viernes, 19 de diciembre de 2014

Los antagonistas



Igual que los organismos vivos, el Dharma budista también tiene su integridad y su carácter. Se aleja de toda violencia, pero eso no lo convierte en una sarta de buenos propósitos mojigatos. Al contrario, reconoce que este es un mundo de conflictos, ante los que despliega sus herramientas defensivas internas –un elenco de figuras protectoras simbólicas, como los cuatro guardianes y los dharmapalas, dedicados a mantener intacta su virtud inherente y su potencia. Además, cualquiera que haya leído historias de maestros como el Buda Shakyamuni, Yunmen o Milarepa, por ejemplo, sabe que eran cualquier cosa menos mosquitas muertas.

Escribo esto porque acabo de realizar un pequeño descubrimiento que es relevante al caso. La cuestión que me intrigaba era por qué sentía tanto rechazo ante el mestizaje de Dharma y ciertas terapias modernas. Esto, que durante un tiempo fue una inquietud sorda, se había convertido últimamente en una irritación más acuciante.

La respuesta, tal como lo entiendo ahora, tiene que ver con lo que en el Dharma se llaman los cuatro estados inconmensurables o brahmaviharas. Todos aprendemos la lista de amor benevolente (metta) + compasión (karuna) + alegría (mudita) + ecuanimidad (upekkha) bastante pronto en el camino budista, y con suerte practicamos las meditaciones correspondientes.

Lo que no todos saben es que cada uno de esos cuatro estados tiene un antagonista. Así, el antagonista del amor benevolente es el odio o la ira (dosa); el enemigo de la compasión es la crueldad (himsa, que a alguno os sonará por la no-violencia de Gandhi, ahimsa); el enemigo de la alegría son los celos (issa); y el de la ecuanimidad, la inquietud (vicikiccha). Hasta ahí, pocas sorpresas, porque son experiencias contrapuestas que se niegan mutuamente.

Pero lo que aún menos personas saben es que cada estado inconmensurable no tiene un solo enemigo en realidad, sino dos: el directo, que acabamos de ver, y el indirecto.

Vaya, ¡esto se pone interesante...!

El enemigo indirecto del amor benevolente es el afecto personal (pema); el enemigo indirecto de la compasión es la conmiseración o la pena personal (domanassa); el enemigo indirecto de la alegría es la exultación (pahasa); y el enemigo indirecto de la ecuanimidad es la indiferencia.

¿Por qué se les considera enemigos? Porque cada uno presenta un sucedáneo de la experiencia auténtica, y genera el efecto contrario al que pretende el brahmavihara. Así, si por ejemplo sentimos pena por el sufrimiento ajeno y nos identificamos con el afligido, estamos reforzando sutilmente su identidad sufriente y dándole carta de naturaleza, cuando en realidad la compasión budista se orienta a la naturaleza pura de la aparente persona y le transmite la intención noble de que se libere del sufrimiento y sus causas mediante su propia transformación interna. Por eso, la compasión budista nunca es un sentimiento triste o compungido, sino una energía positiva que se proyecta con alegría.

Si miráis la lista otra vez, veréis que todos estos enemigos tienen un elemento en común, que es la creencia en la persona como realidad absoluta.

¿Por qué, aun siendo indirectos, se les sigue considerando perniciosos? Porque son engañosos en potencia, en la medida en que se parecen al original y por tanto son más insidiosos y difíciles de detectar. Nadie confundiría la crueldad con la compasión, pero muchos sí que creen que conmiserarse con el que sufre es lo correcto, incluso desde el punto de vista budista.

Así pues, cuando se intenta combinar el Dharma con terapias modernas suele ocurrir lo mismo: que en realidad no se está ofreciendo el Dharma difícil y profundo que enseñó Buda sino un sucedáneo que, bajo una aparente afinidad con el Dharma –porque pisa terrenos similares–, de hecho lo desdibuja o incluso lo socava.

Las terapias que usan el lenguaje y la mente cognitiva como herramienta primaria quedan muy lejos de la sabiduría budista sobre la naturaleza de la mente.

Las terapias que fortalecen la autoestima y el sentido de individualidad, permanencia y sustancialidad del “yo” se oponen al camino del Despertar que enseñó Buda, que muchos otros han seguido y corroborado por su propia experiencia directa después de él.

Las terapias que ignoran o niegan la existencia de una propia naturaleza pura de todos los seres son una vía segura para perpetuar el sufrimiento y su fiel escudero, la falsa felicidad, cuya búsqueda y evitación impulsan sin cesar la rueda del samsara.

Las terapias que simplemente buscan reinsertar al aparente individuo en los engranajes de una sociedad enferma le dan la espalda a la Fuerza de la Vida.

Entonces, estas terapias híbridas, a menudo presentadas como “lo último” en talleres y retiros, ¿también son enemigas indirectas del Dharma?

La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento...

5 comentarios:

Infinitocero dijo...

Hola.

Me ha resultado interesante la idea de “los cuatro inconmensurables”: amor benevolente-compasión-alegría-ecuanimidad.

Sin duda, éstos son formas en que se expresa shamadi cuando se realiza en el individuo; shamadi o el estado de vacuidad, claridad y gozo interiores, por definirlo de alguna manera. También podemos referirnos a él como el estado de Unificación; pues la Conciencia se abre hacia fuera y se unifica con todo lo que se percibe. Si bien, he de asumir, que cualquier definición que dé de éste siempre queda incompleta.
No obstante, reconozco a los cuatro inconmensurables como expresiones de shamadi. Pues desde este estado se vivencia una especie de hermanamiento con todo hombre y mujer que entra en el campo de conciencia de uno mismo; algo que creo tiene que ver con el amor benevolente. Igualmente, se experimenta una suerte de ternura, de comprensión profunda de la alienación existencial de cada hombre y mujer, como causada por sus estados mentales; una comprensión que creo tiene que ver con la compasión. También se vivencia una dicha por sentir la Vida fluyendo en un continuo sin costuras, penetrando todo y a todos como una energía incorruptible. Una energía que no puede ser corrompida ni tan siquiera por el estado mental más pernicioso; esto creo que tiene que ver con la alegría. Y, finalmente, todo esto se vivencia sin emitir juicio alguno de todo cuanto acontece; esto es ecuanimidad. Y todo ello, además, se siente simultáneamente, como expresiones de una misma cosa, del gran Yo en donde yo no estoy. Un Yo que se reconoce como nuestro estado natural, en contraposición con nuestro yo que se percibe, ahora, como construido.

Así, ahí donde no hay gran Yo y sólo está el yo, hay, en lugar de amor benevolente, amor sólo hacia algunas personas y aversión hacia otras; hay, en lugar de compasión, crueldad hacia unos y respaldo incondicional hacia otros; hay, en lugar de alegría, momentos alternados de euforia y de tristeza; hay, en lugar de ecuanimidad, manga ancha para los amigos y simpatizantes y ser muy quisquillosos con quienes no lo son.

Finalmente, una vez expresada esta idea que he creído entresacar de los cuatro inconmensurables, tengo una pregunta, ¿por qué el enemigo directo, o contrario, de la “alegría” son los “celos”, en lugar de la “aflicción”?

Un cordial saludo y feliz año nuevo.

Jué-shān 崫 山 dijo...

La alegría inconmensurable, o "mudita", tiene por contrario a los celos porque es una alegría altruista: estoy alegre porque los demás están alegres (siempre que sea una alegría natural y correcta, claro). Se entiende que eso es opuesto a los celos, ¿verdad?, que lo empujan a uno a desear lo que tienen otros y quitárselo para disfrutarlo él mismo.

Esta alegría es por tanto una especie de testigo que informa del estado interno de la propia tribu, sea cual sea su forma: igual que las mariposas son un indicio de un ecosistema sano, la "mudita" aparece cuando resonamos con la alegría sana que captamos en nuestro entorno.

Es una de las grandes herramientas de la Fuerza de la Vida para promover la armonía y equilibrio de los seres humanos entre sí y con la naturaleza. Es una pena que no la experimentemos más a menudo.

Infinitocero dijo...

Ah, entiendo que tipo de alegría es "mudita". Ahora tiene sentido que su contrario sean los celos.

La alegría que yo describo es, por tanto, distinta y no es la alegría inconmensurable o mudita.

Esta alegría de la que hablo "no depende de ninguna circunstancia", de ninguna causa externa. Tiene, si acaso, más que ver con la simple alegría de vivir o de estar vivo. Una alegría que, una vez se experimenta, se reconoce como innata, no adquirida; aunque enterrada entre tanta broza mental vertida a lo largo de los días, generadora de emociones distorsionadas que la encubren.

Mi pregunta, ahora, es: ¿existe en la doctrina budista que practicas el reconocimiento de este tipo de alegría que describo?

Jué-shān 崫 山 dijo...

Hola!

Entiendo lo que dices. Por lo que yo sé, en el Dharma de Buda no hay prácticas específicas destinadas a cultivar esa alegría que mencionas. ¿Por qué? Porque esa alegría a menudo es una consecuencia natural del camino de enseñanzas, prácticas y recta atención diaria que seguimos.

Además, las contemplaciones más avanzadas también abren la puerta a ese tipo de experiencias, aunque suelen ser un efecto secundario que no se busca por sí mismo, sino que nos llega por sorpresa.

Podríamos llamarlo un "bonus" budista :-)

Infinitocero dijo...

Exacto! Esta alegría de la que hablamos no es un fin, sino una consecuencia de la práctica.

Un cordial saludo.