del pensamiento: el pensamiento no sabe que está haciendo algo, y luego se pelea contra lo que está haciendo. No quiere saber que lo está haciendo. Y el pensamiento se pelea con los resultados, intentando evitar esos resultados desagradables mientras que sigue adelante con esa manera de pensar. Eso es lo que llamo ‘incoherencia sostenida’.

[…] Lo que quiero decir por ‘pensamiento’ es todo –el pensamiento, el sentimiento, el cuerpo, la sociedad entera que comparte pensamientos –todo es un mismo proceso. Para mí es esencial no parcelarlo, porque todo es un solo proceso; los pensamientos de otra persona se convierten en mis pensamientos, y viceversa. Por tanto, sería erróneo y engañoso separarlo en mis pensamientos, tus pensamientos, mis sentimientos, estos sentimientos, aquellos sentimientos… Diría que el pensamiento crea lo que en idioma moderno a menudo se llama un sistema. Un sistema quiere decir un conjunto de cosas o partes conectadas. Pero, tal como la gente usa el término hoy en día, significa algo cuyas partes son todas interdependientes –no sólo para su acción mutua, sino también para su sentido y para su existencia. Una empresa se organiza como un sistema –tiene este departamento y ese departamento y aquél otro. No tienen sentido por sí solos; sólo pueden funcionar juntos. Y el cuerpo también es un sistema. En cierto sentido, la sociedad es un sistema. Etcétera.

De la misma manera, el pensamiento es un sistema. Ese sistema no sólo incluye los pensamientos, sentimientos y emociones, sino que incluye al estado del cuerpo; incluye a la sociedad entera –ya que el pensamiento se transmite de persona a persona en un proceso mediante el cual el pensamiento ha evolucionado desde la antigüedad. Todo sistema está constantemente sumido en un proceso de desarrollo, cambio, evolución y transición estructural… aunque hay ciertos rasgos del sistema que se vuelven relativamente fijos. A eso lo llamamos la estructura… El pensamiento ha estado en constante evolución y no podemos decir cuándo comenzó esa estructura. Pero con el crecimiento de la civilización se ha desarrollado considerablemente. Probablemente se trataba de un pensamiento muy sencillo antes de la civilización, y ahora se ha vuelto muy complejo y ramificado y contiene mucha más incoherencia que antes.

Ahora bien, lo que yo digo es que este sistema tiene un fallo dentro –un “fallo sistémico”. No es un fallo aquí, acá o allá, sino un fallo que existe por todo el sistema. ¿Puedes imaginarte eso? Está en todas partes y en ninguna. Puedes decir, “Veo un problema aquí, así que voy a aplicar mis pensamientos a este problema”. Pero “mi” pensamiento es parte del problema. Tiene el mismo fallo que el fallo que estoy intentando observar, o un fallo similar.

El pensamiento está constantemente creando problemas de esta manera y luego intentando resolverlos. Pero en cuanto intenta resolverlos los empeora, porque no se da cuenta de que los está creando y, cuanto más piensa, más problemas crea.

Aunque Bohm no lo diga abiertamente, que yo sepa, la conclusión que se desprende de lo que afirma es chocante y provocativa: que estamos viviendo una descomunal alucinación colectiva, programada en el seno de la sociedad de forma más o menos inconsciente y automática mediante condicionamientos explícitos (escolarización, religión, servicio militar) y velados (familia, amigos, vida social). Esa alucinación empieza por “olvidar” lo que somos y desde ahí contamina los demás aspectos de la experiencia de cada aparente individuo –relaciones, trabajo, vida familiar, todo.

Para el Dharma todo eso es un error, evidentemente; no lo dice exactamente igual, pero se acerca bastante. La buena noticia es que hay otra manera de vivir en la que las manchas de nuestra naturaleza visceral, emocional y mental se limpian y el pensamiento cognitivo pasa a ser una herramienta nada más y no el jefe; es decir, se disuelve el espejismo, o al menos la seducción paralizante que ejercía sobre nosotros. La forma de hacerlo es con prácticas que se adentran en la parte no cognitiva de la mente –con meditación, enseñanzas y observación. Nadie lo puede hacer por ti; cada uno lo tenemos que hacer nosotros mismos. No es de extrañar que a pocos les interese, porque no hay recompensas muy golosas ni evidentes… “sólo” la posibilidad de acceder a la verdadera naturaleza humana, que el pensamiento no puede tocar, y recuperar nuestra integridad como hombres y mujeres no separados, en unidad con todo lo que existe.

Por eso, si lo ves claro, llega un momento en que las palabras quedan atrás. No es que no las uses más; es que ya no confías en ellas ni en el pensamiento cognitivo como manera de transformar la realidad y tu experiencia de ella. Ése es el momento en el que das el salto a la práctica y empiezas a aprender otro “lenguaje” y a tener otro tipo de experiencias.

La puerta siempre está abierta, pero pocos son los llamados… y, como dice Shanjiàn, pocos se eligen a sí mismos.

jueves, 19 de agosto de 2010

Shitou Xiqian: el canto de la choza de paja

He construido una choza de paja donde no hay nada de valor.
Después de comer, me relajo y disfruto de una siesta.
Una vez la terminé, brotaron nuevas hierbas;
ahora ya la he habitado –y está cubierta de maleza.
La persona de la choza vive en calma aquí,
sin apegarse a dentro, fuera, ni entre medias.
No vive en los lugares donde vive la gente mundana;
no ama los reinos que ama la gente mundana.
Aunque la choza es pequeña, incluye el mundo entero.
En tres metros cuadrados, un anciano ilumina las formas y su naturaleza.
El bodhisattva Mahayana confía sin dudar;
los de capacidad media o baja no pueden evitar preguntarse:
¿aguantará esta choza o no?
Ya sea perecedera o no, el maestro original está presente,
sin morar en el sur o el norte, en el este o el oeste;
firmemente asentada en la estabilidad, es insuperable.
Una ventana reluciente bajo los verdes pinos –
ni los palacios de jade ni las torres bermejas se le pueden comparar.
Simplemente al sentarse con la cabeza cubierta, todas las cosas descansan.
Así este monje de montaña no entiende en absoluto;
vive aquí y ya no se afana en liberarse.
¿Quién iba a arreglar vanamente los asientos, intentando seducir a los huéspedes?
Gira la luz para que alumbre hacia dentro, y luego regresa sin más;
la vasta fuente inconcebible no se puede afrontar ni evitar.
Encuentra a los maestros ancestrales, familiarízate con sus instrucciones,
ata pajas para construir una cabaña, y no te rindas.
Suelta centenares de años y relájate por completo.
Abre las manos y camina con inocencia:
los miles de palabras y miríadas de interpretaciones
sólo existen para liberarte de obstrucciones.
Si quieres conocer a la persona inmortal de la choza,
no te separes de este saco de pellejo aquí y ahora.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Trampas en el solitario


Ayer, leyendo un manual de Qigong, me crucé con una frase en la que el autor afirmaba que si esta gimnasia energética china es tan popular en todo el mundo, aun sin contar con el apoyo de las grandes compañías farmacéuticas ni del estamento médico internacional, es porque funciona.

Se me ocurre otra explicación posible, que se puede aplicar lo mismo al Qigong que a la astrología o –¿por qué no? – a los supuestos progresos espirituales de los que algunos alardean en público tras haber realizado un cursillo de meditación. Se trata de la disonancia cognitiva.

En esencia, lo que sostiene esta teoría, formulada por el psicólogo norteamericano Leon Festinger, es que los humanos buscamos la consonancia entre nuestras acciones y creencias pero que, cuando detectamos una discrepancia entre lo que creemos y lo que hacemos, somos mucho más propensos a cambiar nuestras creencias para ajustarlas a nuestras acciones que viceversa, como cabría esperar.

Un ejemplo ilustrativo de disonancia cognitiva es el siguiente experimento, que Festinger llevó a cabo en una universidad de EEUU.

Primero reunió a un grupo de estudiantes voluntarios, a los que pidió que acudieran al laboratorio cierto día para ayudarle a completar un estudio de gran importancia. De ese grupo, a una minoría les prometió una paga muy generosa (pongamos que 20 dólares) y, a la mayoría, otra más bien modesta (digamos que 2 dólares; las cantidades dan igual), pero eso sí, sin que nadie supiera lo que cobraban los demás.

Llegado el día, los estudiantes se presentaron en el laboratorio y Festinger los puso a cada uno a realizar por separado la tarea más infamemente aburrida que se le pudo ocurrir. Luego se marchó y los dejó solos.

Al cabo de unas buenas horas, volvió y se dirigió uno por uno a los estudiantes para explicarles que las cosas iban más despacio de lo que se había imaginado, que él se había movilizado para reclutar a otro grupo de voluntarios, y que ahora cada uno de ellos tenía que hablar con un voluntario para explicarle el trabajo y la necesidad imperiosa de completarlo a tiempo.

Poco después de incorporarse esta segunda tanda de participantes, Festinger dio por concluido el “estudio”; a continuación, entrevistó uno por uno a los ayudantes de refuerzo y recopiló de ellos las razones que les ofrecieron los estudiantes para convencerles. El resultado fue muy interesante: las justificaciones más entusiastas del experimento no procedían de los que cobraban 20 dólares, que en general hablaron fatal de su experiencia, sino de los que sólo cobraban 2.

¿Cuál fue la explicación de Festinger? Tiene que ver con las expectativas y las recompensas. Tanto los que cobraban $20 como los que cobraban $2 creían en principio que iban a participar en algo grande y muy estimulante; sin embargo, la realidad desmintió brutalmente sus expectativas. Ante esa decepción, los de $20 contaban con una recompensa material suficiente que les permitía ver la realidad tal como era (“Me he aburrido como una ostra durante 5 horas pero al menos me he sacado 20 pavos”); en cambio, los de $2 ni siquiera tenían esa opción. ¿Su solución? Para evitar la intolerable sensación de que habían desperdiciado tiempo y esfuerzo, no les quedaba otra que valorar altísimamente su labor, para así “cobrarse” en forma de mérito el déficit de justificación que suponía su escasa paga. Se trataba, en definitiva, de una racionalización.

Pongamos otro ejemplo. Es verano y has contratado en una agencia un viaje a Cancún con todo incluido por 657 €. Pero un día vas por la calle y te encuentras otra agencia que ofrece el mismo viaje por 499 €. Tu primera reacción es: “No puede ser, seguro que hay diferencias”. Aliviado por esa certeza conveniente pasas de largo, pero esa tarde ves el mismo anuncio en internet y lo investigas un poco. ¡Vaya chasco! Todo es idéntico: las fechas, la línea aérea, el hotel, la pensión completa… pero por 158 € menos.

Vaya… y ahora, ¡¿QUÉ?!

Según la teoría de la disonancia cognitiva, desde el momento de tu decepción, tu mente va a estar buscando por todos sitios razones que puedan justificar por qué en el fondo has hecho bien en contratar la oferta de 657 € en vez de la de 499 €: que si tienes mejor sitio en el avión, que si te dan mejor comida, que si la habitación del hotel tiene mejores vistas o está más lejos de la cocina… incluso puede aducir la tranquilidad de tener el viaje cerrado algunos días antes. La mente es así de tramposa… y nosotros podemos elegir cooperar con ella de buen grado si nos encaja. Esta viñeta de Dilbert lo caricaturiza, pero, si lo miras de forma imparcial, verás que esa maniobra está presente en toda nuestra vida cotidiana, al menos como tentación:



¿Cómo se aplica esto a la pervivencia de quiromantes, astrólogos y chalanes de feria surtidos que han existido en todas las culturas desde la noche de los tiempos? Muy fácil. Dejando al margen la posible precisión de sus tratamientos o predicciones –que en muchos casos se puede explicar por un buen manejo de la psicología humana por parte del “experto” (véase también el artículo sobre el efecto Forer en The Skeptic’s Dictionary, en la sección de enlaces del blog)–, simplemente por haber invertido su tiempo y su dinero el paciente ya tiene un interés directo en creer que la consulta o terapia es eficaz; y cuanto más extensa y costosa haya sido su inversión, más fuerte será su creencia. 


Esa circunstancia hace que proliferen por doquier tipos inconscientes o sin escrúpulos, dispuestos a vender a los incautos lo que tan afanosamente buscan. En esa relación, lo que el “experto” hace a menudo es “leer” al paciente, acompañarle y darle ingredientes seleccionados de su arsenal para que él mismo se construya su propia auto-convicción; y, aunque suene absurdo, cuanto más quiera creer el paciente, más estará dispuesto a pagar para que alguien le suministre los materiales para su fantasía. Quizá eso explique por qué, en la misma sesión de sauna india intensiva en la que hace poco murieron sofocadas tres personas en el desierto de Arizona, hubo quien afirmó haber alcanzado un “gran avance espiritual” –todo ello al módico precio de nueve mil y pico dólares (ver http://www.nytimes. com/2009/10/19/us/19lodge.html?scp=3&sq=death+sweat+lodge+ Arizona&st=nyt y también http://www.nytimes.com/2009/10/12/us/12lodge.html?scp=7&sq=death +sweat+lodge+Arizona&st=nyt).

También de esto, entre otras cosas, es de lo que trata el Dharma de Buda: de los engaños de la mente manchada por la identidad. Eso no quiere decir en absoluto que todas las disciplinas llamadas espirituales sean un engaño; pero desde luego en todas ellas, tanto en el Qigong como en el budismo, la mente siempre está presente, agazapada y al acecho, esperando un descuido para jugárnosla. Cuidado con ella. Es rápida, hábil y tan vieja como el mismo diablo, que, como se dice, sabe más por viejo que por diablo. 



Esta incómoda compañía es parte de nuestra herencia genética como especie –fruto de los “pecados de nuestros ancestros– y es otro de los motivos por los que es práctico contar con la guía de un buen maestro. Vista la inveterada propensión humana al auto-engaño, sobre todo si nos conviene, tener a alguien al lado que sea capaz de decirnos que “No” cuando hacemos trampa puede convertirse en una ayuda de valor incalculable.

Aun así, la responsabilidad última siempre recae sobre nuestros propios hombros.

lunes, 26 de julio de 2010

Atrápalo si puedes


Aunque Dazhu Huihai fue parte del grupo que luego vendría a llamarse la escuela Hongzhou de Chan, supuestamente iconoclasta y opuesto a cualquier enfoque tradicional o ritual, el siguiente episodio muestra que dominaba los textos del canon budista y era capaz de defenderse perfectamente si alguien le retaba a ello. Nótese cómo el maestro Fa Ming, versado en las reglas monásticas, cambia de tercio y pasa a cuestiones de cierta erudición cuando se da cuenta de que está perdiendo la disputa en los términos que había planteado al inicio. Como un maestro de Taiji, Huihai lo frena y le da la vuelta en cada lance. Está claro que si alguien quería disputar con Huihai, lo hacía por su cuenta y riesgo:

Un maestro de la secta Vinaya llamado Fa Ming observó una vez: “Vosotros los maestros de Chan dais un montón de tumbos en la vacuidad del vacío”.
            M: “Al contrario, venerable señor, sois vos quien da un montón de tumbos en la vacuidad del vacío”.
            “¿Cómo puede ser?”, exclamó Fa Ming, atónito.
            M: “Las escrituras no son más que palabras –mera tinta y papel– y todo lo similar a eso no es más que un artilugio hueco. Todas esas palabras y frases se basan en algo que la gente oyó una vez –no son más que vacuidad. Vos, venerable señor, os aferráis a la mera palabra de la doctrina, de manera que por supuesto dais tumbos en el vacío”.
            P: “Y vosotros, los maestros Chan, ¿no dais tumbos en el vacío?”
            M: “No”.
            P: “Y ¿cómo así?”
            M: “Todas esas escrituras son producto de la sabiduría; y ahí donde opera la poderosa función de la sabiduría, ¿cómo podría haber tumbos en el vacío?”
            “Ah”, contestó Fa Ming, “por eso sabemos que a aquél para el que hay un solo dharma (doctrina) cuyo sentido no ha captado no se le puede llamar un Hsi-Ta (Siddham)”.
            “Venerable señor”, exclamó el maestro, “no sólo dais tumbos en el vacío; ¡incluso usáis mal la terminología budista!”
            “¿Qué término he usado mal?”, protestó Fa Ming, encendiéndose de rabia.
            M: “Pues, venerable señor, sois incapaz de distinguir entre una palabra china y una palabra india, así que ¿cómo vais a ser capaz de predicar?”
            P: “¿Podría el venerable maestro Chan señalarme mi error?”
            M: “Sin duda sabréis que Hsi-Ta (Siddham) es uno de los nombres del alfabeto sánscrito, ¿no es así?”.
            Aunque el maestro de Vinaya se dio cuenta de su error, aún seguía congestionado por la ira.
            Fa Ming volvió a preguntar: “Los sutras, el vinaya y los shastras son todos la enseñanza del Buda. Si los leemos, los recitamos, tenemos fe en lo que enseñan y actuamos en consecuencia, ¿cómo podemos fracasar a la hora de ver nuestra propia naturaleza cara a cara?”
            M: “Todo eso es como un perro que persigue un trozo de carne o un león que devora a un hombre. Los sutras, el vinaya y los shastras revelan la función de la propia naturaleza –leerlos y recitarlos son meros fenómenos que surgen de esa naturaleza”.
            P: “¿El Buda Amitabha tenía padres y apellido?”
            M: “Sí. El Buda Amitabha se apellidaba Kaushika. Su padre se llamaba Candra-Uttara y su madre se llamaba Belleza Excelente”.
            P: “¿De qué escritura procede esta información?”
            M: “De la Colección del Dharani”.
            Ante esto, Fa Ming hizo una reverencia como muestra de gratitud y se marchó entre expresiones de admiración.

Pero nada de esto eran meras ganas de llevar la contraria. Según la actitud de quien le interpelaba, Dazhu podía revelar más o menos de la verdad que él había experimentado directamente y que no se puede “agarrar” con palabra o truco alguno, sino sólo con una experiencia propia de similar calibre a la suya.

Cierto maestro del Tripitaka preguntó una vez: “¿Hay cambios en el seno del Absoluto (Bhutatathata)?”
            M: “Sí, los hay”.
            “Venerable maestro”, replicó, “os equivocáis”.
            Ante lo cual, el maestro le hizo la siguiente pregunta: “El maestro del Tripitaka ¿posee el Bhutatathata?”
            R: “Sí”.
            M: “Bien, si mantenéis que no sufre cambios, debéis de ser un tipo de monje muy ignorante. Sin duda habréis leído que un hombre instruido puede convertir los tres venenos (identidades) en los tres preceptos acumulativos; puede transmutar las seis percepciones sensoriales en seis percepciones divinas; puede transformar los impedimentos (kleshas) en bodhi y la ignorancia primordial en sabiduría suprema (mahaprajna). Así que, si suponéis que el Absoluto es incapaz de cambiar, entonces vos, que sois maestro del Tripitaka, sois en realidad un seguidor de la secta heterodoxa que sostiene que las cosas ocurren de forma espontánea (es decir, no como resultado de la ley de la causalidad)”.
            R: “Si lo exponéis así, entonces el Absoluto sí que sufre cambios”.
            M: “Y sin embargo, al sostener que el Absoluto sufre cambios sois igualmente herético”.
            R: “Venerable maestro, primero dijisteis que el Absoluto sufre cambios y ahora decís que no lo hace. Entonces, ¿cuál es la respuesta correcta?”
            M: “Los que han percibido con claridad su propia naturaleza, que se puede comparar a una perla-mani que refleja todas las apariencias, tendrán razón si dicen que el Absoluto sufre cambios e igualmente si dicen que no lo hace. Por otra parte, los que no han visto su propia naturaleza, cuando oigan algo sobre los cambios del Absoluto, se apegarán al concepto de mutabilidad; o, al oír que el Absoluto no cambia, se aferrarán al concepto de inmutabilidad”.
            “¡Ah, así que es cierto”, exclamó el maestro del Tripitaka, “que la secta del Chan del sur es demasiado profunda como para sondearla hasta el fondo!”

Este “sondeo hasta el fondo” sólo es imposible por lo que se refiere a la mente cognitiva; en cambio, el camino de zambullirse en su experiencia plena está abierto para los que tengan la afinidad necesaria con el Chan.