domingo, 11 de julio de 2021

A vueltas con el juicio

 

He tenido un nuevo vislumbre en mi contubernio con el budismo popular en boga que me ayuda a entender mejor por qué lo encuentro tan facilón y engañoso.

La semana pasada hicimos una larga meditación en Sala Dana, con continuas instrucciones habladas sobre el cuerpo y la necesidad de ser amables y dar la bienvenida a cualquier cosa que surgiera en la práctica.

Cuando llegó el turno de comentar las experiencias, viendo que nadie se arrancaba, dije que había sentido somnolencia por la mascarilla y que deseaba fervientemente que llegara el día de volver a meditar sin ella. La instructora me corrigió diciendo que ese era un caso de aversión y que la meditación trata de ver qué está pasando en cada momento para ver cómo funciona la mente, no de cambiar nuestra experiencia.

Aunque no estaba de acuerdo, no contesté porque no le veo sentido a enzarzarse en debates y polémicas, sobre todo con gente que tiene una visión distinta del Dharma y están convencidos de su verdad, montados en la ola triunfal del mindfulness que amenaza con convertirse en el monocultivo del budismo popular.

Para mí hay una contradicción evidente entre la postura que adoptamos para meditar, con la espalda erguida para asegurar la respiración libre y una buena oxigenación de la sangre, y la mascarilla que nos hace inhalar una y otra vez el CO2 que exhalamos. Creo que mi somnolencia estaba directamente relacionada con eso, aunque tampoco me ocurre siempre que medito así.

Pero más allá del desacuerdo sobre los efectos de la mascarilla, y de que este movimiento basado en la Insight Meditation (que es como traducen vipassana) llame aversión a lo que nosotros consideramos “no-gusto”, para mí el nudo del asunto está en la afirmación de que meditar tiene que ver con observar sin juzgar para aprender cómo funciona la mente. Es una frase que ya me dijo otro instructor de la misma cuerda durante un retiro y refleja una idea de qué es la meditación tan extendida como alejada de la que hemos aprendido con Shanjian.

Para empezar, las meditaciones vipassana al estilo de la Insight Meditation anglosajona suelen ser guiadas y el constante recurso a las palabras hace que se mantengan firmemente ancladas en la mente cognitiva. No veo cómo eso puede llevar al Despertar o ni siquiera a eliminar las identidades (akusala-mula), pues ambos impedimentos se alojan en fases no cognitivas de la mente y por tanto para disolverlos hace falta algo que alcance más allá, hasta sus mismas raíces en la Ignorancia (avidya).

La consecuencia fundamental de esta instrucción de “observar sin juzgar para aprender cómo funciona la mente” es que ya no hay fracaso posible en la meditación, porque no hay ninguna meta u objetivo más allá; vale todo lo que surja en un mitificado “aquí y ahora” que supuestamente contiene todas las claves y cada individuo queda así democráticamente “empoderado” en su práctica por la inexistencia de cualquier evaluación. Incluso darse cuenta en el último minuto de que has estado distraído toda la sesión ya lo califican como un “despertar”. Personalmente, cuando me ofrecen este tipo de caramelos como premio y acicate siento que me están tratando como a un niño, pero a muchos parece que les funciona...

Si todo es igualmente válido solo porque es igualmente observable por la mente cognitiva, entonces ya no hay correcto ni incorrecto, éxito ni fracaso; lo que impera es un laissez-faire en el que las experiencias meditativas se convalidan por sí solas sin contrastarlas con cualquier criterio ajeno –basta con ser mindful de lo que haya, sea lo que sea. Las habituales llamadas a la amabilidad y el cariño hacia uno mismo y sus experiencias quizá generen cambios positivos en los practicantes, pero también esconden bajo un manto de empatía el arduo trabajo de transformación necesario para liberarnos de las identidades de confusión (moha), codicia (lobha) y aversión (dosa), con las que no conviene ser muy amable ni complaciente. Esa insistencia en lo verbal y emocional, junto con los mensajes reiterados de aliento y recompensa, es muy propia del temperamento de codicia, que no aguanta bien la severidad del aversivo ni la indefinición del confundido.

Sin embargo, la aparente comprensión mutua que esta actitud impone entre los practicantes tiene mucho de superficial; en el fondo, funciona como un pacto de no-agresión por el que nadie entra en la zona de confort de otros y así las identidades no se soliviantan. La meditación pasa entonces de ser una práctica con unos ingredientes (pre-programación), un proceso (concentración, absorción o contemplación) y un resultado (discernimientos) a una especie de papilla sin principio ni fin, con muchas papeletas para derivar en un bucle cognitivo-emocional que da vueltas sobre sí mismo.

Esta propensión se refuerza por el rechazo del juicio, del que ya escribí antes. Sospecho que en parte tiene que ver con una mala interpretación de la palabra judgement que usan las fuentes anglosajonas de la Insight Meditation. El OED incluye entre sus acepciones esta, que es reveladora (subrayo lo importante): The pronouncing of a deliberate (esp. adverse or critical) opinion on a person or a thing; an opinion so pronounced. En cambio, el María Moliner no registra ninguno de esos matices negativos: 1 Facultad de la mente que guía para juzgar y obrar./ Facultad de distinguir el bien del mal o apreciar las cualidades, la calidad, el valor o la belleza de las cosas./ Criterio./ Facultad de la mente que inspira a las personas para juzgar y obrar con prudencia y acierto; particularmente, refiriéndose a la madurez adquirida con la edad./ Conocimiento, cordura, razón, sensatez. 2 Idea que se forma o que se expresa acerca de cómo es una cosa, de lo que conviene hacer en un asunto, etc. 3 Operación de la mente que consiste en relacionar dos ideas, afirmando o negando la una de la otra. Queda claro que “juicio” en español no comparte los matices de condena o crítica que conlleva judgement en inglés (¿reflejo quizá del protestantismo?); al contrario, parece ser una facultad positiva, que distingue al adulto del niño y del adolescente y que convendría cultivar.

Si se da por bueno este trueque solapado, las enseñanzas correctas sobre la atención plena (samma sati) y el afecto benevolente (metta) que ofrece el Dharma corren el riesgo de operar paradójicamente en contra de su orientación fundamental (nirvana). Si la mindfulness rechaza cualquier elemento de contraste (léase “juicio”) para la experiencia de la meditación, y la amabilidad y el cariño hacia uno mismo nos protegen de cualquier evaluación (léase “juicio”) que pueda irritar a nuestras identidades, ¿qué posibilidad tiene esa práctica de disolver nuestros impedimentos y favorecer el despertar a nuestra propia naturaleza, libres de sufrimiento e Ignorancia?

Es cierto que hoy día no abundan los maestros de verdad que puedan y quieran servir de guía en la transformación interior que supone la práctica del Dharma –una ausencia muy grave porque son tan esenciales como el guía alpinista lo es para los escaladores novatos. O como dijo más gráficamente el propio Buda:


“Es imposible, Cunda, que uno que está hundido él mismo en el fango extraiga a otro que está hundido en el fango. Pero es posible, Cunda, que uno que no está hundido él mismo en el fango extraiga a otro que está hundido en el fango” (Sutta Sallekha, MN 8).

Ahora bien, cuando la dificultad de encontrar tales maestros se resuelve inventando un camino alternativo en el que cualquier autoridad resulte sospechosa y cualquier “juicio” que mire más allá de la mindfulness aquí y ahora sea improcedente... eso empieza a parecerse mucho a la disonancia cognitiva.

En efecto, si yo me adhiero al budismo en versión laica, apta para el consumo en Occidente; sigo algunas de sus enseñanzas y adopto algunas de sus prácticas, convenientemente despojadas de aspiraciones trascendentales; participo en un movimiento en auge que cuenta con multitud de instructores/maestros, publicaciones, podcasts, vídeos, centros de meditación y retiro; y aun así no despierto, a pesar de que el Despertar (de raíz sánscrita बुध् *budh-) es la esencia del budismo... ¿qué hago?

Se me ocurren cuatro resoluciones posibles para la disonancia:

1)      El Despertar existe pero las instrucciones que he seguido no valen

2)      El Despertar existe y las instrucciones que he seguido valen, pero mis instructores no las han aplicado bien

3)      El Despertar existe y las instrucciones valen, pero no las he seguido bien

4)      El Despertar no existe, solo es una metáfora; no hay trascendencia posible, todo está en el aquí y ahora

Las dos primeras son difíciles de aceptar para la identidad por la pérdida de tiempo, energía y quizá dinero que suponen; la tercera, en realidad la única sana y honrada, es aún más difícil de admitir porque me atribuye a mí la responsabilidad del fracaso, que es justo lo que la disonancia pretende evitar. Además, las tres me abocan a probar de otra forma si quiero seguir intentándolo y ya sabemos que, en caso de disonancia entre mis creencias y mis actos, lo más habitual es cambiar de creencias y no de actos, que exige más esfuerzo.

Solo la cuarta es aceptable para la identidad porque la justifica, dejándola incólume e incluso envalentonada, como en el experimento original de Leon Festinger en When Prophecy Fails (“Festinger also later described the increased conviction and proselytizing by cult members after disconfirmation as a specific instantiation of cognitive dissonance (i.e., increased proselytizing reduced dissonance by producing the knowledge that others also accepted their beliefs) and its application to understanding complex, mass phenomena”, en https://en.wikipedia.org/ wiki/Leon_Festinger#When_Prophecy_Fails).

Tristemente, esta resolución de disonancia es la que percibo a menudo en mis encuentros con el budismo popular de inspiración anglosajona tan difundido hoy.

¡Caveant meditatores!

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