Hay un rezo tradicional del bodhisattva Avalokiteshvara que dice:
Mientras el espacio
perdure
Y mientras los seres
sintientes sigan existiendo,
Que yo también pueda
seguir existiendo
Para disipar el sufrimiento
del mundo.
¿Te imaginas algo más remoto que la extinción de todos los
seres vivos, o más inconcebible que la desaparición del espacio-tiempo? ¿Puede
haber voto más generoso que retrasar la propia liberación hasta que todos, incluidos
los pederastas más repugnantes y los genocidas más abominables, se hayan
liberado?
Los maestros afirman que mientras practiquemos para nosotros
mismos, nuestra práctica será en vano. Tenemos que hacerlo en beneficio de los
demás; solo entonces la práctica también será eficaz para nosotros mismos. Esta
pescadilla que se muerde la cola, en la que hay “yo” y “otros” en un mundo de cosas
separadas por el espacio y el tiempo, responde a la comprensión más rudimentaria de
la bodhicitta, que en Occidente suele
asimilarse a la compasión cristiana.
Pero en realidad la bodhicitta
es otra cosa: es, literalmente, la “mente del despertar”. Y esa mente del
despertar apunta a que la separación entre uno mismo y el mundo que creamos y
nos creemos es artificial: tú eres el mundo, no un fragmento aislado en busca del
cordón umbilical perdido que te conecte de nuevo al universo.
Por eso, en cuanto te pones a practicar con el beneficio de
los demás en mente, ya has cambiado el mundo. Ayudar a los demás no es distinto de
ayudarse uno mismo; la pescadilla que se muerde la cola se disuelve entonces en
un círculo sin principio ni fin, sin “yo” ni “otros” más que como ilusión útil.
Esta es la comprensión más profunda de la bodhicitta budista, la que ve que uno
mismo y el mundo no somos dos. Todo es una misma vida, y nuestras actitudes, intenciones y acciones repercuten en sus miles de millones de terminales, que se nos presentan a los sentidos como esos “demás seres”. Los sabios de la tradición Huayan le llamaron a esa relación de interdependencia “la red de joyas de Indra”.
Los demás somos nosotros, disfrazados por la mente.
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