Un estudioso de las religiones recurrió hace años a un concepto matemático para establecer una distinción gráfica entre dos tipos de vías espirituales: las que llamó “de base 1” y “de base 0”.
En
el primer grupo estarían todas las religiones teístas tradicionales, incluidos
el judaísmo, el cristianismo y el Islam; en el segundo, solo el Dharma de Buda
y el Dao en su vertiente más abstracta o filosófica. La diferencia está en qué es
lo que suponen que hay al final del camino: si es algo o alguien (1) –puede ser
desde un Dios personal hasta una conciencia cósmica impersonal– o simplemente
es sunyata, el Vacío (0).
Pero
esto no solo es una cuestión metafísica; tiene una correlación evidente en el
plano práctico del aquí y ahora. Para nosotros los occidentales, la diferencia se
aprecia muy bien cuando se contrastan los métodos tradicionales de psicoterapia
y la meditación budista, tal como explica Shanjian Dashi en este pasaje:
La diferencia entre el enfoque de la terapia
humanista y el de la psicología del Dharma reside en su actitud acerca de la
introspección. El enfoque humanista tradicional permite que se desplieguen las
cadenas de recuerdos, llevando a la introspección a un avance repentino hasta
su aparente origen y a liberar toda la tensión y el estrés que se han
desarrollado, habitualmente desde la niñez, con respecto a esas asociaciones de
huellas de la memoria. La vipassana
disuelve los enlaces de la cadena dentro de la cognición de forma instantánea a
medida que el próximo enlace de la cadena aparece en la conciencia.
Eso no significa que uno no penetre
hasta el origen. Significa que los enlaces asociativos se disuelven conforme
aparecen y que no se pone énfasis en el origen como causa raíz. Se ve que el origen
está en el observador aparente, que ha generado las huellas almacenadas con
valencias que son incorrectas, es decir, la función falsa y la creencia errónea
en la veracidad de las asociaciones de nombre y forma.
Nuestra
sociedad (y muchas psicoterapias que la asisten) no entiende que se pueda vivir
sin un “yo” sólido y fuerte, esa “unidad de destino en lo mundanal” que
diríamos. Para el Dharma, en cambio, es precisamente ese “yo” que colocamos en
el centro del mundo el que genera todo nuestro sufrimiento y la falsa felicidad
que pretende compensarlo: el observador aparente que se separa artificialmente de
todos los demás fenómenos.
No
es nada raro que incluso gente que lleva muchos años practicando budismo no haya
logrado desprenderse de esa noción subrepticia del “yo” tan querida para
nosotros. Van por una vía de base 0
con su 1 a cuestas, arrastrando su
biografía y su sufrimiento hasta alcanzar su “iluminación” final. ¡Qué
absurdo!
Por
suerte, alguien en el pasado tuvo el arrojo y la templanza de enfrentarse a
este nudo y disolverlo, abriendo las puertas de un camino por el que simplemente
se camina sin que haya un caminante. No es fácil, no te gana el respeto ni la
admiración de nadie, no te aporta grandes placeres ni recompensas, pero las
puertas están abiertas de par en par y tras ellas flota un “¿Qué?” sin otra respuesta
posible más que echar a andar en esa dirección.
Cuando
veo que meten al Dharma en el mismo saco que las terapias y religiones, no me
canso de repetir: “¡No es lo mismo, no es lo mismo!”, aun a costa de ser pesado.
Pero
cuando siento el enorme potencial que nos pone al alcance de la mano como si
fuese un regalo inexplicable, también pienso con alegría sin fin: “¡Vive
la différence!”.
1 comentario:
Dices: “… La diferencia está en qué es lo que suponen que hay al final del camino: si es algo o alguien (1) –puede ser desde un Dios personal hasta una conciencia cósmica impersonal– o simplemente es sunyata, el Vacío (0)”
Aunque no quiero meterme en discusiones especulativas estériles, si me gustaría aportar que la experiencia del satori revela que la "conciencia cósmica impersonal" no es distinta de "sunyata o vacío". En realidad son dos maneras, una occidental y otra oriental, de “designar” el mismo principio. Si bien la expresión “conciencia cósmica impersonal” ha sido secuestrada por la new age, y hasta desvirtuada, su evocación originaria sigue siendo la que es. Igualmente la palabra “sunyata o vacío” es utilizada con ciertos tintes puramente filosóficos y hasta “cool” entre aquellos practicantes/intelectuales budistas encantados de haberse conocido; porque si, como dices, la mayoría de los practicantes budistas se niegan a abandonar su “yo biográfico sufriente”, imagínate cuando de lo que se trata es de abandonar, en estos casos, a su “yo intelectual eficiente”… pero, en cualquier caso, por mucho que se filosofee y especule en torno a la palabra sunyata, su evocación originaria, igualmente, continúa siendo la que es.
La fulminante experiencia del satori, y no la mera especulación filosófica, por último, revela que el vacío budista no es una nada nihilista, conforme a la concepción occidental de vacío. Este sunyata o vacío budista, en cambio, es “nada” porque en su germen “carece de COSA CONCRETA, de PROPIEDADES CONCRETAS”; sin embargo, se experimenta como una “suerte de sobreabundancia infinita y eterna o cósmica” que podría expresarse como “la potencialidad de todas las cosas concretas”.
La palabra “sunyata” pondría el énfasis en “la ausencia de cosa concreta y de propiedades”. La expresión “conciencia cósmica”, en cambio, pondría el énfasis en el aspecto de su “sobreabundancia infinita y eterna o cósmica”
Es, como siempre, un placer leer en este espacio genuino.
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