Eh, a mí no me mires -¡yo estaba en contra del libre albedrío!
A lo largo de varias páginas de su autobiografía, Oliver
Sacks va exponiendo las tesis de Gerald Edelman, que presenta como
revolucionarias. Dos ideas son fundamentales en su planteamiento:
1.
* Que
las impresiones que recibimos del mundo mediante el proceso aferente no son
algo pasivo que se registra o deposita, por así decirlo, en los sentidos sino
una actividad creativa ininterrumpida a nivel neuronal que cada organismo
realiza a su propia manera; y
2.
* Que
esta representación del mundo está en constante cambio, en respuesta a circunstancias
igualmente cambiantes.
Cuando se contempla en su conjunto, la visión de
Edelman revela qué fatua es nuestra constante pretensión, plasmada en nuestro
aspecto externo y comportamiento, de ser diferentes y especiales, cada uno como
protagonista y centro del universo –al menos, en su propia experiencia. Pero,
curiosamente, al tiempo que echa por tierra ese ídolo, sugiere una alternativa
muy interesante: que cada uno somos individuales y únicos, pero a nivel
neuronal y, por tanto, inconsciente.
¿Qué se desprende de todo esto? Que no hace falta
esforzarse por ser diferente, especial o auténtico, porque ya lo somos; de
hecho, no podemos evitarlo. Una vez más, los humanos nos equivocamos en dónde
ponemos el foco. Somos como un copiloto engreído que se cree dueño del vehículo
y héroe de un rally personal que transcurre
en su imaginación: se cree, en suma, que la
cosa va de él cuando en realidad solo es un espectador de primera fila con
capacidad limitada para influir en el curso del vehículo. Al contrario de lo
que se pudiera esperar, encuentro que esta interpretación no es pesimista sino extrañamente
esperanzadora, aunque solo sea porque nos acerca algo más a la verdad de las
cosas.
Para Edelman, la auténtica “maquinaria”
funcional del cerebro la componen millones de grupos neuronales, organizados en
unidades más grandes o “mapas”. Estos mapas, que continuamente se comunican
siguiendo dibujos en constante cambio e inimaginablemente complejos, pero
siempre significativos, pueden cambiar en cuestión de minutos o segundos. Uno
recuerda la evocación poética del cerebro que hace C.S. Sherrington al
calificarlo de “telar encantado”, en el que “millones de lanzaderas tejen a
gran velocidad un dibujo que se disuelve, siempre un dibujo significativo,
aunque nunca perdurable; una armonía cambiante de subdibujos”. (...)
A Edelman le gusta decir que, por lo que se
refiere a la percepción de los objetos, el mundo no está “etiquetado”; no viene
“ya clasificado en objetos”. Debemos llevar a cabo nuestras percepciones a
través de nuestras propias categorizaciones. “Toda percepción es un acto de
creación”, dice Edelman. A medida que nos movemos, nuestros órganos
sensoriales toman muestras del mundo, y a partir de estas se crean los mapas
del cerebro. Entonces, con la experiencia, tiene lugar un reforzamiento
selectivo de esos mapas que se corresponden con las percepciones acertadas, en
el sentido de que resultan más útiles y eficaces a la hora de construir “la
realidad”. (...)
Edelman, que en una época se planteó se
concertista de violín, también utiliza las metáforas musicales. En una
entrevista emitida por la BBC, afirmó:
Piense:
si tuviera cien mil cables que conectaran al azar a cuatro intérpretes de un
cuarteto de cuerda, aun cuando estos no hablaran, las señales irían de un lado
a otro de muchísimas maneras imperceptibles [como se puede ver generalmente
mediante las sutiles interacciones no verbales entre los intérpretes] que
conseguirían que toda la serie de sonidos formara un conjunto unificado. Así es
como funcionan los mapas del cerebro mediante la reciprocidad.
Los
intérpretes están conectados. Cada intérprete, al tocar la música de manera
individual, se modula constantemente y es modulado por los demás. No existe una
interpretación definitiva ni “magistral”; la música se crea de manera
colectiva, y cada interpretación es única. Esta es la imagen que tiene
Edelman del cerebro, como un artista, un conjunto, pero sin director, una
orquesta que crea su propia música. (...)
A nivel neuronal, la individualidad está
profundamente imbuida en nosotros desde el principio. Incluso a nivel motor, los investigadores
han demostrado que un niño no sigue una pauta establecida para aprender a
caminar o a la hora de coger algo. Cada bebé experimenta maneras distintas de
coger un objeto, y en el curso de varios meses descubre o selecciona sus
propias soluciones motoras. Cuando intentamos concebir la base neuronal de
dicho aprendizaje individual, podemos imaginar una “población” de movimientos
(y sus correlatos neuronales) reforzados o eliminados por la experiencia.
Surgen consideraciones parecidas en
relación con la recuperación y rehabilitación de pacientes que han sufrido un
ictus u otras lesiones. No hay reglas; no hay un camino prescrito para la
recuperación; cada paciente tiene que descubrir o crear sus propias estructuras
motoras y perceptivas, sus propias soluciones a los retos que se le presentan;
y la función del terapeuta sensible es ayudarle en esa tarea.
Y, en su sentido más amplio, el darwinismo
neural implica que estamos destinados, nos guste o no, a una vida de singularidad
y autodesarrollo, a crear nuestros propios caminos individuales a través de la
vida.
Pero eso no es todo. Hay investigaciones
independientes (Benjamin Libet y otros) que apuntan a que nuestros cerebros también
toman decisiones antes de que nuestra conciencia lo sepa: tanto nuestros
movimientos (el proceso eferente) como la impresión de haberlos provocado
mediante nuestro libre albedrío serían una consecuencia posterior de la actividad
cerebral –lo que los psicólogos llaman un “epifenómeno”.
Si combinamos esta noción de la realidad como
interpretación fluida del mundo hecha a nivel inconsciente y determinado por
nuestra fisiología individual con la probabilidad de que las decisiones que
tomamos también ocurran a un nivel inconsciente antes de que nos demos cuenta
de ellas... ¿dónde queda entonces nuestra sensación de ser personas libres y
responsables, sujetos con mérito y culpa?
Tanto el proceso aferente como el eferente están
sometidos a ilusiones de la mente y los sentidos. Nuestra sensación subjetiva
de ser “yo”, nuestra identidad, nuestra biografía... todo son cuentos que nos
contamos para darle sentido a nuestra existencia. Preferimos casi cualquier
ficción al vacío, incluso una ficción llena de sufrimiento, por mucho que los
maestros afirmen que en ese aparente vacío está la liberación.
En definitiva, nacemos con una herencia genética que
no elegimos; captamos el mundo mediante un equipamiento sensorial claramente
limitado que elabora simulaciones aproximadas de lo que hay “ahí fuera”;
respondemos al mundo sin tener conciencia de ello más que a posteriori; crecemos y nos desarrollamos moldeados por todo tipo
de circunstancias externas y ajenas bajo la influencia de los padres, la
familia, el sistema educativo, las amistades, la sociedad y la cultura del
entorno... Es evidente que nosotros también somos un conglomerado de elementos
dispares, incluso al nivel micro e inconsciente de nuestras operaciones
sensoriales y motoras... ¡y aun así nos creemos agentes libres que eligen su
destino, dotados de una esencia única, personal y permanente! ¿No es
simplemente asombroso lo bien que Mara hace su trabajo?
No podemos evitar estar sujetos a las ilusiones de la
mente y los sentidos, igual que tampoco podemos evitar ser únicos y originales
–solo que a un nivel diferente del que imaginamos, más profundo y
paradójicamente menos relacionado con nuestra identidad. Siempre vamos a tener
que bailar al son que toquen estos seis instrumentistas. ¿Por qué tiene que ser
una cantinela tragicómica entonada con instrumentos desafinados –la marcha
fúnebre de dukkha? ¿No podemos probar
músicas más vibrantes y alegres, en armonía con nuestra verdadera naturaleza
humana?
Cuando pienso en lo que es nuestra vida diaria y lo
que podría ser... Cada vez siento más que somos como turistas que han llegado
por accidente a un escenario grandioso, de esos que quitan el hipo: ahí
estamos, en medio de una inmensa maravilla que nos llama... cada uno, embebido
en la pantallita de su teléfono móvil.
El Dharma natural no es una religión o una filosofía.
Solo es una manera de levantar la vista de esa pantallita y contemplar de
primeras el magnífico paisaje que nunca dejó de estar ahí.
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