Esta entrada es tan antigua que ni siquiera estoy seguro de haberla escrito yo... ¡parece de alguien más sabio! No veo que haya pasado al blog, así que ahí va.
Caminaba por la calle,
hablando por el móvil, cuando de repente me adelantaron dos mujeres que
paseaban a una perra con una correa.
La perra, una especie de
pastor alemán de color pardo, pasó junto a mí. En ese momento pisé, levanté el
pie y algo se movió debajo de mi bota. La perra giró levemente la cabeza para
fijarse en lo que había ahí –un cartón de color que parecía una seta aplastada–
y luego siguió su camino sin detenerse ni mirar hacia atrás.
Solo en ese gesto de mirar y desechar
noté una cercanía con esa perra que me hizo sonreír, como si me hubiera
mostrado sin querer lo que explican las enseñanzas –en este caso, la clara
comprensión en acción, como un fogonazo que se va tan rápido como viene.
Limpio. Sin residuos. Abierto a lo siguiente que provoque su reacción.
Para mí es indudable que en
nuestras ciudades, y a pesar de las locuras de sus amos, estos animales aportan
con su conducta el ejemplo más cercano al Dharma en acción.
Algunos conocidos míos se
sorprenden o incluso se molestan conmigo cuando insisto, a veces con ánimo de sacarlos
de su complacencia, en que son seres superiores.
Aquí, en la jungla de
asfalto, son maestros involuntarios del Dharma. Y sin decir una sola palabra de
más.
1 comentario:
Pues esperemos que lo que hemos comprendido mal no volvamos a comprenderlo mal también!
(Es broma... pero no tanto! No es nada fácil romper nuestros patrones mentales equivocados).
Gracias y un saludo.
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