lunes, 24 de diciembre de 2007

El rugido del Dharma

Hay una tradición en el Dharma de maestros fuertes, duros, y hasta brutales según los criterios del momento. Es la liga de maestros tántricos indios como Padmasambhava, Tilopa y Naropa, de los tibetanos Marpa y Milarepa, y de una larga lista de maestros Chan como Bodhidharma, Linji y Yunmen, que le imprimieron el poderoso sello de su temperamento a sus respectivas escuelas. Por desgracia, ese estilo les resulta muy atractivo a ciertos aspirantes a maestro y en ocasiones se ha convertido en un fin en sí mismo; pero cuando eso ocurre, es fácil que degenere y se fosilice en una estética severa, estirada y hueca si no se entiende cuál es su propósito ni se domina la flexibilidad con la que hay que aplicarlo. Imitar las formas externas de estos viejos tigres sin tener como base ese mismo carácter es como perseguir el fruto obviando la raíz: una impostura cuyo resultado no puede ser bueno –al menos, no para los estudiantes. Así que a cada uno le toca discernir quién ruge de verdad y quién sólo maúlla en voz alta; que no te den gato por tigre.

En una época como la nuestra, en que la enorme producción de cursos, libros y talleres infla y promociona los aspectos más amables y seductores de la espiritualidad, resulta cuando menos chocante encontrarse con el rugido de estos viejos maestros; pero, bien visto, tiene algo de refrescante también comprobar que a alguien, en algún momento, no le interesó lo más mínimo captar cuota de mercado budista. Las vías que ofrecían estos tigres eran claramente opciones minoritarias y su idea era “que me siga quien pueda”; pero con esta manera de separar el grano de la paja se aseguraban de que quienes se mantenían a su lado realmente lo hacían impulsados por algo más que la mera curiosidad.

Tampoco es que estos caminos exigentes sean intrínsecamente mejores que otras vías; son simplemente apropiados para ciertos temperamentos que no encajan en enfoques más amables o contemporizadores. La diferencia entre ambos está muy clara en las formas. Mira, por ejemplo, una de las recomendaciones procedentes del decálogo compuesto por un venerable y dulce lama tibetano ya fallecido, pero muy activo en Occidente durante el último cuarto del siglo pasado, diseñado para, en sus propias palabras, contribuir a la paz y a la felicidad del mundo”:

Practica la simpatía y adquiere el hábito del contento a través de todas las circunstancias. Decídete a realizar el leve esfuerzo de prescindir de los pequeños defectos. Lucha con todas tus fuerzas contra la depresión, contra la tristeza, contra el tedio, contra el mal humor. Combate los métodos dominantes de acritud y grosería e imponte la condición de ser siempre y con todo el mundo amable.

Y ahora compárala con el exabrupto de Yunmen, uno de los maestros legendarios de la edad de oro del Chan en China –y recuerda que era un maestro budista, no un fanático talibán empeñado en obliterar las tradiciones de los infieles:

Como comentario a la leyenda del nacimiento de Buda, Yunmen dijo: “Inmediatamente después de nacer, el Buda señaló con una mano al cielo y con la otra a la tierra, dio siete pasos en círculo, miró a los cuatro puntos cardinales, y afirmó, “Sobre la tierra y bajo el cielo, sólo yo soy el Honrado por el mundo”.”

Yunmen prosiguió, declarando que “¡Si yo hubiese estado ahí, lo habría matado de un golpe y lo habría echado como comida a los perros para traer paz a la tierra!”

¿Es una provocación gratuita? En absoluto. Es la expresión genuina del temperamento fuerte de un maestro que, a pesar de haberse liberado de sus impedimentos, mantenía el estilo seco de su carácter y era capaz de emplearlo eficazmente para la instrucción de sus estudiantes en este caso, para liberarlos de cualquier apego bobalicón a los mitos fundacionales a base de martillear sobre sus conciencias. No por nada es el mismo maestro que, cuando le preguntaron en una ocasión qué era el Buda, contestó: Mierda seca en un palo. Puede que lo encuentres insensible e hiriente; pero desde luego no le puedes acusar de andarse con medias tintas para seducir a la gente.

Ahora bien, con todo lo evidente que resulta, esta discrepancia formal no es la diferencia esencial entre ambas vías, sino que es una expresión externa de sus métodos respectivos: gradual y con muchos apoyos en un caso, directo y a palo seco en el otro. Cada una está diseñada para un tipo de mente distinta que requiere su propio acercamiento al Dharma; lo único que importa es que funcionen. Esa es la belleza del budismo, bien entendido más allá de las formas: que ambos enfoques, el dulce y el descarnado, tienen cabida y son igualmente válidos si se usan apropiadamente. A algunos el primer estilo les parecerá sublime y el segundo atroz; otros en cambio encuentran el primero empalagoso pero celebran la brutal franqueza del segundo. Tras leerlos, probablemente a ti también te resuene más uno que el otro, pero ambos son expresión de un mismo Dharma; la clave está en encontrar el estilo que le resulta natural a cada estudiante (para su naturaleza profunda, no para sus fantasías o apetencias). Por eso, y no por un interés folclórico, existe la gran panoplia de caminos aparentemente distintos dentro del Dharma. El “café para todos” no vale en el budismo; el criterio correcto es a cada cual, según sus necesidades.

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