viernes, 23 de noviembre de 2007

ta-ta-ta- ¡Chan!

Hay quien afirma que la mejor manera de reconocer a un maestro del Dharma es por su forma de reírse. En ese caso, pocas corrientes más jocosas que el Chan (Zen chino) y pocos maestros más ejemplares que Hanshan y Shide, los "locos del Tao", dos monjes budistas-taoístas de una época en que las relaciones entre ambos caminos en China eran abiertamente promiscuas. El siguiente intercambio entre un practicante que empieza a ver la vacuidad intrínseca de su práctica y un maestro contemporáneo recupera un poco del sentido del humor de esta pareja legendaria:

Leí con atención sus consejos sobre las ofrendas y los he puesto en práctica. Ahora, al hacer las ofrendas, dedico no sólo las flores, luces, incienso, etc., sino también la hoja del árbol del Bodhi que me regaló, las enseñanzas de Buda, e incluso lo que más valoro: mi propia identidad. Es como si fuera una gran hoguera en la que echo todo aquello que más aprecio, todo lo que pueda suponer motivo de satisfacción u orgullo, porque intuyo que en el fondo no vale gran cosa.

Ayer fue una noche especial. Me reuní con amigos para hacer música y tuve un gran éxito con la pieza que toqué. Fue algo especial porque sentí que les había emocionado de verdad; fue como si a través de mí pasara algo más grande que yo (quizá es algo parecido, en otro nivel, a lo que se siente al transmitir el Dharma y ver que “llega”). Esta mañana me he despertado dispuesto a ofrecer también esto a mi propia naturaleza, y de repente me he dado cuenta de una cosa: mi propia naturaleza, ese vacío luminoso que dicen que es sunyata, TAMPOCO VALE NADA. Recién despertado, me ha parecido cómico lo de las ofrendas: el sacrificar algo que no vale nada a otra cosa que tampoco vale nada (!!!). Entonces me he dado cuenta de lo seria, intensa y deliberada que era mi actitud anterior. No me malinterprete: creo que las ofrendas, si se hacen con sinceridad y entrega, pueden ser por sí solas un camino directo al despertar. Lo que pasa es que ahora veo lo gracioso que es ofrecer la nada a la nada. Es como si fuera un chiste privado entre mi propia naturaleza y yo; y creo que ahora entiendo un poco mejor por qué sonríen así los Budas...

No sé si todo esto es un disparate, pero ahora me surge otra duda. Cada vez más, me parece que todo lo que sea ganancia o pérdida, provecho o desperdicio, bueno o malo, no tiene que ver con la propia naturaleza (que es magnífica, pero no vale para nada) sino con la identidad. Sé que cuando hacemos las prácticas en beneficio de todos los seres en realidad no existen tales seres individuales; ¡lo que pasa es que ahora creo que tampoco existe el beneficio! Como usted dice, en el budismo siempre hay algo más allá de las palabras, y espero que las suyas me aclaren esto con su habitual sabiduría, compasión y humor.

A lo que el maestro responde:

Ahora empiezas a ver la falsedad de las palabras. Como ves, cuando tu propia naturaleza funciona correctamente, todo es de risa. Quizás ahora puedas entender por qué los dos locos siempre se estaban riendo. Está claro que no hay seres y no hay beneficios, pero hay seres aparentes y beneficios aparentes. Entonces, ¿qué hay? Tu propia naturaleza, que opera perfectamente con el programa interno fantástico de compasión, amor benevolente, alegría, ecuanimidad, humor (del tipo que has mencionado arriba), curiosidad, creatividad y algunas otras cosas –sabiendo que todo eso no son más que palabras que permiten un entendimiento de tu propia naturaleza que nunca puedes tocar realmente; pero eso no importa si tu sistema funciona correctamente en tu propio beneficio y en el de todos los seres.

Ahora te puedes reír y disfrutar con bienestar sabiendo que todo esto también son sólo palabras. ¡Qué divertido es el budismo!

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