sábado, 29 de febrero de 2020

Los demonios


El Dharma es el Disolvente Universal. Lo aplicas a cualquier cosa y estás en curso de que se deshaga entre tus dedos, que se evapore o se sublime y acabe por desaparecer. Cuidado: ¿es eso lo que de verdad queremos? Porque esa es la dirección y el impulso fundamental de la enseñanza del Buda. Todo lo “bueno” y todo lo “malo” de la vida… ¡puf! Adiós.

La leyenda dice que la noche antes de su Despertar, Mara lanzó un último ataque contra Shakyamuni en forma de sus tres seductoras hijas: Raga (la apetencia), Arati (la aversión) y Tanha (la codicia).

Buda le contestó: “Te voy a desmenuzar hasta convertirte en polvo que se lleva el viento”.

Bueno, en realidad no dijo eso; me lo he inventado. Pero lo que sí dijo en relación con el deseo y apego, que son la raíz del sufrimiento, fue esto:

“Imagínate, Ananda, que hubiese un gran árbol y un hombre llegara con un hacha y una cesta y cortase ese árbol de raíz. Después de cortarlo de raíz, que cavase una zanja y arrancase las raíces hasta sus radículas y fibras. Luego, que cortase el árbol en troncos y que después cortase los troncos y los convirtiese en astillas. Luego, que secara las astillas al viento y al sol, las quemara al fuego, las reuniese en un montón de ceniza, y que después aventase las cenizas a un viento fuerte o dejara que se las llevara la veloz corriente de un río.

“Con seguridad ese gran árbol cortado de raíz así se convertiría en algo como un tocón de palmera, se volvería improductivo, incapaz de volver a brotar en el futuro.

“Así mismo, Ananda, en aquel que mora contemplando la aflicción de todas las cosas que contribuyen al apego… toda la masa de sufrimiento cesa”.

Siglos más tarde, Milarepa recibió la visita inesperada de cinco demonios en su cueva de las montañas. Tras intentar contentarlos amablemente sin recibir más que amenazas y burlas como respuesta, probó a echarlos con rituales y luego a enseñarles el Dharma. Nada funcionó. Entonces Milarepa cayó en la cuenta:

A través de la compasión de Marpa [su maestro], ya me he dado cuenta de que todos los seres y todos los fenómenos son [inventos] de la propia mente de uno. La mente misma es una transparencia del Vacío. Entonces, ¿de qué vale todo esto? ¡Y qué bobo soy al intentar ahuyentar estas manifestaciones físicamente!
 
Entonces entonó uno de sus cantos y los demonios se retiraron, apesadumbrados y temblando de miedo al principio; luego, girando como un vórtice, se fundieron en uno y desaparecieron.

¡Intenta encontrar hoy un Dharma de ese calibre! Hay tanto maestrillo que ignora esta virtud básica del Dharma y acepta que las cosas son reales, jugando en el campo de Mara y con sus reglas. Sin saberlo, o bien movidos por intereses mundanos, estos falsos guías del budismo moderno ya han entregado la cuchara antes de empezar. Qué vergüenza y qué desastre. ¿De qué vale este Dharma eunuco? Es un parche nada más, en el mejor de los casos. Pero la vida y la muerte no necesitan parches; nos piden una transformación.  

Qué fieles somos a nuestra identidad, lo menos sano que llevamos dentro, y qué poco reparamos en nuestra capacidad de dejarla atrás y crecer, aunque sea en una dirección desconocida, sin la seguridad limitante de nuestros viejos caparazones… hacia lo abierto.

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