En Japón se
le llama jisei al poema compuesto justo
antes de morir como despedida de la vida, a menudo por monjes y maestros
budistas. La inmediatez de estos versos funciona a veces como una descarga saludable
que nos despierta y nos quita de encima las telarañas de la mente cognitiva:
Con las manos vacías entré en el mundo,
descalzo lo abandono.
Mi llegada, mi partida –
dos simples sucesos
que se enredaron.
Más allá de
su encanto literario, me pregunto: ¿qué relación guarda esto con la práctica del
Dharma? Es cierto que el poema sugiere vaciarse de la propia identidad hasta
quedar libre y ligero, pero eso no acaba de dar en el clavo. Hay una conexión
más sutil.
Hablando de
enredos, el Visuddhimagga, el tratado
de meditación de Buddhaghosa, comienza comentando un pasaje de un antiguo sutra:
“El enredo interno y el enredo externo –
Esta generación está enmarañada en un enredo.
Por eso le pregunto a Gotama:
¿quién logra desenredar el enredo?”.
Gautama
Buda y Kozan Ichikyo: dos personas de países diferentes, con siglos de
distancia entre medias... y un mismo embrollo. ¿Cómo salir de él?
Lo que dice
Kozan sobre el enredo me recuerda a la descripción de los efectos de la vipassana que enseñaba Shanjian. Tal
como él la explicaba, esta práctica es lo contrario de los antiguos pasatiempos
de algunos periódicos en los que había que “conectar los puntos” para que apareciera
una imagen.
En la vipassana, se trata más bien de
desconectar los puntos (“mi llegada, mi partida –dos simples sucesos”) que
hayamos conectado (“se enredaron”) en nuestra propensión a fabular sobre
nuestras aparentes existencias. La vipassana
permite que los puntos aparezcan tal como son, en toda su sencillez, sin
añadidos ni cuentos que establezcan falsas conexiones de identidad entre ellos.
Entonces, como decía Shanjian en su idioma particular, solo “hay que hay”. Por
eso Buda contestó así en el sutra a quien le preguntaba:
“Un hombre sabio,
bien asentado en la virtud,
que desarrolla el discernimiento y la comprensión,
un monje ardoroso y sagaz:
él puede desenredar el enredo”.
No sé si Kozan,
que era un maestro Zen, practicaba vipassana
pero sus versos destilan su esencia. En cuatro líneas, su biografía queda
reducida a un enredo artificial entre dos hechos (“mi llegada, mi partida”) que
ni siquiera guardan una relación necesaria entre sí, porque no hay “yo” y la
aparente persona que nace no es la misma que la aparente persona que muere. Todo
es ilusión. Kozan se va de este mundo tal como entró: sin nada –ni siquiera una
historia personal a la que agarrarse (“descalzo”).
El sutra de Buda, el jisei de Kozan, la vipassana
de Shanjian –tres simples apoyos que nos pueden ayudar a desenredarnos.
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