De
Avalokiteshvara se dice que es “el señor que contempla los sonidos del mundo”
–los sonidos del sufrimiento y la falsa felicidad, que se suceden en un ciclo
sin fin aparente.
Después
de mi viaje a Nepal y Bután, donde vi innumerables banderas de oración
flameando al viento y molinos de oración que giraban impulsados por los arroyos
de las montañas, llevo unos meses practicando el mantra de la gran compasión (mahakaruna), apoyándome en las
instrucciones del maestro Shanjian Dashi.
La
compasión de Avalokiteshvara o Chenresig es lo que unifica nuestra mente y
cuerpo, separados por la ignorancia primordial. Pero eso que unifica no es
mente, ni cuerpo, ni algo separado: es la energía sutil, que es unidad y
movimiento. Por eso la unificación se evoca con algo que se mueve y fluye: el
viento, la corriente del agua, la voz humana.
Como las
banderas que flamean y las ruedas que giran, al entonar el mantra pongo en
movimiento la energía de la compasión. Pero, a diferencia de las banderas y
molinos, lo que se pone en marcha es algo vivo, la propia energía vital, que se
convierte en energía de compasión. Así, la compasión irradia como un sol, llega
mejor a otros y hasta puede resultar contagiosa.
Cuando
lo hago, uno mi aparente energía a los sonidos del mundo, una y otra vez como
las banderas y las ruedas de oración, en beneficio de todo lo que existe,
mientras el planeta sigue girando sobre sí mismo, dando vueltas en el inmenso silencio
del universo en un viaje sin destino conocido.
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