En el budismo tradicional, hay cinco preceptos que se
ofrecen como guía para los estudiantes que quieran adoptarlos voluntariamente
como parte de su entrenamiento. Son estos:
- Abstenerse de matar
- Abstenerse de tomar lo que no se nos ha dado
- Abstenerse de mentir (y de chismorrear y usar palabras vanas o ásperas)
- Abstenerse de tomar sustancias que nublen la mente
- Abstenerse de tener relaciones sexuales inapropiadas
El sentido básico de no hacer daño a otros ni a nosotros
mismos está claro. Pero es común tomarlos en sentido literal y además asimilarlos
a la tradición cristiana que nos resulta familiar, con lo cual tienden a
convertirse en mandamientos, con todo lo que eso implica: el premio por
cumplirlos, el castigo por incumplirlos, y el juicio de algo o alguien externo
a nosotros sobre nuestra culpa o mérito. Menuda empanada.
Pero los preceptos no son mandamientos, sino consejos. En
esa línea, es mejor entenderlos como una sugerencia de refrenar ciertos comportamientos
que como una máxima que se deba seguir a rajatabla, obedeciendo a la mente como
si fuese un sargento implacable y con pocas luces. Y es que los preceptos,
cuando se entienden bien, van más allá de la mente cotidiana. No se trata solo
de qué
es lo que hacemos; tienen que ver con desde dónde lo hacemos –la actitud y
la intención que preceden a cualquier acción. Entonces, uno puede seguir en
apariencia todos los preceptos externamente pero incumplirlos sistemáticamente por
dentro, ya sea por negligencia o por falta de comprensión. Lo que más importa
es lo que ocurre en nuestro fuero interno.
En el Dharma antiguo, se habla de “los tres venenos” o
“las tres raíces malsanas”: la confusión (a veces llamada ignorancia), la
codicia y la aversión u hostilidad. Shanjian las llamaba las tres identidades,
y esa etiqueta certera apunta a que las llevamos dentro y están íntimamente
ligadas a nuestro concepto (manchado) de quiénes somos. Una vez entendemos y
aceptamos esa idea, si casa con nuestra experiencia, ya no vale echar balones
fuera…
Ahora, mira qué interesante es lo que ocurre cuando
enlazas el concepto de la “identidad” con los preceptos. Entonces, “Abstenerse de matar, robar, mentir, etc.,”
pasa a ser “Refrenar todo impulso de matar, robar, mentir, etc., con,
por y para la identidad”. Eso ya es muy diferente, ¿no? Es el interés
propio y antinatural de estas identidades el que mancha las acciones, no el
acto en sí el que es pecaminoso (en sentido cristiano).
Pero hay más, porque estas identidades actúan en contra
del interés natural de la Fuerza de la Vida, que es nuestra naturaleza budista.
Entonces, si miramos un poco más profundo, vemos que, efectivamente, estas
identidades están dañando a nuestra propia naturaleza: son como un
quintacolumnista infiltrado en el sistema que está usurpando nuestra fuerza
vital en beneficio propio.
Así es. Nuestras identidades están violando salvajemente
todos los preceptos, uno por uno: tomando lo que no se les ha dado (la energía
de la Fuerza de la Vida); mintiendo con disonancia cognitiva (ofreciendo todo
tipo de excusas y justificaciones para comportarse a su gusto); nublando la
mente con su confusión, codicia y aversión; y reproduciéndose continuamente
mediante la Originación Dependiente. En suma, matando poco a poco a nuestra
propia naturaleza.
¿No es algo tremendo cuando se ve así?
¿No es asombroso cómo el Dharma multiplica su profundidad
en cuanto rascamos bajo la superficie de las palabras?
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