viernes, 11 de diciembre de 2015

Seguimos en la jungla

Esto se ha publicado hoy en El País, supuestamente el diario más serio de España. Es una muestra clara de cómo una misma base (la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger) se puede presentar como ejemplo y advertencia de las trampas de la mente (la psicología del Dharma) o convertir en otra arma más para la identidad (la psicología mundana y el coaching):

Don’t worry… Be happy, la famosa canción de Bobby McFerrin, no se corresponde a la realidad, según Korb [Alex Korb, investigador de neurociencia en UCLA]. Preocuparse no es malo ni nos aleja de la felicidad. El neurocientífico explica cómo las emociones negativas activan zonas similares en el cerebro. Sentimientos tan dispares como el orgullo, la vergüenza o la culpa tienen consecuencias similares a nivel neurológico y, consecuentemente, anímico. No sucede así, en cambio, con la preocupación, cuyas consecuencias son menos perniciosas en la medida en que el cerebro entiende que estamos en el proceso de dar solución a nuestros problemas. Según el investigador, “preocuparse alivia el sistema límbico al aumentar la actividad de la corteza prefrontal y disminuir la de la amígdala; sentir esta ansiedad significa que estás haciendo algo al respecto, que es mejor que no hacer nada”. [Entiendo que aquí se refiere solo al efecto interno sobre el cerebro, porque hay ocasiones en que lo mejor es no hacer nada, sin duda, sobre todo si la alternativa es hacer algo catastrófico].

Desde la psicología social también se habla en este caso de resolver favorablemente una disonancia cognitiva. Según esta teoría, elaborada por el psicólogo Leon Festinger, aceptamos de buen grado una solución que a priori parece negativa para nosotros con tal de ser congruentes con nuestras propias decisiones: “El malestar de la preocupación lo convierto en una suerte de responsabilidad y autocontrol que me hace sentir bien”.


Esa "resolución favorable de la disonancia cognitiva" no es otra cosa que anteponer la propia comodidad (en forma de congruencia) a la realidad (la contradicción interna). Es justo lo contrario de lo que haría cualquier buscador sincero y honrado y está claro que esa actitud compromete seriamente cualquier posibilidad de crecimiento y progreso.

Lo alucinante es que en este artículo se defienden abiertamente estas maniobras porque "me hacen sentir bien" e incluso se enlaza a un blog en el que se ofrecen ejemplos de cómo racionalizar las conductas disonantes. Una herramienta de gran potencial liberador de las trampas de la mente se usa así para entrar más hondo en ellas con una sonrisa de autocomplacencia en los labios. ¿Cómo se puede llamar eso? Es casi una especie de homeopatía inversa, en la que el fármaco se aplica para fomentar la enfermedad...

Y, por supuesto, el potencial manipulador de este mecanismo psicológico no le ha pasado inadvertido a miles de personas muy inteligentes y preparadas que llevan décadas trabajando en los mundos de la publicidad, la política y los medios de comunicación, siempre listos para ofrecernos un calmante prefabricado a su conveniencia en forma de objeto de consumo u opinión reconfortante que elimine las disonancias (a menudo creadas por ellos mismos como anzuelo).

Como especie, hemos dejado atrás la jungla de alimañas y peligros naturales, pero estamos en otra de bits y bytes, en la que los depredadores ya no amenazan directamente nuestra vida física pero sí nuestra conducta y nuestra salud interna si sucumbimos a sus cantos de sirena.

Como decía el sargento Esterhaus en la serie Hill Street Blues al final de su charla de cada mañana a los patrulleros: "Tengan cuidado ahí fuera".

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