viernes, 4 de diciembre de 2015

Ssshhh...



Por debajo del tumulto de las palabras y la agitación de la mente hay silencio. Siempre está ahí, esperando. En cuanto cesa el ruido, aparece y nos damos cuenta de que nunca se fue a ninguna parte: fuimos nosotros quienes lo abandonamos.

Normalmente asociamos el silencio con la falta de algo, como si fuese un hueco que hay que llenar. Pero más allá de ese silencio que es ausencia de sonido hay otra experiencia... Y este Silencio no está vacío ni es solo la ausencia de sonido... Al contrario, es la tierra fértil de la que han surgido todos las grandes descubrimientos y creaciones humanas, impulsadas por nuestra curiosidad e inventiva en momentos de clarividencia que llegan cuando ya se ha hecho todo el trabajo necesario y se abre la puerta que nos permite un vislumbre de lo desconocido. No hace falta ser budista para llegar ahí.

Sin embargo, como seguidores del Dharma, ese Silencio es nuestro refugio y santuario natural... la zona por la que merodeamos al meditar y en la que, cuando hay suerte, logramos entrar y permanecer el tiempo sin tiempo que sea. Luego, cuando volvemos, sentimos cómo ese Silencio habla con una elocuencia más allá de toda palabra. Algunos valientes incluso se atreven a poner esa experiencia en palabras, con la esperanza de que, en vez de aumentar el tumulto y la agitación de la mente, lleven a los demás al mismo Silencio del que provienen.

Como dice la homeopatía, similia similibus curantur: lo semejante se cura con lo semejante. Ese es un buen criterio para juzgar el valor de las palabras.

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