jueves, 20 de diciembre de 2007

Una visita inesperada

A veces un acontecimiento fortuito encierra enseñanzas más fecundas, si se saben ver, que cientos de volúmenes escritos por las plumas más ilustradas.

Juéshān: No te vas a creer lo que me acaba de ocurrir. Recién llegado de un largo paseo, me pareció que la silla que tenemos bajo el olivo me invitaba a una sesión de contemplación al aire libre.

Me senté y estaba empezando a disfrutar del placer de simplemente sentir, la mera experiencia de los canales abiertos y disponibles sin contenido alguno, cuando oí unas pisadas ligeras detrás de mí y a la derecha, que se acercaban a mí y luego se detenían.

Abro los ojos y ¿qué veo?

A nuestro amigo el zorro, plantado como a metro y medio de distancia y mirándome.

Así que le devolví la mirada.

No llevaba las gafas puestas, y no me las quería poner para no asustarlo, así que lo miré a través de la neblina de mi miopía.

Nos miramos el uno al otro unos segundos, y el tiempo se detuvo.

Todo tenía un aire tan natural que casi parecía como si fuera un viejo amigo que de repente aparece para hacer una visita y comprobar que todo marcha bien. O quizá se estuviera preguntando si yo sería un buen almuerzo.

Entonces echó a andar hacia nuestra huerta de escarolas, y me pareció que ya podía mover el brazo y ponerme las gafas.

En ese momento el zorro vio algo en el camino que baja a la derecha, y salió corriendo elegantemente hacia la masía vieja, arrastrando con gracia su oronda cola tras de sí hasta que lo perdí de vista.

¡Brindo por muchos años de vida y salud para ti, hermano zorro!

Shānjiàn: Mira a toda la naturaleza con los mismos ojos... Es la misma alegría y asombro... sólo que hay otros seres naturales que no salen corriendo.

Los vemos tan a menudo que olvidamos tratar a cada momento como si fuera el primero, y ése es nuestro problema. Ahora ve y contempla una brizna de hierba, un árbol, las nubes, con ojos primerizos... Ahí es donde está el Dharma, y el Tao.

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