Si a alguien le interesa la biología y
las mil formas y maneras que tiene la Fuerza de la Vida de perpetuarse en nuestro
planeta, aquí tiene un enlace para ver unos documentales excepcionales que se
están emitiendo los jueves en La 2 de Televisión Española:
A veces parecen imágenes y relatos de
ciencia-ficción, pero no, son tan reales como la vida misma que coexiste con
nosotros por tierra, mar y aire mientras nosotros, por lo general, andamos
enfrascados en nuestras cosas sin prestar atención o siquiera interesarnos por
estas maravillas. Asomarse a este gran teatro de la vida en la Tierra, aunque
sea por televisión, es verdaderamente increíble y hay que agradecérselo al
equipo que ha creado estas joyas.
Personalmente, más allá de los innumerables detalles sorprendentes, a veces
alucinantes, sobre el comportamiento de especies concretas, encuentro lecciones
del Dharma natural, sumamente budistas por tanto, en estos documentales.
Primero, que no hace falta una conciencia de sí mismo, ni mucho menos una
identidad, para manejarse con inteligencia en el medio natural.
Desde pequeños nos han acostumbrado a pensar que los animales y las plantas
solo tienen “instinto”, como si eso fuese algo inferior y mecánico que explica
todas sus actividades. Sin embargo, estos programas muestran la asombrosa variedad
de recursos que los seres vivos son capaces de desarrollar para superar retos y
adaptarse a un medio siempre cambiante, incierto y peligroso. Lejos de ser algo
mecánico y fijo, hay algo en ese instinto que reconoce las características del
medio ambiente e inventa nuevas soluciones ante nuevos desafíos para aumentar
las probabilidades de supervivencia: la consecuencia es la biodiversidad.
¿Qué fuerza late detrás de ese instinto de adaptación continua? No se puede
negar que hay inteligencia ahí, aparte de una enorme y gozosa creatividad,
libre de trabas mentales. Aunque la duración de una vida humana sea demasiado
breve para observarlo directamente, el instinto lleva bailando un paso a dos
con las cambiantes condiciones del planeta desde hace millones de años. El
resultado, entre otros muchos, somos nosotros, los humanos.
Por otra parte, también se ve en estos documentales cómo la naturaleza es
tan generosa con la vida como generosa es con la muerte, que dispensa con igual
liberalidad. ¿Puede haber refutación más inapelable de la importancia del
individuo (y la identidad), que tanto hemos encumbrado en nuestras sociedades
“avanzadas”, en el esquema general de las cosas?
En la vida natural, cualquier aparente ejemplar es sacrificable como
individuo, pero a la vez es necesario, irremplazable y casi diría que sagrado
(en sentido no religioso) precisamente por lo que tiene de ser vivo, nacido de
esa Fuerza y destinado de una manera u otra a realimentar esa Fuerza. Curiosamente,
lo que nos hace “únicos” y nos da valor es precisamente lo que tenemos en
común, no lo que nos diferencia. Y nosotros nos pasamos la vida tratando de
distiguirnos de los demás, buscando en la exaltación del “yo” la plenitud que
somos pero que dejamos atrás por un plato de lentejas...
Intuyo algo grandioso en ese ciclo de vida y muerte que no sé expresar,
pero lo que está claro es que las ideas convencionales sobre la vida y la
muerte no valen. Hay algo más allá, y no es nada lúgubre ni resignado. Es
natural y lo llevamos dentro como parte de nuestra herencia, que es la
sabiduría de nuestro Buda interior. Solo hace falta tocarla y despertarla y
entonces entenderemos.
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